lunes, 8 de julio de 2024

DESDE UNA SALA QUIRÚRGICA DE BAILE CON UN ESPEJO GRANDE

 

Reseña del poemario CAMALEÓN (Ediciones Contrabando, 2023) 
de Mónica Alía, escrita por Eva Chinchilla y publicada en la revista de poesía Nayagua nº 37 (mayo 2024). 


   En este poemario no aparece el pronombre «yo»; así que no existe ambigüedad entre un sujeto lírico ficticio que enuncie y que pueda ser confundido con el no ficticio de la autora. Palabra poética alejada pues de algún modo de ciertas cuestiones referidas a la convención de ficcionalidad; pero no me queda tan claro si tan alejada de las de identidad. Difícil no verse mediada por aquella carta del poeta John Keats a Richard Woodhouse en 1818, donde aparece su conocida mención del poeta camaleón («camilion poet»): «Un poeta es la menos poética de las cosas existentes: porque no tiene Identidad […] es constantemente forma y materia de otro cuerpo»; algo que le permite deleitarse –sigue Keats– en «lo horrible y lo hermoso, noble o vil, rico o pobre, mezquino o elevado… Lo que choca al virtuoso filósofo, encanta al poeta camaleón». Si bien Mónica Alía no lo cita ni menciona expresamente, dejo a juicio de cada lectura y lector/a si resulta pertinente dejar de hacerlo aquí.
   
El camaleón inicia oraciones y acciones, versos yuxtapuestos, ¿encarna? Al fin y al cabo Alía, como la tradición del mito del nacimiento de Afrodita, al camaleón lo está generando; a la par que como objeto de nuestra lectura, como sujeto que hace, acciona, ¿actúa? La sobreabundancia de verbos no acerca el poemario necesariamente a lo narrativo, o tanto como lo acerca a la danza, en el sentido de lo accionado corporalmente. Y como menciona Ignacio Pablo Rico en su doble «b» de breve y brillante epílogo, a un «espacio abstracto profílmico».

   Algunos poemas de Camaleón se centran en la extirpación. Corte, tajo, como recalca el poema «Libra de carne». Y aún así no hay hemorragia verbal, todo parece contenido; sí mucho trabajo de forma, cual si la sala quirúrgica contuviera eso que no falta en una de ensayo o danza, un enorme espejo. A menudo así funciona la doble página, y de algún modo como una balanza, título de un destacable poema central.

   Podríamos calificar su poesía de verbórea, no se desliga de lo corpóreo, nos lo va mostrando y también algo vérbica, que rima con impúdica; roza lo artaudiano, pero también parece nutrirse de lo aportado por lecturas del feminismo; y es que en la necesidad de abordar, nombrar y dar cuerpo y espacio a nuestra rabia, hay unan línea de contenido –no formal– por la que me parece pertinente hacer genealogía –y genialogía con el comienzo de «La fenomenología de la ira» de Adrienne Rich, en la traducción de Patricia Gonzalo de Jesús para Sexto Piso:

     La libertad de la loca de remate / para embadurnar y jugar con su locura, /                escribir con sus dedos untados en ella / por toda la habitación / lo cual no es, por supuesto, la libertad  /  que tienes, caminando por Broadway, / para parar y volverte o continuar / 10 bloques; 20 bloques  pero parece envidiable quizás / para la que corre peligro acurrucada en la placenta de lo real /  que debía alimentarla y que la está estrangulando

   La estructura del libro se va volviendo más orgánica y matérica de lo previsto; lo refuerza alguna apuesta que es preferible no desvelar, dentro de esta cuidada edición, así como un original y pertinente «Índice» final, que como un móvil de tres hilos parece querer dar pistas o cuenta, a posteriori, de una pensada y dinámica estructura.

   En uno de los movimientos que la sostienen y más me han interesado, el camaleón, personificado y corporeizado por lo que unx imagina desde lo que de él se dice, va cobrando relieve hasta que el libro, seccionado y diseccionado, lo devuelve a un plano de dos dimensiones.
   
Mónica Alía
   Es entonces cuando Afrodita se vuelve, de diosa creada de la espuma en el mar, a creadora. También recupera su espacio textual Casandra: tal vez en poesía no sea tan relevante si sus vaticinios son creídos o no: ¿o estaremos también ante un género que podría llegar a morir por ello? Si el mito, traído al principio del poemario, hace nacer a Afrodita de los testículos de Urano, castrado por su hijo Cronos, Mónica Alía parece devolver a la vida a Casandra; como si hubiera renacido de la propia Afrodita desde una lengua endiosada, que se permite la insidia y el asedio, que no teme mostrar furia o alejarse de la belleza y lo grato; que parece partir de lo narrativo del mito para aproximarlo al dinamismo y ciertas contorsiones de las artes escénicas y turbaciones de las performativas. Desde las vísceras también se vaticina; «Afrodita hoz», versa Alía.

   En Camaleón, su primer libro en solitario, el cambio no solo participa del camuflaje o la adaptación al medio: supone generación, hacer nacer lo nuevo; la espuma marina estaba mezclada con barro y sangre, parece decirnos Alía, y la gestación de nuevos mitos ya no puede olvidar eso en nuestra contemporaneidad, menos aún en poesía. ¿Desde una nueva inseminación lingüística? O desde un poemario in vitro.

