Con motivo de la presentación
del libro “Tan intertextual que te desmayás”, de Ediciones Contrabando,
Fernando Blanco ha entrevistado, a tumba abierta, a Ariana Harwicz, coautora,
junto a Sol Pérez, de este inclasificable texto.
Hola Ariana, si te parece bien, dejemos las cosas
claras desde el principio: ¿por qué, tal y como está el mundo, elegir la pluma
en vez de un potente lanzallamas o un fusil ametrallador?
La mejor pregunta que me hicieron en mucho tiempo.
La respuesta puede que desilusione.
No sé.
Últimamente vi varias películas con ese tópico, una
japonesa post Tsunami, otra bien americana, otra parisina sobre gente que
decide salir a matar a todos los imbéciles que se cruza con el objetivo, no
poco cruento, de mejorar en algo este mundo. Todos fracasaron. Se sabe. Se
pierde de antemano. Tal vez por eso matar escribiendo. Aunque se sepa también
que se pierde. Al menos no está tan mal visto socialmente.
Matar escribiendo, suena perfecto, aunque tal y
como entiendo que tú lo entiendes se trataría, sobre todo, de resucitar a los
vivos y asesinar a los muertos… El deseo, nuestro trágico héroe, atraviesa como
flecha en llamas las páginas de Tan intertextual… ¿Cómo se puede hablar
de deseo, de la electricidad que recorre la médula espinal de esa pantera
agazapada en el centro de una jungla perfumada de sangre? ¿No se necesitaría un
lenguaje nuevo, anterior a la invención de la palabra?
Sí. Se necesita un lenguaje nuevo anterior o posterior
a la invención de la palabra. O algo mezcla de silencio y lenguaje. U otra
cosa. No sé cómo se nombra el deseo. Romper las palabras, todo eso de alterar
sentidos y sintaxis es poco. Algo más. Siempre pienso que escribir es algo más.
Totalmente de acuerdo. Sólo merece la pena escribir
si se está dispuesto a ese algo más, traiga las consecuencias que traiga.
(Melville hablaba de bajar al fondo del mar y subir a la superficie con los
ojos ensangrentados). Pero el camino que conduce al sitio donde adquiere nombre
y lengua propia para expresarse está plagado por siglos de trampas. Subvertida
la voz de la bestia por las obscenas manipulaciones de la conciencia y sometida
a los intereses del poder mediante argucias lingüísticas construidas en base a
lo que Deleuze llamaba significantes despóticos, ¿no sería únicamente
admisible, a la hora de los reconocimientos, el grito, el gruñido, el alarido
primordial o simplemente, como la Santa Teresa de Bernini o El San Juan de
Leonardo, el más estricto, solemne y aterrador silencio?
Si pegarse un tiro es de algún modo equivalente a
callarse ya hay una enciclopedia entera con los suicidados, pienso en Pavese,
uno de entre tantos que elige meticulosamente la noche del 26 al 27 en Turín
para matarse y así dar quizás un significado definitivo a su obra, a la realización de la tarea dolorosa de
escribir. (Me gusta la imagen del fusil descargado como la venganza de la vida
para con el escritor). Y Pizarnik, nada nuevo bajo el sol, la relación amorosa
entre el poema y el acto, esa intersección. Pero también callarse en vida,
cerrar la boca y seguir respirando. O el gestus ¿moderno? de renunciamiento a
los 20 años de Rimbaud yéndose de explorador a Etiopía o creando la est-ética
filosófica del mutismo a lo Wittgenstein (todo lo que llamamos problemas
filosóficos son enredos lingüísticos). Wittgenstein dice: "De lo que no se puede hablar hay que callar." e
"Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”, pero hay que
poder…
Otra opción es el modelo de experimento literario
de Beckett, que no hace ninguna de las dos cosas, no se mata en una habitación
de Turín, no deja de escribir pero pareciera que sí, que desprestigia la
palabra, que la fuerza, y entonces su obra es equivalente a ese estricto,
solemne y aterrador silencio.
