martes, 8 de noviembre de 2016

ENTREVISTA A MARÍA SALGADO

“El reto de Hacía un ruido consistió en plasmar un hecho político tan significativo como la revuelta sin consumirlo ni estetizarlo"


Con motivo de la presentación en Valencia de su libro "Hacía un ruido. Frases para un film político" (Contrabando, 2016), María Salgado entabló un diálogo con Fede Fojas acerca del lugar de este libro en el conjunto de su obra, su vinculación con la revuelta del 15M y el papel de la política en su poesía.


¿Qué lugar ocupa Hacía un ruido en tu trayectoria?

Hacía un ruido organiza un tiempo de mi investigación como poeta. Tardé cuatro años en escribir Ready. Hacía un ruido también me ocupó otros cuatro años de exploración. La diferencia entre ambos radica en el procedimiento de escritura: aunque Ready pone en cuestión la forma del poema, mantiene su estructura lírica; Hacía un ruido explora otras opciones como el collage, expansiones alternativas en la página o la mezcla de materialidades verbales. Esta apuesta no se reduce al mero juego con el sistema poético sino que surge de la necesidad de contar una realidad nueva que busca ser codificada con un nuevo lenguaje: estoy hablando de los acontecimientos sociales, políticos y económicos de los últimos años, pero no desde la mirada de los medios ni del discurso académico. Tengo la sensación de que mis obras me han llevado a trasladar estos fenómenos al terreno poético, a buscar una voz o voces que sean capaces de hablar por lo que pasó en la Puerta del Sol: ¿Cómo enunciar el disturbio? ¿Cómo trasmitirlo? ¿Cómo descifrar su mensaje? ¿Qué nos está diciendo respecto al tiempo histórico?
Ready

El intento de incluir otras voces dentro de tu poemario ¿no rompe también con el protagonismo del Yo poético del autor?

Hay una forma que solemos asociar con la poesía que ocupa demasiado espacio en el archivo de nuestra memoria. Poesía es el uso del lenguaje que no tiene que ver con dar información. Es un trabajo con la lengua que busca mirarla.
El cuestionamiento de la poesía tradicional parte por el cuestionamiento de su protagonista. Este Yo poético es un producto histórico, no una constante en la poesía. A lo largo del tiempo ha habido más yoes y menos yoes, incluso ha habido propuestas para transformarlas en otra cosa. En Hacía un Ruido, las partes biográficas están confundidas con otras voces. Es una manera de abrir el espectro de yoes: mi yo biográfico estuvo en el 15M, mi yo poético es una elaboración compleja sobre una materia que estuvo allí, pero quiero incluir más gente porque considero que mi experiencia no tuvo tanta relevancia, porque estaba conectada a un acontecimiento mayor que nos unía a todos los presentes en la Plaza del Sol. En el fondo, el 15M no fue una agregación de vivencias individuales, fue una experiencia colectiva que fluía entre los cuerpos. Por este motivo tenía que romper con el convencionalismo poético de dar una mayor relevancia al Yo del autor. No quería traicionar el espíritu asambleario.

Ya que mencionas los acontecimientos del 15M, ¿Qué lugar tiene la política en tu poesía?

Para mí el reto de Hacía un ruido consistió, ante todo, en contar o plasmar un hecho político tan significativo como la revuelta sin consumirlo, ni estetizarlo de manera estancada. Era necesario conservar el misterio en torno al cual giraba el 15M, incluir a sus protagonistas; estas eran las cuestiones que me tenían preocupada mientras que escribía el poemario: hacerme cargo de ese mundo. Una de las soluciones fue manipular un audio en el que la protagonista contaba una historia sobre un hecho pasado, mi intencionalidad fue la de generar una complicidad entre el lector y el protagonista de la historia de tal manera que surgiera una sensación de comunidad, una comunidad que conviviera en el texto poético.
En cuanto a la política, creo que ha sido una de las preocupaciones del arte contemporáneo y que existen mil maneras de resolverla. Mis libros tienen que ver con el tema de la política y una exploración formal que intenta trazar unas utopías de comunicación como horizonte. En Hacía un ruido prima la parte temática: los contenidos son las frases sobre la política, unas frases feas y prosaicas que no están revestidas de la belleza de otros temas. El collage como forma, como manera de construir con otras voces, es una apuesta estética muy política porque busca poner estas voces en un mismo plano para que el lector juzgue. Ezra Pound, en uno de sus poemarios más importantes llegó a incluir a los protagonistas sociales y económicos de su tiempo: habló de políticos y banqueros con nombres y apellidos juntándolos con el Ulises de Homero o Arnaut Dariel, ningún tema le era ajeno. Este era para mí el reto: dar cabida a esas frases feúchas, esas frases sin vuelo, no codificadas por la literatura, intentar mirarlas desde el prisma de la poesía sin transformarlas.

María Salgado dialoga con Fede Fojas
Sin embargo, en Hacía un ruido no solo trabaja con esta polifonía de voces sino que también se constituye como una reflexión poética en torno a una serie de palabras o conceptos vitales para la representación (o presentación) del mundo político en la poesía. Por ejemplo, ¿podrías hablarnos del concepto invisible-existente al que recurres repetidamente a lo largo de tu poemario?

