Con motivo de la entrega del Premio Formentor a Enrique Vila-Matas, publicamos una reseña sobre su último libro: "Kassel no invita a la lógica", publicada por J. Albacete en la revista Foros XXI.
Documento sobre la Documenta
En su última novela, “Kassel no
invita a la lógica”, Vila-Matas ensaya una nueva forma de indagación narrativa:
el relato documental hecho ficción
Desde hace tiempo, uno tiene
siempre la extraña sensación de que la última novela que ha leído de Vila-Matas
es necesariamente eso, la última, como si el escritor barcelonés se hubiera
metido en un callejón sin salida, donde ya no caben nuevos experimentos ni más
juegos. Como si la cuerda se hubiera estirado hasta el límite y ya fuera inútil
o baldío un nuevo esfuerzo. Por eso, cuando se anuncia “otra” novela de
Vila-Matas, a uno le suena a broma, a hecho imposible, a “McGuffin”, un bulo
que sus editores lanzaran al viento para recordar al público que todavía hay
mucho Vila-Matas que leer, aunque desde luego “nada nuevo”.
Quizá por eso uno toma con
escepticismo el hecho increíble de que en su librería habitual aparezca una
nueva novela de Vila-Matas. Como ya no lee suplementos literarios, la sorpresa
se redobla. Y al leer el título, ese “Kassel no invita a la lógica”, se teme lo
peor. Algún refrito editorial. Cosas de aquí y de allá, tomadas al albur, para
llevar al público al convencimiento de que el escritor no ha enmudecido
todavía.
Y aún sin borrar el gesto
escéptico uno se pone a leer ese libro de título radicalmente antinovelesco,
con la extraña sensación de que es una lectura “sin lógica alguna”, que uno va
a sumergirse en alguna especie de
anecdotario insulso, a propósito además de un tema “vacío” por completo, el
famoso y extinto “arte actual”, que le trae de inmediato a la memoria los
demoledores chistes anuales de El Roto acerca de Arco.
Los peores temores comienzan a
materializarse en cuanto uno lee las primeras páginas, en las que un narrador
que guarda apenas una mínima distancia con el autor comienza a contar
minuciosamente, y con las digresiones habituales, una serie de insólitas
llamadas y encuentros con ciertas personas desconocidas que tratan de
convencerle de que renuncie a su rutina habitual de escritor y acuda como
invitado a la famosa Documenta de Kassel (la mítica muestra de arte de
vanguardia, que se celebra en Alemania cada cinco años), con el extraño
cometido de convertirse en parte de una instalación viviente, ya que debe
sentarse a escribir todas las mañanas en la mesa de un restaurante chino de las
afueras de la ciudad, dejarse ver y contestar, si hace falta, a las preguntas
que le hagan curiosos y desconocidos de cualquier nacionalidad y en cualquier
lengua.
Todo parece absurdo, aunque todo
es muy real, pues tal invitación existió y el escritor ciertamente acudió a esa
cita. Pero “contado”, el hecho deviene, instantáneamente, en pura literatura:
pues al narrarlo, el escritor se diluye, el narrador cobra vida y lo narrado
pierde su suelo estable en la objetividad y comienza su deambular por la
neblinosa telaraña de la ficción, donde -y aún no han pasado una veintena de
páginas- quedamos completa y definitivamente atrapados.
Entonces nos damos de cuenta de
que Vila-Matas ha tejido una red nueva. Por muy familiares que nos resulten
muchos de los recursos y ardides de su escritura, por mucho que nos sintamos
“en casa” leyendo estas páginas, no logramos deshacernos en todo el tiempo de
la sensación, sorprendente, cautivadora, de que vamos por un nuevo camino, que hemos
emprendido una aventura desconocida, que estamos en una inesperada expedición
hacia no sabemos dónde y para la que, otra vez, no tenemos una brújula
preparada ni un mapa clarificador.
