lunes, 14 de agosto de 2023

CARTAS DESDE SYLDAVIA. A PROPÓSITO DE TRÁNSITO, DE JESÚS ZOMEÑO


Por Juan C. Lozano Felices



La gente cruza constantemente por encima de las fronteras, negándose a admitir lo que está impreso.

Jesús Zomeño, Tránsito


   En principio fue el mapa. El origen de La isla del tesoro está en un mapa que dibujó Stevenson para entretener a su postrado hijastro en un día de lluvia. Syldavia, por el contrario, no está en los mapas, lo que no impide que los tintinófilos podamos concretar su territorio sobre un mapa de la Europa balcánica. La tetralogía en que se incardina Tránsito, de Jesús Zomeño, tiene su arranque en una guía de líneas ferroviarias y sus horarios. Sean reales o ficticios, sea un innominado lugar de la Mancha, Macondo, el alcázar troyano, Ruritania, el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería o el París de Hemingway, hay lugares en la literatura que trascienden el papel, que se estructuran como una geografía simbólica y toman el lugar del mito. Los topónimos no importan, los símbolos sí.

   La isla del tesoro fue el primer libro que tuvo Jesús Zomeño. Se lo regaló su hermano siendo él niño, y por ello fue el primer libro que leyó. Imagino que personajes como el adolescente Jim Hawkins, el ciego Pew, Ben Gunn, y desde luego John Silver “el largo”, poblaron los sueños de aquel niño que iba contándoles a sus compañeros de colegio las partes de la novela que iba leyendo contra las indicaciones de su madre, que restringía su tiempo de lectura por si ésta podía agravar su miopía. Imagino que la novela de Stevenson, si no determinó la vocación literaria de Jesús Zomeño sí hizo que germinase el contador de historias que es hoy, que ha sido siempre. Porque Jesús parece haber nacido para contar historias, de lo que da suficiente testimonio un ingente corpus literario cuyo último eslabón, por el momento, es la novela Tránsito editada, como viene siendo habitual en este autor, por la valenciana Contrabando y que, desde hace unos días podemos encontrar en los anaqueles de novedades de las librerías. Después de tantos años, la obra de Stevenson sigue siendo un talismán para Jesús Zomeño y, en esta ocasión, funciona como hilo conductor de Tránsito. Las referencias a esta novela parten de una anécdota personal y vertebran toda la trama de un modo verdaderamente extraordinario.

   Digámoslo ya y ex abrupto, Jesús Zomeño es un escritor de raza. Un escritor, alejado de modas y banderías, que merece, sin duda, situarse entre lo más interesante que se está cociendo en el panorama literario español. Debo decir también que la novela de Zomeño se sitúa en esta ocasión fuera de coordenadas conocidas, allí donde hay dragones. No deja de ser, por ello, un envite arriesgado para el lector, pero si algo distingue a la editorial Contrabando es, desde luego, su apuesta por la sustantividad y complejidad del hecho literario.

   Conozco a Jesús Zomeño desde hace más de cuarenta años y tengo la fortuna de frecuentar su caldero literario. He leído, no solo toda su obra publicada sino también buena parte de su obra inédita. Creo que, desde que, en 2012, publicó Cerillas mojadas, no he dejado de escribir puntualmente una reseña de cada nuevo libro y/o he intervenido en alguna de sus presentaciones o prologado el libro. Glosar una obra con un sustrato tan rico en fuentes literarias y simbólicas no es tarea fácil, conlleva un reto intelectual y, desde luego, una implicación emocional. Cada libro tiene unos perfiles diferenciados y concretos, como un mapa, pero el mundo literario de Jesús Zomeño, la unidad y coherencia de su corpus poético y narrativo, no ha cambiado desde que, en los años ochenta publica un libro de relatos con el título Cuestión de estética y un poemario coetáneo, Del eterno regreso.