Aunque esto no es apología del suicidio, y yo tenga
mundanas ganas de seguir viviendo, y viajar a presentar el libro a Valencia,
sí, poéticamente creo que habría que callar.
En vuestro escrito mencionáis como modelo de libro
redactado por la pasión El lirio del valle, en un fragmento del cual,
ante la sumisa resignación de la condesa, Félix reflexiona: “cuando el amor no
llega hasta el crimen es porque todavía tiene límites, y el amor no debe
tenerlos porque es infinito” (¿se puede decir más con menos?). No están los
deseos constreñidos desde antes de nacer para que sólo seamos tristes animales
enjaulados en el deprimente zoo de la civilización, claudicantes y sometidos a
la dictadura del tiempo y a los siniestros designios de los amos del parque que
de vez en cuando nos dan de comer para poder seguir vendiendo entradas, o, por
decirlo en palabras del propio Balzac: “lirios destrozados entre los engranajes
de una maquinaria calculadora y fría”?
Es la misma pregunta antes sobre la escritura y ahora sobre el amor.
Hasta dónde se puede empujar el límite. Cómo se puede matar. Cuál es el
extremo. Creo que la lógica es la misma, reinventar, experimentar, tener la
pulsión de resemantizar. En el libro A dice: “Si algún día un hombre en una
primera cita me preguntara qué página, qué escena, qué fragmento me acompaña,
le diría ahora que la página 179 de El lirio en el valle, edición siglo
XXI, digo, por si el tipo corre a buscarla loco de amor”. Obviamente es
irónico, porque nunca le preguntaron eso, pero esa página 179 está seguramente
toda subrayada y dice: “He comprendido la espantosa necesidad de los amantes de
no volver a verse más cuando ha volado el amor. ¡No ser ya más nada, allá donde
se ha reinado!”. El amor balzaciano abruma. "El amor no es sólo un sentimiento. Es también un arte." Así está concebido el amor en el libro, bajo las
coordenadas de Flaubert, de Wilde. Por eso ellas A y S se preguntan
obsesivamente por la naturaleza del deseo, ellas dicen: “¿Por qué el deseo no es una obra escrita por un
genio? ¿Por qué no hay omnisciencia? ¿Cómo sería el deseo controlado por Chéjov
en el medio del caos de la vida?”. Ellas quieren atribuirle al deseo amoroso las
leyes estrictas del arte, sus coordenadas, su rigor, su sistema de
decodificación, no para no sufrir, para sufrir mejor.
¿No será el deseo precisamente el genio del Faraón que, de vez en cuando
y sin saber nunca por qué, nos utiliza como escribas, funcionarios subalternos
de su sagrado ministerio, para escribirse?...
Por seguir inhalando con Balzac los turbadores aromas de El lirio del
valle, “Quién no habrá experimentado el placer de entenderse de esta
manera, como en una esfera para los otros desconocida y en la que las almas se
salen del lenguaje corriente”. ¿Consiste quizá en entenderse de esta manera lo
que pretende tu modo de concebir la literatura?
Absolutamente sí. El modo de concebir al arte y al deseo. Salirse del
lenguaje corriente. Inmolarlo. Volvemos a girar una vez más sobre el mismo eje
de pensamiento, pero cada vez se cerca más la idea. Solo interesa la
transfiguración. ¿Qué importa si en un libro o en una película vemos a una
pareja besándose en un bar, si es mimético, si no distorsiona, no revela, no
versiona en nada al beso que vemos en una calle cualquiera? En ese caso ese beso
no existe o es todos los besos. No me interesa la carga emotiva por la carga
emotiva, sea del realismo o del surrealismo. ¿Qué importa también en la vida
besarse de esa misma forma, simulada, repetida, copiada de otras, ícono del
ícono, referencia de la referencia? Tengo la sensación de no estar acudiendo a
ningún evento en ambos casos. El beso escrito desde el paradigma no es un beso.
