jueves, 18 de diciembre de 2014

POESIA «FREE-LANCE»


Por J. RICART

El artículo original, publicado en el diario LEVANTE el  5 de diciembre de 2014, es la versión en catalán. Nos hemos permitido hacer la traducción y publicación bilingüe, fieles al espíritu del poemario que se reseña y para que pueda ser leído por todos nuestros seguidores.

Con el trasfondo del exilio, Albert García Hernández ofrece la mirada lucida, ácida y bilingüe de 3 días/dies, un poemario que habla desde la mirada ingenua y desnuda de las vivencias de un recién llegado a una gran ciudad.

Al margen de modas y tendencias de manual literario, Albert García (Valencia, 1949) poeta ya veterano a estas alturas con una decena de libros bajo el brazo y con reconocidos galardones como el premio Ciudad de Sagunto o el Ausiàs March, nos presenta su último trabajo acabado de salir de imprenta: un poemario, se mire como se mire, totalmente singular. Empecemos de entrada explicando un poco su gestación. Este conjunto fue redactado primero en castellano hace ahora nueve años y tiene como trasfondo el «exilio» de quien abandona su ciudad natal para instalarse en una gran capital como Barcelona. Después de un tiempo de reposo en un cajón ve la luz en esta edición bilingüe castellano /catalán traducida por el propio poeta; y, además, con la particularidad añadida de estar prologado por la escritora y activista Núria Cadenes (que hizo el mismo recorrido, pero en la dirección inversa).
A lo largo de estos cincuenta poemas el autor nos relata sus vivencias durante los tres primeros años en la ciudad condal, con una mirada nueva, lúcida, pero también ácida, de todo aquello que lo rpdea: escenas de café, apuntes en el metro, pequeñas reflexiones sobre el tabaco (Dice que es mi amigo y que lo hace por mí), sobre el exceso de residuos (Habitamos lo precario), divagaciones eróticas (A qué llamamos amor), estampas de jardín (¿Por qué no se oye el dormir de los árboles en invierno?), nocturnos (Buenas noches, mi  ciudad) y , como no podía faltar, hasta una poética (Hay una multitud rebuscando en el saco de las palabras). Sin embargo, García Hernández ha huído de tópicos y localizaciones concretas (apenas encontramos algunas referencias en las primeras páginas) y ha preferido desligarlas del lastre circunstancial para profundizar más en la intimidad de la experiencia con una gran variedad de registros, desde la oralidad, la ironía, la anécdota trivial, pasando por el epigrama, y acabando con el collage.
Por encima de esto, la originalidad más evidente –y por tanto, más reseñable– es la frescura de su voz, la aparente inmediatez  de la palabra viva, es decir, del habla, yuxtapuesta y  a veces caótica de forma rápida y nerviosa.  Pero, al mismo tiempo, enseguida, podemos apreciar una gran elaboración del lenguaje, no sólo por el uso de palabras inéditas en el verso (autismo, anhídrido carbónico, freak) sino también por la cantidad de metáforas («las manos, diez pestañas del tacto»).
Ante todo lo que hemos afirmado hasta el momento, son de agradecer  proyectos editoriales como este en nuestra ciudad (algunos dirán atrevidos, otros suicidas) teniendo en cuenta la coyuntura tan poco propicia. Por eso, no hay excusa para no leer este 3 días/dies. Estos poemas hablan desde la mirada ingenua/desnuda de las vivencias del recién llegado a una gran ciudad. Muchos que nos hemos visto obligados a emigrar a otras geografías (por trabajo, ideología o relaciones) buscando una vida mejor, no podemos dejar de sentir una evidente empatía con el autor. Para terminar, una última recomendación para sibaritas. Leer al azar los poemas cambiando de vez en cuando de lengua. El poeta ha intentado ser fiel al texto sacrificando en ocasiones la literalidad a favor de una traducción emocional.

Amb el rerefons de l'exili, Albert Garcia Hernàndez ofereix la mirada lúcida, ácida i bilingüe de 
3 días/dies, un poemari que parla des de la mirada (ingè)nua de la vivència d'un nouvingut en una gran ciutat.

Fora de modes i de tendéncies de manual literari, Albert García (València, 1949) poeta ja veterà a aquestes alçades amb una desena de llibres sota el bras i amb reconeguts guardons com el premi Ciutat de Sagunt o el d'Ausiàs March,  ens presenta el seu darrer treball acabat d'eixir d'impremta: un poemari, es mire com es mire, totalment singular. Comencem d'entrada explicant una mica la seua gestació. Aquest recull va ser redactat primerament en castellá fa ara nou anys i té com a rerefons «l'exili» d'aquell que abandona la seua ciutat natal per instal.lar-se a una gran capital com Barcelona. Després d'un temps de repós en un calaix, veu la llum en aquesta edició bilingüe castellà/ català traduïda pel mateix poeta;  i a més a més, amb la particularitat afegida de ser prologat per l'escriptora i activista Núria Cadenes  (que va fer el mateix recorregut, però en la direcció inversa).
 Al llarg d'aquestos cinquanta poemes l’autor ens relata les seues vivències durant  els tres primers anys en la ciutat comtal, amb una mirada nova, lúcida, però també àcida de tot alló que l’envolta: escenes de café, apunts al metre, xicotetes reflexions sobre el tabac (Diu que és amic meu i que ho fa per mi), sobre l'excés de residus (Habitem el precari), divagacions eròtiques (A què apel.lem amor/ Crit que no talla res?), estampes de jardí (Per què no se sent la son dels arbres a l'hivern?), nocturns (Bona nit, ciutat meva), i com no podía faltar, fins i tot una poètica (Hi ha una turba que recerca dins el sac de les paraules). Tanmateix, Garcia Hernàndez ha defugit de tòpics i de localitzacions concretes (a penes trobem algunes referències a les primeres pàgines) i ha preferit deslligar-les del llast circumstancial per aprofundir millor en la intimitat de I'experiència amb una gran varietat de registres com des de l'oralitat, la ironia, l'anècdota trivial, passant per l'epigrama, i acabant amb el collage.
Per damunt d'açò, l'originalitat més evident, —i per tant més ressenyable— és la frescor de la seua veu, l'aparent immediatesa de la paraula viva, és a dir, de la parla, juxtaposada i de vegades caòtica de forma ràpida i nerviosa. Però al mateix temps, de seguida, podem apreciar una gran elaboració del  llenguatge, no sols per l'ús de mots inèdits en el vers (autisme, anhídrid carbònic, freak) sinó per la quantitat de les metàfores («les mans, deu pestanyes del tacte»).
Davant de tot el que fins ara hem afirmat, és d'agrair projectes editorials com aquest en la nostra ciutat (alguns diran agosarats, uns altres, suïcides) tenint en compte la conjuntura tan poc propícia. Per això, no hi ha cap excusa per no llegir aquest 3 días/ dies. Aquestos poemes parlen des de la mirada (ingè)nua de la vivència del nouvingut en una gran ciutat. A molts que ens hem vist obligats a emigrar a altres geografies (per treball, ideologia o relacions) buscant una vida millor, no podem deixar de sentir una evident empatia amb l'autor. Per acabar, una última recomanació per a sibarites. Llegir a l'atzar els poemes canviant de tant de tant de llengua. El poeta ha intentat ser fidel al text, sacrificant de vegades la literalitat a favor d'una traducció emocional.


sábado, 29 de noviembre de 2014

RODRIGO REY ROSA: "EL REALISMO MÁGICO SIEMPRE ME DIO SUEÑO"


