Por Juan C. Lozano Felices
La gente cruza constantemente por encima de las fronteras, negándose a admitir lo que está impreso.
Jesús Zomeño, Tránsito
La isla del tesoro fue el primer libro que tuvo Jesús Zomeño. Se lo regaló su hermano siendo él niño, y por ello fue el primer libro que leyó. Imagino que personajes como el adolescente Jim Hawkins, el ciego Pew, Ben Gunn, y desde luego John Silver “el largo”, poblaron los sueños de aquel niño que iba contándoles a sus compañeros de colegio las partes de la novela que iba leyendo contra las indicaciones de su madre, que restringía su tiempo de lectura por si ésta podía agravar su miopía. Imagino que la novela de Stevenson, si no determinó la vocación literaria de Jesús Zomeño sí hizo que germinase el contador de historias que es hoy, que ha sido siempre. Porque Jesús parece haber nacido para contar historias, de lo que da suficiente testimonio un ingente corpus literario cuyo último eslabón, por el momento, es la novela Tránsito editada, como viene siendo habitual en este autor, por la valenciana Contrabando y que, desde hace unos días podemos encontrar en los anaqueles de novedades de las librerías. Después de tantos años, la obra de Stevenson sigue siendo un talismán para Jesús Zomeño y, en esta ocasión, funciona como hilo conductor de Tránsito. Las referencias a esta novela parten de una anécdota personal y vertebran toda la trama de un modo verdaderamente extraordinario.
Digámoslo ya y ex abrupto, Jesús Zomeño es un escritor de raza. Un escritor, alejado de modas y banderías, que merece, sin duda, situarse entre lo más interesante que se está cociendo en el panorama literario español. Debo decir también que la novela de Zomeño se sitúa en esta ocasión fuera de coordenadas conocidas, allí donde hay dragones. No deja de ser, por ello, un envite arriesgado para el lector, pero si algo distingue a la editorial Contrabando es, desde luego, su apuesta por la sustantividad y complejidad del hecho literario.
Conozco a Jesús Zomeño desde hace más de cuarenta años y tengo la fortuna de frecuentar su caldero literario. He leído, no solo toda su obra publicada sino también buena parte de su obra inédita. Creo que, desde que, en 2012, publicó Cerillas mojadas, no he dejado de escribir puntualmente una reseña de cada nuevo libro y/o he intervenido en alguna de sus presentaciones o prologado el libro. Glosar una obra con un sustrato tan rico en fuentes literarias y simbólicas no es tarea fácil, conlleva un reto intelectual y, desde luego, una implicación emocional. Cada libro tiene unos perfiles diferenciados y concretos, como un mapa, pero el mundo literario de Jesús Zomeño, la unidad y coherencia de su corpus poético y narrativo, no ha cambiado desde que, en los años ochenta publica un libro de relatos con el título Cuestión de estética y un poemario coetáneo, Del eterno regreso.
No se vea lo dicho como un alarde por mi parte ni mucho menos. Lo digo para testimoniar que, conociendo como conozco la obra de Zomeño, debo decir también que Tránsito es la obra que más me ha sorprendido. El proyecto viene de lejos. Ya en 2019, Jesús comenzó a hablar de “la novela del tren”, que fue como nos estuvimos refiriendo a ella durante años, hasta su título definitivo de Tránsito. Durante la pandemia por el coronavirus, a través de Whatsapp, conocí de la existencia de otras tres novelas más, de las que “la novela del tren” no sería sino una parte, la segunda de la tetralogía aunque toda ella transcurría en un tren, en distintos itinerarios y en una misma noche. Al mismo tiempo, Jesús me hablaba de un vampiro, de F. y de unos espías. Yo, al principio no entendía muy bien aquel galimatías y le pedí que me lo explicase un poco mejor. Lo que me dijo sobre la estructura, así como el estado en que se encontraba cada una de las novelas, quedó reflejado en un diario que yo llevaba por entonces y del que omito algún detalle o nombre que pueda revelar futuras tramas:
El viaje de Sofía a Bucarest puede hacerse en cuatro tramos, con transbordos. Cada novela se corresponde con un tramo del viaje nocturno. Estoy con la primera novela que aparecerá publicada y que corresponde al segundo tramo (…) Las cuatro novelas transcurren en el tren, pero llamo “novela del tren” a la primera parte porque no hay personaje significativo como en las otras. He comenzado a escribir la cuarta. La de F. está levantada y a falta de enlucir. La de D, precisa una capa de pintura. La de los espías estoy poniendo los ladrillos y a la del tren, quitándole el polvo y colgando algún cuadro. Ahora mismo, pasando el plumero.
Esta tetralogía daría para una supernovela de más de cuatrocientas páginas y que, intuyo, se podrá leer de atrás hacia adelante o de adelante hacia atrás. También un tren puede cambiar el sentido de su marcha en función de dónde se coloque la locomotora. Sin meternos aún en el fondo de la novela, lo primero que nos llama la atención en Tránsito es su brevedad. Es una novela corta que se puede leer en unidad de acto. Quizás con ello, el lector gane en intensidad. No obstante, en ese caso, recomiendo una segunda lectura más pausada y meditada. En extensión sería lo que los franceses llaman una nouvelle, una forma literaria entre el relato largo y la novela corta y que participa de la intensidad y la economía del género cuentístico. Tendría la longitud de La metamorfosis de Kafka, de Aura de Carlos Fuentes, de El túnel de Sábato, de Pedro Páramo de Rulfo o de La muerte de Ivan Illich de Tolstoi.