EVA CHINCHILLA


   

miércoles, 19 de junio de 2024

MEMORIA Y LENGUAJE EN "REKORD". POR MARCOS ÁVILA

Reseña del poemario REKORD (Ediciones Contrabando, 2023) de María Salgado, escrita por el poeta Marcos Ávila y publicada en la revista de poesía Nayagua nº 37 (mayo 2024). 

1

 El libro de María Salgado se sumerge en los recuerdos para descubrir su mezcla de verdad y de fantasmagoría. En REKORD (Ediciones Contrabando, 2023), los lugares parecen hechos de tiempo. Los poemas revelan cómo lo vivido se queda en la mente de forma residual. En la primera sección, «metacrilato», se nos invita a entrar en una suerte de trance. Sus dos poemas comienzan con la acción de cerrar los ojos. Es el paso necesario hacia la visión interior: «ya no ve si no se acuerda».

La referencia a los datos materiales va más allá de lo que Barthes denominaba «efecto de realidad». Incluso se produce una paradoja: aludir al mundo supone constatar su extrañeza. Algunos recuerdos lejanos tienen la precisión de los sueños. Al escribir sobre anteriores vivencias, se crea una sensación de incertidumbre. ¿De qué sirve referirse a los sucesos transcurridos, nombrar a las personas que nos rodearon, señalar las fechas o los lugares de entonces? Los recuerdos se escurren como el agua entre las manos. Determinadas escenas se iluminan para apagarse enseguida y dejar que otras nuevas se destaquen.

La poesía de Salgado cuestiona que todo posea un sentido previo y transparente. Un ejemplo ilustrativo de esta opacidad lo hallamos en el título del libro. «REKORD» es una palabra ajena al castellano. Podemos relacionarla con «recuerdo» por su parecido fónico y por el contexto verbal (los recuerdos son un motivo recurrente que cohesiona el libro). Sin embargo, se trata de una palabra alemana que en nuestra lengua se traduce como «récord». Tal préstamo del inglés se usa en ámbitos donde se habla de deportes.


Curiosamente, en la sección titulada «momento», surgen referencias a la «gimnasia» y a los «juegos deportivos»: «el balón» de las niñas, «el tenis», «el vóley». Pero su relevancia en el libro no depende tanto del deporte, como de que señalen una época muy significativa: los años escolares. Las niñas jugando en la cancha del patio o haciendo gimnasia. En tales evocaciones se han grabado unas vivas imágenes. Nada importa aquí el hecho de alcanzar
algún mérito deportivo.

Quizá la palabra «REKORD» pueda interpretarse en un sentido figurado: la poesía perseguiría una suerte de desafío contra toda limitación verbal. Ahora bien, el libro apuesta más por la literalidad, que por interpretaciones simbólicas. Las relaciones metonímicas se anteponen a las metafóricas. No se excluye este último tipo de lectura, pero funcionaría de forma secundaria. En todo caso, cobra un mayor peso en la significación el parecido fónico con la palabra «recuerdo», pues remite al motivo aglutinante del libro.

¿Cuál sería entonces el sentido principal de la palabra «REKORD»? ¿Por qué se emplea en un lugar tan destacado como el título? Quizá haya que pensar en un plano diferente del semántico. Su importancia no radica tanto en el significado, como en su función performativa. «REKORD» provoca un efecto de lectura. Desempeña un papel en la trama del libro. Algo parecido sucede con la palabra «Rosebud» en Ciudadano Kane, la película de Orson Welles. La clave no se encuentra hasta llegar a los versos finales de la sección titulada momento:


                                       en el   tren a Karlsruhe la pared de un
                                   silo   veo      
                                                                  escrito «REKORD»
                                                 ¿sabes qué    
                                           significa Karlsruhe? La palabra

                                           «REKORD» se va alejando


La palabra aparece en el muro de un silo. Es un grafiti. El libro se limita a transcribirla, por ello está en letras mayúsculas. Pero el nuevo contexto hace que se reinscriba de un modo diferente. Por ejemplo, acentúa la rareza de las mayúsculas tras su cambio de lugar. No renuncia a la importancia que la grafía tenía en el muro, ya que la sigue conservando en el soporte del papel. También provoca el realce de otros planos como el fónico (ya hemos visto su similitud con «recuerdo»).

Los versos narran en primera persona una situación determinada. El sujeto ve escrita la palabra desde la ventanilla de un tren. Por eso, va a alejarse de ella al pasar. El punto de vista refleja el movimiento, la velocidad. La palabra es una cosa que se descubre por el camino y al poco se pierde. Persiste el recuerdo de su materialidad, de su trazo en un silo que había yendo a Karlsruhe.

El nombre de la ciudad permanece en suspenso, como si costara retener su significado más allá de la escueta mención en un poema. El topónimo «Karlsruhe» halló su sentido en aquel viaje. Ahora se ha convertido en un resto, en una huella. Se borraría, al igual que la palabra «REKORD», si no mantuviera aquí su «densidad, mancha, temperatura».

2

En otra de las secciones, «marisma», los recuerdos se suceden de forma vertiginosa. No hay tiempo para presentar a quienes intervienen. Se citan sus nombres propios, así como el de las calles o los establecimientos públicos donde aparecen. El primer poema de marisma indica la pauta de cómo se articulan los recuerdos. Van pasando a ráfagas por la mente del sujeto. Los lectores asistimos a una serie de asociaciones involuntarias.