Entrevista realizada por Ignacio Echavarría y que recoge en su libro “Desvíos”(Ediciones Universidad Diego Portales)

"Sal de ese agujero de mierda", le dijo un amigo. Se refería a Guatemala, país en el que Rodrigo Rey Rosa nació y se educó. Corría el año 1979 y el amigo, que viajaba a Tailandia, le ofrecía ocupar por unos meses su apartamento de Nueva York. Asqueado de la situación por la que pasaba su país, Rey Rosa no lo dudó y se fue para allá. Estudió cine, pero sobre todo fue allí donde se consolidó su vocación de escritor, que desde entonces se ha concretado en siete volúmenes, siempre de relatos o de novelas cortas, intensos y concisos, que le han valido una discreta pero sólida reputación dentro de la nueva, o joven, o actual —lo mismo da— narrativa hispánica. La obra de Rey Rosa ha sido traducida —nada menos que por Paul Bowles— al inglés; también al italiano, al griego, al holandés, al alemán y —con notable éxito— al francés. Acaba de ser publicada La orilla africana, y con este motivo se hizo la siguiente entrevista en Barcelona, adonde Rey Rosa llegó desde Tánger, ciudad que ha tenido un protagonismo muy particular en su trayectoria.
¿Cómo llega a Tánger por primera vez?
—En su apartamento de NuevaYork, donde me alojé, mi amigo tenía los cuentos de Paul Bowles, que yo leí con admiración. Al poco tiempo me presenté, casi por probar, a un concurso mediante el que se optaba a unas clases de creación literaria que iba a impartir en Tánger el mismo Bowles. Tuve suerte y pasé la prueba, con un relato escrito en inglés. Eso fue en 1980. Al llegar a Tánger, Paul Bowles —que daba esas clases por necesidades económicas, sin ánimos demasiado pedagógicos, más bien invitándonos a visitarlo libremente en su casa, a tomar un té— me dijo que, puesto que mi idioma era el español, escribiera en esa lengua, que él entendía. Me animó luego a viajar por el país, haciéndome recomendaciones al respecto. Un día, cuando ya llevaba leídas varias cosas mías, me pidió autorización para mandar uno de mis relatos a una editorial neoyorquina que le había pedido una colaboración. Él mismo tradujo el texto, como haría luego con mis primeros tres libros. Su ejemplo, su consejo, su generosidad fueron para mí decisivos.
¿Se considera influido por la cultura árabe?
—El contacto con ella me condujo a experimentar, a través sobre todo de la tradición oral, la sencillez narrativa. Las formas orales, con su modo tan directo de atenerse a la acción del relato, me han servido de ejemplo para eliminar lastres retóricos.
 —Guatemala, Estados Unidos, Marruecos... Y luego, de Unidos, para regresar hace unos años a Guatemala. El conocimiento y frecuentación de tres culturas tan diferentes ¿ha determinado en usted alguna voluntad de mestizaje, de fusión literaria?
—No, o no al menos de un modo consciente o deliberado. Si mi literatura refleja un cierto mestizaje cultural, ello obedece al azar antes que a una intención determinada; y, sobre todo, a mi tendencia a absorber  ecos e influencias de todo tipo.
—¿Cuáles son sus referencias literarias fundamentales?
—La primera y principal fue Borges, cuyas obras completas fueron durante años mi libro de cabecera.
Es curioso, porque de la lectura de sus libros se desprende la impresión de  haber sido usted uno de los pocos que ha escapado de su influencia.
—Tal vez lo haya conseguido, pero hay que tener en cuenta que fue una especie de timidez o de pudor lo que en definitiva contuvo a Borges  de practicar un tipo de narración de carácter oral por el que siempre sintió fascinación y que sólo a partir de su amistad con Bioy Casares se animó a intentar, siempre con mucha prudencia.
—¿ Y la literatura guatemalteca? En España, el conocimiento de la misma se limita prácticamente a un nombre: Miguel Ángel Asturias.
—Y Monterroso..., aunque es verdad que se le suele asociar a la literatura mexicana, por los años que lleva viviendo en ese país, y por el carácter escasamente local de su obra. En cuanto a Asturias, nunca me produjo ningún placer leerlo, fuera de las Leyendas de Guatemala. Me agota, no lo entiendo.
—¿ Y qué pasa con los autores del llamado boom latinoamericano? La literatura que usted practica parece situarse en las antípodas tanto del barroquismo estilístico e imaginativo como del realismo mágico que sirvieron de marca a aquel fenómeno expansivo. ¿Puede hablarse, en su caso como en el de tantos otros, más recientes, de un cierto rechazo a las categorías bombásticas, de algún tipo de beligerancia o de actitud polémica?
—En absoluto. Simplemente, no siento ninguna afición natural por ese estilo, por esa imaginación, por esas maneras. Pero se trata de una cuestión de temperamento. De pereza. El realismo mágico siempre me dio sueño.
—Más acá de Borges, pues, ¿nada?
—Bioy Casares, sí. Y Juan Rulfo, por supuesto. A Sábato —a quien también admiro— me hicieron leerlo en la escuela.
—¿ Y entre los autores que se han dado a conocer más recientemente?
—Sigo poco, mal y desordenadamente la literatura contemporánea. He leído con interés a Roberto Bolaño, también a César Aira.
 —¿ Y qué me dice de la actual literatura española?
—También la conozco poco y mal. Mi último entusiasmo con ella me lo produjo la lectura de Juan Benet. De sus ensayos tanto como de sus novelas.
—Pasemos, pues, a la literatura en lengua inglesa, que seguramente frecuenta con mayor asiduidad. Al magisterio de Bowles, ¿se añade algún otro?
—En su momento leí con fanatismo a Flannery O'Connor. Pero, aunque es cierto que la mayor parte de mi biblioteca está en inglés, leo con predilección ensayos de carácter filosófico. Últimamente estoy leyendo a los ensayistas franceses del siglo XVI. Pero mi admiración mayor se dirige a Wittgenstein, a quien puede considerarse el gran gurú de la sencillez.
—En sus libros se reconoce un trasfondo político poco frecuente en narradores de otras latitudes.
—Seguramente. Pero habría que ponerlo a cuenta de las circunstancias de mi país, particularmente dramáticas y conflictivas. Lo eran cuando salí de él, con el propósito de permanecer fuera. Y lo seguían siendo a mi regreso, hace pocos años. Por lo demás, la inquietud política es un rasgo característico de la literatura de Centroamérica, donde hay autores que han hecho a partir de ella obras de indiscutible calidad literaria, como el guatemalteco Marco Antonio Flores o el salvadoreño Horacio Castellanos Moya.
 —¿Se ha planteado alguna vez, en relación a su trabajo como escritor, la cuestión del compromiso, tan obviada en la actualidad?
—No de una forma expresa. Testimonio, denuncia, compromiso —y también, por supuesto, oportunismo— son categorías que están al orden del día en un país como el mío. Escribí mi novela Que me maten si... como una especie de comentario a todo eso. En cierto modo, en la medida al menos en que se vive en ella, resulta imposible sustraerse a una realidad como la de Guatemala, donde por otro lado la cultura es muy provinciana, muy nacionalista, y no es probable que nadie sienta como propia una novela como La orilla africana. El único compromiso, en definitiva, es el que se mantiene con la literatura; el de hacer las cosas lo mejor posible.
—En cualquier caso, mucho antes que una reflexión política, sus libros transmiten un cierto fatalismo de la violencia contemplada como sustrato de las relaciones humanas.
—Hay que pensar que la violencia ha sido un rasgo recurrente en la historia de mi país. Una especie de atavismo, siempre presente. Basta echar un vistazo a lo que está ocurriendo ahora mismo. Apenas hace cinco años que se ha empezado a salir de una pesadilla, y ya vuelve a emerger un político como Ríos Montt, de pasado más bien tenebroso. De su entorno surge una figura como Alfonso Portillo, que tanto presume de su cultura y de tener una enorme biblioteca, pero del que sus oponentes sacaron a relucir su participación en una reyerta de cantina en la que murieron dos mexicanos. Algo que, por otro lado, no ha hecho más que disparar su popularidad. Y no sólo por ser las víctimas mexicanos, sino por el grado de arrojo y de gallardía que implica por parte de Portillo, que ha aprovechado la circunstancia para declarar que igual que se las tuvo con aquellos mexicanos defendería a su país.
 —¿Cuánto tiene que ver esa cultura de la violencia con la condición de la población india, tan silenciosa pero tan omnipresente?
—Mucho, sin duda. Los indios han sido desposeídos de una naturaleza con la que mantenían una relación armónica, muy intensa. El progreso ha roto con eso. A su vez, y a efectos de combatir la influencia del catolicismo, muy comprometido con las reivindicaciones de los indígenas, Estados Unidos ha financiado la expansión del evangelismo, que mina las estructuras de poder y las formas tradicionales de la espiritualidad indígena, de corte animista. De la fractura de las formas de vida ancestrales surge la violencia como reacción.
—¿Se ha interesado usted por las culturas indias de su país?
—Sí, claro. Incluso he tratado de aprender algo de su lengua. Durante un tiempo me dediqué a recoger narraciones orales, siempre maravillosas, algunas de las cuales —muy pocas— quedaron recogidas en un pequeño volumen publicado en Guatemala. Es algo que me propongo continuar haciendo algún día, hasta completar un libro de mayor envergadura.