   No se vea lo dicho como un alarde por mi parte ni mucho menos. Lo digo para testimoniar que, conociendo como conozco la obra de Zomeño, debo decir también que Tránsito es la obra que más me ha sorprendido. El proyecto viene de lejos. Ya en 2019, Jesús comenzó a hablar de “la novela del tren”, que fue como nos estuvimos refiriendo a ella durante años, hasta su título definitivo de Tránsito. Durante la pandemia por el coronavirus, a través de Whatsapp, conocí de la existencia de otras tres novelas más, de las que “la novela del tren” no sería sino una parte, la segunda de la tetralogía aunque toda ella transcurría en un tren, en distintos itinerarios y en una misma noche. Al mismo tiempo, Jesús me hablaba de un vampiro, de F. y de unos espías. Yo, al principio no entendía muy bien aquel galimatías y le pedí que me lo explicase un poco mejor. Lo que me dijo sobre la estructura, así como el estado en que se encontraba cada una de las novelas, quedó reflejado en un diario que yo llevaba por entonces y del que omito algún detalle o nombre que pueda revelar futuras tramas:
          

El viaje de Sofía a Bucarest puede hacerse en cuatro tramos, con transbordos. Cada novela se    corresponde con un tramo del viaje nocturno. Estoy con la primera novela que aparecerá publicada y que corresponde al segundo tramo (…) Las cuatro novelas transcurren en el tren, pero llamo “novela del tren” a la primera parte porque no hay personaje significativo como en las otras. He comenzado a escribir la cuarta. La de F. está levantada y a falta de enlucir. La de D, precisa una capa de pintura. La de los espías estoy poniendo los ladrillos y a la del tren, quitándole el polvo y colgando algún cuadro. Ahora mismo, pasando el plumero.


   Esta tetralogía daría para una supernovela de más de cuatrocientas páginas y que, intuyo, se podrá leer de atrás hacia adelante o de adelante hacia atrás. También un tren puede cambiar el sentido de su marcha en función de dónde se coloque la locomotora. Sin meternos aún en el fondo de la novela, lo primero que nos llama la atención en Tránsito es su brevedad. Es una novela corta que se puede leer en unidad de acto. Quizás con ello, el lector gane en intensidad. No obstante, en ese caso, recomiendo una segunda lectura más pausada y meditada. En extensión sería lo que los franceses llaman una nouvelle, una forma literaria entre el relato largo y la novela corta y que participa de la intensidad y la economía del género cuentístico. Tendría la longitud de La metamorfosis de Kafka, de Aura de Carlos Fuentes, de El túnel de Sábato, de Pedro Páramo de Rulfo o de La muerte de Ivan Illich de Tolstoi.

Tránsito es un viaje geográfico en tren a través de la noche pero es también un viaje interior del protagonista sin nombre. El escenario es el interior de un vagón. Es un escenario totalmente cerrado donde, como lectores, se nos plantea un enigma, porque no sabemos a dónde nos va a llevar el viaje que nos propone Jesús Zomeño. El tren es real y es simbólico. En realidad, en su novela, el autor, se enfrenta y nos enfrenta al problema de la alteridad, como aceptación o recusación que tiene el “yo” de la existencia del otro, y que al propio tiempo podría converger y/o colisionar con lo que pueda elucubrar el resto de “yoes”
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Jesús Zomeño
   Pero primero, una reflexión terminológica, ¿qué es tránsito? ¿Qué significa? Los títulos, en Jesús Zomeño, no son fruto de un capricho estético. Al contrario, tienen un valor exegético al que hay que atender, porque ello nos dará la clave o claves de lectura, el título es un ingrediente más de una fórmula alquímica. Un pasajero está “en tránsito” cuando entre el punto de inicio y el destino final de su viaje, desciende en una estación para tomar un tren de conexión. Sería la explicación quizás más literal de lo que ocurre en la novela. El protagonista debe tomar un tren…Su destino último es Bucarest, pero bien podría dirigirse a cualquier otro lugar de este o de otro mundo. Los topónimos son intercambiables, los símbolos no. Como siempre, Jesús es un maestro a la hora de ofrecernos, ya desde el título, un juego de espejos, sugestivo y lleno de sentido o de sentidos. Un relato no es siempre lo que dice o lo que parece ser. Según la RAE “tránsito” tiene también un alcance teológico. Es también la muerte de una persona santa o virtuosa y muy especialmente se habla del tránsito de la Virgen María. El tránsito o dormición de la Virgen es un tema recurrente en pintura y en la representación de los Misterios medievales y la nueva novela de Zomeño tiene mucho de Misterio medieval e incluso podría estar emparentada con las danzas de la muerte tardo-medievales.