El poema utiliza amplias tiradas que están a medio camino entre el versículo y una prosa rítmica. Hay reiteraciones en los distintos niveles gramaticales. Aportan un ritmo envolvente. La falta de signos de puntuación favorece la fluidez asociativa. Solo la conservación de las mayúsculas indica el punto de intersección de los diferentes recuerdos:

           Brisco huele a alcohol su casa huele a alcohol la madera y el aura y el Isaac huelen 
          a alcohol que aún no sé que son vino y aguardiente y con mi bisabuela
          en la segunda de las cuatro tardes de cualquier tarde de agosto jugamos a la
          que llaman brisca Como la oscuridad o la hierba las continuidades me
          confunden Detrás del pajar en el San Pedro vibra algo que
          me atrae como luego la luz que toma el agua a la salida de un club en una
          ciudad con río me reconoce Sentados en la acera los amigos
          de siempre y los de hoy singularmente se indistinguen El cuerpo y el exceso:
          pequeñas pertenencias Subo al árbol y no bajo hasta agotar el juego y ya
          es de noche y traigo la ropa empapada de orina Como la hierba
          o la oscuridad las discontinuidades me seducen Nos descubren
          escondidas en un cuarto riéndonos de que al hombre de
          la Aurelia lo llamen Tío Molas

La primera escena ocurre en un tiempo en el que el yo aún no conoce la diferencia entre el vino y el aguardiente. La enunciación se produce en el presente, pero nos traslada a las tardes en las que el sujeto poético jugaba a la brisca en casa de su bisabuela. Se trata de la actualización de un recuerdo lejano. El engarce con el momento de la escritura depende de un factor sensorial como el olor a alcohol. La insistencia del verbo «huele» revela lo obsesivo de ciertas sensaciones. Ese olor avasallador ha podido servir de estímulo para la evocación de la escena. También adquiere relevancia la relación fónica entre palabras. El nombre propio «Brisco» se asocia con el mencionado juego de cartas. Parece el apodo de alguien que suele jugar a la brisca.

Enseguida saltamos de la casa de Brisco a otro espacio: «detrás del pajar en el San Pedro vibra algo que me atrae». El topónimo aludido es un mero apunte. No sabemos si pertenece a la misma época del recuerdo anterior. La voz enunciativa llega a esta reflexión: «las continuidades me confunden». Por ello, el siguiente flash de la memoria vuelve «indistinguibles» a los amigos que están sentados en la acera: «son los de siempre y los de hoy».

La confusión del yo se trasmite a los lectores. A diferencia de otros géneros y discursos, la poesía se fundamenta en este no saber. La carencia de certezas dispara la imaginación y la ambigüedad, a la vez que apela a la participación activa de los lectores. Hay algo de erótico en dicha confusión. Fomenta el deseo. Un poco más adelante, la voz enunciativa afirmará que estas continuidades le «seducen». Ambos pensamientos van ligados a las sensaciones que emanan de una doble comparación: «como la hierba y la oscuridad». Pensar constituye aquí una actividad sensorial. En los versos se reflexiona de un modo imaginativo.

La siguiente aparición de la mayúscula inicial anuncia un paréntesis en la acción: «El cuerpo y el exceso: pequeñas pertenencias». Todos los recuerdos formulados y los venideros cabrían en esta síntesis. De nuevo se nos invita ala reflexión. Tales palabras encierran un pensamiento que no es discursivo. Para entenderlo, se necesita poner en juego todos los enunciados del libro. Forman un núcleo de condensación. Debido a su importancia, estas palabras se repetirán posteriormente en medio de la sección «momento».

REKORD trata de representar el cuerpo en su sentido material. ¿No se acercaría al «exceso» tal intento? Para Bergson, el lenguaje otorga a la conciencia un cuerpo inmaterial en el que encarnarse. La dispensaría así de posarse sobre los cuerpos materiales. La poesía de Salgado se opone a este efecto de abstracción. Pretende justo lo contrario: rescatar lo que siempre queda fuera del lenguaje. La vida deja un sedimento material en los versos:  «pequeñas pertenencias».

En el último tramo se suceden dos recuerdos más. Los distingue el uso de la mayúscula al principio de cada uno. Son retazos breves: recortes separados de su contexto originario. Se ha borrado lo que ocurrió antes y después. Pero portan un soplo de intensa vida. Ambos recuerdos vuelven a remitir a la niñez, principalmente por las acciones y las consecuencias: «Subo a un árbol y no bajo hasta agotar el juego / […] traigo la ropa empapada de orina»; «Nos descubren escondidas en un cuarto riéndonos».

Los recuerdos están basados en vivencias particulares, pero se elaboran a partir de procesos síquicos comunes a todos. Ello se debe a que están imbricados en el lenguaje. Tal vez les afecten los mismos mecanismos de transformación que Freud observaba en los sueños: condensación, desplazamiento y sustitución. La poesía aprovecha esta libertad de la palabra y de la memoria.

3

Las dos últimas secciones acentúan la yuxtaposición temporal («momento») o la espacial («terminal de paso»). Se sigue la técnica del montaje simultáneo. En la última se multiplican los topónimos de lugares diversos y alejados entre sí (Granada, Lima, Harlem, Vara del Rey…) Parecen formar una serie de complementos circunstanciales, sin que llegue nunca el verbo de la presunta oración. ¿Qué ocurrió en sus aeropuertos, avenidas y calles, plazas, bares…La ruptura de la expectativa sintáctica genera un desasosiego.

En «momento», las oraciones no llevan ningún signo de puntuación. Abundan los encabalgamientos abruptos. Todo sucede rápido. Las palabras apenas se resisten a la coexistencia de tiempos que caracteriza a la memoria. Tampoco a sus desvíos y entrecruzamientos.