La pregunta fundamental de cualquier sistema de pensamiento se puede plantear de una manera sencilla: ¿Qué es esto? Y luego ¿Quiénes somos? En Hacía un ruido, es la pregunta emocionante por el sujeto de nueva formación que ha perdido su relato histórico y categórico: ya no es campesino, ni plebeyo, ni proletario… Hasta la palabra ciudadanos está tomada por un lado del espectro político. La disputa por la apropiación de estas palabras pertenece al terreno de la filosofía política, lo que pretendo es escenificar la disputa. Conceptualmente es una aspiración ambiciosa, pero materialmente creo que es humilde porque incluye desde especulaciones superficiales hasta las reflexiones de Ranciere. Todos están situados a la misma altura. Es el lector quien tiene que posicionarse.

lunes, 18 de julio de 2016

OSCUROS Y MARAVILLOSOS

Artículo publicado por J. Albacete en EL OBSERVATORIO de la revista Foros XXI (Julio 2016)

J. Albacete

Con esos términos define Sergio Chejfec los libros de Carlos Ríos, el prodigioso escritor argentino que hace por fin su entrada en España de la mano de Contrabando

 A veces no resulta fácil explicar por qué determinados escritores esenciales de nuestra lengua tardan tanto tiempo en entrar en el mercado español. La verdadera respuesta debe estar en el viento, como diría Bob Dylan, porque ateniéndonos a criterios puramente terrenales no cabe sino preguntarse si la industria editorial española se ha hecho ya tan "conservadora" que  no está dispuesta a jugarse el tipo por ningún escritor que no figure de antemano en el casillero de "suficientemente comercial". 

El caso de Carlos Ríos es como mínimo sorprendente porque sus libros despiertan verdadero interés en Argentina (¿quizá el mercado literario más avanzado de nuestra lengua?) desde hace muchos años, mientras sigue siendo un auténtico desconocido en España. Quizá el motivo para ello no sea otro que el que se deriva de  esas dos palabras elegidas por Sergio Chejfec para definir los libros de Carlos Ríos: ese "oscuros y maravillosos", que despiertan sin duda una atracción salvaje sobre el lector menos adocenado, mientras que siembran el pánico sobre aquellos que exigen a la lectura simplicidad, comprensión y evidencia, que el texto no les rete, ni les interrogue, ni les conduzca a territorios ignotos, y sobre todo que no les obligue a pensar.

Por todo ello no cabe sino saludar la iniciativa de Ediciones Contrabando de comenzar a introducir en el mercado español a un autor que, sin duda, está llamado a ser un referente literario en muy poco tiempo.
El libro publicado incluye dos textos muy diferentes, pero que acaban configurando un interesantísimo díptico que ilustra bien el peculiar sistema narrativo de Carlos Ríos, escritor "de la Costa", nacido en Santa Teresita (Buenos Aires, Argentina) en 1971, autor de numerosos libros de poesía y también de novelas y relatos, que residió varios años en México antes de volver a su país, donde, entre otras cosas, integra el consejo editor de la publicación digital BazarAmericano.com y coordina talleres de literatura en cárceles bonaerenses.

El primer ingrediente del libro es Manigua (2009), novela de apenas 60 páginas, y verdadero hit del autor. Como afirmaba el gran crítico Oliveiro Coelho, en Los Inkorruptibles, "Cada tanto aparecen novelas que rompen silenciosamente con algunas convenciones narrativas, sin subrayar su propio experimentalismo ni escenificarlo en un ámbito que no sea el esctrictamente literario. Manigua tiene la cualidad extraña de ciertos relatos cuya singularidad radica en la naturaleza -o en la ausencia de artificio- con la que presentan el acto de narrar".
Situada en un tiempo impreciso (un presente ambiguo o un futuro indefinible) y en un lugar indeterminado (África es el escenario más plausible), Manigua relata un viaje iniciático destinado a cumplir un inexorable mandato paterno: Apolon debe conseguir una vaca para sacrificarla en el nacimiento de su enésimo hermano o morirá de sed atado a un palo. En un plano paralelo, la novela se hace eco del diálogo de Apolon con su hermano, ya gravemente enfermo y a las puertas de la muerte, sobre las vicisitudes de aquel viaje increíble, que discurre entre pavorosas guerras de clanes, epidemias de peste, hambrunas y saqueos, atravesando desiertos o en una ciudad de plástico y cartón.
"Con su concentrado lirismo y su brevedad -dice Gabriela Cabezón en la Revista Ñ-   Manigua se anima a mucho: desarrolla una hipótesis poética del apocalipsis, de los últimos desastres, de la desintegración de la cultura en un mundo posatómico, analfabeto, que ha vuelto a la oralidad y a los mitos propios de la prehistoria, como si la cultura se cerrara volviendo a los orígenes. Y genera imágenes de desoladora belleza, en las que conviven basurales con mandatos tribales y tecnología de punta con guerra de clanes".
La novela discurre a la vez sobre un suelo mítico y una esfera de absoluta cotidianidad, remite a viejos imperativos tribales y a modernas migraciones cataclísmicas, integra usos y costumbres ancestrales con la aparición de móviles o artefactos hospitalarios actuales. Disuelve e integra el tiempo, formando un espacio narrativo único en que pasado, presente y futuro diluyen sus excluyentes fronteras. Y comprime asimismo el espacio a un territorio tan ignoto como reconocible.
Escrita de forma fragmentaria, como si se tratase de un diario poético, Manigua como reflexión sobre la disolución, sobre la aniquilación, "nos brinda un lugar desde donde pensar el mundo".