   Podemos decir que la novela de Jesús es una obra de múltiples capas donde el subtexto místico no es algo menor. De hecho, las estaciones por las que va pasando el tren nocturno pudieran acaso tener una correspondencia con las estaciones de un rosario. Esta idea de anchura mística de la obra queda reforzada por la cita de San Juan de la Cruz que cierra la novela como broche. No es un hecho trivial que el viaje lo sea a través de la noche y que en el exterior todo sea oscuridad, que no pueda distinguirse construcción ni paisaje alguno, sin referencias salvo cuando el tren se detiene en una estación para descargar y recoger nuevos pasajeros, ¿metáfora de Leviatán, tragándose a Jonás o a Pinocho para luego escupirlo?

   También, en la sinopsis, podemos leer que “el tránsito que nos invita a recorrer Jesús no es solamente un desplazamiento en tren. Este viaje, en la estela de San Juan de la Cruz, es también un tránsito por la noche oscura del alma humana. Un viaje entre la vida y la muerte, una transfiguración mística”.

   Por un lado, está el protagonista y, por otro, como naturaleza muerta, los pasajeros que viajan en el mismo vagón (la chica que lee y dormita, la pareja de ancianos, el soldado tumbado en el suelo, el africano que le chilla al móvil…). El anonimato de los pasajeros mueve al narrador, víctima del horror vacui, a fecundarlos. Podríamos decir, invirtiendo la fórmula clásica, que lo contemplado queda transformado por y desde el pensamiento del poeta. El narrador convierte a los pasajeros en personajes en busca de una historia donde vivir. Desde esta perspectiva la novela tiene un trasfondo existencialista. Borges decía que el ámbito de las ficciones de Kafka es deliberadamente gris y mediocre y sabe a burocracia y a tedio. En Tránsito resuena un entorno opresivo, con tintes oníricos, casi alucinados, casi de celada cosmogónica. Como si las cosas no estuvieran en su sitio y planease sobre la narración una amenaza continua, un aviso o un mal augurio. Como si el autor cuestionase o pusiera en duda la misma idea de realidad. Una tenue y ligera cinta a punto de romperse lo une a la invención pirandelliana.

   Los personajes están a ambos lados del espejo, y podrían decir como Rimbaud “yo soy otro”, como si lo escrito, el pensamiento del protagonista, moldease una realidad paralela que es también ficción y pudiera estirarla o contraerla, como si hablásemos de una realidad virtual. Zomeño escribe como si el mundo estuviese a medio hacer, una suerte de palimpsesto donde se hubiese borrado el texto original para volver a escribir encima un nuevo texto, como si la vida real de los personajes se hubiera borrado y el narrador asumiera una suerte de diégesis mimética.

   Yo diría que la novela de Jesús Zomeño, aunque de forma menos explícita que en El 53 de Gilmore Place, es una alegoría sobre el acto de escribir y los caminos de la ficción. Se nota en la novela una reserva de medios, una economía lingüística propia del relato corto. Una economía que favorece el lirismo y la sugestión de las imágenes que presenta, muchas veces a manera de aforismos de punzante ironía metafísica. Es significativo que el propio autor haya mantenido en alguna presentación de su libro que el ritmo y la propia disposición del texto en párrafos breves quiere transmitir la idea de las traviesas bajo el tren. También podemos leer: “El vaivén del tren ondula la palabra terrible”. No obstante, no piense el lector que la historia es una sucesión de frases y reflexiones más o menos ocurrentes. Nada más ajeno a la realidad. La trama, dentro de la circularidad de la supernovela en que se integra, es a su vez circular y tiene un cierre donde el estado original, alterado de forma accidental, queda restablecido.

   Jesús Zomeño, con su maravillosa y sorprendente alquimia destila un producto que confiere una sensación de extrañeza, de maravilla, casi de anomalía… Podríamos hablar de una novela-mosaico cuyas teselas están hechas de diferentes materiales, unos reales, otros ficticios, unos del pasado, otros del presente y que se entrecruzan, se fusionan y se eliden; y donde la realidad se vuelve tan extraordinaria como la ficción. Como corolario, Tránsito es una novela prodigiosa, una obra maestra de orfebrería literaria y, desde luego, un libro ineludible para los seguidores del escritor.

