(Esta entrevista ha aparecido publicada en la prestigiosa
revista Letras Libres en el número 245 de febrero de 2022)
por Antón Castro
Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es uno de los
escritores más singulares, raros e irreductibles de España. Es un solitario al
que le apasionan las palabras, los bestiarios, las mujeres, los pájaros y el
erotismo. Fue en su juventud un gran jugador de póquer, y no ha dejado de serlo
nunca. Poeta y narrador, teórico del arte casual, Antonio Viñuales Sánchez ha
recopilado en el sello Contrabando la antología de relatos, cuentos y
microcuentos, poemas, etc., Casos completos.
¿Lo primero de todo, en su carrera de escritor, fue la
poesía o el lenguaje mismo?
El lenguaje venía encapsulado. Un niño Ferrer Lerín
mortificado por acúfenos, por cantinelas sacrílegas, hubo de dar contenido a
estos fenómenos, y allí se armó esa estructura preescritural compuesta por
palabras y gruñidos. Que la poesía, por su condición cadenciosa, fuera el cauce
lógico a todo ese barullo parece la explicación más lógica.
¿Cómo va dando el paso hacia ese género híbrido,
ensayístico y fabulador, que es su prosa breve? ¿Fue antes o después de Níquel,
la novela que le devolvió a la escritura tras años de silencio y que ampliaría
luego en Familias como la mía?
Siempre estuvo ahí. Ya en mis tres primeros libros publicados, por cierto catalogados como libros de poesía, aparecían esas prosas poéticas, o poemas en prosa como se las llamaba entonces, germen sin duda de lo que vino después de Níquel, ese modelo de insegura denominación (relato breve, microrrelato), un subgénero caracterizado por su escritura narrativa breve, circular, a menudo perteneciente a esa categoría por la que siento especial predilección que es la del “argumento débil”, y que en la plataforma del blog, primero en mi blog personal y luego en el blog colectivo El Boomeran(g), conviviendo en la actualidad ambas personalidades, tuvo un óptimo lugar de acogida, quizá por su inmediatez, evitando la tardanza de la imprenta y la tardanza en la recepción de críticas, sustituidas por dinámicos comentarios.
¿Cómo nacen lo que Antonio Viñuales llama los “casos”?
La aplicación del término “caso” a mis textos breves es
total responsabilidad de mi amigo, el profesor de la Universidad de Zaragoza
Antonio Viñuales Sánchez, que desde hace tiempo, con reconocido éxito, estudia
y escribe sobre mi obra literaria y plástica. No son pues los “casos” unos
nuevos artefactos sino la nueva nomenclatura que, acuñada por Viñuales, recibe
la mayoría de mis artefactos de siempre, los que brevemente exponen un suceso
inusitado o extraordinario.
Rechaza el influjo de Cunqueiro, Perucho, Serra, no sé si
también el de Marcel Schwob, pero abraza el magisterio de Borges. ¿Por qué?
Cunqueiro sí me pudo influir, o al menos marcar un campo de
coincidencias. Quiero decir que cuando leo, en la juventud, Viaje por los
montes y chimeneas de Galicia, en una primera versión titulada Teatro venatorio
y coquinario gallego, de Cunqueiro y Castroviejo, me encuentro reconfortado,
coincido con alguien que disfruta con lo mismo que yo disfruto, y esto, de modo
innegable, me proyecta, hasta cierto punto, hacia un camino que desemboca en la
escritura, camino en el que sí existen influencias incuestionables, directas,
la de Saint-John Perse por su “poesía del inventario”, que me hace ver que
existe otra forma de escribir poemas, y la de Borges, en prosa, por su
inteligencia al utilizar la erudición y sumir su literatura en una nebulosa
especular y bibliófila. Aunque, dicho esto, he de reconocer que el proceso que
me convierte en escritor se inicia mucho antes, quizá de modo determinante, con
el trilingüismo de mi madre, con los libros sobre fauna, ilustrados, de la
biblioteca de uno de mis bisabuelos, heredada por mi padre, con la inmersión en
la naturaleza durante los largos veraneos en el campo y con la pasión
onomástica transmitida por mi abuelo materno, de antepasados aragoneses.