El poema aporta fechas muy separadas entre sí. Se empieza por un instante cercano al tiempo de escritura, concretando incluso la hora («Madrid hoy: 17:56 2020»). Pero luego se pasa a una evocación de los años escolares («sentían mirar jugar las niñas / al balón») o se conecta con recuerdos narrados por voces que vivieron en una época anterior («las chichas que eran chicas no // nostalgia // de las profesoras con nostalgia de Sección Fe– // menina de falange»).

La oscilación de fechas prosigue hasta el final del poema. Los años se van alternando tanto hacia adelante, como hacia un tiempo anterior (2012, 2021 y 2011). La última referencia temporal llevará aparejada su hora (1 am) y un adverbio deíctico que señala el momento de la enunciación (hoy). Ello crea una sensación de simultaneidad que contrasta con la obligatoria sucesión del lenguaje verbal.

Los recuerdos traen imágenes impregnadas por el deseo. Incluyen giros sintácticos y palabras que se emplearon en alguna conversación. También surgen expresiones provenientes de textos artísticos. Estas conservan idéntica desenvoltura que las otras. Se adaptan a un tono alejado de cualquier énfasis.

El título está en singular, pero «momento» contiene una multiplicidad de tiempos. En el poema cabe todo: desde las referencias íntimas («la sensación de / deseo/ de tarde la pista flotante»), hasta la mezcla de reflexión política y metaliteraria. ¿Cuál sería el mejor modo de acercarse a lo vivido? Los interrogantes se encadenan en el poema:

                la amplitud de
                que se hace la
                experiencia ¿es narrativa?
                de que se hace la
                narrativa ¿es lineal?
                el hilo de los
                acontecimientos ¿es/ burgués? no ne–
                –cesariamente lo
                es si no sigues la
                línea ¿cuál
                línea? Nadie vive una bio–
                una blanca heterosexual
                sucesión no la
                abstracción sí la abstracción de
                acontecimientos –grafía
                pequeñas
                pertenencias: el cuerpo la
                memoria y el exceso la
                rima   popular


En estos versos se concentran varias cuestiones esenciales del libro. El poema dice lo que hace (y viceversa). La linealidad narrativa se corta como respuesta a cada pregunta retórica. Se critica lo burgués, es decir, lo acomodaticio de un modo de dicción programado.

¿Cómo reflejar «la amplitud de la experiencia»? El poema renuncia a establecer una ficticia unidad. Las palabras se abandonan a los flashes de la memoria, a sus corrientes y meandros. La tarea poética no consiste en un afán de dominio, sino en permitir que hable lo latente.

Algunas palabras se parten entre los versos: «ne– /–cesariamente». La puntuación se ha dislocado con la aparición de los guiones. El primero se usa cuando la palabra no cabe en la línea, pero aquí el margen de la página está lejos. El segundo de los guiones se aparta de la norma: parece una muesca en el papel. La grafía se convierte en acontecimiento, como se nos recuerda unos versos después: acontecimientos / –grafía (esta última destacada en su aislamiento por un espacio en blanco).

María Salgado
Faltan letras en la palabra «biografía». Solamente queda «bio–», lo único que necesita el lector para rellenar el hueco dejado en la página. Una biografía es un conjunto de decisiones que implica desechar unos acontecimientos en favor de otros. La elección impone una jerarquía artificial. La poesía de Salgado impugna este orden discursivo. En su labor de desmontaje, muestra las costuras de todo relato. Hay un afán por conservar aquellas vivencias que podrían resultar más nimias. Su autenticidad las antepone a las que marcan los rituales sociales. Quizá la sensación de inmediatez, tan frecuente en la infancia, se corresponda con la verdadera vida.


El siguiente verso denuncia las complicidades reductoras. De ahí la ironía de referirse a «una blanca heterosexual». ¿Por qué el sujeto del poema tendría que corresponder con alguien de tal color de piel y tendencia sexual? La lectura nunca es neutral. Acarrea los prejuicios de la ideología reinante. La poesía requiere nuestra participación crítica.

A continuación, se quebranta una ley fundamental de la lógica: el principio de que dos enunciados no deben contradecirse («no la abstracción sí la abstracción»). Esta paradoja nos conduce hacia otra mayor que afecta a todo el libro. Por un lado, REKORD va concretando hasta los detalles más mínimos de la memoria. Al mismo tiempo, nos vuelve conscientes del carácter abstracto de las operaciones efectuadas en los poemas.

El acontecimiento preexiste a cualquier formulación. Pero su recuerdo hace que se desdoble y transite por nuevos cauces de sentido. En los poemas se multiplican las posibilidades. La escritura extrae los sucesos de sus lugares originarios y los reubica en otras redes de significantes. El transvase supone un proceso de abstracción.

Los encabalgamientos aíslan palabras clave. Nos avisan de que en el acarreo de materiales siempre se producen pérdidas. La experiencia subsiste en forma de grafía. Tras los naufragios de la memoria y los desplazamientos lingüísticos obtenemos «pequeñas pertenencias». Según Lacan, el lenguaje produce un corte con lo real. Se paga ese precio por entrar en lo simbólico. Solo a través del deseo resulta viable salvar el cuerpo y la memoria. El
poema se declara partidario del «exceso». Pretende albergar lo que no cabe en la palabra.