Un extenso y extraño relato del año 2012 (El artista sanitario) completa este extraordinario díptico con el que Carlos Ríos hace su irrupción literaria en España, de la mano de Ediciones Contrabando. 

sábado, 18 de junio de 2016

PRÓLOGO DE SERGIO CHEJFEC PARA "MANIGUA - EL ARTISTA SANITARIO" DE CARLOS RÍOS

Prólogo
Sergio Chejfec


Si basado en los rasgos de su escritura uno jugara a asignar oficios a los escritores, a Carlos Ríos le cabría el de relojero. Aun cuando sea un trabajo en desuso, más bien precisamente por eso, la baja población del oficio no habla tanto de una tarea asumida por pocos como de esa condición fuera del tiempo normal, ensimismada, que se adivina en quien se vuelca hacia adelante por el peso de su monóculo. Voy a tratar de explicar brevemente este símil que encuentro entre Ríos y los relojeros. En primer lugar, sus textos son acotados aparatos de precisión. Cuando digo aparatos no quiero sugerir que sirven para algo más que para ser leídos, y sin embargo funcionan como si fueran imprescindibles para dar forma a aquello que recogen de alguna dimensión de la realidad y que hasta ese momento no se veía --y por lo tanto, uno cree, estaba y no estaba--. ¿Cómo funcionan esos artefactos? Según sus propias reglas: un mecanismo de mención de las acciones, unas contiguas a las otras organizan así un cuadro funcional, al igual que esas máquinas cuya utilidad no se pone enseguida de manifiesto, como los juguetes. En segundo lugar, así como un relojero no relata el tiempo sino que asigna esa tarea a su creación, Ríos no cuenta directamente lo que sus relatos describen sino que se pone un poco por encima de ellos, como si de otro modo corrieran el riesgo de tornarse falibles. Ríos ve el cuadrante (la página), las agujas (los personajes), las marcas de las horas (lo contingente) y decide mencionar lo que ocurre antes que prestarle alguna voz. Luego se asoma a la parte de atrás, el llamado mecanismo, y lo regula de modo que funcione con parsimonia, a una misma velocidad, siempre.
Carlos Ríos
En tercer lugar, las historias de Ríos parecen pertenecer a un tiempo profano imposible de conjugar en pretérito, presente o futuro. Tienen un aliento del pasado, tal como es propio de todo reloj atribuirse un mismo funcionamiento inmemorial aun cuando sea recién fabricado. Imagino la voluntad de Ríos como la de una deidad sin nombre que actúa a favor de la sincronización, de las tragedias sublimadas por la simultaneidad, del continuo presente que nos convierte en sísifos de aquel otro reloj --el de la prolija y cruel historia--, que ha dejado de socorrernos y en donde se resumen como una letanía todos y cada uno de los dramas del pasado.


martes, 3 de mayo de 2016

Entrevista a Jesús Zomeño por Ginés J. Vera

Entrevista de Ginés Vera a Jesús Zomeño publicada en el blog "Maleta de libros"2 de mayo de 2016


Este año de celebraciones literarias recalo en un autor que acaba de publicar un libro de relatos con un tema de fondo no de celebración, pero si de reflexión al cumplirse un siglo del final de la Primera Guerra Mundial. En "De este pan y de esta guerra" (Contrabando, 2016) no hay relatos de guerra propiamente dichos, como el propio autor nos desvela. Destaco también otra curiosidad. El libro incluye ilustraciones del vallisoletano Fernando Fuentes (Miracoloso) quien (y he aquí lo curioso) ha ilustrado, entre otras obras, una titulada ‘Duelos y quebrantos’ que ineludiblemente me ha evocado otra de los conmemoraciones de este 2016, el del fallecimiento de Miguel de Cervantes. A continuación la entrevista que tan amablemente me concedió Jesús Zomeño, agradecido.

Siendo un especialista en la Primera Guerra Mundial y un coleccionista de objetos de aquella época, según leo en el prólogo, la cita con la literatura era más que obligada en este 2016 cuando se cumple un siglo de aquella contienda.

En 1916 es cuando se producen las dos batallas más sangrientas y absurdas, la de Verdún y la del Somme. También es cuando los soldados pierden el orgullo y esconden la cabeza en los cascos de acero. Comenzaron la guerra con sus gorros ligeros, pero en 1916 se generaliza el uso de los cascos. El soldado aceptaba su condición de máquina, la guerra pierde su ideal y el hombre muestra que tiene miedo. 

Me han llamado la atención los dibujos que acompañan a los relatos, de Miracoloso, en blanco y negro para reflejar, cuando no remitirnos a la dureza de esa Primera Guerra Mundial

Mi cita con Fernando Fuentes (Miracoloso) era algo que dependía más del destino que de la lógica. Tenemos mucho en común, la primera vez que hablé con él fue hace más de quine años, no nos conocíamos pero lo llamé por teléfono y estuvimos más de una hora hablando. Sus ilustraciones tienen mucha fuerza y son inquietantes, como si se dirigieran directamente al espectador para advertirle de un mal. Personajes siniestros que advierten de que se han convertido en siniestros por la guerra.