Diciembre, 1999.

lunes, 3 de noviembre de 2014

JOHN BANVILLE: LA JOYA DE IRLANDA

Con motivo de la entrega, hace unos días, del Premio Príncipe Felipe de las Letras 2014 a John Banville, rescatamos esta reseña de J.Albacete publicada en De Verdad Digital en 2009

John Banville es, desde hace muchos años, el gran clásico "excéntrico" de las letras irlandesas: un autor cuya literatura escapa a los estereotipos del escritor irlandés, obsesionado por su país natal y por los episodios de su trágica historia, pero que a la vez es el mayor y más destacado heredero de Joyce o Beckett, por la elegancia y la calidad de su prosa y por la hondura y penetración de su mirada. Banville, que reside habitualmente en Dublín, afirma que "la única manera de escapar de Irlanda es vivir aquí".
Es un verdadero prodigio, pero una auténtica realidad, que la pequeña isla de Irlanda sea uno de los mayores viveros literarios de Europa en la última centuria. Y si el pasado es glorioso, el presente sigue siendo sumamente prometedor.

El gran testigo de la literatura irlandesa del presente lo lleva aún John Banville, un “clásico” moderno, un escritor atípico, un irlandés universal, amante de las paradojas y desvelador de imposturas, un escritor ante el que uno se detiene una y otra vez asombrado por la belleza de su prosa, hechizado por el magnetismo de algunas de sus frases, que son verdaderas joyas talladas por un orfebre del lenguaje que me atrevería a llamar único en el panorama literario del presente.

John Banville nació en Wexford, una pequeña ciudad de provincias del sur de Irlanda, en 1945. “Los mejores recuerdos que tengo de ese sitio son las veces que me iba de allí”, escribió una vez. Nunca concluyó sus estudios, es un perfecto autodidacta. Su primer trabajo, al abandonar su casa, fue el de oficinista de unas líneas aéreas: aprovechando los descuentos que ello le permitía, viajó y conoció medio mundo. Vivió en Estados Unidos entre 1968 y 1969. A su regreso trabajó en varios diarios irlandeses, ocupándose ante todo de crítica literaria  y periodismo cultural y en 1970 publicó su primer libro.

Su obra, abundante y muy singular, se distribuye en varias etapas. En la de formación, su obra central es “Birchwood” (1973), una crónica de la decadencia de la vieja clase dominante irlandesa, la minoría angloirlandesa protestante, con todas los ingredientes del género: una gran mansión, el señor de la casa alcoholizado, la señora mentalmente desquiciada, los criados grotescos, la casa que se cae a pedazos, ... Pero Banville no se ciñe por completo al molde: introduce elementos novedosos y, a la par, va cincelando su peculiar instrumental expresivo, su singular manera de “narrar” como si estuviera pintando un cuadro o tallando una escultura.

Su segunda etapa se extiende durante la década que va de 1976 a 1986, y en ella da a luz su tetralogía de novelas “científicas”: “Dr. Copernicus”, “Kepler”, “The Newton Letter” y “Mefisto”. La pretensión esencial de Banville con estas obras es mostrar la vida de estos grandes honbres de ciencia que construyeron sistemas para entender el mundo, pensando erróneamente que podían llegar a alcanzar la ckave para entender el universo. Banville compara esta actitud con la del artista, que también aspira a construir un modelo desde el que interpretar el mundo, pero que también está condenado al fracaso. Por eso, para él, la única justificación, la verdadera y única razón para dedicarse al arte, no va a ser “construir otro de esos sistemas” destinados al fracaso, sino “mostrar el absoluto misterio de las cosas”.

La tercera etapa de Banville está formada por la trilogía que tiene como protagonista a Freddy Montgomery, un impactante personaje literario, violento, parásito, amoral, borracho y totalmente insensible al arte: de las tres, la primera, “El libro de las pruebas” (“The Book of Evidence”, 1989) es la más lograda.

La última etapa de Banville está configurada por cuatro novelas que no tiene una gran unidad temática entre sí, pero que han cimentado definitivamente el techo de su grandeza literaria. Dos de ellas se apoyan en figuras reales: “El intocable” (1997) en la del conocido crítico de arte británico Anthony Blunt, que fue toda su vida un espía soviético; e “Imposturas” (2002), en el profesor de Yale Paul de Main, que en su juventud escribió artículos antisemitas para un periodico filonazi. Banville se inmiscuye en el territorio de la mentira, para demostrar que hay mentiras aún más grandes que las ya conocidas.

En “Eclipse” (2000) y “El mar” (2005), Banville hace que sus protagonistas, ya muy maduros, regresen a la infancia y pongan en marcha la esquiva máquina de los recuerdos. Dos obras de un enorme talento narrativo, en que el autor se recrea en el ejercicio de hurgar en el pasado con la intención de entender algún acontecimiento traumático. Dos novelas que lo consagran como el gran clásico moderno de las letras irlandesas y uno de los grandes escritores contemporáneos.
  

jueves, 23 de octubre de 2014

HELADA LUZ EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Artículo de Jesús García Cívico publicado por Revista de Letras (La Vanguardia), el 10 de octubre de 2014