En vez de oraciones, hay una serie de sintagmas nominales que favorecen la impersonalidad. El yo solo funciona en el libro de manera especular. Es un medio de sugestión que busca implicarnos. ¿Para qué construir un sujeto autobiográfico? Mejor aspirar a lo que es de todos y de nadie: a «la rima popular». Este sintagma conserva el carácter irónico de otras expresiones del libro: la rima no será un recurso empleado por la autora. Sin embargo, la presencia de lo oral supone una de las claves de REKORD. Lo demuestran las frecuentes repeticiones, el predominio de la parataxis o el uso de interrogaciones directas. Todo ello aligera el ritmo y refresca el tono.

La técnica del collage consigue integrar múltiples voces. Se toman en préstamo desde trozos de conversaciones cotidianas, hasta citas de poemas, canciones o películas. De paso, se diluyen las fronteras entre la vida y el arte, lo popular y lo culto. En la gestación de los recuerdos interviene el contacto con distintas hablas.

lunes, 26 de febrero de 2024

"DOS NOVELAS DE LA TRANSICIÓN" PARA LEER A RAFAEL SOLER HOY. EDUARDO ALMIÑANA


Artículo publicado en Cultur Plaza, el 12-02-2024


Foto de Emilio Villota


Contrabando edita estas dos novelas del escritor y crítico valenciano que vieron la luz hace cuatro décadas y desde entonces conservan ese halo de novísima calidad


12/02/2024  VALÈNCIA.

   ¿Es posible que a medida que la realidad se vuelve más y más compleja, la manera que tenemos de reflejarla se haya ido simplificando eliminando poco a poco lo que no es meramente funcional? En el territorio de lo gráfico no es una pregunta desconocida, de hecho es un asunto sobre el que se opina y se debate con asiduidad actualmente. El ejemplo habitual son los logos de compañías e instituciones, que han ido prescindiendo de los detalles, uniformizándose y dejándose por el camino, precisamente, la identidad, en aras de facilitar el trabajo de los programadores —según la crítica de muchos diseñadores—. La omnipresente tecnología digital requiere elementos corporativos que encajen con las interfaces de una app o del sistema operativo de un smartphone. Lejos, lejísimos, quedan las ilustraciones newtonianas de Apple, pero también los escudos de equipos o federaciones de diferentes deportes. En general, esto es algo difícil de digerir por la mayoría de aficionados: un escudo tiene mucho de emocional, y si transformarlo ya es delicado, despojarlo de lo que se percibe como bonito para reducirlo a la mínima expresión, es como mínimo un sacrilegio. Sin duda son muchos los logos y escudos que ganan en el proceso, pero no todos, y lo que es indudable también es que unos y otros se asimilan al caer más y más hondo en la dimensión de lo minimalista. Este fenómeno, por supuesto, no es exclusivo de lo gráfico. En la literatura —y casi seguro en la música y en el audiovisual también— la inercia algorítmica y la búsqueda de la satisfacción inmediata que ofrece el like empujan a replicar las fórmulas que se consideran de éxito, que siempre tienen que ser aptas para el umbral de atención que moldea la última red social de moda.


   En la era de TikTok, ese umbral se alcanza en muy pocos segundos. Semejante panorama, es fácil de imaginar, no es amigo de la profundidad, y lo peor de todo es que el ritmo inhumano trasciende a la red social e intoxica incluso a quienes nunca se han abierto una cuenta en ella, como el humo del tabaco a los no fumadores. Son legión ya los tiktokeros pasivos. Por supuesto, simple no es lo mismo que simplón, pero ni todos los libros o textos son literatura ni la literatura es lo mismo que eso a lo que llamamos storytelling, que es narrativa pero enfocada siempre a vender. A la literatura se le exige un brillo auténtico que no se le exige a un copy, por muy resultón que este pretenda ser. A quienes celebran el brillo de la personalidad y la complejidad, hace muy felices encontrar lecturas estimulantes. Lecturas como el volumen que edita Contrabando para publicar dos novelas del crítico y escritor valenciano Rafael Soler, un tipo imponente en todos los sentidos. Estas novelas son El grito (1979) y El corazón del lobo (1982). El título del volumen, Dos novelas de la Transición, apela al periodo histórico en que estas historias vieron la luz, dos historias que comparten ruptura amorosa y un tremendo estilo —ahora iremos a esto—, y en ese periodo, las transiciones se produjeron en distintos planos: el sistémico-político y el cultural-relacional (no exclusivamente). Si ahora se le quiere llamar poesía a cualquier cosa, entonces Soler escribía esto página sí, página también: “Había resultado sencillo, tan natural y por sus pasos que luego, tumbado de madrugada en el hotel, Alberto hizo recuento, y repitió en voz alta que sí, carajo, estas cosas pasan, y apuró el último güisquito, perdido ya en la bruma confortable del alcohol, a solas con su día interminable, absurdamente duro y sin embargo, en el momento justo, cuando algo rondaba por dentro ‘eres un imbécil, qué haces aquí', descubrió el luminoso que anunciaba compañía, pasó, compuso una sonrisa ligeramente ambigua, escuchó sin una queja la música vulgar y repetida hasta la náusea, tropezó educadamente con los divanes en penumbra donde se arrullaban otros náufragos, enemigos de quién si era solamente lunes santo, veni, Creator; esperó su turno para probar de nuevo la pócima que todo lo puede, flato, somnolencia, acidez, tosió, ‘dios, qué pinto aquí’, soportó con entereza el envite de alguna descarriada, solísima también en la alta noche amenazante, cambió de postura, vigiló los hilos de su cara y entonces ocurrió, llegó lo inesperado, el vuelco súbito y un creciente galope por las venas, así, tan de repente, ‘bailas’?”.