Tránsito es un viaje geográfico en tren a través de la noche pero es también un viaje interior del protagonista sin nombre. El escenario es el interior de un vagón. Es un escenario totalmente cerrado donde, como lectores, se nos plantea un enigma, porque no sabemos a dónde nos va a llevar el viaje que nos propone Jesús Zomeño. El tren es real y es simbólico. En realidad, en su novela, el autor, se enfrenta y nos enfrenta al problema de la alteridad, como aceptación o recusación que tiene el “yo” de la existencia del otro, y que al propio tiempo podría converger y/o colisionar con lo que pueda elucubrar el resto de “yoes”.
Jesús Zomeño |
Podemos decir que la novela de Jesús es una obra de múltiples capas donde el subtexto místico no es algo menor. De hecho, las estaciones por las que va pasando el tren nocturno pudieran acaso tener una correspondencia con las estaciones de un rosario. Esta idea de anchura mística de la obra queda reforzada por la cita de San Juan de la Cruz que cierra la novela como broche. No es un hecho trivial que el viaje lo sea a través de la noche y que en el exterior todo sea oscuridad, que no pueda distinguirse construcción ni paisaje alguno, sin referencias salvo cuando el tren se detiene en una estación para descargar y recoger nuevos pasajeros, ¿metáfora de Leviatán, tragándose a Jonás o a Pinocho para luego escupirlo?
También, en la sinopsis, podemos leer que “el tránsito que nos invita a recorrer Jesús no es solamente un desplazamiento en tren. Este viaje, en la estela de San Juan de la Cruz, es también un tránsito por la noche oscura del alma humana. Un viaje entre la vida y la muerte, una transfiguración mística”.
Por un lado, está el protagonista y, por otro, como naturaleza muerta, los pasajeros que viajan en el mismo vagón (la chica que lee y dormita, la pareja de ancianos, el soldado tumbado en el suelo, el africano que le chilla al móvil…). El anonimato de los pasajeros mueve al narrador, víctima del horror vacui, a fecundarlos. Podríamos decir, invirtiendo la fórmula clásica, que lo contemplado queda transformado por y desde el pensamiento del poeta. El narrador convierte a los pasajeros en personajes en busca de una historia donde vivir. Desde esta perspectiva la novela tiene un trasfondo existencialista. Borges decía que el ámbito de las ficciones de Kafka es deliberadamente gris y mediocre y sabe a burocracia y a tedio. En Tránsito resuena un entorno opresivo, con tintes oníricos, casi alucinados, casi de celada cosmogónica. Como si las cosas no estuvieran en su sitio y planease sobre la narración una amenaza continua, un aviso o un mal augurio. Como si el autor cuestionase o pusiera en duda la misma idea de realidad. Una tenue y ligera cinta a punto de romperse lo une a la invención pirandelliana.
Los personajes están a ambos lados del espejo, y podrían decir como Rimbaud “yo soy otro”, como si lo escrito, el pensamiento del protagonista, moldease una realidad paralela que es también ficción y pudiera estirarla o contraerla, como si hablásemos de una realidad virtual. Zomeño escribe como si el mundo estuviese a medio hacer, una suerte de palimpsesto donde se hubiese borrado el texto original para volver a escribir encima un nuevo texto, como si la vida real de los personajes se hubiera borrado y el narrador asumiera una suerte de diégesis mimética.
Yo diría que la novela de Jesús Zomeño, aunque de forma menos explícita que en El 53 de Gilmore Place, es una alegoría sobre el acto de escribir y los caminos de la ficción. Se nota en la novela una reserva de medios, una economía lingüística propia del relato corto. Una economía que favorece el lirismo y la sugestión de las imágenes que presenta, muchas veces a manera de aforismos de punzante ironía metafísica. Es significativo que el propio autor haya mantenido en alguna presentación de su libro que el ritmo y la propia disposición del texto en párrafos breves quiere transmitir la idea de las traviesas bajo el tren. También podemos leer: “El vaivén del tren ondula la palabra terrible”. No obstante, no piense el lector que la historia es una sucesión de frases y reflexiones más o menos ocurrentes. Nada más ajeno a la realidad. La trama, dentro de la circularidad de la supernovela en que se integra, es a su vez circular y tiene un cierre donde el estado original, alterado de forma accidental, queda restablecido.
Jesús Zomeño, con su maravillosa y sorprendente alquimia destila un producto que confiere una sensación de extrañeza, de maravilla, casi de anomalía… Podríamos hablar de una novela-mosaico cuyas teselas están hechas de diferentes materiales, unos reales, otros ficticios, unos del pasado, otros del presente y que se entrecruzan, se fusionan y se eliden; y donde la realidad se vuelve tan extraordinaria como la ficción. Como corolario, Tránsito es una novela prodigiosa, una obra maestra de orfebrería literaria y, desde luego, un libro ineludible para los seguidores del escritor.
No quiero terminar sin aludir a la magnífica portada. Jesús Zomeño viene manteniendo, siempre que ello es posible, un control artístico global sobre su obra que alcanza también al diseño de portada. En esta ocasión, la ilustración de la cubierta corresponde a Alicia Zomeño, la hija de Jesús, que ha captado de manera lúcida y penetrante la idea de horror vacui sobre la que gira la trama.