Rodrigo Rey Rosa | Foto: Contrabando
Rodrigo Rey Rosa | Foto cedida por el autor
En HeladaThomas Bernhard hace decir al pintor Strauss que “el mundo es una disminución progresiva de la luz”. Para W.G. Sebald, quien aborda en sus ensayos sobre la demencia, la violencia política, pero también social, sobre la que insiste una y otra vez el genial novelista centroeuropeo; esa oscuridad progresiva, ese oscurecimiento gradual, no es sino la misma negación del sentido de la historia bajo cuyos auspicios la búsqueda de la verdad “es ya siempre un acto de desesperación”.
Uno se ha acordado de todo eso al cerrar el primer libro de “no ficción” de Rodrigo Rey Rosa(Guatemala, 1955) publicado en España.
Bajo el rótulo La cola del dragón (título del texto más emblemático del volumen) la joven editorial valenciana Contrabando –por medio, en este caso, del editor Sergio Pinto Briones- ha recogido y dotado de una refulgente coherencia una serie de textos de no ficción de uno de esos autores que ya consensuamos en reconocer como imprescindibles.
Efectivamente, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1955) –“el escritor más riguroso, más luminoso de mi generación” al decir de Bolaño– ha volcado en dieciséis textos breves, entre el diario, el cuaderno de viaje, la crónica judicial y de sucesos, testimonios negros e ineludibles de una serie de acontecimientos que destacan por su crueldad entre los más crueles de la segunda mitad del pasado siglo XX, siglo breve, oscuro, frío y cruel.
Contrabando
Contrabando
En común con el asqueo centroeuropeo (como eje temático, pero también como postura estética y sentimental) la reciente historia centroamericana –una suerte de relevo geográfico y temático del horror político pero también social del siglo XX, siglo centroeuropeo– permite secos y comprometidos ejercicios de escritura como el del novelista, aquí cronista, Rey Rosa. Ejercicios que ya no son, como en Bernhard, actos de irónica desesperación sino resultado de la fría, obstinada, quizás helada, pero siempre sobria, necesidad de dar testimonio.
Sí, desde el frontispicio, Rey Rosa deja saber que el libro que tenemos entre manos es un testimonio resultado de la necesidad de contar. Necesidad de testificar, necesidad también de acomodar, por honradez, por necesidad, el estilo a lo que se cuenta. ¿Qué se cuenta?
Tras unas pinceladas realistas tan ponderadas como emotivas sobre el escritor en formación (Bowles y yoEstudios de Miquel Barceló), reivindicaciones de escritores poco conocidos (Salomón de la Selva en Encontrado en Nicaragua) se cuenta, lo habíamos adelantado ya, el horror, la brutalidad, la insoportable impunidad de esos crímenes que hemos calificado con voluntarista rotundidad como “crímenes de lesa humanidad”.
El genocidio perpetrado en la Guatemala de los años ochenta por el gobierno del general Efraín Ríos Montt, con el apoyo de los servicios de inteligencia de EEUU, contra pobres acusados de colaborar con movimientos de izquierda y campesinos indígenas se cobró la vida de más de 200.000 personas. Una media de 6000 asesinatos al año, la mayoría de los cuales, al igual que las violaciones y otras torturas de las que fue víctima la población maya-ixil, quedaron sin castigo.
La luz sobre la responsabilidad última de militares y políticos en el poder se desvaneció el año pasado con la anulación por parte de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala (la Corte celestial) de la sentencia de genocidio. Se oscurecía así, de nuevo, esa parte del planeta que recogió el testigo horrible de la larga serie de corazones de tinieblas que mucho antes habían sido el Congo Belga en la época de Leopoldo II (el descrito por el propio Joseph Conrad), el padecido por el pueblo armenio, el Holodomor ucraniano o el Porraimos (contra el pueblo gitano) y la Shoa ya en el propio centro de Europa.
¿Qué estilo? Se cuenta austera, seca, rigurosa, ásperamente. Rey Rosa, el escritor, hace lo más caro a la vanidad de los autores: se hace desaparecer. Acción consecuente. ¿No fue acaso la magnitud de cada uno de aquellos horrores a los que antes aludíamos, el Holodomor, la Shoa… tal que se dudó (Theodor Adorno) de la posibilidad de seguir haciendo poesía? Tal era la oscuridad y la gélida temperatura de cualquier corazón mínimamente concernido. La poesía, pero también el poeta, desaparece. Rey Rosa es consciente de que las palabras que graba, el testimonio, el documento que reproduce habla, como se suele decir, por sí solos.
La cola del dragón, zona central del libro, tiene un trasfondo recurrente: la anulación de la sentencia que condenaba al golpista Ríos Montt como responsable final del arrasamiento genocida por parte del ejercito guatemalteco, auspiciado por el gobierno de Reagan, del llamado Triángulo Ixil. Para situar los hechos le basta al escritor con bosquejar un marco: “El paisaje del altiplano guatemalteco estaba, a finales de abril, sumido en un vasto baño neblinoso. Los pueblos de Chichicastenango y Santa Cruz del Quiché, sin la actividad febril de los días de mercado, parecían solamente sucios y caóticos, víctimas de la proliferante fealdad de nuestra era.” Y luego la realidad.
Mantenida la contención, la verdad se desborda, por decirlo como Nabokov, por el nebuloso margen de la página. Y es suficiente. Sobrevivientes ixiles declararon como soldados jugaban al futbol con la cabeza de una anciana. Sobre las torturas de chicos y chicas el pionero de la antropología forense Clyde Snow reconoció en su día que aunque hubo cosas parecidas en El Salvador, Bosnia o Irak, es en Guatemala donde peores atrocidades había visto.
“Cuando la derecha cazaba genocidas” escrito con Sebastián Escalón es la irónica, negra, crónica sobre la campaña de calumnia, desprestigio y asesinato de líderes democráticamente elegidos. Los informes de la CIA sobre las operaciones en Guatemala entre 1952 y 1954 que recoge Rey Rosa incluyen el Manual para asesinos (puesto al alcance del público en 1997). El insoportable cinismo de la agencia norteamericana es también tema específico del breve Snow Job. Rey Rosa deja, una vez más. que el texto se escriba solo: “(…) una categoría más se origina por la necesidad de ocultar el hecho de que la víctima fue asesinada (…) las herramientas simples y las que estén a la mano son las más eficaces. Un martillo, un desarmador, un atizador, un cuchillo de cocina, un pedestal de lámpara, o cualquier otro objeto duro y pesado que esté al alcance bastará (…) Para los asesinatos simples o de persecución el accidente prefabricado es la técnica más efectiva. Cuando se lleva a cabo con éxito causa poco alboroto y es investigado sólo de manera casual.”
Hechos cuya impunidad sobrevuela como un buitre disidente los cadáveres sin verdad de este periodo atroz de la historia de América y que regresan a estos breves textos una y otra vez, así el asalto a la embajada española el 31 de enero de 1980 donde se quemaron vivos a los 27 indígenas que habían ingresado de forma pacífica para denunciar los continuos abusos que sufrían. Sobrevivió, recordémoslo, el embajador español Máximo Cajal que saltó por un ventana, sobrevivió, denunciémoslo, un campesino que fue trasladado al hospital con graves quemaduras para ser secuestrado luego por varios hombres armados en el propio hospital. Su cadáver apareció muerto al día siguiente con señales de tortura.
Cita en Bogotá sirve a Rey Rosa para rebatir la negación del genocidio guatemalteco en la casa de Borges: la biblioteca. Cinco columnas señala los terribles matices de la palabra Kaibil, las técnicas de deshumanización y embrutecimiento para infundir terror (torturas, decapitaciones).Visita a la jueza Barrios es el retrato escrito con ternura seca de Iris Yassmín Barrios conocedora en tribunales de los llamados de Alto Riesgo de casos cruciales de la historia reciente de Guatemala: asesinatos, chantajes, extorsiones de investigadores, científicos y activistas de derechos humanos.
La violencia que generamos parte de la conocida tipología de la violencia por parte del filósofo esloveno Slavoj Žižek, violencia que, entre nosotros, también diseccionó perfectamente el desaparecido Vázquez Montalbán: la subjetiva –ejercida directamente por agentes individuales o colectivos; la objetiva –racismo, machismo, exclusión; la violencia simbólica o sistémica: necesaria para perpetuar ciertos modos de vida –la de los zares, la de las oligarquías latinoamericanas.
La tesoro de la Sierra es la crónica en autobús del tour de los horrores que significa para el medio ambiente y la salud, y por tanto para la supervivencia de los campesinos centroamericanos, la explotación a cielo abierto de minas de oro. La cuestiones son retóricas: ¿cómo puede la avaricia de una empresa privada y la ingenuidad de unos pocos poner en riesgo la vida de generaciones enteras? ¿qué nueva forma de violencia supone el desprestigio de las víctimas, su ninguneo, las injurias vertidas desde los medios de comunicación a quienes buscan esclarecer qué sucedió y llamarlo por su nombre? La respuesta regresa en La caja de los truenos y en el último de los Apéndices, el que sigue a la oscura “Entrevista en Ronda”.
En La cola del dragón, Rey Rosa ha dado, por necesidad, testimonio de la violencia (gubernamental, militar, pero también social), de la demencia (gubernamental, militar, pero también social). Ha tomado una lámpara y ha entrado en la cueva donde la barbarie del matarife convive con la indiferencia de los embrutecidos tal como en nuestra latitud hicieron con negra amargura Amery o Kertész. La cueva del dragón es la nuestra. La luz es fría, helada, como en el título de Bernhard. Nace del estupor que produce la impunidad, de la sensación de que todo puede seguir como si nada, que uno puede seguir viviendo, viajando o pescando, como en la imagen del famoso relato de Raymond Carver, con el lago lleno de cadáveres. Sí, el libro tiene sus personajes: en Encantador de serpientes, el doctor David C. Burden una suerte de Mengeleselvático salido de Conrad; en el contexto de represiones indígenas de El santo ángel la campesina Petrona Corado pero el protagonista es siempre un estupor: el estupor frente a la insensibilidad.
Sabe Rey Rosa que añadir una palabra de más lo habría acercado (injustamente) al sensacionalismo, que debía alejarse, acercarse y alejarse otra vez. Es por ello un acierto de los editores situar al principio de este libro los textos que transcurren en el extranjero. Añaden a la lucidez del autor la perspectiva de la distancia. Quien ha viajado demasiado (Rosa volvió a Guatemala en 2001 tras vivir en Europa y Nueva York) sabe que a su regreso el país natal se carga siempre de extrañeza.
Como la literatura tiene por objeto la naturaleza humana, el libro lo leerá y lo hará mejor, el lector sensible. Los temas son también de interés para el estudioso “de la inhumanidad del hombre hacia el hombre” por decirlo como ese científico de los derechos humanos que fue Richard Claude: la responsabilidad de las corporaciones y empresas internacionales por violaciones de derechos humanos, la impunidad, la tipología de la violencia, la ineficacia de las normas jurídicas más imprescindibles, son todos ellos temas de triste actualidad.
Del escritor Rey Rosa uno se aventura a decir que habría empezado a escribir por y como Borges pero hubo de transitar, de nuevo por necesidad y lucidez, hacia la literatura comprometida de Camus. Rey Rosa ha querido dar luz fría al ennegrecimiento de una parte del mundo, un acierto, como acertada, dicho sea para finalizar, es la elección en la portada de una fotografía blanco y negro del autor de Piedras encantadasCaballeriza o Los sordos con una cámara entre las manos: toda una imagen (una meta-fotografía) de la intención estética y del lúcido empeño anterior.
Jesús García Cívico
Jesús García Cívico (Valencia, 1969), licenciado en filosofía y doctor en derecho es profesor en la Universidad Jaime I donde dirige el proyecto 'La norma y la imagen' sobre derechos humanos, cine y literatura. Ha colaborado en las secciones de crítica literaria de 'Le Monde Diplomatique' (edición española), 'Dilema' revista de filosofía, 'Pasajes de Pensamiento Contemporáneo' y otras. Ha publicado poemas, aforismos y relato corto en diversas revistas literarias como 'La bolsa de pipas' (Palma de Mallorca) y 'Canibaal' (Valencia). En la actualidad es colaborador de la revista online de ocio y cultura 'El Hype (Culture & Entertainment Magazine)' donde tiene un espacio fijo en formato de blog: 'Hermosos y malditas'.