En ese sentido “Tan intertextual que te desmayás” es un libro ovni.
Tiene diccionario propio, universal o críptico o ambos a la vez, pero es una
esfera, un cono en el que dos mujeres, devenidas dos iniciales, A y S, hablan
durante años desde diferentes paisajes. No es metaficción solamente, la
autoconciencia del artefacto. No es intertextual porque citan, porque
entrecomillan, porque abren el libro, sino porque ellas mismas son textos de
textos, su manera de desear a un tipo, o de contar un viaje en bus, todo está
contaminado. Este proceso de publicación debería estar anexado en el libro y
junto a eso esta entrevista y así. Vos citabas al comienzo el subir a la
superficie con ojos ensangrentados de Melville, lo mismo que Kafka, la
literatura es siempre una expedición a la Verdad. Un libro debe ser “un hacha que rompe el
mar helado que hay en nosotros”.
Empezamos por el lanzallamas y el fusil ametrallador. Ahora el hacha
kafkiana y el cuchillo afilado. Escribir es la ecuación tradición + cuchillo.
Parece que hay arsenal suficiente.
¡Oh instante, detente, eres tan bello!, dice Fausto en la obra de
Goethe… ¿Cómo llevas, a la luz de tu “teoría de los cinco minutos”, aquello de
que la eternidad, si es que llega, no dure más que un instante?
“Oh, Dios, deja que algo dure” dice Yeats aún más
pesimista o iluminado. La felicidad es un Haiku. Es esa visión poética del
asombro comprimida a escala de miniatura, de maqueta. La “Teoría de los cinco
minutos” que está como concepto en el diccionario del libro, y que en verdad lo
recorre del comienzo hasta el final, es, básicamente la consciencia filosófica.
Siempre decimos con Sol frente a algo trascendente, “cinco minutos” y ya nos
entendemos. Enamorarse, vivir el amor sagrado, la fusión absoluta, crear, ver
cristalizado ese mundo y que tenga coherencia, vuelo, que exista y no que sea
la pantomima del arte, no ver los demonios, no ver a los otros ya muertos, no
ser prisionero de la neurosis, bueno, todo eso en lo que consiste la felicidad,
no lo pedimos eternamente, no somos tan absurdas e ingenuas para andar rogando
que se nos dé “hasta que la muerte nos separe”, entonces luchamos porque dure
“cinco minutos”. Pero en esos simbólicos cinco minutos uno lo tiene todo, la
cima. Hay condensación temporal porque hay absoluto. Después se desarma, qué
piola, se desmonta, ahí tenemos el otro término del diccionario de A y S, que
puede comprenderse de manera dialéctica, pendular con esa teoría y es el
“Efecto pescadería”:
“El cuerpo de Ánton Chéjov fue trasladado a Moscú en un
vagón de tren refrigerado que se usaba para transportar ostras, hecho que
molestó a Máximo Gorki. Está enterrado junto a su padre en
el cementerio Novodévichi en Moscú. “Efecto pescadería” es
justamente eso. Todo se desmonta. En el lugar de encuentro con un hombre, en el
edificio donde te toman el examen más importante, allí donde después de dudas
que te desgarran dejás a tu marido van a poner una pescadería”.
Cómo convivir con la consciencia del “efecto
pescadería” en la habitación de hotel en la que te encontrás con el hombre al
que deseás, cómo convivir con el efecto pescadería incluso teniendo un hijo,
escribiendo y publicando un libro (aunque escribir sea por momentos la
suspensión de la consciencia), bueno, mi respuesta es todo por “los cinco
minutos”.
En un momento de vuestro diálogo, Sol expone al
borde del abismo una inquietante propuesta de tortura mental en la que el Otro,
sin necesidad de recurrir a la violencia física, se alía con tu consciente
para, a través de palabras que jamás quisiste oír, acabar contigo. El y tú
contra ti. ¿Es la vida el gato y nosotros el ratón?
