Reseña de Juan Bravo Castillo
Hay
libros que te atrapan desde la primera página y no te dejan respirar hasta que
alcanzas el punto y final. Tal es, en esencia, la cualidad principal de La destreza amatoria, del conocido
poeta, traductor y ensayista valenciano Wenceslo Ventura, que el pasado año
prologaba el libro Poesías y locura en la
obra de Leopoldo María Panero (colección Marte).
Sólo
el que pasa por una cruel enfermedad está, como dejó escrito Thomas Mann, en
condiciones de entender a fondo la naturaleza humana, y, del mismo modo, sólo
quien ha vivido la pasión amorosa como el protagonista de La destreza amatoria, es capaz de entender los entresijos del amo
Ningún
tema más antiguo y más manido que el amatorio, pero ahí está el arte para
transfigurarlo y sublimarlo. Sirviéndose de una técnica que tiene mucho de
soliloquio obsesivo y que a menudo nos recuerda la destreza descriptiva de los
maestros del nouveau roman, el
narrador, de una forma magistral, nos va adentrando en el campo de minas de un
amor que, aunque en apariencia superado, vuelve una y otra vez como un motivo
perenne, como a retazos, rumiando lo que pudo ser y no fue por múltiples
motivos que el yo del narrador se esfuerza por desbrozar.
¿Historia
de un desamor? Puede. A diferencia del fenómeno de la cristalización, en el
sentido amoroso, del que habla Stendhal
en su tratado De l´Amour, que
quien más quien menos es capaz de fijar con la máxima precisión, no ocurre lo
mismo con el de la “descristalización”. Todo lo que alcanza su punto álgido,
que diría Albert Cohen en Belle du
Seigneur, está destinado al lento desmoronamiento, por más que “la muerte
del amor” que dice el autor, “sea una muerte muy lenta” (p. 33), y no digamos
para quienes “la verdadera cara la tienen en la nuca, mirando desesperadamente
para atrás” (p. 72).
Hay,
en efecto mucho de desamor en el libro, pero hay también momentos álgidos en
que la pulsión amorosa adquiere dimensiones eternas. “El flechazo que abrasa,
tortura en su inicio y transforma, es lo único que puede hacer que el amor
perdure en el tiempo” (p. 91). Son los momentos inmaculados, como la nevada
recién caída. Ya vendrán los sinsabores, las pezuñas de las bestias
itinerantes, los obstáculos de toda índole a enturbiar lo que tan buenos
auspicios ofrecía. Es harto difícil ver discurrir dos sentimientos puros de
forma paralela hasta el infinito.
Como
en las grandes obras impresionistas somos nosotros, los espectadores/lectores,
los llamados a reconstruir la historia amorosa, hecha de retazos, como fogonazos marcados en la conciencia, los
encargados de extraer las conclusiones. Ambición y amor generoso suelen ser
términos antagónicos; tanto como permanecer anclado en un amor que gira y gira
y se alimenta de sí mismo. Demasiadas las preguntas que se plantean en La destreza amorosa de ese náufrago
desesperado al que alude Miguel Blasco.
Pero,
para responderlas, ahí está la prosa diamantina de Wences Ventura; poesía pura
a lo Rimbaud, puro deleite, anunciando el porvenir en floridas prolepsis: “Ya
me siento un mutilado que provisto todavía de la mano que la va a perder, que
le será amputada sin remedio y que ya no hace nada para impedirlo. Tú te
amputarás de de mí en forma de pierna, brazo, mano y no será hoy ni mañana, no
sé ni cómo ni cuándo, será cuando llegue el otro, el nuevo, el que te diga al
oído las palabras que quieras escuchar, que te abduzca y después te embalsame
con sus piruetas verbales, con su gracia de hombre más joven, de un titiritero
de las palabras, de un adulador y, por ende, menos agrio, pues la acritud ante
una mujer te irá sumiendo en las tinieblas, en la luz negra del ninguneo” (p.
60).
Visto
así, todo el libro es un vasto poema, hermoso, pétreo, diamantino, plagado de
vetas de narratividad: “Observo tu cuello, la llama que lo recorre, los
refugios, los puertos hermosos. Sin respuesta. Pareces de madera, como si
aguantaras una comezón interna insoportable: un prurito que produce estrías en
una planicie en exceso sensible a los rayos solares, en la piel porcelana de
una dama joven” (p. 125).
Libro
de múltiples lecturas, La destreza
amatoria rompe cauces y abre solemnes perspectivas a la prosa española.
Marzo
de 2020