José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) es uno de los escritores españoles más prolíficos, versátiles y premiados del panorama literario español. Ha sido distinguido con los premios Tigre Juan, Azorín, La Sonrisa Vertical, Café Gijón, Ciudad de Badajoz, Ciudad de Carmona, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela, y es uno de los más importantes exponentes de la novela negra española. Ha impartido conferencias en las universidades de Bogotá, Granada y León, y colabora con artículos de opinión y críticas literarias y cinematográficas en diversos medios nacionales, hispanoamericanos, como Otro Lunes, o norteamericanos como Suburbano Miami. Publica “Marero” (Ediciones Contrabando, 2015) con el que está en plena promoción.
Este es tu quinto libro de relatos y el que hace 39 de todo lo que ya has publicado. ¿Los vas dosificando entre tus novelas?
No especialmente, pero quiero poner en valor el relato, una pieza literaria de primer orden que se suele leer tal como se escribe, de un tirón. Existe una falsa creencia de que el relato, por tener menos páginas que una novela, es un género menor, más fácil. Totalmente falso. El relato exige una cuadratura y un perfeccionismo que no lo encontramos en la novela. En una novela puede existir algún momento de relajo, algún capítulo en que se baje el tono narrativo, incluso es conveniente antes de un crescendo. Eso no se puede dar en el relato. En pocas páginas, sin irte por las ramas, tienes que situar al lector, seducirlo y llevarlo a tu terreno.
¿Tienes algunos maestros en el mundo del relato que te hayan servido de guía?
Mentiría si dijera que no. Julio Cortázar es uno de ellos. Julio Cortázar resultó determinante para mi carrera literaria cuando ni siquiera yo sabría que iba a tenerla. Lo leía con mucha pasión durante los años de universidad. Te estoy hablando de 1969, después del Mayo francés, que aquí llegó con retraso, y era una época muy convulsa a nivel de manifestaciones contra la dictadura de Franco, ocupaciones de clases y performances diversas en el plano cultural, con la esperanza de que algo iba a cambiar. Me recuerdo leyendo los cuentos de Cortázar en el patio de Letras de la Universidad Central y luego bosquejando, entre cerveza y cerveza, algún relato en las servilletas de papel del bar, que estaba en un subterráneo, porque en aquella época era un escritor compulsivo que escribía en cualquier cosa que tuviera a su alcance y en cualquier momento. De hecho, uno de esos relatos escritos en esa catacumba universitaria, nido de conspiraciones revolucionarias, está incluido en el libro “Marero” que acaba de editar la valenciana Ediciones Contrabando, “Revoloteos”, un asesinato de una mujer contado desde el punto de vista de una mosca, una pieza que ha sobrevivido a mis numerosas mudanzas de todos estos años y milagrosamente no se ha perdido. Aquel jovenzuelo con cola de caballo, camiseta raída, barba incipiente y profundamente introvertido que escribía ese relato, que además fue finalista del concurso de relatos Justo Vasco, gran escritor y amigo cubano ya desaparecido, de la asociación Novelpol, se habría sorprendido de verlo impreso. Además de Cortázar, me gusta mucho la matemática narrativa de Borges, siempre he admirado a Chejov y Carver es otro de los míos.
Háblanos del relato que abre el libro y que le da nombre: “Marero”. Una narración larga y tensa, muy dialogada, que habla de esa violencia enquistada en América Latina y con el que obtuviste el prestigioso premio Ignacio Aldecoa en 2013.