   No quiero terminar sin aludir a la magnífica portada. Jesús Zomeño viene manteniendo, siempre que ello es posible, un control artístico global sobre su obra que alcanza también al diseño de portada. En esta ocasión, la ilustración de la cubierta corresponde a Alicia Zomeño, la hija de Jesús, que ha captado de manera lúcida y penetrante la idea de horror vacui sobre la que gira la trama.









miércoles, 26 de julio de 2023

CIUDAD Y TINTA. SOBRE CIUDAD DEL NIÑO (2023), DE JOSÉ DEL CARMEN.


Por Mario Pera. Artículo publicado en la revista Vallejo&Co el 8 de junio de 2023 

  

“La orfandad es para toda la vida”, dice uno de los versos de José del Carmen* en su poemario Ciudad del niño. Y es cierto, las cicatrices, experiencias, golpes físicos y, más aún los psicológicos, que recibimos cuando niños son lo que más nos marcan. Son heridas que nunca cierran y cada tanto, al recordarlas, supuran una verdad que muchos prefieren olvidar.

Tras leer este poemario, uno entiende que hay quienes desde muy jóvenes aprendieron a caminar sin sombra, a crecer sin garantías, huérfanos de seguridades… como se camina en la poesía; y es que la poesía como desamparo u orfandad, como plantea la obra de José, es una metáfora que define bien el oficio del poeta. Tomar la palabra y las carencias propias para crear y resistir desde lo incierto como única certeza, y así aprender a remediar las grietas en nuestro existir, es decir, aquello que nos lleva a escribir y, aún más, a poetizar. 

En Ciudad del niño encontramos las cicatrices de un abandono familiar, estás supuran dolor, pero también resiliencia a través de la tinta con la que su autor escribe los poemas, bien enhebrados entre dos estilos: verso y prosa, que componen un libro en donde el yo poético describe con crudeza las verdades incómodas que muchas familias prefieren barrer bajo la alfombra, así como desafía el arquetipo de la infancia idílica que no pocos aún conservan. Y es que la infancia puede ser eso, un paraíso momentáneo o, en el mayor de los casos por lástima, un infierno o zona minada de la que se puede salir muy herido. Como pocos poemarios, Ciudad del niño ofrece una visión sin edulcorar y sin remilgos de las experiencias de un niño como tantos otros niños y adolescentes sobrevivientes al abandono o abuso por parte de quienes deberían cuidarlos, sean familiares o instituciones públicas, la perspectiva de quienes crecen cargando en la espalda el silencio y teniendo a la rebeldía como mayor opción para subsistir.

En este libro, que podría funcionar como una autobiografía poética, no cesan los recuerdos familiares y emociones personales en una yuxtaposición de historias narradas por un autor omnipresente, en la que se nos enfrenta como lectores a las consecuencias de las conductas de diversos personajes, cada uno con sus desgracias propias y que, al interactuar entre sí, componen una tragedia familiar mayor que gira en torno a la pobreza económica, soledad, culpa y silencios repetidos generacionalmente como los embarazos adolescentes, todo lo que forja en el yo poético una identidad trunca ante la imposibilidad de sentir una pertenencia a algo, incluso a una familia nuclear, lo que es un paisaje más común de lo que solemos creer.

El otro gran personaje del poemario es La Ciudad del Niño, esa institución creada por el gobierno de Chile en 1943 y que por 60 años fue la encargada de acoger a niños y adolescentes en riesgo social y vulnerabilidad o con dificultades dentro de sus familias, un establecimiento que en su momento acogió a 1100 menores, por el que pasaron al menos 2 generaciones de chilenos y en el que los internos e internas, así como encontraron buenos profesionales dedicados a su cuidado y enseñanza (las llamadas tías por ejemplo), también encontraron quienes desde su posición de dominio o poder les hicieron vivir los pasajes más duros que una infancia puede tener, abandono, desatención, violaciones, violencia sistémica e institucional. No por nada el Sename, institución mayor a la que se adscribió la Ciudad del Niño, fue muy criticada la década pasada en Chile cuando se conoció que entre 2005 y 2016 fallecieron, en el conjunto de sus centros de acogida, al menos 1300 niños y niñas. En ese contexto se hicieron adultos una parte de los ciudadanos chilenos de hoy.

