Reseña de Wences Ventura para la revista
BARCAROLA de mayo 2021
Jusepe
Andrés del Arenal
Ed. Contrabando
De minuciosas descripciones donde
descubrimos los modos de vida del converso: “por lo demás, hacían vida de
cristianos”; de lugares de vida como lo es el río donde nos relata un conato de
violación con desenlace feliz por la aparición fantástica, de reminiscencia
oriental, de un murciélago que somete al anciano agresor. Y después en la noche
en “la misteriosa paz adormecida” en ese teatro de sombras y violencia, en una
época convulsa en la que el autor penetra para convertirse en un testigo detrás
de las puertas, entre los árboles de la ribera.
Todo fluye en el relato envuelto
en una luz desasosegada que roza la oscuridad aun en pleno día.
El cielo es el cielo simbólico de
Ribera.
Y es la vida de un hombre desde
su nacer en el ámbar que baña cualquier nacimiento hasta el morir en que se
entrega como un anacoreta que posa su mano artrítica.
La vida del pintor barroco José
de Ribera, lo spagnoletto, recorrida con sigilo casi de puntillas por el
escritor (escritor-historiador) Andrés del Arenal, sin ningún propósito más que
un puro acto de amor.
Así Jusepe, este bello
libro que me obliga al subrayado, a la relectura, a tomar notas; a distinguir
entre los hechos que se cuentan y las sensaciones que me va provocando; a veces
es una sombra en la pared o el rumor de la hoguera que quema al sodomita; que
me invita a avanzar con una vela en la mano en la oscuridad y sentir en el
estómago la angustia de la persecución por las calles silenciosas.
Escritura que avanza a costa de
sí misma, que se diluye entre las sombras de la ciudad de Xàtiva en los
primeros años, años de miedo, cualquier sospecha enciende la mecha de la
delación, la Inquisición tiene oídos en cada esquina.
Un sonido de fondo en este
momento de la vida, en esa geografía de inseguridad permanente, el de la
persecución a los moriscos hasta su expulsión definitiva en 1613.
Más tarde Parma, Roma, Nápoles,
Italia, que le permite vivir al pintor de la pintura, lejos de una España que
vive en su permanente zozobra, con el manto del Inquisidor bajo los cielos
cárdenos; ajena al comercio, detenida en su obsesión de la pureza de sangre.
Y al mismo tiempo borrar lo contado y que sea solo forma, olor, cicatriz, por la voluntad misma de ser parte de ella; desaparecer completamente entre sus pliegues, confundirse entre sus pinturas hasta ser un personaje más de las mismas: un tullido, anacoreta o borracho, así el narrador que todo ve, que está fuera y analiza pero que a su vez tiene el miedo en sus entrañas, el miedo a ser descubierto, el que persiguió a nuestros moriscos expulsados sin remisión entre 1609 y 1613.
La desazón que nos traspasa desde
las primeras páginas nos durará casi hasta el final del relato, hasta el
estallido del Vesubio.
Del Arenal (México, 1987) nos da
una visión nueva sobre un pintor clave; ha sabido interpretar el recorrido
vital y pictórico –indivisibles– del primer Ribera denso y frío impactado por
el caravaggismo, el de verbigracia, San Jerónimo en su estudio,
que debió pintar en Roma y el último, el que vemos en el San Jerónimo penitente, de 1652, ya
cerca de su muerte; este más humano, transido de emotividad; nos mira.
Esa búsqueda de los materiales de
la biografía y en paralelo otra búsqueda de raíz subjetiva, en los confines de
la escritura poética que lo convierte a su vez en pintor con palabras hace de Jusepe
un texto singularísimo que leemos y recorremos con placer.
Wenceslao Ventura enero de 2021