A mí sí me ha parecido que hay cosas en común con ese
mundo del trasmundo y de lo imaginativo de muchos de ellos…, especialmente de
Cunqueiro y Perucho…
A Perucho lo traté poco, y siempre desde la óptica culinaria
(guisaba bien); sus libros me llegaron cuando su temática yo ya la tenía
arrumbada tras la publicación de Bestiario de Ferrer Lerín. De Cunqueiro
hemos hablado. A Cristóbal Serra no lo he leído, y apenas a Marcel Schwob.
¿Dónde se siente más cómodo, en el disparate o en la
erudición?
A veces la erudición, o el intento de ampliar el
conocimiento, abre las puertas a verdaderos disparates o al menos a situaciones
que muchos tildan de disparatadas. A medida que pasa el tiempo, quiero decir a
medida que se envejece, se borran las fronteras y nada resulta original,
diferente, todo es a la vez todo, y lo que pudo resultar chocante ya no lo es
ahora tanto. Tengo por ahí un “caso” en el que narro la incomodidad de unos
padres a los que les nació un hijo que era un número de teléfono; tamaño
disparate, pensé entonces cuando lo escribía, no resultará fácil para la mayoría
de lectores pero he de escribirlo, surge así y he de ser fiel a los dictados
del automatismo, pese a quien pese; hoy ya no me sentiría obligado a
justificarlo. En cuanto a la erudición, ya he dicho antes que su problema
consiste en su manejo, que buena parte del mérito de Borges reside en el
excelente modo de ejercerlo. Yo intenté manejarla durante unos años... con
desigual fortuna.
Rinde continuo homenaje a Covarrubias y a los maestros lexicógrafos. ¿Aspira a serlo usted también, desde la perspectiva de la ficción y el ingenio?
Si he de ser sincero no aspiro a casi nada, a lo sumo a
obtener cierto placer con la relectura a corto plazo de algunos de mis textos
y, desde luego, a un leve reconocimiento por parte de selectos grupúsculos de
lectores y críticos. Últimamente me van llaman[1]do
“maestro” pero creo que la razón es meramente cronológica; “maestro” como
eufemismo de anciano. ¿Por qué son tan importantes en su obra el absurdo, el
humor negro y la transgresión? Hay dos o tres verdades que circulan por
ahí entre las que destacaría la que afirma que el humor es patrimonio de la
derecha. Está claro que el humor consiste en reírse de lo demás y de uno mismo,
y la izquierda siempre anda ocupada en la defensa numantina del respeto a las
personas, aunque estas no sean acreedoras de esa deferencia. Desde el 68, con
el advenimiento de la progresía, se ha vetado no solo la burla sino cualquier
comentario, aunque sea benévolo, incluso satisfactorio, acerca del aspecto
físico y mental de humanos y humanoides, lo que cercena gravemente el horizonte
del humor. En cuanto al absurdo, ese pilar del vanguardismo, su presencia
debería reclamarse apasionadamente si de verdad queremos acabar con lo políticamente
correcto, con el animalismo y con el Me Too. Recuerdo que usted me dijo en una
ocasión que más de uno le había comentado que mi sentido del humor le resultaba
incómodo, y quizá intolerable, reacciones que son una muestra obvia de que por
ahí es por donde he de circular
El tema del amor, nada complaciente o romántico, y el
erotismo ocupan muchas páginas. ¿Son el amor y el sexo lugares de la libertad o
de un sinfín de heridas? ¿Heridas? Ninguna. El sexo no solo es, junto
con la omnipresente presencia del aburrimiento en la cotidianidad de la pequeña
burguesía, uno de los principales motores del mundo, es que es francamente
divertido. La cuestión es que pese a los anticonceptivos, la despenalización
del aborto y el ocaso de las creencias, el sexo aún sigue siendo un tabú, al
menos en algunas de sus modalidades.
En tiempo de militancia feminista y del término
micromachismo, ¿no teme que su mirada sobre la mujer pueda levantar ampollas o
airear recelos?
Mi mirada sobre la mujer es la de un defensor acérrimo de
ella. Desde siempre he abogado por su participación en todo tipo de decisiones,
desde luego en las decisiones cruciales como el control de la natalidad en el
Tercer Mundo, problema capital, el de la explosión demográfica, que no podemos
seguir dejando en manos de maridos e instituciones cavernarias como las
religiones. Otra cosa es que en el ejercicio de la sexualidad, libre y
consentida por ambas partes, sea partidario de acabar con la hipocresía que
abanderan muchas personas físicas y jurídicas.