   Casi nada. Hay algo intenso y beatnik en esta forma de narrar que nos descuelga por la hoja, que nos desliza sobre las palabras en un viaje por la situación que es poético, canalla, sensible: Soler hace gala de una técnica sensacional, sabe lo que quiere decir y sabe exactamente cómo decirlo. La sensación, en concreto, es la de unos textos que fluyen orgánicos pero también bajo control. En los años en que Rafael Soler escribía esto, el país transicionaba de una dictadura a una joven y vulnerable democracia. Culturalmente España transicionaba de la restricción a la libertad, y es de suponer que el autor, efervescente en lo literario y probablemente en lo vital, cogía la ola creativa, que no es sino otra forma de transición, la de lo que no existe todavía y por oficio y arte se materializa, como esas partículas elementales que existen en forma de nube de posibilidades hasta que la observación hace colapsar lo que era un futuro virtual. La literatura, así, es transición, y se dice —a eso apuntan nuevas teorías disruptoras del paradigma— que quizás las cosas —un árbol, un ser querido, nosotros mismos— no sean cosas continuas e inamovibles sino sucesiones de eventos. Si se piensa, tiene mucho sentido: ahora mismo soy una combinación de configuraciones, y en el instante inmediatamente posterior he transicionado a la combinación que constituye a quien escribe esto, justo esto. La idea es inquietante y hermosa, energética y fluida, como estas dos obras de Rafael Soler.

domingo, 4 de febrero de 2024

PRÓLOGO DE ENRIQUE VILA-MATAS PARA "MUNDO ANCLADO" DE ALEJANDRO ESPINOSA FUENTES

 LO DESATENDIDO



Estaba escribiendo para mi nuevo libro sobre lo minúsculo, adjetivo que remite al mismo Robert Walser, mi héroe, mi Sandokán (como lo llamó Christopher Domínguez Michael), el paseante que iluminaba lo pequeño, lo desatendido, y que dedicó una prosa bellísima a un humilde botón.

Lo desatendido. He aquí el concepto que me esperaba camuflado en la frase que acababa de escribir para mi novela. De pronto, hará unos momentos, lo desatendido lo he conectado con Mundo anclado
(editorial Contrabando) la novela del mexicano  Alejandro Espinosa Fuentes que acabé de leer ayer y me impresionó, no solo por los 32 años que tiene el autor (que eso pronto ya será una anécdota), sino por la seriedad y grandeza, rigurosidad de su proyecto: su viaje al centro de la literatura.

Para un viaje de este tipo en busca del centro de la literatura, el convulso país de México, tan maravilloso como horrible, viene siendo desde hace décadas un país ideal. Porque el centro de la compleja novela de Espinosa Fuentes, así como el del gran laberinto de la soledad que es este país, pasa, entre otros, por dos grandes, grandísimos autores, Juan Rulfo y Daniel Sada, y tiene un nombre: la muerte. Ese es el centro, como no podría ser de otra forma.

Aunque es obvio que en Mundo anclado la estructura del Roberto Bolaño de Los detectives salvajes parece estar muy presente, yo, a medida que avanzaba por el fascinante y único, inigualable Diccionario de piedras de Pedro Vallejo (que es uno de los personajes más memorables del libro) me iba sintiendo comunicado con el buen amigo, con el humilde y muy inteligente amigo, el imponente Daniel Sada de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, la novela que mejor ha abordado el carácter de indecible de la profunda verdad que muestra y esconde a la vez, en su mismo centro, México.

¿Qué se puede decir de lo indecible? Que lo indecible define México de un solo pincelazo y también define lo que podría llegarse a decir de la novela de Espinosa Fuentes, sino fuera porque eso la dejaría más desatendida de lo que por ahora ha estado y que estas líneas tratan de reparar. Porque he sabido que tanto la noción general de México, como lo indecible que se encierra en Mundo anclado, tienen algo de correlato expresivo de un “excedente de sentido” que, al establecer nuevos límites dentro de un universo discursivo, convierte los límites en umbrales de nuevas realidades. Por ahí va Mundo anclado, por las nuevas realidades de piedra volcánica de la literatura.

Su autor –salta a la vista– es lo que se entiende por un narrador nato. He podido saber por el propio Espinosa Fuentes, que Villa-Coapa es un barrio de la ciudad de México “sin el menor encanto literario”, la esquina este de Coyoacán. Ahí el narrador, que habría sido narrador en cualquier lugar donde hubiera nacido, vivió respirando aire de Coapa veinticinco años, hasta que decidió buscar la línea del horizonte, a la que otros llaman Futuro.
Alejandro Espinosa Fuentes

A veces imagino que antes de largarse de Coapa, descubrió, sentado en una banca frente a la iglesia de la Conchita, en qué consistía una impostura. Tras haber leído su Mundo anclado, doy por sentado (en la banca de la Conchita; perdón, todos sabemos que a Dios le gustan las bromas) que ya sabe sobradamente que el tema de la identidad imposible, hayas o no nacido en Coapa, es por decirlo así, una de las grandes secuencias de la literatura contemporánea y que es un motivo literario usual, aunque no todo el mundo lo utiliza como Espinosa Fuentes que convierte ese motivo en el motivo mismo de lo que narra Mundo anclado, porque a mí me parece que ahí se cuenta, a través de unas cuantas almas perdidas –la de Pedro Vallejo mucho más orientada– un viaje hasta el fin del mundo para preguntarse por el  motivo mismo de la literatura, el lugar del escritor en el seno del curso literario.