martes, 7 de octubre de 2014

EL RELATO CORTO EN EL CATÁLOGO DE CONTRABANDO

Intervención de Manuel Turégano, el 19 de septiembre de 2014, en L´Eliana, Valencia, con motivo de la presentación de dos libros de relatos: “Maldita seas tristeza” de Carlos Michel Fuentes y “Trama de grises” de Jerónimo G. Tomás





Me gustaría iniciar esta presentación haciendo un pequeño homenaje a Jaume Vallcorbá, el editor fallecido recientemente y a quien debemos la creación de dos espléndidos sellos editoriales, uno en catalán, Quaderns crema, y otro en castellano, El Acantilado, que han sido y son toda una referencia y un ejemplo de buen hacer editorial en nuestro país. En una conferencia en la Universidad Pompeu Fabra, Vallcorbá señalaba que en un mundo como el actual en el que, merced sobre todo a la aparición de Internet, cada día se producen, se cuelgan y se difunden un número prácticamente indeterminado de textos; en un contexto, decía, en el que tal infinitud recuerda más que a ninguna otra cosa a la infinitud y a la esterilidad de un desierto, la tarea del editor es "rescatar y dar un marco" a los textos que realmente valen la pena.

"El marco -dice Vallcorbá- es una parte sustancial del paisaje. Tan sustancial que se diría que sin él no hay paisaje. El marco da forma a lo que antes de verse arropado por él, era algo inasible por inmenso. El marco dirige nuestra mirada hacia su interior: subraya, acentúa, estructura. Elimina todo lo superfluo y profundiza en lo esencial, dándole relieve".