También, y aquí leo en la nota preliminar, que estos relatos tienen cierta relación con una obra suya publicada en 2014, no tanto como continuación sino más bien como antecedente de aquella.

Si, en el año 2014 publiqué “Piedras negras” (Editorial Lengua de Trapo). Para ese libro comencé algunos relatos que entonces me resultaron demasiado ambiciosos, historias que no supe explicar y que quedaron tiradas por los archivos del ordenador, sin acabarlas. Por eso digo que necesité escribir un libro entero (“Piedras negras”) para poder escribir luego estos relatos. El primer libro me ayudo a madurar y sintetizar lo que de verdad quería expresar en relatos como “Dos dientes de oro” En este cuento quería expresar cómo la mezcla de ignorancia, imaginación y optimismo se podían abrir paso en la guerra. Presenté al personaje y lo definí en el año 2006, pero no podía imaginar cómo terminaba su historia. En el año 2014 volví al personaje, primero lo distancié del lector y lo convertí en grotesco sin restarle ingenuidad, por eso lo hice cazador de ratas en las trincheras; luego lo empujé un poco más y lo dejé sonriendo en la mayor de las fatalidades, camino de Auschwitz en la Segunda Guerra Mundial.

Si hay una voz narrativa que predomina en estos relatos es la de la primera persona, la del narrador que cuenta casi a modo de diario, mostrando una realidad intimista a pesar de que según el protagonista de ‘El urinario’, ‘Las personas cuidamos nuestra intimidad con demasiado esfuerzo’.

En el fondo son retratos psicológicos, reflexiones acerca de cómo resistir la guerra y cómo ésta termina afectándonos. Por eso el contenido puede universalizarse ¿Cómo resistimos la adversidad? Terminamos afrontando la crisis económica, la enfermedad, la vejez... ¿cómo lo hacemos? Supongo que en estos relatos y en el anterior libro “Piedras negras” busqué la respuesta.

Coméntenos esa frase del protagonista de ‘Una ciudad en la India’ al afirmar que ‘solo la belleza nos redime y a ello nos aferramos por encima de todo. (…) para que nos distraiga del horror que vivimos’.

Es un mecanismo de defensa. El relato trata de un soldado que hace lo que tiene que hacer, cumple con su deber, mientras piensa en otra cosa. El soldado tamiza toda la crudeza de un ataque enemigo, busca en todo momento camuflar el horror con la belleza, sustituir un hecho por un recuerdo hermoso, para superar lo que no podría soportar sin esa imaginación. Aquella ciudad de la India en la que piensa es como la Itaca de Kavafis, pero en este caso el viaje es el horror y la referencia del destino final, Itaca, sospechamos que es inalcanzable.

A pesar de ese horror he querido ver en los protagonistas de estas historias cierta gratitud, acaso cierta aceptación del destino; en ‘Después del ataque’ el protagonista dice: ‘Acepto la fatalidad como los soldados cuando suena el silbato y saltan fuera de la trinchera’.

Si, supongo que después del horror desarrollan sus mecanismos de defensa y luego, al final, se trivializa todo por la costumbre y surge la normalidad y el optimismo. Me gusta creer que el ser humano es optimista por naturaleza. En el relato “El urinario” el empleado de un urinario se lleva consigo a la guerra el plato de las propinas porque siempre espera “de la vida recoger algo por lo que estar agradecido”. A pesar de lo vergonzoso que pudiera parecer su trabajo, el lo describe con elegancia y afecto hacia sus clientes, por eso se lleva el plato de las propinas, porque más allá de su urinario en Dublín él espera siempre que la vida le siga dando propinas, esté donde esté.

Hay una buena dosis de metaforización, de costumbrismo más allá de la primera impresión para quien crean que son relatos bélicos o sobre la guerra, pues hay más de supervivencia, de melancolía vital, cierta nostalgia del tiempo o tiempo de nostalgias.

Los personajes del libro son víctimas de las circunstancias, víctimas de la historia que otros escriben y ellos simplemente sobreviven, con sufrimiento, artificio y optimismo. La guerra de trincheras les ha demostrado que su vida no tiene valor y ellos lo han aceptado, pero lo aceptan renunciando a las cosas importantes y sustituyéndolas por otras cosas sencillas que para ellos empiezan a ser más importantes. Así, el soldado que se relaja viviendo en una escalera, donde no sufre ni tiene miedo, sube o baja sin miedo a equivocarse porque puede volver a subir o volver a bajar; por eso decide pasar su semana de permiso en la escalera de un edificio abandonado, no quiere nada más para estar tranquilo y ser feliz. El personaje de la escalera, se ha convertido en un hombre que renuncia a su historia, a volver a casa, donde podrían pasar muchas cosas, y se conforma con la calma y el equilibrio mental después de todo lo que ha vivido.

Por encima de la ficción, la columna vertebral de verosimilitud es esa Primera Guerra Mundial, aunque también se asoman otras pinceladas de veracidad al nombrarse el atentado de Sarajevo, el hundimiento del Titánic o a ese pintor austriaco sin talento llamado Adolf Hitler.

Las referencias históricas que hacen los personajes suelen tener un carácter simbólico y triste, porque mis personajes son antihéroes. En el relato “Naranjas” el protagonista es un soldado que está en la trinchera y recuerda que su amada se suicidó el mismo día del atentado de Sarajevo y reflexiona: “Pobre Sophie, su muerte no tuvo tanta trascendencia”. La referencia a Hitler es el efecto mariposa, un coche que pasa y unos niños que humillan a un hombre y eso le hará perder el valor y desencadenará años después la tragedia más terrible del siglo XX.

