PRESENTACIÓN
EN LA RACAL (Real Academia Conquense de Las Artes y las Letras) 1 de marzo de 2019
“Mi vecina era lituana,
de Kaunas. Lo nuestro fue lo más parecido a un romance, aunque sólo tuviéramos
sexo una vez. No hicimos el amor para que se convirtiera en costumbre, sino
para que fuera excepcional. Luego su marido la mató y yo tuve que matarlo a
él”...
Así
casi comienza – digo casi comienza porque, a fuer de honesto, a este párrafo le
preceden otras dos líneas – pero realmente así es como comienza esta novela con
la que Jesús Zomeño da el salto de la narración en corto a la larga. No es el “Vine a Madrid para matar a un hombre a
quien no había visto nunca” con que Muñoz Molina iniciara en su día su Beltenebros, pero por ahí le anda como
efectivo elemento de seducción y enganche para el lector, un ahí te he, ya,
atrapado, pero que, por otro lado, no le previene lo bastante –al lector,
digo– para lo que luego, gradual pero
inexorablemente va a ir encontrando, sin poder quitárselo de encima, a medida
que vaya progresando en las páginas, en las cortantes, aceradas –más cortantes
y aceradas que el filo del más afilado cuchillo– páginas de lo escrito por
Jesús: el desasosegante universo en el que se va a ver sumido a medida que se
vaya adentrando en la espléndidamente entrelazada urdimbre de las tres
historias que –apoyado en la ya más que constatada y probada sabiduría
narrativa puesta de manifiesto en sus anteriores entregas como contador de
historias, siquiera aquéllas se movieran en el concentrado esfuerzo del relato
corto– ha trenzado en esta su primera incursión en la carrera de fondo de la
novela.
La
una y otra vez estudiada y repasada grabación de la lituana Kaunas atrapada
para siempre en las imágenes grabadas por el Google Street View en junio y
julio de 2012 por un hombre –un policía español– que apoyado en ellas emprende
un viaje rumbo a una esperanza en la que ni siquiera tal vez crea; una niña que
se pierde en un bosque que guarda más de una sorpresa en su espesura; un
veterano francotirador que presente estuvo en la represión soviética de
Checoslovaquia en 1968 y que, al borde ya de una decadencia tanto corporal como
mental y nostálgico más que de un derrumbado sistema ideológico y político de
la juventud en él vivida, se empeña en una cruzada asesina adoptada como
equívoca al par que infructuosa herramienta de concienciación solidaria, en un a
la par colectivo y personal ajuste de cuentas con una actualidad rechazada y
consigo mismo; un viejo quiosquero cuya personalidad e historia se nos irá
descubriendo poco a poco, cual sucesivas retiradas hojas de alcachofa, a medida
que vayamos progresando en la lectura; dos jóvenes rusos embarcados, fruto de
sus historias personales y de la propia desconcertada sociedad postsoviética en
la deben debatirse –en uno de ellos otro conflicto, Chechenia, socavando su
conciencia– en una huida hacia adelante más allá de moral alguna, sin más
certeza que la furia incontrolada, caminando ineludiblemente, hijos de la
violencia y de la nada, hacia la tragedia; una inconsciente Erasmus alemana que
un día se lió con quien no debía y acabará metida en la más oscura y sórdida
boca de lobo que jamás imaginó; un verdugo no ya más allá del bien y del mal
sino del propio mal absoluto; un expoliador de cadáveres en busca de su propia
expiación; dos cabinas telefónicas transmutadas en casi simbólicos imaginarios
nichos mortuorios; una camarera que en España estuvo y quizá urda pero quizá no
una paralela historia de espionaje y masacres y tal vez sea uno de los pocos
asideros de luz del libro junto, quizá, a la fugaz aparición, convertida en
episódico personaje, en yo diría que especialmente diseñado humano-literario
guiño, de la figura de la poeta Wislawa Szymborska … ésos son los mimbres con
los que Jesús Zomeño, verdadero implacable disector de almas, con un lenguaje
seco, terso, escueto y afilado, sea como
narrador omnisciente o apelativo, nos introduce tanto en el devenir como en los
propios mundos interiores de unos personajes –unos personajes de los que quizá
cabría decir, con Cervantes “unas veces
huían si saber de quién y otras esperaban sin saber a quién”– que se debaten en un universo en el
que, prácticamente desmoronadas todas las convicciones, anida una violencia que
bien querríamos creer, ocultando la cabeza bajo el ala, que no es posible, pero que sin duda existe; un
universo donde hasta la infancia muerde como la más cruel de las heridas, en
que hasta los multicolores cristales de un infantil caleidoscopio no pueden ser
recordados sino –y gracias– en blanco y negro; un universo de aristas cortantes
y ciénagas morales del que querríamos fugarnos pero no podemos, donde cualquier
esperanza sea si acaso, más allá –o más acá– del cielo bajo y plomizo de
Kaunas, de cualquier Kaunas, cual perseguir un más o menos improbable rayo de
luna…
Esto
es lo que, merced a un magnífico manejo no sólo de la trama –de las tramas
habría que decir, de las confluyentes tramas de las historias de su historia–
sino de sus ritmos narrativos nos ofrece en esta descarnada, incluso en muchas
ocasiones incómoda, dura novela, Jesús Zomeño. Dura desde luego, una de las más
duras que en los últimos tiempos me he echado a los ojos, pero realmente espléndida.
A la espera quedamos de nuevas entregas.