En Ediciones Contrabando, aun de una forma tal vez intuitiva, pienso que estamos tratando -desde hace ya más de año y medio- de fijar los límites y la estructura de ese marco destinado a perfilar el paisaje literario que marcará nuestro sello editorial. Algunos de los límites de ese marco los fijamos nada más empezar: como el propósito de ser una editorial dedicada a publicar ante todo a escritores de España e Hispanoamérica, autores noveles y emergentes, autores que arriesguen y tengan un perfil propio, sin desdeñar por otra parte textos de autores más conocidos que estén dispuestos a respaldar nuestra singular aventura editorial.
Junto a este ingrediente más estructural, hay otro rasgo que ayuda a perfilar y definir ese marco propio de Ediciones Contrabando; y es su apuesta por una estructura narrativa que, hasta ahora, ha tenido muy escaso eco en nuestro mundo editorial, pero que cada vez se consolida más en el mercado: me refiero a la narrativa corta, a los libros de relatos.
El nuestro no ha sido hasta ahora un país que apueste claramente por este molde narrativo. A diferencia de Hispanoamérica, donde los libros de Borges o Cortázar -por citar a los clásicos- han competido siempre en condiciones de igualdad con los libros de poesía o con las novelas, en España no ha sido así. Y aún no lo es. Y eso que aquí bien podríamos presumir de tener un precursor de talla, si considerásemos las Novelas Ejemplares de Cervantes como un anticipo, un preámbulo del relato breve contemporáneo. En todo caso, tampoco es de extrañar ese "olvido". También Cervantes creó la novela moderna, con El Quijote, y hasta Benito Pérez Galdós -tres siglos después- España no tuvo un novelista de fuste.
El relato breve moderno deriva de muchos precedentes y antepasados, pero a la vez es un hijo casi exclusivo de la revolución orquestada por Antón Chejov a finales del siglo XIX. Chejov, que comenzó a escribir para los periódicos, carecía del tiempo necesario para adornar sus historias con detalles superfluos y descripciones prolijas, de modo que hizo de la necesidad virtud, limpió el relato de todo lo innecesario y elevó la concisión, la brevedad, la economía de medios y el rigor expresivo a la categoría de principios básicos que habían de regir de forma implacable el régimen interno de este nuevo tipo de estructura narrativa. Frases como "la concisión es hermana del talento", "el arte de escribir es el arte de condensar" o "escribir con talento es escribir concisamente" salpican su correspondencia de los años 1883-85, precisamente cuando alcanza sus mejores cotas en este arte narrativo. Casi toda la narrativa corta posterior está en deuda con él, porque aun aquellos que están más alejados de su espíritu realista o moral, y tomaron otros caminos, como el relato simbólico o fantástico, autores determinantes del género como puedan ser Kafka o Borges, tampoco ellos han dejado de tener en cuenta esas reglas básicas de estructura y estilo por las que abogó Chejov. En cierto modo, y en nombre de todos ellos, Raymond Carver -otro monstruo del relato corto contemporáneo- escribió un conmovedor homenaje al maestro, narrando sus últimos días en el relato "Tras flores amarillas".
El relato corto es un género absolutamente autosuficiente. El relato corto no es una novela abreviada, o la sinopsis de una novela, o el bosquejo de una novela aún por escribir. Es algo totalmente distinto. En primer lugar es un texto literario, que tanto en su vertiente estética como en la semántica, es autosuficiente. Agota su sentido en sí mismo. No necesita ni, en cierto modo, permite, ulteriores ampliaciones o desarrollos. Yo diría que el cuento es como el brocal de un pozo. Una construcción muy reducida, pero a través de la cual se accede a todo un mundo misterioso de profundidad desconocida.
El relato corto, además -a diferencia de una novela, que leemos solo una, dos o tres veces en toda la vida- es un género que nos invita a la reiteración, a la relectura, a volver a él una y otra vez. Hay cuentos de Kafka, de Chejov, de Borges que, sin exagerar, habré leído quince o veinte veces. Y la sensación es siempre la misma: si es un gran cuento, si es un buen cuento, siempre sale agua nueva y fresca del pozo; cada vez que bajamos el cubo, sube lleno otra vez. La riqueza nunca se acaba. El verdadero cuento es aquel que no deja que se seque nunca su manantial. Aquel que, entre sus apretadas líneas, nos descubre siempre vetas ignoradas, pequeños tesoros ocultos, fuentes nuevas de significación.
El relato corto es un verdadero trabajo de orfebrería. Y siempre cabe exigirle una perfección formal mayor que a la novela, que con su enorme plasticidad -la novela es como la vida humana, algo de una plasticidad casi infinita- puede permitirse todos los desmanes imaginables. Ante el cuento, en cambio, el autor es, a mi juicio, menos libre, pues es una estructura más exigente, más disciplinada, más pura, más delicada. Y es que el cuento perfecto es aquel al que no le sobra ni la falta una palabra, y cada una de ellas está colocada con precisión en su sitio.
En Ediciones Contrabando, ya lo he dicho, hemos apostado de una manera decidida por esta forma narrativa y literaria. Y una buena prueba de ello la tenemos hoy aquí, con nosotros, a través de dos muestras muy dispares, dos libros que con estilos muy distintos, casi contrapuestos, persiguen a mi modo de ver un mismo fin: ampliar las fronteras de este género, darle nuevas dimensiones, trazar nuevos caminos... y avanzar en la definición de cada uno de sus proyectos literarios.

Jerónimo García Tomás -nacido en Valencia en 1977- es técnico superior en imagen y sonido y licenciado en filología inglesa. Ha vivido alguna parte de su vida en Italia, lo que le ha dejado alguna que otra huella. Rinde una admiración especial a la literatura norteamericana de entreguerras (Hemingway, Dos Passos, Scott Fitzgeralt...) y, sobre todo, a los clásicos de la literatura negra: Dashiel Hammet y Raymond Chandler. Su espíritu creativo está dividido, a partes iguales, entre el cine y la literatura, dos pasiones equiparables. En la actualidad es colaborador de la Cartelera Turia

Trama de grises, el libro que nos va a presentar hoy, está integrado por 9 relatos, que corresponden a distintas etapas de su formación como escritor y evidencian las poderosas o sutiles influencias que sobre su escritura han ejercido algunos de sus escritores favoritos, al tiempo que nos van dando pistas, cada vez más claras, cada vez más convincentes, de la creación de un mundo narrativo propio y de un estilo completamente singular.
Con una técnica objetivista muy depurada, recurriendo a diálogos muy bien construidos e hilvanados, utilizando personajes que bordean casi siempre los márgenes imprecisos de la sociedad, moviéndose por paisajes degradados, los relatos de Trama de grises acaban por sumergirnos siempre en una cotidianidad inquietante, turbia, llena de grietas, de espejos rotos, en los que, bajo la luz desvaída del crepúsculo, vemos como se dilucidan sutiles juegos de fuerzas.

Carlos Michel Fuentes nació en La Habana en 1968. Unas tempranas cataratas lo alejaron del béisbol, su verdadera pasión. Hijo único, creció entre mujeres y escaseces en un apartamento muy céntrico del Vedado. Abandona Cuba a principios de los años 90 tras un largo periodo de desilusión y desconsuelo. Graduado en Bellas artes. Devenido pintor escenográfico, trabaja para el cine, el teatro y la televisión en los EEUU. Diseñador gráfico. Ilustrador. Escritor compulsivo. Actualmente vive en España, donde participa en exposiciones individuales y colectivas de su obra gráfica.

Maldita seas tristeza es a la vez un guiño y una parodia de aquel Bounjour, tristesse, de François Sagan, que el autor leyó en su juventud habanera. Aquí no hay nada de aquella vida fácil, coches rápidos, residencias lujosas o personajes indolentes tostándose al sol, ni esa mezcla tan francesa de cinismo, sensualidad e indiferencia que definen a la burguesía ociosa que retrata Sagan.
En los 18 relatos o episodios que componen Maldita seas tristeza -unos breves, otros no tanto; unos habaneros, otros de acá; algunos de un hermetismo exasperante, otros de una luminosa transparencia- lo que el lector va a acabar descubriendo es la magia de un lenguaje que se encaja como un guante en la realidad que describe, que se desliza como una serpiente en busca siempre de fragmentos de una memoria que mantiene viva esa relación primigenia –y tantas veces olvidada- entre los hechos, las cosas y las palabras.
En cada episodio de este libro, en cada relato, descubrimos una mirada lúcida, despiadada en ocasiones, y un lenguaje apasionado que se apropia de la realidad a borbotones. Todo el libro respira autenticidad, ausencia total de impostura. Y eso, hoy en día, es muy difícil de encontrar.

Y paso ya a dejarles la palabra a ellos, no sin antes enviaros a todos un saludo de Contrabando. 


lunes, 29 de septiembre de 2014

EL MUNDO DE ONETTI


Con motivo de la muerte de Juan Carlos Onetti hace 20 años en Madrid y de la inauguración de la exposición sobre su vida en Casa América: "Reencuentro con Onetti, 20 años después", hemos querido volver a publicar este interesante artículo sobre su obra.           