Pero, volviendo al poemario, ¿qué palabra me viene, entonces, a la mente tras leer este libro? Coraje. Coraje no sólo para sobrevivir a la abundancia de recuerdos y experiencias, la mayoría no gratos, sino más aún, para hacer de la poesía el medio para enfrentarse a esas memorias (que muchos preferirían no mencionar) reviviendo el dolor que causaron, plantándole cara y exponiéndose para que la poesía drene y, de algún modo, ayude a amortiguar los pesares. Sin duda, la poesía es también una orfandad, pero una que te aloja, que te arropa y te defiende cuando todo está perdido. Como le pasa al huacho o huérfano, la única salida para subsistir es sublevarse ante la mayor amenaza (que no viene desde afuera sino desde dentro) y que es el dejar de creer en uno mismo. La poesía nos hace creer en nosotros, en nuestras capacidades, nos lleva a hacer de nuestros escombros nuestra verdad y fortaleza y desde ahí recrear nuestro existir.

José del Carmen*

 En medio de la orfandad, del pasado arrebatado, de una identidad vacía y violencia generalizada, la poesía es pues un árbol grande, de raíces profundas y seguras al que nos podemos aferrar para enfrentar el huracán que suele ser para muchos la vida.

Nací en una familia tradicional, con carencias, pero constituida. Por ello, este poemario me llevó a ponerme en la piel de quienes no tuvieron o no tienen ese privilegio, desde el plano de la empatía, pero más importante desde un plano en el que todos somos iguales: el artístico, porque ahí nuestra capacidad de sentir es igual. Y José del Carmen con su poesía no sólo logra narrarnos una historia, bien contada por cierto, sino que nos mete en la carne de quien la vivió, creciendo entre espinas, para sentir aquel dolor que poetiza.

No conformarse con la tristeza, asumir el desafío de vivir sin desafíos ni metas al saber que nuestra existencia en realidad no tiene un propósito más que el que nosotros mismos queramos darle, ese podría ser el mensaje esencial de “Ciudad del niño” y de José del Carmen con su poesía y, en el mundo actual, lo encuentro revolucionario. Y cierro con uno de sus versos “Para hacer vida en un orfanato hay que apostar a perdedor” y lo parafraseo: “para escribir poesía que valga la pena hay que apostar a perdedor”.  

*(Santiago de Chile-Chile, 1988). Poeta. Pasó gran parte de su infancia internado en el hogar de menores Ciudad del Niño, institución integrante del Servicio Nacional de Menores (SENAME), organismo central cuestionado de manera permanente a causa de la vulneración de los derechos del niño. Cursó el taller literario en dependencias de Balmaceda Arte joven (2017), del que se publicó Memorias de un pájaro asustado (2010) de Paz Molina junto con quince escritores. Obtuvo el Premio Nacional Pablo de Rokha (2014) y los Juegos Literarios Gabriela Mistral (2011). Ha publicado en poesía Ciudad del niño (2023).

 

jueves, 9 de marzo de 2023

EFÍMERA


Novela de 94 páginas que se lee para darte un suspiro de alegría.

Recién salida del horno barcelonés. Editada por Ediciones Contrabando.

Se lee fluida y dejarla reposar o pasarla a un amigo para luego volver a leerla, ya sin 

la expectativa del “como salta a la prosa” el poeta Brumonk, que junto a Mario Santiago 
Roberto Bolaño, le dieron otra vuelta de tuerca a la literatura escrita en castellano.

Y se arriesga a intentar contar la llegada a Valparaíso en barco de un joven versero 
centroamericano, a buscarse la vida entre ese puerto bullente de inicios del siglo XX y
Santiago de Chile.

Y se lanza con un abanico de palabras precisas que hace que el narrador, pongamos que 
sea Rubén Darío, nos envuelva en una búsqueda preciosa, simple y convincente, que te hace
entender que asistes a la apertura de una puerta que estaba cerrada y de pronto la casa del
lector recibe un olor del exterior que te deja asombrado.

Un olor a oficio largo y a libro antiguo. El oficio de poeta/el oficio de vivir que dice Pavese
 o un joven que toma un barco llamado Hörderlin hacia el infierno/paraíso sudaka.