Consideré que ese tenía que ser el primero, y no porque fuera uno de mis preferidos, que también. “Marero” surgió de la lectura de un reportaje en El País Semanal, un trabajo periodístico magnífico que me impactó e inspiró. El tema de la violencia, especialmente el de ese rincón del mundo tan próximo por idioma y cultura, siempre me ha llamado la atención y lo he tratado en relatos y en novelas ya publicadas como “La caraqueña del Maní” o “El corazón de Yacaré”, entre otras. En él confronto a un periodista bisoño, un becario que explota el principal diario de Guatemala City, con el jefe de una de las peligrosas maras de la ciudad. Tras una primera parte narrativa, de mera pesquisa periodista para entrar en contacto con ese temible individuo, tiene lugar la entrevista y allí, en el diálogo, se produce la escalada del horror y el marero explica, y lo hace a mí mismo, su proceder que es resultado de una falta de empatía absoluta con el género humano. Los mareros son guerreros despiadados que yerran sistemáticamente a la hora de dirigir su furia destructora porque no son capaces de hacer un análisis político de su situación. Como indicativo de lo que está sucediendo, muchos de los jóvenes que abrazaron con pasión la causa sandinista en Nicaragua han derivado, frustrados, al mundo de la delincuencia. En Guatemala y Honduras, países por dónde más campan esas bandas, nunca tuvieron un compromiso político, se matan entre ellos, en rituales de lucha, o matan a cualquier hijo de vecino que tenga la mala suerte der cruzarse en su camino.
Hay en el libro una serie de relatos fantásticos que, si me lo permites, yo calificaría de cortazarianos.
Sin duda. “Calle cortada” es uno de ellos, y relata una situación absurda vivida por mí mismo, porque lo que nos pasa es siempre fuente de inspiración. Me cortaron, un verano, la calle en dónde vivía en la ciudad de Granada; el ruido que hacían los obreros era sencillamente espantoso, tanto como el polvo que entraba por la gran ventana enrejada. Era, además, extraordinariamente peligroso salir de casa porque al lado de la puerta había un enorme socavón. Esa situación kafkiana y delirante la ficcioné, pero sin demasiados apuntes imaginados. De esa situación arranca también una novela de terror que escribí en su día, “La invasión de los fotofóbicos” (Atanor Ediciones, 2012). “Fumadores clandestinos”, otro relato fantástico escrito en la segunda persona del singular, resulta premonitorio de toda esta histeria, a mi juicio desmesurada, contra el tabaquismo y los enganchados al pitillo, y la resuelvo con rasgos de humor, con un enganchado al tabaco que experimenta un placer absoluto, casi sexual, con los pitillos por el hecho de estar prohibidos. “Vuelo a Orly”, otro relato que va en esa línea, funciona como exorcismo, algo que hago con frecuencia para no gastarme dinero y explicar mi vida a un psiquiatra tumbado en un diván. Tenía que volar a Estados Unidos y se acababa de perder un vuelo transoceánico que cayó a una sima del Atlántico de 4.000 metros de profundidad. Escribí sobre ese accidente, sobre un pasajero de ese vuelo, precisamente para combatir mi terror, y salió un relato profundamente turbador y abierto que es uno de mis preferidos de este libro.
También hay lugar para los deportes espectáculo: el boxeo, los toros, el fútbol. Háblanos de la génesis de esos relatos.