Manuel Turégano  (Publicado en De Verdad digital en 2009, centenario del escritor)

La celebración del centenario de Onetti sería un buen momento para que las letras hispanas "pagaran" la enorme deuda que tienen con el escritor uruguayo, nacido en Montevideo en 1909, residente durante quince años (los más fructíferos de su vida literaria) en Buenos Aires y "exiliado" en España desde 1974 hasta su muerte, en 1994. La "deuda" con Onetti es larga y onerosa, porque no en vano con él nace la novela moderna en Hispanoamérica, un género del que luego serán hijos desde García Márquez y Vargas Llosa hasta los narradores más actuales. Pero, ¿cómo llevó a cabo esa génesis? ¿Qué mutación literaria es la que llevó a cabo Onetti?
Onetti rompió, de partida, el perfil clásico del escritor hispano. No era universitario (ni siquiera terminó el bachillerato), ni diplomático, ni tenía relación alguna con las élites. Por el contrario, trabajó desde los catorce años en infinidad de oficios y cuando escribió la primera versión de su primera novela –“El pozo”– trabajaba en Buenos Aires en el sótano de una empresa que fabricaba silos para las cooperativas agrarias.

Rompió también el núcleo de referencias literarias y temáticas de la narrativa de su tiempo. Abominaba del localismo, que ahogaba con su costumbrismo las ficciones de la época, y abrió la literatura hispana a ámbitos y perspectivas nuevas. Antes que Rulfo y que García Márquez, Onetti incorporó los logros narrativos de Faulkner, que acabarían cambiando toda la literatura hispana. Su Santa María precedió a Comala o a Macondo.

Onetti introdujo la modernidad en la novela hispana. Los relatos dejan de estar protagonizados por élites decimonónicas o gauchos pamperos, para dar entrada a personajes urbanos, hombres solitarios y fracasados que vivían sus frustraciones en oficinas y burdeles y buscaban en la ficción una vía de escape a los sinsabores de una existencia acorralada.

Los héroes onettianos son ya necesariamente “antihéroes”, hombres y mujeres que han sido derrotados, reducidos por la realidad a una pasividad alienante y cuyas únicas iniciativas –dice Vargas Llosa– “suelen ser la huida hacia lo imaginario, por medio de la fantasía, el sexo y el alcohol”. A diferencia de Faulkner, donde aún cabe la acción, el empeño épico e incluso la hazaña individual –como es el caso de Lena, la embarazada que recorre a pie medio Misisipi en busca del padre de su hijo, en “Luz de agosto”–, aunque al final el “destino” acabe frustrando sus esfuerzos, en el mundo de Onetti ya no hay más salvación que “la huida a lo imaginario”.

No cabe duda que en este, siempre subrayado, “pesimismo” de Onetti interviene de forma decisiva la conciencia larvada del declive imparable de Hispanoamérica, del que Onetti se convierte en implacable y certero testigo. No se debe olvidar que en los años 20 y 30, Argentina (y Uruguay, a la que se conoce estos años como “la Suiza de América”) viven una eclosión extraordinaria. Buenos Aires se rediseña entonces como el París de América del sur. Pero ya en los años 40, y sobre todo 50, amenaza la ruina que las siguientes décadas van a confirmar. Onetti fue (como también Borges) el más clarividente augur de ese estrepitoso naufragio. Los personajes de Onetti no son sino supervivientes precarios de ese naufragio, y el “astillero” abandonado, desvencijado y en ruinas de Santa María (escenario de algunas de sus mejores novelas) es quizá la mejor metáfora intuitiva y literaria de una América latina en vías de liquidación. Los crueles 70 y 80 –plagados de genocidios– pondrían un sangriento colofón a todo aquello.

Pese a su “fatalismo” (que mejor cabría llamar “lucidez”) Onetti no era ni mucho menos un reaccionario, al contrario. En 1936 intentó alistarse, sin conseguirlo, en las Brigadas Internacionales para venir a luchar contra el fascismo en España.

En 1974 fue detenido por la recién instaurada dictadura uruguaya (¡por formar parte de un jurado literario!) y pasó tres meses encarcelado. Fue liberado gracias a una importante movilización internacional. Vargas Llosa cuenta que “al parecer, el jefe de policía, sobre el que llovían las cartas y telegramas de protesta, exclamó asombrado: ¡Pero quién mierda es este Onetti!”. Tras su liberación marchó a España donde vivió hasta su muerte en 1994.

Es inevitable recordar a Onetti fumando sus eternos cigarrillos, bebiendo whisky o redactando sus caoticos papelillos con los que, luego, su cuarta mujer, Dolly, tenía que “reconstruir” sus novelas.

Su destino fue no brillar. Fue segundo en casi todos los premios a los que se presentó. No mereció jamás el reconocimiento de sus pares (Borges ni siquiera lo votó cuando fue jurado del Premio Cervantes). Y jamás ha tenido el relieve y el tratamiento del que han gozado otros grandes escritores hispanoamericanos.

Pero eso no puede seguir siendo óbice para que se reconozca, de una vez por todas, como hace Vargas Llosa, que “Onetti fue el primer novelista de lengua española moderno, el primero en romper con las técnicas ya agotadas del naturalismo..., el primero en utilizar un lenguaje propio, elaborado a partir del habla de la calle, un lenguaje actual y funcional,... el primero que construía sus historias utilizando técnicas de vanguardia como el monólogo interior, las mudas de narrador, los juegos con el tiempo. Adaptó a su mundo los grandes hallazgos narrativos de los mejores novelistas modernos, pero no fue un mero epígono. Si aprovechó las lecciones de Faulkner, de Joyce, de Proust, de Céline, de Borges, lo hizo de manera novedosa y personal, para dar mayor verosimilitud, añadir matices y fuerza persuasiva a un mundo visceralmente suyo, creado a imagen y semejanza de esas filias y fobias que él volcaba enteras a la hora de escribir en una especie de discreta inmolación. Por eso, su obra nos da esa sensación de autenticidad y de integridad totales”. 

 

lunes, 22 de septiembre de 2014

GUSANOS


 

Carlos Michel Fuentes (Presentación de “Maldita seas tristeza” en L’Eliana 19/09/2014)


A Severo Sarduy y Reinaldo Arenas, mis gusanos favoritos.