A veces también imagino que antes de largarse (esto me recuerda una frase de Joyce que inventé como epígrafe de Fuera de aquí: “Pase lo que pase, lo correcto es largarse”), oyó en el fin del mundo, como escuchara su personaje Mélida Areúsa, el eco ignorado de la voz de su padre pidiéndole que le prestara atención, que atendiera a lo que, desde el olvido, quería decirle y que era bien sencillo, aunque no llegó a expresarlo, tal vez quiso dar la palabra y el futuro al autor de Mundo anclado.


Enrique Vila-Matas

Barcelona, enero 2024

[Mundo anclado, en su edición mexicana, llevará de prólogo este artículo que ha sido publicado el 30/01/24 en la revista NEXOS mexicana.
De haber una segunda edición en España, en la editorial Contrabando, es probable que este texto se publicará allí como prólogo.]

Texto publicado en la web de Vila-Matas: 
http://enriquevilamatas.com/textos/textlodesatendido.html










viernes, 5 de enero de 2024

EL VALOR DE BOLAÑO

Artículo de Manuel Turégano, nuestro editor, publicado en la Revista Barcarola nº 104 de octubre de 2023


Roberto Bolaño


Manuel Turégano

Se cumplen veinte años de la muerte, en julio de 2003, de Roberto Bolaño, el gran «detective salvaje» de nuestra literatura.

Cuando hará unos 25 años comencé a leer no sólo la prosa, arrolladora y torrencial, de Roberto Bolaño, sino también sus reseñas literarias, sus breves ensayos, sus columnas de opinión, me llamó poderosamente la atención, no sólo su juicio acerado y contundente, no sólo su desenvoltura a la hora de trazar sus filias y fobias (literarias), sino también su poderosa adjetivación sui géneris. En particular, me sorprendió que a algunos autores que se atrevían a transitar por los caminos menos frecuentados, a algunos libros que rompían todos los moldes, Bolaño los calificaba como «valientes». Sorprendido, me preguntaba: ¿qué quiere decir «valiente» en el terreno de la literatura? ¿Es un adjetivo válido? ¿Tiene algún significado? De pronto alguien confería un extraño valor literario a la valentía, pero ¿por qué? ¿Qué relación hay entre valor y literatura?

Cuando apareció Entre paréntesis (conjunto ordenado de los textos de crítica literaria publicados en vida por Bolaño, y editados póstumamente por Ignacio Echevarría en Anagrama), el enigma se aclaró de inmediato. Allí, a grandes brochazos, pero también de forma certera, y con las grandes dosis de intuición poética que iluminan toda su escritura, Bolaño ponía énfasis en su concepto de literatura. Escribir es como descender al pozo más lóbrego y oscuro de la existencia. Pasar «una temporada en el infierno», como decía Rimbaud. Es llegar hasta el fondo del horror, y una vez allí, no cerrar los ojos, no hurtar la mirada, no darse la vuelta ni salir corriendo, sino tener el valor de mirar y luego la suerte para conseguir regresar y después la valentía para contarlo todo. La literatura es un ejercicio de valor, porque es un ejercicio de riesgo. Sin riesgo no hay literatura, hay autocomplacencia, hay impostura, hay edulcoramiento, pero no hay literatura. Sólo los que son capaces de descender hasta los últimos pozos del horror, mantener allí los ojos abiertos, bien abiertos, y luego contar lo que han visto realmente, sólo esos son valientes, sólo esos son escritores, sólo ellos crean verdadera literatura.

En Los detectives salvajes, la obra de 1998 que lo consagró como uno de los grandes escritores de nuestra época, Bolaño cuenta el naufragio trágico (y patético) de una generación, la suya, una generación empapada de poesía y altruismo, de ideales mal entendidos y peor aplicados, de alegría y generosidad, una generación de jóvenes atrevidos, solidarios y valientes, «cuyos huesos están enterrados por toda Latinoamérica». Víctimas del salvajismo militar o de unos líderes, aparentemente revolucionarios, pero en realidad infames, decenas de miles de ellos acabaron en tumbas sin nombre o dispersos en mil exilios. Hijos salvajes e impúdicos de su tiempo, en rebeldía permanente contra todo, atraídos por la primera vorágine del sexo libre, detectives incansables de los poemas más secretos, vivieron una odisea, llenos de euforia y sueños, antes de estrellarse, sin remedio, contra los terribles arrecifes de la realidad, protagonizando un irremediable naufragio. No todos murieron en él. Bolaño fue un superviviente de aquel naufragio y de aquella diáspora. Chileno recriado en México acabó en las costas españolas. Pero siempre supo que aquello no fue sólo un exilio, un cambio de continente, una diáspora: fue un temible naufragio, y nunca apartó sus ojos de él, en todo momento mantuvo los ojos abiertos, la mirada encendida, las pupilas fijas, sin retroceder ni ocultarse, sin olvidar ni tergiversarlo, hasta reunir el valor necesario para contarlo. Y contarlo como fue, como un torrente vital que nunca encontró un buen cauce, que fue alegre y confiado al matadero, con una sonrisa en los labios, con versos siempre dispuestos, con alegría y valor, con ingenuidad y locura, hasta chocar contra las rocas y hacerse añicos. Un auténtico bateau ivre.