¿Qué es esto?, se pregunta el
lector. Incluso el lector avezado. Incluso el transeúnte habitual de las
complejas y diversas avenidas literarias de la obra de Vila-Matas. ¿Adónde
vamos? Sin duda, a dar un paseo. Lo que tenemos entre manos es un curioso
documental, rodado por un paseante, que asiste, entre la inquietud y un cúmulo
de expectativas, a un espectáculo muy fuera de lo común: una ciudad en el
corazón de Europa convertida en el escenario provisional de un conjunto de
obras de arte de vanguardia que intentan, nada menos, que rescatar el valor del
arte en un mundo aniquilado, devastado, perdido. Kassel, como muchas otras
ciudades alemanas y europeas, fue destruida por los bombardeos durante la
segunda guerra mundial. Hoy es una ciudad perfectamente reconstruida. Ella y
tantas otras han renacido de las cenizas. ¿Pero están vivas? ¿Son un mundo
viviente? ¿O son simplemente el cuidado escenario por donde deambula una
sociedad de zombis? ¿Está viva Alemania? ¿Está viva Europa? ¿Son algo más que
un museo? ¿Tal vez un balneario de lujo, donde un mundo decrépito espera impaciente
su final?
¿No hay nada vivo en ese conjunto
de ruinas? El paseante de Vila-Matas va de aquí para allá, entre las dintintas
instalaciones de la Documenta (y como personaje díscolo, intentando hurtarse
todo lo que puede de su propia tarea como escritor “instalado”), va trazando
las huellas y dibujando las impresiones de su atrevido documental, y va
constatando que algo vivo respira todavía en los intersticios de esas obras
sorprendentes, en principio incomprensibles, siempre con un aire burlón de provocación,
desafiando la buena lógica del sentido común, y justo por ese hecho, dotadas de
un imprevisto soplo de vida. Descubre así la paradoja de que lo que creemos
vivo (el mundo) está muerto, es una fantasmagoría, mientras que lo que damos
por fácilmente muerto (el arte de vanguardia), tiene un aliento real de
vida. Este descubrimiento no sólo colma
la satisfacción intelectual y estética de nuestro paseante solitario, sino que
cambia su vida real. Eminente bipolar (entusiasta por las mañanas, depresivo
por las noches), el narrador va experimentando un cambio que le sorprende: el
impulso secreto y silencioso que le llega de las obras, lo va colmando de
vitalidad, hasta el punto de que cada vez experimenta menos esa angustia fuerte
de las tardes, que le llevaba a pensar en panoramas negros y horribles.
Contra lo que suele parecer, y
contra lo que la mayor parte de la crítica suele creer, el “documental” de
Vila-Matas sobre Kassel es una poderosa, y rigurosa, indagación en la realidad
de hoy, en las fallas del presente, en esas “fallas” que luego desencadenan los
verdaderos terremotos y dejan sobre la gente ese paisaje de cicatrices que es
la verdadera marca del mundo. Contra la simpleza de ciertas formas de
pensamiento, cabe seguir recordando que no es necesario mancharse los pies de
lodo, ni escribir al dictado de los titulares de la prensa, para captar los
auténticos resortes de lo real, para diagnosticar el presente, para tener una
cierta idea del mundo en que vivimos y cuáles son las verdaderas encrucijadas en
que nos movemos.
Con su clásico humor, su ironía
cervantina -ya he dicho otras veces, y lo repito, que Vila-Matas me parece uno
de los pocos escritores “cervantinos” de nuestra literatura- y una lucidez
inédita, que va un poco más allá y un poco más hondo cada vez, con cada nueva
novela, el escritor barcelonés nos reitera que siempre es posible emprender una
aventura, que siempre podemos mirar el mundo desde un nuevo ángulo, que merece
la pena intentar entender lo que no conocemos, incluso lo que no tiene lógica,
que en un mundo desquiciado, el arte, al menos cierto arte, aún contiene una
débil luz de esperanza, y que en literatura siempre se puede -y se debe-
innovar. Enorme lección de un escritor, ya internacionalmente consagrado, que
ha decidido no echarse a dormir en los laureles, sino seguir convirtiendo cada
libro en un laboratorio literario: como este “Kassel no invita a la lógica”,
donde se inventa el documental literario de ficción, y entre cuyas páginas uno
se encuentra enteramente a gusto.