Usted, también, crea en sus libros su propio Manual de
zoología fantástica o su propio bestiario. ¿En qué medida también lo es este?
Casos completos es libro de editor, considerando este
oficio en términos anglosajones. Es el libro que Antonio Viñuales Sánchez ha
construido seleccionando, categorizando, introduciendo y epilogando textos que,
eso sí, muchos afirman que yo he escrito. Que el conjunto haya o no resultado
un manual de zoología fantástica es algo que no sé, pero ojalá se aproximara a
ese concepto, y no digamos a su paradigma celestial, el Manual de zoología
fantástica de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero.
¿Ese amor a los pájaros es, esencialmente, un amor
inconmensurable a la naturaleza?
En la niñez ya apunté maneras en cuanto a demostrar
curiosidad por el mundo natural. Una situación azarosa trasladó el foco de
atención desde la herpetología a la ornitología, y ahí me instalé, no
descuidando desde luego el resto de elementos que conforman la naturaleza. Pero
no hablaría de amor por los pájaros, mi relación con ellos está más cerca de la
filatelia, de la observación, del estudio, que de la contemplación embobada y
esteticista.
El póquer anda por aquí y por allá todo el tiempo. ¿Qué
le dio a usted y qué importancia tiene el juego en nuestra vida?
El póquer fue uno de los talentos que me dio la vida. Lo
aproveché mientras pude tanto como divertimento como medio para financiar las
no siempre baratas actividades encaminadas a estudiar y proteger ecosistemas y
especies animales y vegetales a ellos asociadas. El juego, en una concepción amplia,
forma parte del carné de baile de los seres inteligentes; es frecuente oír a
los enteradillos de turno señalando que algunos primates y algunos córvidos son
capaces de realizar cálculos aritméticos y/o abrir una cajita en la que se ha
escondido un caramelo. Ciñéndonos a los humanos, y no es necesario acudir a
Huizinga o a Caillois, Homo ludens no somos todos, desgraciadamente.
El destino, como dirían los cursis, nos lo labramos nosotros
mismos; y los cursis tienen, casi siempre, la razón. Y quizá en esa labranza
forme parte principal el inconformismo, la obligación de dar un toque de
atención a los que tozudamente quieren llevarnos por el buen camino que, mira
cómo son las cosas, a veces resulta que es bueno para ellos pero no para el
propio interesado.
¿Qué tipo de gloria o reconocimiento anhela?
Me gustaría que la gloria y el reconocimiento, sean del tipo
que sean, me llegaran en vida, en vida consciente. No sé, me parece, aunque a
lo mejor esté equivocado, que nos están engañando. Eso de que tras la muerte
seremos capaces de ver, ignoro si a través de un agujero de gusano, cómo nos
homenajean nuestros admiradores no lo tengo demasiado claro. Es evidente que
con la milonga del Estado de las Autonomías resulta difícil que yo sea
premiado; en Cataluña no soy visto como buen catalán por no sumarme a las
hordas separatistas y en las otras dos regiones en las que normalmente resido,
y principalmente por ese conflictivo origen, desconfían, no acaban de
asimilarme... y siempre se ha dicho que solo a través de lo regional se inicia
con éxito la senda que conduce a la gloria nacional y luego a la planetaria.
¿Qué le debe a la realidad?
Una de las claves de todo el libro es su capacidad de
observación, su gusto por los detalles y no sé si la broma que puede parecer
pesada… Me resisto a decirlo, pero no queda más remedio, la realidad supera a
la ficción, solo hace falta tener un mínimo poder de observación... y
aparecerán las situaciones, los personajes, las palabras, más insospechadas. La
broma pesada puede tener pase cuando se formula matizada a través de un texto,
pero gastar bromas físicamente no solo es una muestra de mala educación sino un
ejercicio gratuito de violencia, y la violencia siempre supone un innecesario
despilfarro energético.
ANTÓN CASTRO es escritor y periodista. En 2021 publicó El
cazador de ángeles (Olifante)