Bueno, no lo expone “Sol” sino S, que no es lo mismo,
aunque por supuesto el libro plantea el juego lunar entre la una y la otra.
Tengo la impresión de que esto no es una entrevista. Tampoco un diálogo. Menos
una sesión de terapia o de electroshock. Es otra cosa. Y tiene todo esto que
ver con el libro. Porque este libro no es una novela. No es una obra de teatro.
No es un ensayo. No es un diálogo. No es tampoco un cruce, un híbrido (esa
palabra tan usada) este libro no es pura oralidad ni escritura.
Volvemos a eso que decíamos sobre que escribir sea
algo más que escribir, algo superior, que una entrevista sea algo más también.
Me sirve siempre el “Conatus spinoziano” (que está
en el centro de la ontología Spinoziana, como el Minotauro en su laberinto)
como esfuerzo por perseverar en lo que se Es. Hay esfuerzo filosófico entonces
en batallar contra ese propio yo que te tortura. Si querés dormir temprano
porque al día siguiente debés estar lúcido, el cuerpo se va a acostar, pero
otro en vos te va a joder la vida, te va a decir ¿necesitás dormir? ¿Es muy importante?
Mirá como no dormís, mirá como te mantengo en vilo y te arruino los planes.
Mirá como te lleno la cabeza de ideas negras. Y hay que negociar con ese
torturador que nos habita, porque separarnos no podemos, está ahí. El gato y el
ratón están más bien dentro de uno. A veces incluso hay una jauría.
¿Terminamos ya? ¿Vamos a tomar algo?
Cuando caiga la noche, te invito a bebernos el mar;
mientras tanto, deja que te haga las últimas…
No debemos, si nuestra pretensión es la de seguir
perteneciendo al honorable sector de las personas serias, pasar por alto la
cuestión del vampirismo: “mi deseo por vos me ahoga, me acecha, necesito tu
sangre”. ¿Es el artista por extensión un vampiro que clava sus colmillos en la
garganta de aquello que sin saber muy bien en qué consiste denominamos
realidad?
El arte está hecho de vampiros y la pasión amorosa
no existe por fuera del canibalismo. El cuerpo humano está mal hecho, sin lugar
a dudas es un error de cálculo, de concepción o alguien se distrajo en el corte
final. Uno debería poder comerse una y otra vez al objeto de su pasión y que el
cuerpo vuelva a regenerarse para poder volver a ser deglutido. Eso de “hacer el
amor” o del sexo es una migaja, un consuelo, al lado de lo que el dramaturgo
creador debería habernos ofrecido en el menú de lo humano. Lo mismo con el
arte. Morder, desgarrar, hincar, devorarse, sí, todo eso. Clavar los colmillos
en la realidad o en el objeto de estudio que sea con el que trabaja el autor.
La realidad me parece un plano más de entre tantos otros.
Afirma Beethoven, otro heroico personaje que
arrastra la sombra de su tragedia por Tan
intertextual…, que la música constituye una revelación más alta que ninguna
filosofía. En tu representación artística del mundo hay un marcado anhelo, a mi
juicio imposible, por traducir obras musicales. ¿Se trata de reconocer la
impotencia de la narrativa frente a la supremacía estética de la música y su
inigualable poder comunicativo o aún sigues pensando que tal cosa sea posible?
En unos días la respondo, necesito pensar. Le
pregunté a una amiga escritora y música y me contestó con un muy contundente
“no tengo la menor idea”.
No elipsemos la marca de
mi ignorancia y mi imposibilidad de responder a esta pregunta.
Pasaron algunos días
pero sigo igual. Lo intento.
Borges decía que “no
existen los sinónimos” Los lingüistas ya lo
explicaron pero las razones de Borges apelan a su concepción de la
poesía. Con el mismo criterio, la gran, Traduttore,
traditore. Por ende, cuando en “Tan intertextual...” A le dice a
S:
Escuchá Allegro molto e vivace from Sonata No. 13 in E Flat Major, Op. 27
No.1 Ludwig van Beethoven, compuesto Glenn Gould. Es exactamente eso lo que
quisiera escribir.