Me recordó la brillantez de algunas novelas breves como 
La Escopeta de Caza de un oriental 
Ayer de Juan Emar.

Pintar el aire con párrafos que intuyes vienen de su anterior libro recientemente publicado
y que resume su poderosa obra poética de medio siglo: El futuro.

Lo vine leyendo en el bus pirata que me trajo desde la pasada Varoli en Talca hasta Santiago,
luego del helado de vainilla y su tabaco Sauvage.


Inicios del siglo pasado. Una comedia, una Comala tejida
por los estornudos del Sol y la literadura de los trenes
y por la ida y vuelta desde Santiago de Compostura
hacia esa mano con cuarenta dedos.
Hacia el doctor Allende y el general Pinochet
instalados en el Plan de los presidentes porteños.
O quizás su personaje Lucía sea la olvidada
Teresa Wilms Montt y una anécdota o un sueño terrorífico,
O una novela de sutilezas a ratos sublimes
sobre el origen del modernismo literario.

Y dos cumbres del texto, son el fragmento del cerro
Aconcagua y un encuentro de miradas en la picada
ojos del salado”.
Efímera y no efímero como quisiera escuchar la estatua
de Darío con pinta de atleta griego en el parque forestal.


Con un Epílogo de síntesis de paso.
Pocos y muy bien bocetados personajes.
El notable volantín que va arrastrando al lector,
apenas deja el libro sobre el velador.

Deja la novela recién editada sobre otro brillante libro llamado 
La construcción 
en donde otro poeta porteño afirma “a viva voz" que Brumonk, 
el alias que usa el autor de Efímera fue cómplice ad+, de dicha casa, 
donde aparecen y desaparecen misteriosamente, seres de orilla de mundo.


Bruno Montané despliega una variante de su
medio siglo de pulir su
poesía cercana al observador alucinante y al silencio rulfiano.
Tiene la nitidez cuentera de los maletines de Chejov y Stevenson.
Horaceriano, Infrarrealista, Moguda catalana, Malabarista del fraseo.
Traductor de una música que pone los pelos de punta.
Efímera, la oruga que va respirando poesía.


Jordi Lloret

jueves, 9 de febrero de 2023

¡Confinados!, creación literaria y reclusión en el Siglo de las Luces

 Reseña de Wences Ventura, publicada el 11 de enero de 2023 en la Revista Zenda.

¡Confinados!, creación literaria y reclusión en el Siglo de las Luces

Cuando en marzo de 2020 las autoridades españolas casi al unísono con las europeas decretaron el confinamiento de prácticamente la totalidad de la población y la interrupción de la mayoría de los sectores de actividad, las calles se quedaron vacías. Estábamos encerrados, confinados. El silencio solo interrumpido por el trino de unos pájaros, la sedación del mundo contemporáneo en los parques desiertos, en las persianas metálicas cerradas, en los trenes detenidos. Otra forma de existencia, una burbuja acristalada desde donde contemplar el hosco discurrir de los días, con angustia ante la incertidumbre, con escenas televisadas que nos recordaban los  aguafuertes goyescos; en las residencias de ancianos habitadas por el espectro de la muerte, en el Palacio de Hielo de Madrid convertido en morgue de España; y de esa restricción impuesta en lo que concierne a la libertad de movimientos, semejante a un toque de queda, una sensación de vacío, ahogo, desamparo y miedo se adueñó de una parte significativa de la población.

Solo una minoría, esos happy few, en la desconexión, a veces, total de la intensa y tecnológica realidad de nuestro tiempo, encontraron el camino hacia una libertad interior que los llevaría a reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo y en algún caso, como el que suscita esta reseña, a escribir un ensayo.

"Los personajes históricos que se analizan en este texto son cuatro: Voltaire, Diderot, Mirabeau y Xavier de Maistre"

¡Confinados! discurre en otro siglo, el XVIII, pero no deja de recordarnos los momentos de la reciente pandemia y establece una interesante y bien desarrollada teoría entre lo que podemos denominar encierro físico y creatividad literaria. La limitación por razones de espacio de los movimientos de una persona en una celda o en un cuartillo de los diminutos apartamentos de las grandes urbes le permite al autor de este libro adentrarse en un territorio abstracto por desconocido para la mayoría, el de la privación de libertad, que en el caso de los filósofos enciclopedistas presos podemos imaginar como un summun de calamidades.