En 2666, su gigantesca obra póstuma, Bolaño echa una ojeada, inmisericorde y visionaria, al pasado, al presente y al futuro, en busca de las raíces, de los misterios, de los secretos del mal. Del mal absoluto. De un mal que crece como una hidra y se apodera de todos los huecos del tiempo, de todos los resquicios del espacio, que, como una sombra, acecha todos los rincones de la inocencia para cubrirlos con su velo de horror. Bolaño se apodera del feminicidio de Ciudad Juárez para erigirlo en el gran monumento contemporáneo del mal.

La obra entera de Bolaño, dice Ignacio Echevarría, «permanece suspendida sobre los abismos a los que no teme asomarse». La define, pues, ese valor, esa valentía, que él siempre buscó como «criterio de verdad» de la literatura.

Una búsqueda que terminó por convertirlo, tras su prematura muerte, en 2003, cuando sólo tenía cincuenta años, en un verdadero autor de referencia. Primero en Hispanoamérica (donde su influjo es ya, hoy día, más significativo y más determinante que el de los autores del boom, sobre todo entre los lectores y escritores más jóvenes), luego en España (donde tuvo que vencer las numerosas capas de incomprensión que despierta siempre la literatura de riesgo), asimismo en Europa, y desde hace unos años también en el mundo anglosajón, sobre todo en Estados Unidos, donde 2666 llegó a ser considerada por la crítica como la mejor obra literaria del año. Mucho se ha escrito (y no todo favorablemente) sobre esta recepción fervorosa en EEUU: ya Ignacio Echevarría alertó en su momento sobre cómo una parte del establisment cultural norteamericano estaba procediendo a crear un falso «mito Bolaño», con la imagen deformada de un «escritor maldito» (adicto al sexo, las drogas y el alcohol, cosa que no era) y, sobre todo, «crítico de la revolución», sin duda el aspecto que más les interesaba resaltar. Cierto que Bolaño era un crítico asiduo (y certero) de la izquierda latinoamericana de los años 70/80, pero en absoluto eso era un signo de «conservadurismo», al contrario: Bolaño también tuvo la valentía de no callar ante los errores (y aún los crímenes) de la llamada izquierda «revolucionaria». En eso, como en todo, fue un escritor insobornable.

Nacido en Chile en 1953 (hace ahora también 70 años) Bolaño emigró junto a su familia, por razones económicas, a México en 1968. En 1973 volvió efímeramente a Chile para colaborar con la revolución de Allende, pero tras el golpe de Pinochet fue detenido y se libró por fortuna de males mayores. A su regreso a México fundó y encabezó, junto a otros poetas mexicanos e hispanoamericanos, un efímero movimiento poético de vanguardia (los infrarrealistas), que luego serviría de inspiración para los «realvisceralistas» de Los detectives salvajes. En 1977 dejó México para recalar en Barcelona. Durante casi veinte años vivió de los oficios más diversos, mientras leía y escribía incansablemente. Para sobrevivir comenzó a escribir cuentos para concursos, que ganó y perdió. Con La literatura nazi en América y Estrella distante se ganó ya cierta reputación como narrador, sobre todo en Hispanoamérica. Pero sería Los detectives salvajes (Premio Herralde de Novela 1998 y Premio Rómulo Gallegos 1999) el libro que lo consagraría como una de las voces más valiosas del momento, la más innovadora. Una grave enfermedad hepática mantenía sobre su vida una permanente espada de Damocles. Así que, en sus últimos años, escribió contrarreloj y, en cierto modo, a tumba abierta. Publicaba al ritmo frenético de un libro por año: novelas, nouvelles, colecciones de cuentos…, mientras escribía 2666, que casi terminó.

Tras su llorada desaparición, en julio de 2003, su amigo y albacea Ignacio Echevarría llevó adelante la edición literaria de 2666 y del libro de reseñas y ensayos Entre paréntesis; y más tarde, del libro de relatos El secreto del mal y de su obra poética, reunida en La Universidad Desconocida. Años después, se publicaron dos novelas más: El Tercer Reich y Los sinsabores del verdadero policía. Una exposición en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, con motivo del décimo aniversario de su muerte, exibió por primera vez la parte inmensa de la obra de Bolaño que aún queda por publicar: 14.000 páginas, entre las que se anunciaban cuatro novelas inéditas (algunas ya publicadas por Alfaguara), decenas de cuentos y otras obras fragmentarias y menores, además de cartas personales. Un verdadero botín que alimenta los sueños y las expectativas de los numerosos lectores que Bolaño ha convertido ya en adictos a su obra en el mundo entero.

Estamos pues aún relativamente lejos de poder calibrar el verdadero valor de este escritor, del que Vila-Matas dijo en su día con razón que «ha abierto nuevos caminos, por los que transitará la literatura del siglo XXI».

El vigor narrativo y el ritmo a veces estresante de la prosa de Bolaño se ven siempre compensados por su inagotable fulgor poético y su honda y, a veces, trágica visión del mundo.

En ese recorrido el lector descubre la verdad que el propio Bolaño proclamó en algunas de sus páginas: «que un libro es un laberinto y un desierto», en donde es fácil perderse y difícil hallar la salida. Por eso el lector debe ser un «policía», un detective. Alguien que, tal vez, aprende que «la principal enseñanza de la literatura es la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo».

Un torbellino y un espejo: dos palabras que definen muy bien el universo narrativo del propio Bolaño, sin duda uno de los escritores esenciales de nuestro tiempo, el creador de uno de los planetas literarios recientes más valiosos de la literatura en lengua española.