El mundo del boxeo siempre es muy turbio y uno lo asocia al género negro. “Cristal en la mandíbula” habla de un tongo que no acepta un boxeador íntegro. Mi personaje, un negro bravucón, tiene mucho de rebelde. Y es consciente de en dónde se mete con su rebeldía. Pero, pese a todo, sigue adelante. El boxeo es un deporte, hijo de la lucha de gladiadores, que me fascina pese a su brutalidad. Me habría gustado practicarlo porque tiene mucho que ver con el ballet. Un ballet entre machos sudados y brutales que cruzan sus guantes y se machacan en un escenario que es el ring. Los únicos puñetazos que he parado, sin tener mucha técnica, fueron precisamente hace un año, en Praga, para hacer frente a un taxista matón: conseguí que no me partiera la nariz. De ese relato me gusta la atmósfera turbia, lo veo en blanco y negro, con humo por medio. Y ahí está el cine, claro, mi debilidad por “Toro salvaje” de Martin Scorsese. El de los toros, “La última corrida”, que recibió un premio literario y tiene título ambivalente (última corrida en un lecho tórrido con una mantis que quita el hipo, y la de la plaza de toros) conjuga lo erótico y lo fantástico en ese ritual de muerte que es la corrida de toros a las que yo era muy aficionado a los 17 y 18 años, hasta el punto de no perderme una sola en la plaza Monumental de Barcelona. Era forofo de Diego Puerta, El Viti, Ordoñez, Paco Camino, Chamaco, toreros míticos que levantaban la tarde. Así que estaba hablando en el relato de un mundo que me había fascinado en el pasado y utilizo el tópico de la mujer racial, todo pasión, que muy bien podría encarnar Ava Gardner con su fijación por los toreros. Más complicado es “El partido en Haití”, porque el fútbol y la pasión que suscita me son ajenos por completo. Creo que lo escribí para concursar en un certamen que exigía que el relato versara sobre el mundo futbolístico. Metí mucho humor en él, me inventé un misterioso partido que jugó el C.F. Barcelona en Haití y lo crucé con rituales vudú.
Uno de los relatos, “Beso de sangre”, tiene como protagonista a un actor de teatro seducido por el autor de la obra que interpreta. Una historia negra con ribetes homosexuales.
Me apetecía escribir una historia negra y sangrienta con homosexuales por medio. Tomé como lejana referencia a una antigua pareja de amigos y los metí en el mundo de la interpretación. La historia del actor que lo deja todo para seguir a su autor, que se ha encaprichado de él, es más personal de lo que parece. En un momento reciente de mi vida yo dejé todo para seguir también a determinada persona. Cuando el protagonista del relato entra en decadencia y recapitula sobre lo que ha dejado por seguir al autor teatral que juega literalmente con él, lo desprecia y humilla, se produce una catarsis. Solemos culpar a los otros de nuestras acciones, y estamos equivocados.
Hay un relato, “Oscuro despertar”, de un erotismo suave que contrasta con la brutalidad, por ejemplo, de “La esclava” o “Robinson”, que rayan lo pornográfico.
Los tres fueron escritos en una misma época, justamente después de ganar el premio La Sonrisa Vertical con “Pubis de vello rojo”. Son muy distintos, en efecto. “Oscuro despertar” es más light, porque me lo pidió la revista Interviú para una serie titulada Literaturas Galantes que ilustraba con fotos de chicas desnudas. Es un relato veladamente autobiográfico que arranca de una jornada etílica en Valencia acompañado de grandes bebedores como Juan Madrid, Ricardo Muñoz Suay, Silverio Cañada (que era mi editor y acababa de publicarme “El cadáver bajo el jardín” y “Barcelona Negra”, motivo de mi presencia en la ciudad del Turia); Raúl Núñez, un escritor argentino que murió muy joven, tras una vida desordenada y al límite de escritor maldito, a quien dediqué a título póstumo mi novela “Tu corazón, Idoia”, en el que tiene un cameo; el librero Paco Camarasa que acaba de echar el cierre a su Negra y Criminal; Ferrán Torrent y dos chicas que pululaban mientras íbamos dando cuenta de todas las botellas del bar. Lo escribí en el hotel, despertando de la resaca. En “Robinsón” quería dar un giro perverso a la apacible figura de Daniel Defoe. ¿Qué hubiera pasado si llegara a su isla una hermosísima mujer salida de las aguas? Mi Robinsón, que es moderno, vive en Brooklyn y lleva años muerto de asco en esa isla, se deja llevar por los instintos más primarios, y eso era condición sine qua non para que se publicara en la revista Penthouse en la que estuve colaborando durante quince años. “La esclava”, también aparecido en la revista Penthouse, es uno de mis relatos más salvajes, una explosión de erotismo y sangre, una versión gore muy anterior a la película de Steve McQueen “Doce años de esclavitud”, que estuve a punto de apear del conjunto o censurar, pero no soy de los que se autocensuran, así es que lo mantuve en el conjunto a pesar de su incorrección política, precisamente por eso.