Le permite, asimismo, reflexionar sobre esa otra libertad, de la que tan poco se habla, la que está dentro de nosotros, y que no limitan las circunstancias exteriores, y que está fuera del control del Estado y de sus agentes represivos.

Esa fuerza que supera el frío, el hambre, la enfermedad y hasta la tortura y que convierte la piel del ser humano en muro de contención ante la catástrofe y que nos da la verdadera dimensión de la capacidad de sufrimiento de nuestra especie.

También es esa la libertad que hace que desde una celda podamos vislumbrar grandes horizontes. Y así lo vio, entre otros, Santa Teresa de Jesús. Esa libertad interior que es la única medicina contra el sufrimiento y la desgracia.

Los personajes históricos que se analizan en este texto son cuatro: Voltaire, Diderot, Mirabeau y Xavier de Maistre, y excepto este último pasaron un tiempo crucial para sus vidas en las temibles cárceles del París del siglo XVIII, donde la enfermedad podía ser el cólera. Donde la vida valía bien poco, ya fuera por la ruindad de los agentes judiciales o por la peligrosidad de los otros presos. Sin embargo, en esa atmósfera convulsa y trágica sacaron lo mejor de sí mismos y convirtieron esas precarias celdas en auténticos laboratorios de ideas.

"Volvamos, pues, nuestra mirada hacia el pasado porque necesitamos compararlo con nuestro presente y extraer de él una lección para nuestra supervivencia"

Intuyo que, influido por los acontecimientos de nuestro reciente presente, el autor, historiador de formación, haya querido adentrarse en un periodo marcado por la privación de libertad. Nótese que entre 1661 y 1789 una de cada seis presos estaba encerrado por escribir, por faits de lettres. En la puerta de las librerías se apostaban los soplones. Las ideas que vertían los enciclopedistas constituían un veneno intelectual para la escasa población alfabetizada y el antídoto para detener esa acción de difusión de ideas era la cárcel.

Que el profesor Nicolás Bas escriba sobre estas figuras análogas del XVIII francés desde su condición de hombre confinado en este siglo XXI, en este periodo de la historia donde nada pesa, en esta modernidad líquida, en palabras del sociólogo Zygmut Bauman, y en un momento muy duro para la humanidad, como de borrón y cuenta nueva, tiene un significado no solo en el análisis de aquel Siglo de las Luces que se alumbró desde el sufrimiento de las mazmorras, sino también en el desarrollo de una idea que transcurre oculta y entre líneas: la necesidad de convertir este tiempo de pandemia, de reclusión, en un tiempo de creación, de renacer de las ideas en un contexto que pide una renovación moral, que el mundo actual necesita con urgencia.

Volvamos, pues, nuestra mirada hacia el pasado porque necesitamos compararlo con nuestro presente y extraer de él una lección para nuestra supervivencia: ¿es esta la razón de ser de este libro?

"Este ensayo nos abre el apetito por el pensamiento, por la literatura de calidad, por los alimentos espirituales"

Cuando hemos perdido el hilo de los acontecimientos, pues fue eso la pandemia, una desconexión, una tremenda bajada a los ínferos de la condición humana, necesitamos retomar las riendas: esta crisis nos ha llevado de manera obstinada a repensar los valores morales que el tiempo de la técnica nos había usurpado. El tiempo de la torpeza, de la mala fe nos había instalado en la ceguera. No había otra escapatoria. Y este pensamiento que es tan actual ya fue formulado, salvando las distancias, por Rousseau hace tres siglos. La técnica no puede olvidarse del hombre.

