GESTACIÓN Y DESTINO DE LA LENGUA. Aline Pettersson
La novela de
Alejandro Espinosa Fuentes, Alex Espinosa para mí, es un libro ambicioso en sus
propuestas. Mi primer pensamiento fue el de que se trata de una variación libre
de la matrioska, esas muñecas rusas
que se reflejan unas en las otras. Y no me queda claro cómo hablar, sin delatar
la trama, de Nuestro mismo idioma. Es
un libro que ha buscado el cuidado en el lenguaje y tiene la virtud de conducir
al lector por diversos caminos, por reflejos de asuntos que no es posible
soslayar en este país nuestro, reflejos que conmueven a Tomás, a Alex, a mí y
de seguro a cualquier lector.
Pero los temas se
desgastan inevitablemente y el acierto del libro es que, a pesar de que se
toque el asunto de la delincuencia organizada, por la manera en que está
escrito, el autor consigue variar el relato y darle profundidad. Entonces, ¿quien se acerque a Nuestro mismo idioma
estará ante un texto más sobre la violencia en México? De ninguna manera.
Alex ha dicho que
el libro es una forma de homenaje a su abuela. Y Marina Henestrosa no es nunca
un personaje patético que está perdiendo
la coherencia a causa de un tumor cerebral. Marina es un personaje excéntrico
con ideas muy sui géneris que empiezan
a deshilvanarse y que, sin embargo, aportan datos fundamentales a la búsqueda
detectivesca de Tomás. Este respeto gentil de Tomás hacia la abuela, me parece
que rebasa los límites de la ficción para ser una declaración amorosa del autor
para con la abuela real que tal vez haya muerto en un tiempo cercano a la
escritura del libro, y que Alex deseaba fijar en el tejido de su relato.
Fijarla de mejor manera que las cartas que Marina recibió de su padre y que se
borraron. En la charla entre la anciana y el muchacho hay un duelo verbal de
refranes que Marina Henestrosa emplea y que Tomás revira con otros seguramente
aprendidos de ella. Comparten la cercanía de un mismo idioma. Yo me pregunto,
sin embargo, si todos poseemos el mismo idioma.
La novela se
inicia con un viaje que harán abuela y nieto a Saltillo, región de procedencia
familiar. El relato está lleno de guiños, de anticipaciones, de sobre y
malentendidos. Llegamos todos a Saltillo y vamos entrando lentamente a
universos muy distintos. El autor nos pide atención para seguir las tramas
paralelas que se van desarrollando. Así los personajes y sus testigos quedamos
atrapados en el Mundo Acevedo. Y el Mundo Acevedo, que en apariencia se está
escribiendo en presente, al cabo de las páginas, nos percatamos de que son
ideas, reflexiones, descripciones que pueden salir de la boca del fallecido
poeta Horacio Acevedo o de otros personajes, o ideas que sobrevuelan la
atmósfera de la ficción. Ese mundo quizá es como la propia Marina Henestrosa,
que no ocupa el centro de la intriga, pero que, no obstante, su imagen y
palabras están siempre en el trasfondo.
En Nuestro mismo idioma se podría hablar de
Itzel Villalba como la antagonista de Marina. Mientras la sabiduría de la
abuela se apoya en su larga experiencia de vida, en los refranes, en su amor
por el terruño y en preguntas que ella se hace como: ¿qué sucede con las
palabras dichas en el teléfono, a dónde se van si no alcanzan el otro oído? En
Itzel sus conocimientos se fincan, tanto en su amplia cultura literaria y
lingüística, en su anterior vida frívola y lujosa en Europa, como en su
obsesión por desmenuzar las palabras para llegar, de ser posible, a su origen.
Esa fascinación por el origen de las palabras no deja de ser una búsqueda
obsesiva de Itzel y muy interesante del autor sobre las raíces lejanas del
lenguaje que hoy compartimos. Se puede decir que mientras una mujer indaga
sobre el destino último de las palabras, la otra lo hace sobre su gestación.
Hasta este
momento ningún lector podría imaginar el vuelco que darán los sucesos en los
que se ven enredados los protagonistas. Las historias toman otro derrotero y
Tomás queda atrapado. Pero Tomás queda atrapado, también, por los fuertes
recuerdos infantiles que, de cierta manera, desencadenan la situación o
situaciones incluso a partir del manejo fantasioso del tiempo. Tomás se
convierte en un receptor de la lengua y, cuando le es posible, comparte la
inquietud de sus reflexiones con su insólito confidente, el gato Semónides.
El erotismo
violento, el amor juvenil y, por otro lado, las componendas del poder político,
empresarial y delictivo, ligadas frecuentemente entre sí, aparecen en esta
novela sin estridencias léxicas que, desde mi punto de vista, es un acierto,
porque cala con mayor hondura el discurso ponderado que el grito histérico.
Al aproximarse el
lector al final del libro, duda sobre cuál fue la historia verdadera. Sabe, sí,
del destino último de la abuela pasados un par de años. Sabe también del final
de la novela que el mismo Tomás intentaba escribir dentro del relato. Sabemos
que el velorio de doña Marina Henestrosa es en Gayosso de Félix Cuevas y que la
casa de la familia, donde ella murió, está ubicada en la colonia Narvarte.
Nosotros estamos de vuelta en el mundo que conocemos y nos redescubrimos en el
instante en que Tomás se ve reflejado en los rostros de sus parientes y
comprende que la muerte es la esencia del vínculo de nuestra humanidad, “el
largo anhelo de un mismo idioma”.