El texto es un gusano que se arrastra y se contorsiona sobre la rama de un ciruelo, que muerde y engulle cruda sus hojas , con montones de patas y con sus patas falsas en ordenada marcha, desfilando con la escopeta al mismo hombro donde lloró la modelo desnuda, por vergüenza y por hambre , y otras veces ha de ser un bicho que crezca, que se vaya en vicio, virulento y hemofílico ante los ojos saltones de un dios hipertiróidico , persiguiendo las profecías de su baba peregrina y borracha, descalzo hasta el ombligo para no contaminar al lector con la mugre que traiga de la calle en sus zapatos o con el manto oxidado que cubre las miserias de su propio corazón. Un gusano común con sus vagones comunes, repletos del vomito de antiguas bacanales, azuzados por la basca y el hastío de la cotidianidad químicamente pura de la vida. El texto, cualquier texto, cualquier hilera de signos: signos solos, signos andando de cabeza o razonables signos cuerdos, han de ser capaces en su extravagante show, de tiranizar al tirano, o lo que es lo mismo, pervertir el orden y la armonía del espejo oval donde nos reflejamos a diario, heredado el vidrio sagrado de la abuela pensionista o comprado tal vez en un chino de barrio . Un gusano voraz erotizado por la inercia, que devore la hoja que lo sostenga a ojos vista de los hombres, justo antes del instante en que trasmuta en mariposa libre destinada y de acabar finalmente en la barriga de algún sapo revolucionario u ortodoxo. El texto debe ser frágil y enfermizo para que podamos ampararlo con nuestra grandeza. Se aconseja enfrentarlo sin reverencias, sin servilismos, sin admiración, sin doblegarnos , sin amarle nunca, leer con desprecio, con frialdad, con cierto asco. Intentar un disfrute placentero. Evitar el placer y el disfrute. Tomar la justicia en nuestras manos y desmembrar al anhelo fetichista y absurdo de encontrarnos en él. El lenguaje siempre es marginal, siempre hiperbólico, exaltación tenaz de la bravura de eros, santa pachorra de los costureros. Viejo traje en cuerpo nuevo. Texto-saliva para engatusar a las damas con dinero o sin el, texto-tinta para envenenar a las vulgares polillas. Escisión brutal en el lenguaje, disparate perfecto y trashumante. En “Maldita seas tristeza” encontraran textos, cortos y frágiles, balbuceando sobre el amor, hablando de La Habana, de la ciudad perdida, de perros callejeros, de la alegría y sus secuaces, de la muerte y de la tristeza que nos sodomiza y seduce, contemplarán el retrato fauvista de un bitongo hombre de acción, escucharán de manteles y de hambres, del virus mutante de la soledad, de estrategias y mañas para mendigar con éxito, para suicidarse con éxito, conocerán de dos viejas que sobreviven encerradas en una casa muy grande de La Habana, sitiadas por el caos y la sinrazón, oirán hablar de sexo, de un mulato rescabucheador que devuelve la fe a una mujer que se desmaya, de un cazador de ratas, de un perro chino que se descompone en el hueco de un ascensor y de dos que se abrazan en el aire, del mar, de lo que trae consigo, de lo que nos arranca, del extraño hallazgo de un minotauro muerto en una habitación de hospital. Fueron escritos estos textos a tirones durante estos últimos dos años y colocados finalmente en este libro en blanco. Poco se de todo y este libro es la maldita prueba de mi ignorancia. Aún así, me alegra su existencia, pues de mi, sólo quedarán sus palabras, convocadas por la muerte, abocadas a la descomposición y tal vez el recuerdo persistente del reflejo de tu lamparita sobre el lustre de mi bálamo pueril. La sensación de cosquilleo producida por las patas del gusano en nuestras barrigas puede ser cuestionada, podemos dudar de su existencia, pero la sensación como tal, es absolutamente real y es eso lo que cuenta. Este libro es sólo la sensación de su propia existencia. Queda prohibida además, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación total o parcial de él por cualquier medio o procedimiento sin la autorización previa y por escrito de los titulares de derecho de explotación. Se terminó de imprimir en la ciudad de Torrent en el mes de octubre del año 2013.

lunes, 15 de septiembre de 2014

SOBRE TRAMA DE GRISES

Fotografía de Tomasso de la Foce para la portada de "Trama de grises".
Todos los planes han salido mal
En el contexto de degradación social que vivimos, el género negro adquiere vigencia como narrativa contemporánea con la aparición de autores como Jerónimo García Tomás. En Trama de grises (Ediciones Contrabando), el relato realista se convierte en narración criminal.
Valentín Vañó | 12 de julio de 2014 | El Hype
En el primer relato de esta antología, titulado “La charca”, un escenario rural bucólico queda envenenado de una violencia profundísima que se le entrega al niño protagonista en forma de enseñanza iniciática. La violencia es un elemento esencial de la antología Trama de grises, del escritor y cortometrajista Jerónimo García Tomás: aunque estos relatos son, en un sentido estricto, realistas, algo en su atmósfera suele inclinar la balanza hacia el lado salvaje. No importa que los delitos que aparecen en sus páginas sean chapuceros y de poca monta; el lector tendrá la sensación de haber leído un volumen de auténtica narrativa de género negro o policíaco.

De los nueve cuentos de Trama de grises, quizás el único donde Jerónimo García se permite una recreación estilizada de los clichés visuales y genéricos del noir más canónico es “La mujer del andén”, un relato que parece una ensoñación esteticista insertada en un conjunto narrativo de realismo sucio cotidiano. Como un joven Raymond Carver que no puede evitar convertirse en un Jim Thompson del extrarradio, García desplaza con toda naturalidad su interés temático del puro esbozo naturalista a la descripción de los bajos fondos sórdidos de nuestras grandes ciudades contemporáneas.

En estos relatos se cumple, con toda efectividad, ese lugar común sobre la narrativa breve: parecen capítulos extraídos de novelas inexistentes. El autor conoce tan bien a sus personajes que la densidad, no solo de información, sino de sugerencias sobre sus psicologías, motivaciones y anhelos quedan en la conciencia del lector una vez terminada la lectura. La técnica narrativa objetivista refuerza esa sensación de vida real sobre el papel. Quizás como consecuencia de la doble formación de García como técnico audiovisual y filólogo, su escritura tiene una sugerencia de veracidad cinematográfica despojada de las trampas del montaje, donde el énfasis se pone en las interacciones de los personajes y en su relación con el tempo narrativo.

“Contratación” y “Lo sentimos mucho por ti” son dos relatos netamente realistas o carverianos, que esconden sendos misterios en su descripción de encuentros urbanos. Ambos describen a la perfección el tipo de comportamiento íntimo miserable que rige en las interacciones sociales en las urbes despersonalizadas. “El contrato del gas” es quizás el menos interesante del conjunto, por su característica de viñeta humorística tremendista, pero queda bien integrado y justificado como desengrasante ante la gravedad de otros cuentos, y además comparte y exacerba las claves de pesadilla urbana que recorren todo el libro.

 Fotograma del cortometraje 'El arma', de Jerónimo García Tomás
Fotograma del cortometraje El arma, de Jerónimo García Tomás.

Por su parte, “Terrones de azúcar” y “Una mujer demasiado alta” son dos piezas donde se evidencia la habilidad del autor para recrear con sensibilidad y sutileza los pequeños infierno privados contemporáneos. En “Terrones de azúcar”, el subtexto que vehicula el relato, y la elipsis pudorosa sobre la que se construye, evolucionan con coherencia hacia el desesperanzado desenlace. En el extremo temático inverso, “Expedición nocturna” y “El favor” representan una veta notable de género criminal, aunque queden sometidos a la ambición documental de todo el volumen: los tipos peligrosos de uno y otro relato, y sus comportamientos delictivos, están exentos de glamour. Uno sospecha que la gente chunga que se dedica al trapicheo, el hurto menor, el asalto improvisado o la pequeña extorsión, se parecen peligrosamente a los personajes de Jerónimo García.

Trama de grises está publicado por Ediciones Contrabando, una nueva editorial con sede en Valencia, que desde su espacio independiente está abriendo un nuevo tipo de diálogo entre las narrativas española y latinoamericana. En un año, su catálogo ha creado un entorno editorial de calidad para jóvenes escritores como los españoles Bárbara Blasco o el propio Jerónimo García Tomás, el chileno Aldo Alcota o el cubano Carlos Michel Fuentes, y ha recuperado textos menores de autores emergentes como Ariana Harwicz Alejandro Zambra. En el caso de Trama de grises, la edición se complementa y enriquece con la portada de alto contraste de Tomasso della Foce y las minimalistas ilustraciones interiores de Alex Tal Cual.