Los personajes del libro son figuras históricas que sacan intelectualmente lo mejor de sí mismas en periodos cuya libertad les fue arrebatada. Voltaire encuentra en la obra del inglés John Locke las bases para el desarrollo de su pensamiento positivo y utilitario. Definió La Bastilla como un monstruo simbólico del absolutismo. Diderot bebe del estoicismo de su maestro Montaigne, y no sería reconocido hasta el siglo XIX, pese a compilar y aportar cerca de 6.000 artículos escritos por él a La Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des siences, des arts et des métiers, obra magna del siglo XVIII. La obra también se detiene en el irrepetible Mirabeau, que convirtió su encarcelamiento en oportunidad para escribir, siendo las Lettres à Sophie una obra cumbre de la literatura carcelaria. Por último, el libro analiza la obra de Xavier de Maistre, el único no encarcelado, pero sí encerrado en su habitación durante 42 días —¡cuantas semejanzas con lo recién vivido!— y creador de la imperdible Viaje alrededor de mi habitación, experiencia que nos invita a seguir, de poderosa subjetividad la novela nos cautiva: «¡Que todos los desgraciados, los enfermos y los hastiados del universo me sigan!».

Este ensayo nos abre el apetito por el pensamiento, por la literatura de calidad, por los alimentos espirituales… Los creadores analizados vuelven a recobrar protagonismo a la luz de los recientes acontecimientos vividos. También nos hace mirar con renovado interés hacia la cultura francesa en un siglo determinante para la formación de nuestra idea del mundo.

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lunes, 6 de febrero de 2023

GERARDO LEÓN PUBLICA EL ENSAYO "MI 15-M (UN RECUERDO Y ALGO MÁS)"

  

Reseña publicada por CULTUR PLAZA el 27/12/2022 a propósito de la publicación del libro "MI 15-M (Un recuerdo y algo más)" (Contrabando 2022)


27/12/2022 - 

VALÈNCIA. El guionista y periodista cultural Gerardo León (Valencia, 1971), publica su primer ensayo, Mi 15-M (un recuerdo y algo más) (Editorial Contrabando), un viaje al 15 de mayo del 2011 desde su mirada personal. “El 15-M fue, ante todo, una experiencia humana de primer orden, lo cual lo convierte, por sí mismo, en un suceso interesante. Ahora bien, no fue solo eso", explica León. Después de tres años sufriendo una crisis económica, a las puertas de unas elecciones autonómicas y generales y con la sombra de la corrupción presente, las plazas de las principales capitales de España se llenaban de manifestantes: había nacido el 15-M o Movimiento de los Indignados.

Este es un libro que nace, en una primera capa, de una experiencia personal. Partiendo de una pequeña asamblea de barrio, el texto relata las vivencias del autor dentro de aquel movimiento que quiso devolver la voz a una ciudadanía que sentía que había sido desplazada del centro del debate político, una mirada también poliédrica de un movimiento formado por muchos movimientos distintos. “Eso le dio al movimiento un carácter único, pues, en realidad, aquello, más que un hecho político cohesionado, era un amalgama de individuos más bien desordenado, unos procedentes de distintas asociaciones civiles, pero otros muchos sin una afiliación previa concreta y que, con frecuencia, descubrieron que aquello de intervenir en la organización política de su país era algo que les interesaba”.

Con esas premisas León hace, en un segundo plano, un recorrido de los elementos objetivos de lo que fue el 15-M: de las razones que llevaron a aquella primera manifestación de aquel hoy mítico 15 de mayo del 2011, de la organización de las primeras acampadas, de su funcionamiento interno, de la formación de aquella Asamblea General que, en el caso de Valencia, se constituyó en la Plaza del Ayuntamiento. A partir de aquí, el texto hace repaso de su evolución, desde la expansión de aquel primer 15-M hacia la constitución de las asambleas de barrios, su organización, la formación de la Asamblea de Barrios, Pueblos y Universidades (BPU), pasando por todas las propuestas que se desarrollaron allí, pero también por la posterior crisis que precipitó al movimiento hacia su final: “sus luchas internas, las confrontaciones de egos y los movimientos tácticos de una camarilla que acabaría por ahogar su pluralidad y, con ello, sus aspiraciones de una mejor democracia, expulsando a mucha gente de su seno”.

Gerardo León (Valencia, 1971) es guionista y periodista cultural. Desde el año 2008 es responsable de la sección de cine de la revista Agenda Urbana de Valencia en la que ha colaborado practicando la crítica cinematográfica, el reportaje, la entrevista y la cobertura de festivales, nacionales e internacionales. Desde el año 2017 es miembro del equipo de selección del Festival Internacional de Cine, Cinema Jove, siendo en varias ocasiones el coordinador de su publicación. Además ha sido director de la revista Trama, editada por la Academia Valenciana del Audiovisual.