La literatura se nutre de literatura, más allá de ese personaje en ‘Central Line’ al que le gustaban los relatos del ‘Strand Magazine’, si se nombran a grandes escritores como a Victor Hugo, Dostoievski o Dickens. ¿Otro guiño de la presencia inexcusable de la literatura hasta en tiempos tan oscuros?

Constantemente se mezcla la realidad y la ficción. Creo que mis personajes saben que ellos mismos son criaturas literarias y juegan con esa ambigüedad. Por eso, cuando los personajes hablan de la ficción, están hablando de algo que es igual de real que ellos. Para sobrevivir no importa ser mentira. En el fondo, la guerra resulta increíble para los soldados y terminan inventando argumentos para sí mismos. De todas formas, mis personajes no son intelectuales, más bien al contrario, muestran su devoción y todo su asombro, por ejemplo, con un abrelatas. Como explica el personaje: “Nadie hubiera imaginado que en la guerra ocurrirían estas cosas, que la mayor preocupación fuese un abrelatas, pero ahora me doy cuenta de que la guerra está plagada de cosas insignificantes y absurdas”.



jueves, 25 de febrero de 2016

“DE ESTE PAN Y DE ESTA GUERRA” DE JESÚS ZOMEÑO, POR FRANCISCO GÓMEZ

Publicado el 13 de febrero de 2016 en el blog Frutos del tiempo.

La trilogía de la Gran Guerra, según Jesús Zomeño. 100 años nos contemplan
DeEstePan-web“Me atrevo a decir que “De este pan y de esta guerra” es el libro más acabado de Jesús, el más unitario, y el que más a fondo y mejor introduce al lector, si se me permite el neologismo, en el universo zomeñesco. Es también su libro más personal. Un asombroso examen de conciencia de un autor que no deja de explorarse. Resumiendo les diría que estamos ante un libro de una intensidad tan directa e inmediata que se diría casi física”. Así habla Juan Lozano, prologuista de la última obra del escritor y poeta, Jesús Zomeño sobre el principio originario de una trilogía de obras ambientadas en la Primera Guerra Mundial, hace ya 100 años, cuando esta guerra es el escenario para presentar el retablo de la condición humana que nos plantea el escritor en las entregas “Cerillas Mojadas”, “Piedras Negras” y ahora “De este pan y de esta guerra”, editada por Contrabando de Valencia.
    El acto se celebró en la tarde del 11 de febrero en la librería amiga de Ali-i-Truc con presencia del editor, Manuel Turégano, y el presentador de la obra, el poeta Javier Cebrián y el propio autor, Jesús Zomeno (Alcaraz-1964) con nutrida presencia de público, entre ellas la edil de Cultura del Ayuntamiento de la “city” de Elche, Patricia Maciá. Hay que reconocer que Jesús Zomeño tiene tirón entre unos lectores que ha consolidado. Más aún, me atrevo a asegurar (no es la primera vez que lo hago) que será uno de los escritores que viven y escriben en Elche que quedará en la historia de la literatura no sólo local. Muchos caerán por los desagües del olvido, pero Jesús Zomeño no. Al tiempo.
El editor de Contrabando, Manuel Turégano, que dirige una nueva editorial valenciana desde 2013 declaró su “amor, cariño y vicio por la literatura. Siempre he sufrido el “mal de Montano”, el mal de la literatura”. Zomeño reúne el perfil del “contrabandista”. Me convertí en un devoto más de sus relatos. Por su concisión y exactitud con una prosa cruda y aire poético concentrado. Es un escritor con mayúsculas, venda más o venda menos”.
El presentador del libro, Javier Cebrián apuntó que Jesús Zomeño fue su primer editor. “Siempre lo he conocido como poeta y narrador. Jesús es peculiar y con sus relatos y poemas se ve”.
Cebrián, buen conocedor de la obra de Zomeño, subrayó que estamos ante el tercer libro de la trilogía de la guerra del universo de Jesús, “pero éste es el originario. El más acabado, personal, el más unitario. Lo importante de este libro no es la guerra. Es una auscultación de la condición humana. Puede convertir en parodia, en grotesco el sufrimiento, el miedo, la muerte cuando el hombre intenta sobrevivir. Jesús nos cuenta, nos introduce en la historia. Parece que él haya estado en las trincheras.
El poeta destacó que tiene un grupo de 10 ó 12 relatos “magistrales. Lo menos importante es la guerra. Detalla la condición humana; heroica por su cobardía y el menosprecio por la vida del otro. Además de conmover, nos perturba”.
Que hable por fin el protagonista, el autor de “De este pan y de esta guerra”. Zomeño desvela algunas claves: “es un libro a mitad de camino entre la prosa y la lírica. La guerra no es la protagonista pero es fuente de optimismo porque los personajes siguen adelante.  El ser humano siempre crea un mecanismo de defensa frente a lo que ve, lo que siente, lo que le sucede. He dado un paso dentro de ese heroísmo y la guerra se convierte en un mecanismo de defensa, también con su voz irónica.
El autor de “Lengua azul” leyó algunos pasajes de los relatos de su nuevo libro, con ilustraciones de Miracoloso como “El urinario” (Dublín, 1916), año crucial de la Gran Guerra, “El queso” o “La escalera”, una de las historias que más le costó escribir, como él mismo reconoció.
Leer a Jesús Zomeño es la aventura al conocimiento del interior del ser humano y sus mecanismos de defensa frente a la adversidad, el desaliento, la soledad, la incertidumbre y la muerte, condimentado con las dosis de optimismo de sus personajes que quieren salir adelante en este oficio de vivir.

