domingo, 7 de marzo de 2021

JUSEPE

 Reseña de Wences Ventura para la revista BARCAROLA de mayo 2021

Jusepe

Andrés del Arenal

Ed. Contrabando

 

Existe una escritura que se va haciendo en su camino, en constante sucesión de papeles estrujados, de metamorfosis, en su sacrificio de exiliada permanente; desde un observatorio, en definitiva, de matriz poética; en el ajuste entre el deseo de contar, de informar por tanto e imponer un orden cronológico y ser deudora a su vez de lo inefable, de la subjetividad: patria del escritor; alivia así al lector de la supremacía abrumadora de lo biográfico que sirve solo de bastidor para una trama que desde la primera frase inculca en nosotros lectores un rumor deseante y necesario para que nada nos detenga; una historia rica de escenas como lo es un cuadro barroco. 

De minuciosas descripciones donde descubrimos los modos de vida del converso: “por lo demás, hacían vida de cristianos”; de lugares de vida como lo es el río donde nos relata un conato de violación con desenlace feliz por la aparición fantástica, de reminiscencia oriental, de un murciélago que somete al anciano agresor. Y después en la noche en “la misteriosa paz adormecida” en ese teatro de sombras y violencia, en una época convulsa en la que el autor penetra para convertirse en un testigo detrás de las puertas, entre los árboles de la ribera.

Todo fluye en el relato envuelto en una luz desasosegada que roza la oscuridad aun en pleno día.

El cielo es el cielo simbólico de Ribera.  

Y es la vida de un hombre desde su nacer en el ámbar que baña cualquier nacimiento hasta el morir en que se entrega como un anacoreta que posa su mano artrítica.

La vida del pintor barroco José de Ribera, lo spagnoletto, recorrida con sigilo casi de puntillas por el escritor (escritor-historiador) Andrés del Arenal, sin ningún propósito más que un puro acto de amor.

Así Jusepe, este bello libro que me obliga al subrayado, a la relectura, a tomar notas; a distinguir entre los hechos que se cuentan y las sensaciones que me va provocando; a veces es una sombra en la pared o el rumor de la hoguera que quema al sodomita; que me invita a avanzar con una vela en la mano en la oscuridad y sentir en el estómago la angustia de la persecución por las calles silenciosas.

Escritura que avanza a costa de sí misma, que se diluye entre las sombras de la ciudad de Xàtiva en los primeros años, años de miedo, cualquier sospecha enciende la mecha de la delación, la Inquisición tiene oídos en cada esquina.

Un sonido de fondo en este momento de la vida, en esa geografía de inseguridad permanente, el de la persecución a los moriscos hasta su expulsión definitiva en 1613.

Más tarde Parma, Roma, Nápoles, Italia, que le permite vivir al pintor de la pintura, lejos de una España que vive en su permanente zozobra, con el manto del Inquisidor bajo los cielos cárdenos; ajena al comercio, detenida en su obsesión de la pureza de sangre.

Y al mismo tiempo borrar lo contado y que sea solo forma, olor, cicatriz, por la voluntad misma de ser parte de ella; desaparecer completamente entre sus pliegues, confundirse entre sus pinturas hasta ser un personaje más de las mismas: un tullido, anacoreta o borracho, así el narrador que todo ve, que está fuera y analiza pero que a su vez tiene el miedo en sus entrañas, el miedo a ser descubierto, el que persiguió a nuestros moriscos expulsados sin remisión entre 1609 y 1613.

La desazón que nos traspasa desde las primeras páginas nos durará casi hasta el final del relato, hasta el estallido del Vesubio.

Novela de más de una lectura. De ella destacaría su peculiar y enigmática naturalidad, su modo de entrar en el espacio simbólico del Barroco.

Del Arenal (México, 1987) nos da una visión nueva sobre un pintor clave; ha sabido interpretar el recorrido vital y pictórico –indivisibles– del primer Ribera denso y frío impactado por el caravaggismo, el de verbigracia, San Jerónimo en su estudio, que debió pintar en Roma y el último, el que vemos en el  San Jerónimo penitente, de 1652, ya cerca de su muerte; este más humano, transido de emotividad; nos mira. 

Esa búsqueda de los materiales de la biografía y en paralelo otra búsqueda de raíz subjetiva, en los confines de la escritura poética que lo convierte a su vez en pintor con palabras hace de Jusepe un texto singularísimo que leemos y recorremos con placer.

                                                                                                                                 

 Wenceslao Ventura                                                                                                                                         enero de 2021