El incendio del edificio Windsor está presente en un relato de pirómanos titulado “Llamas de pasión”. ¿Qué te llamó la atención de ese acontecimiento?
Fue un juego que nos propuso mi amiga y productora de cine Verónica Vila-Sanjuan, a quien dedico “Fumadores clandestinos” por si consigue desengancharse del vicio del tabaco, en el que desafió a un grupo de escritores amigos (Andreu Martín, Fernando Marías, Mariano Sánchez Soler…) a escribir sobre el tema y esas dichosas sombras que se veían entre las llamas del edificio. Mi apuesta se dirigió a una pareja de pirómanos a los que el fuego les ponía. Los hice entrar en el edifico en llamas y hacer el amor sobre una de las mesas de los despachos abandonados.
Hay un relato, “Sed negra”, con claras referencias a “Mad Max” que no se ocultan.
Sí. Me llama mucho la atención la distopía. Hace dos años publiqué una novela distópica, “Ciudad en llamas” (Neverland, 2013), que habla de una Barcelona del futuro todavía más caótica que la de “Barcelona negra” (Júcar, 1987), mi segunda novela con la que gané el premio Azorín. Lo escribí para un concurso de relatos y la condición era que tenía que estar ambientado en los Monegros. Esa zona devastada de Zaragoza, ahora ya no tanto, es un territorio distópico en el que no tienes que hacer muchos cambios. Lo situé en una época de sequía de combustibles y de agua, con un río Ebro convertido en un curso de petróleo por las prospecciones descontroladas. Hay humor negro en el relato, junto a mucha brutalidad.
¿Qué me dices de “El caso del violador recalcitrante”?
Bueno, ese es una humorada profundamente y deliberadamente incorrecta que conduce una investigación policial hacia el mundo del porno. El calibre de un miembro viril, que desgarra una serie de vaginas femeninas, guía al investigador Jodeski y a su ayudante tartamudo por una senda demencial. El relato es una completa gamberrada con el que me divertí un montón y espero que sea contagioso y se ría conmigo el que lo lea.
¿Por qué Bulgaria en “Última cena en Sofía”?
Buena pregunta teniendo en cuenta de que nunca he estado en Bulgaria. Es un relato tuneado. Estaba ambientado originariamente en Nueva York e inspirado en un suceso del que yo era actor. Habla de lo peligrosas que pueden ser las relaciones por las redes sociales, concretamente por Facebook. Una fan literaria, a la que no conocía de nada, me invitó con mi pareja a un restaurante neoyorquino en uno de mis viajes a la Gran Manzana. Cuando nos presentó a su novio albanokosovar, que conducía un Hummer, se nos cambió la cara. No pasó nada, porque la pareja era simpática y agradable, pero pudo pasar de todo. Mi amigo Jota, el editor de Neverland con quien había publicado el libro de relatos “La mujer ígnea” y “Ciudad en llamas”, me pidió un relato para un volumen colectivo en el que participaba Eugenia Rico y tú, entre otros. Cambié de ciudad y se lo envié.
No puede faltar en ese conjunto variopinto de diecinueve relatos ese pequeño homenaje a Conan Doyle.
Sí, es un micro leve, apenas un par de páginas, que además me permite que lo lea en las presentaciones. Adopto un estilo muy british con el que a veces me gusta jugar en mi literatura. Me interesa mucho el cine de época, y, concretamente, el victoriano. Cuando era un chico leía mucho a Conan Doyle, pero también a Chesterton, que me gustaba más que Conan Doyle, y a Edgar Wallace además de Agatha Christie, que nunca me acabó de entrar por la manía de convertir en asesinos a los mayordomos. Pero creí que en ese relato tenía que estar presente la pareja Holmes/Watson y disfruté con ello.