jueves, 11 de febrero de 2016

"LA DÉBIL MENTAL"


Manuel Turégano

En su segunda novela, la escritora argentina radicaliza su propuesta narrativa, olvidándose del mercado y apostando por la literatura con mucho valor


Esta es la segunda vez que me ocupo de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), uno de los valores más prometedores no solo de la literatura argentina, sino de la literatura con mayúsculas. La primera vez fue hace dos años, tras la publicación en España de Matate, amor (Lengua de Trapo, 2012), una novela cuya intensidad narrativa y empuje poético dejaban al lector sin aliento, anonadado, como si hubiera sufrido un inesperado y violento crochet en el mentón. Desde la primera escena (con esa madre que cuchillo en mano acecha al marido y al hijo tras unos arbustos), se nos prepara para escuchar la voz atormentada, insaciable e imperiosa del deseo, ese fuego oscuro y devastador que se muestra aquí, no en su versión algodonosa y edulcorada, tampoco en la zombi o vampiresca, sino como un carbón encendido que busca sólo lo extremo: posesión o aniquilación, locura o muerte. Con un lenguaje denso, hiriente, sin ninguna concesión, Harwicz desplegaba un territorio familiar, pero lo habitaba con fieras. Lo salvaje definía el contexto y adensaba la trama. Ariana apostaba por llevar las cosas al límite, porque el empuje del verdadero deseo es ilimitado.
Con aquella novela, Ariana Harwicz acotó ya un terreno narrativo propio, inhóspito pero esencial. Y dejó abierto un interrogante: en un mundo en el que la literatura es cada vez más conservadora, arriesga menos, huye despavorida de las tentaciones vanguardistas y busca, antes que nada, complacer y deleitar al lector (aunque sea con un gran drama, incluso mejor con un gran drama que con una divertida comedia), en un mundo así, ¿qué rumbo cabía esperar de una autora que había emergido a la vida literaria como una autista frente a las demandas de ese público, como una kamikaze, que en vez de mimarlo y arrullarlo, se lanzaba directa a morderle en la yugular? ¿Sería tan suicida de enfrentarse a las sacrosantas demandas del mercado editorial? ¿O, después de un lanzamiento "radical", comme il faut, replegaría velas y volvería, cabizbaja, a la "normalidad"?
La respuesta no se ha hecho esperar, y ha sido tan rápida como fulminante. En vez de adocenarse y bajar el listón, en su segunda novela, La débil mental (Mardulce, 2015), Ariana Harwicz radicaliza aún más su propuesta estética, añadiendo una dosis suplementaria de intensidad, poesía, fragmentariedad, pasión, lucidez y locura, hasta destilar un texto de una densidad casi insoportable. Un texto que no alcanza siquiera las cien páginas, con unos generosos espacios en blanco entre fragmento y fragmento, para que el lector pueda respirar, y en el que se dilucida una relación "casi animal" entre una madre y una hija, que muy poco o nada tiene que ver con lo que la tradición ha escrito sobre una "relación filial".
Madre e hija, poseídas por un idéntico e insaciable deseo, pugnan a lo largo de estas escasas páginas por construir/destruir una relación imposible, en la que una y otra están unidas por un cordón umbilical, un vínculo en carne viva en el que la sangre circula en ambas direcciones, porque como afirma la madre en un momento de su delirio: “Yo te parí, pero vos me podrías haber parido igual”. Una relación de amor/odio, de una intensidad insufrible, en la que madre e  hija comparten y se disputan el placer, los hombres, el whisky, los juegos, las amarguras y la desazón. Dos seres explosivos, ajenos a todo orden social y sentimental, que muestran a través de destellos luminosos e hirientes la voz de sus conciencias desgarradas, voces que a veces ni siquiera podemos distinguir, pues no sabemos con certeza quién habla, si la madre o la hija.
"Madre e hija -dice Isaac Rosa en Babelia- viven en una montaña rusa que por abajo toca el infierno y por arriba la tormenta, mediante rápidas estampas y desgarros de memoria, todo narrado en un tono febril, borroso, como una borrachera".
Como ya ocurriera en Matate, amor, no se trata tanto de mujeres perdidas en la locura (lo que podría ser incluso consolador para el lector), sino de seres acorralados, desquiciados,  heridos, con heridas tan profundas que nunca se sabe si van a responder con un beso o una cuchillada. Seres que viven la maternidad o la infancia como abismos inconmensurables en lo que se despeñan sin remedio ni solución.