Lógicamente no está
sorteando el problema teórico ni dejando de reconocer la imposible tarea,
siempre hay imperfección, siempre hay interpretación, alteración,
desplazamiento ontológico. A, lo que invoca es el deseo de poder saltar
salvajemente de Gould, de su cuerpo encorvado, de sus cambios abruptos de
tiempos y sus desvíos, de su dinámica, a una página. Mi novela Matate, amor,
fue ritmada, guiada, pulsada por ese piano, en particular por esa sonata, en
especial por los segundos 6, 7 y 8. Espero que algo de eso se haya colado. No
importa qué. Lo mismo podría ocurrir mirando a Rembrandt y pensando en cómo
corregir la luz de una frase.
Una protocolaria para salvar las apariencias… ¿Cómo
contemplas el panorama de la narrativa actual… para ponerse a llorar
desconsoladamente, para salir corriendo y no volver, o para dar de vez en
cuando inesperados saltos de alegría?
No contemplo el panorama de la narrativa actual
porque leo de manera muy desordenada, a contemporáneos bien distintos y carezco
de mirada sociológica sobre la literatura. Decir que es para gritar o llorar
suena pedante. Yo no soy periodista ni
editora así que no tengo la ansiedad porque un Beethoven, un Dostoievski o un
Céline, etc., aparezca antes de la navidad 2013. No me parece que el arte
grande deba tener fechas de entrega o relojes biológicos. Ya sabemos cómo es,
de pronto aparece un libro, un poeta, una mirada que rompe con todas las
precedentes y cambia el curso del siglo. No entiendo a los que se quejan de la
mediocridad reinante, a los que reclaman genialidad como si se estuvieran
ahogando, las bibliotecas y las librerías son grandes, vayan a otros siglos,
busquen.
(Homero, Safo, Sófocles... son mis más
contemporáneos, me decís en un mail paralelo a esta entrevista, ya lo sabemos,
los griegos han sido muy modernos y muchos de nuestros contemporáneos, muy
antiguos. Lo que tampoco da cuenta de un juicio de valor, pero sí de lo absurdo
que es la fijación por lo temporal en el arte).
¿Qué tal si damos por finalizado el asunto antes de
que venga el de la quinta fila y nos interprete o, lo que es peor, nos joda el
secreto del maniquí verde, con lo que nos costó mantenerlo indemne durante el
transcurso de la entrevista, y nos vamos por fin a tomar algo?
Pensé que era la primera, pero no, es ésta, sin
duda, la mejor pregunta de toda la entrevista. ¡Demos por terminada de una vez
esta bella tortura!
No es por esa afirmación dramatúrgica efectiva del
“menos es más” o su versión publicitaria en remeras de estudiantes
universitarios “less is more” que quiero terminar eh, a veces “más es más” y
sobre todo “menos es nada”, pero esta entrevista me dio sed y es cierto, el
espectador de la quinta fila es peligroso y acecha*.
*(Para más información acerca
de quién corno es el espectador de la quinta fila dirigirse por favor al
diccionario de Tan intertextual…)
Muchas gracias por todo, Ariana. Ha sido un
auténtico placer, a través de la charla, fundar silencios contigo. El día menos
pensado, volveremos a vernos en este lugar inexistente para saborear un té de
loto y ver como brillan más que nunca los antílopes que saltan indiferentes
delante de nosotros.
Empezaste aclarándome que no sabés entrevistar y
que esta será la primera y la última entrevista. Quizás por eso fue tan
interesante hablar con vos desde tu sierra a mi campo, idea y vuelta, por
momentos escalando o descendiendo al llano para volver a subir. Vuelvo a usar
la conversación paralela de los mails y te cito: “Como diría Gogol, no se ha
quedado ni larga ni corta, sino todo lo contrario”.
Gracias.