Hay un relato terrible, muy canónico, que es cien por cien negro y que se llama “Fase terminal”.
Es una de las piezas más duras, junto a “Marero”, de todo el conjunto. Recreo un hecho real que fue muy mediático en su momento. Un sicario muy peligroso tiroteó a un expolicía que regentaba un bar. Curiosamente ese sicario realizó luego una serie de atracos, entre otros a una entidad bancaria en la que trabajaba una amiga mía que fue víctima de un secuestro exprés por parte del delincuente. El policía malherido era un mafioso muy peligroso y un asesino tan meticuloso que la justicia no pudo condenarle por falta de pruebas. Se hizo justicia por un método muy heterodoxo: el sicario que se vengaba de una antigua afrenta carcelaria. El castigo fue terrible.
La recopilación, variada genéricamente, la cierras con una historia de vampiros, “El último inquilino”, que es el relato más largo, casi una novela corta, y en el que creo que el cinéfilo puede descubrir influencia del cine de Polanski. Es, además, una narración muy romántica que contrasta con la dureza de piezas que la preceden.
Muchas veces las mejores obras son fruto de un encargo. Fernando Marías me pidió un relato de fantasmas y amores para uno de los libros que edita con esmero en Ediciones Imagine y en los que es un verdadero lujo participar: “Shukran. Espectros, zombis y otros enamorados” al que fuimos invitados Vicente Molina Foix, Juan Ramón Bienda, Jon Bilbao, Luisa Castro, Eugenia Rico, Ignacio del Valle y otros escritores. Cuando me hizo el encargo enseguida eché mano de mi memoria y me acordé de dos viejas casas del Ensanche barcelonés que estuve a punto de comprar en época de bonanza económica. Me eché atrás en la compra, precisamente, por la historia que intuía en ellas según las recorría con la empleada de la inmobiliaria. Una tenía pasillos interminables y oscuros y los inquilinos del inmueble eran muy viejecitos, con lo que pronto me iba a quedar solo en esa inmensa vivienda. En la bañera con patas de la otra creí descubrir una mancha de sangre. El anterior inquilino se ha suicidado, me dije. Con ese escenario mixto, un portero muy peculiar que tuve en un piso de Barcelona, deforme y jorobado, una muchacha bretona que conocí en el Valle de Arán y un alter ego escritor que crucé con un antiguo amigo ruso, surgió esta historia delirante, mágica y romántica que creo pone un broche muy digno al conjunto de los relatos. No es que el relato sea polanskiano, aunque el título remita a “El quimérico inquilino”, sino que esa casa, esos pasillos, esos cuadros, esa escalera, esos vecinos, eran puro Polanski, uno de mis directores de cine de cabecera. Ese relato es de mis preferidos, y por eso lo reservo para el final.
¿Y ahora qué? ¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Estoy inmerso en la promoción de “Marero”. Se presentó en la pasada Semana Negra de Gijón, que es un escaparate de lujo, y estuvo de forma muy destacada en el festival de Matarranya Negra en el que colaboro con Octavi Serret y Xavier Borrell. Ahora lo voy a pasear por el sur, por Málaga, Fuengirola, Granada, para terminar en San Roque Negro, en donde se representará una versión teatral de “Marero”, y esa promoción se cruza con otra por Francia para presentar allí “La Frontiére Sud”, mi mejor novela negra, sin duda, editada por Actes Sud en su prestigiosa colección Actes Noirs y con la que voy a estar presente en el festival de Lisle Noir el 25, 26 y 27 de septiembre en Lisle Sur Tarn invitado por mis queridos amigos Claude e Ida Mesplede. Luego presentación en Madrid, Barcelona, Noviembre Negro en Sagunto y la ciudad de Valencia. Y espero el invierno y el aislamiento de la nieve en el Valle de Arán para dedicarme a “Brother”, mi novela negra sobre Alaska que está sufriendo un montón de interrupciones en su escritura.