Quizá para entender mejor qué hay en verdad en el sótano de la narrativa de Ariana Harwicz sea interesante traer a colación su respuesta a una entrevista hecha en 2013 por Fernando Blanco, con motivo de la publicación de un texto inclasificable, escrito por Ariana en colaboración con Sol Pérez: Tan intertextual que te desmayás (Ediciones Contrabando, 2013). A la pregunta: No debemos, si nuestra pretensión es la de seguir perteneciendo al honorable sector de las personas serias, pasar por alto la cuestión del vampirismo: “mi deseo por vos me ahoga, me acecha, necesito tu sangre”. ¿Es el artista por extensión un vampiro que clava sus colmillos en la garganta de aquello que sin saber muy bien en qué consiste denominamos realidad? Ariana responde:
"El arte está hecho de vampiros y la pasión amorosa no existe por fuera del canibalismo. El cuerpo humano está mal hecho, sin lugar a dudas es un error de cálculo, de concepción o alguien se distrajo en el corte final. Uno debería poder comerse una y otra vez al objeto de su pasión y que el cuerpo vuelva a regenerarse para poder volver a ser deglutido. Eso de “hacer el amor” o del sexo es una migaja, un consuelo, al lado de lo que el dramaturgo creador debería habernos ofrecido en el menú de lo humano. Lo mismo con el arte. Morder, desgarrar, hincar, devorarse, sí, todo eso. Clavar los colmillos en la realidad o en el objeto de estudio que sea con el que trabaja el autor. La realidad me parece un plano más de entre tantos otros".
No es sino desde una concepción así del deseo, del amor, de la realidad, de lo humano, que uno puede acercarse a la obra de Ariana Harwicz. Una obra perturbadora, inquietante, que bebe de las mejores tradiciones (Virginia Wolf, Sylvia Plath, Jelinek...) y que se nos presenta ante los ojos con un vigor y una originalidad aterradores.

La débil mental se ha publicado en España de la mano de la editorial argentina Mardulce, un joven sello independiente, que de este modo desembarca en nuestro país, realizando así el viaje inverso al habitual (hasta ahora lo "normal" es que las editoriales españolas desembarcaran en Argentina). En ese mismo sello, podemos disfrutar asimismo de El viento que arrasa, de Selva Almada, otra joven escritora argentina de enorme talento.

viernes, 8 de enero de 2016

XIMO AZAGRA: "EL RELATO SUELE TENER UNA DENSIDAD E INTENSIDAD MAYORES QUE LA NOVELA"

Entrevista a Ximo Azagra publicada en Valencia Noticias el 17 de diciembre de 2015.
El Péndulo | Redacción.- ‘Arrepentimientos, incisiones, pigmentos e incógnitas’: sí, así de largo y enigmático es el título de esta inquietante colección de relatos. El libro apareció en marzo de 2015 y, tras presentarse en la Librería Ramon Llull, en la Feria del Libro de Valencia y en la galería de arte Imprevisual, se agotó rápidamente. Ahora Ediciones Contrabando acaba de poner en la calle una nueva reimpresión. Por ese motivo hablamos con su autor: Joaquín María Azagra CaroXimo Azagra para los amigos, un economista que ejerce actualmente como científico del CSIC en la UPV, a la par que escribe relatos y, de vez en cuando, dirige cortometrajes.
Conviene destacar, antes de iniciar la conversación, que el libro lleva un prólogo del escritor valenciano Vicente Muñoz Puelles, y que la ilustración de la cubierta es obra del pintor cordobés, afincado en Valencia, Miguel García Cano.
Joaquín María Azagra Caro es, además de economista, escritor y director de cortos.
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Joaquín María Azagra Caro es, además de economista, escritor y director de cortos.
Esta es tu primera compilación de relatos publicados. Esto implica una selección, hecha por ti, entre un conjunto más amplio de relatos ya escritos, alguno de los cuales fueron premiados. ¿Desde cuándo esta dedicación tuya al relato corto?
Desde niño, solo que de uvas a peras. Recuerdo haber ganado concursos en el instituto. Pero de forma más sistemática, diría que desde los veinticinco años.
La elección del relato como forma narrativa, ¿tiene algún significado especial para ti?
A diferencia de la poesía, en la que el autor sabe interpretar inmediatamente lo que quiere decir, la narrativa obliga al uso de máscaras que el propio autor debe interpretar. Eso establece un juego muy atractivo, porque a través de la reescritura se debe afinar el discurso. Además, el relato suele tener una densidad e intensidad mayores que la novela, lo que me hace sentir cómodo.
El cuento aún se concibe entre nosotros como algo que requiere menor esfuerzo y es más fácil y rápido de hacer que la novela. ¿Qué piensas de esto, crees que todo se reduce a un asunto de esfuerzo y comodidad?
Los escritores se decantan por lo que les surge con más espontaneidad: novela o relato. Son igualmente difíciles y, mientras se va por libre, cada uno hace lo que prefiere. Por qué los lectores prefieren la novela es otro cantar. Quizás porque les permita una lectura más fluida, comparada con una compilación de relatos, que requiere parar y volver a reubicarse con cada nuevo texto.
Arrepentimientos…, contiene cinco relatos, con una estructura muy definida de la que hablaremos después. ¿Cuál dirías que fue el criterio o los criterios principales que utilizaste para hacer esta selección en particular?
Su temática y sus referencias comunes. Tratan sobre la identidad, lo insustancial de la vida, los problemas de comunicación…, y beben de fuentes como la narrativa gótica, el relato fantástico surrealista, la corriente del existencialismo o la técnica del narrador no fiable.
El libro está configurado con una singular simetría. Hay dos relatos más largos al principio y al final y otro en el centro, un poco más corto: en los tres la pintura desempeña un papel central. Y entre estos tres hay dos relatos que tienen la forma de un diario. ¿En que sentido esta simetría es deudora de tu formación (y de tu trabajo) como científico? ¿O todo es casual?
El gusto por la estructura está por debajo tanto de la simetría del libro como de mi profesión de científico. Los tres relatos sobre pintores están más centrados en la relación entre el artista y el artesano; los dos relatos sobre diarios, en la metaliteratura. Intercalarlos en función de su temática y extensión estaba pensado para potenciar los toques de originalidad, enganchar y procurar evasión, a sabiendas de que también pido al lector que busque segundas lecturas.
Empecemos por el centro y no por la periferia. En el corazón del libro hay un rubí: el relato ‘Gracias a mí’. ¿Cuál dirías que es el núcleo temático de este cuento, que inquieta y estremece a la vez? ¿Nunca temiste que se malinterpretara la violencia que hay en él?
Es el relato que provoca las reacciones más opuestas: fascina o resulta repulsivo. En su germen estaba mi voluntad de tratar una temática social, como el maltrato de género, pero desde una óptica sobre la que resultara difícil posicionarse: la de un individuo que sufre. Un referente claro es ‘Lolita’ o, si me apuras, ‘La naranja mecánica’, trasladados al contexto del proceso de creación artística.
Ahora que mencionas ese contexto, el de la creación artística: ese un tema bastante recurrente de tu narrativa y, sin duda, un tema mayor de la mejor literatura de nuestros días. Pero no es fácil enhebrar en un relato una historia y ese tipo de reflexión. ¿Nos das la fórmula?
A una fórmula en literatura se le puede dar buen uso para hacer metaliteratura; para otros usos con aspiraciones creativas, mejor dejarse llevar. Para hablar sobre el proceso creativo, me ha servido el tema del conflicto entre artista y artesano, para el que tomo como referentes ‘Narciso y Golmundo’ o ‘El artista torturado’ en literatura, o ‘Amadeus’ y ‘Jennie’ en cine.
Portada del libro.
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Portada del libro.
El relato inicial, ‘El último óleo sobre lienzo de M.’, tiene una estructura diferente: hay muchas peripecias, múltiples personajes, un auténtico guión interior…, ¿Podríamos definirlo como un relato cinematográfico, algo que por otra parte lo vincularía a tu actividad como director de cortometrajes?
Ese relato es un intento de acercarme al manejo de elementos del superventas: suspense, retrato de los entresijos del poder y cierta recreación histórica con personajes acaso reales de por medio. De por sí, hay más acción y es algo cinematográfico. Pero la importancia del discurso interno en la evolución de los personajes y la aplicación de ciertas técnicas literarias alejan el relato del lenguaje del cine.
Los dos relatos que tienen la forma de diario indagan aspectos relacionados con la identidad y sus mutaciones, a la vez que nos muestran personajes obsesivos o al borde del desquicio. ¿Qué función desempeñan estos relatos en el conjunto del libro? ¿Son un contrapunto de los otros o tienen vínculos?
En estos dos relatos, los narradores, que son los supuestos autores de los diarios, dudan de si efectivamente lo son: a una le extraña que haya sucedido lo que está escrito, puesto que recuerda otra cosa; otro está convencido de que los diarios están siendo rescritos por otra persona. Se convierten, en definitiva, en narradores poco fiables. Y eso es, de un modo u otro, lo que también encuentra el lector en los relatos sobre pintura.
Arte y artesanía, artista y artesano. ¿El escritor debe compaginarlos u optar entre uno y otro? ¿Qué es para ti, en última instancia, el trabajo literario?
A muchos nos gusta repetir esa frase atribuida a Dalí de que la inspiración, mejor que nos pille trabajando. A veces me parece una florida manera de decir que cada uno hace lo que puede. La diferencia entre arte y artesanía solo se puede abordar bajo muchos supuestos simplificadores, que permitan darle tensión dramática. De lo contrario, es como perderse en un grabado de Escher y su juego de perspectivas imposibles.
Coppola dijo el otro día que el cine no sirve para cambiar el mundo. Si todo va a seguir igual, ¿para qué seguir escribiendo?
Fue cuando le concedieron un premio por su carrera, tras haberle recibido con la música de ‘El Padrino’, o sea, con algo que hizo hace más de cuarenta años, ¿verdad?
Sí, así es, y al parecer el mundo sigue en manos de los mismos gánsteres, creo que piensa. Si no cambiar el mundo, ¿la literatura nos permite conocerlo mejor?
Creer que se puede conocer el mundo implica que hay alguna realidad, y eso está por ver. Si te refieres a que la literatura nos puede dar alguna idea sobre lo observable, en efecto, puede ayudar a que nos sumemos a algún cuerpo aceptado de convenciones.
Tus relatos tienen una virtud innegable: dejan siempre un poso de inquietud en el lector. Colocar al lector ante sus dudas, sus incertidumbres, sus miedos… ¿es ese el sentido último de tu escritura?
Probablemente para mí lo sea, aunque el lector no tiene por qué quedarse con eso. También puede tomarlo como un momento de evasión, darle lecturas más amables o, por el contrario, más terribles que a las que le inducirían sus propias inquietudes.