lunes, 26 de febrero de 2024

"DOS NOVELAS DE LA TRANSICIÓN" PARA LEER A RAFAEL SOLER HOY. EDUARDO ALMIÑANA


Artículo publicado en Cultur Plaza, el 12-02-2024


Foto de Emilio Villota


Contrabando edita estas dos novelas del escritor y crítico valenciano que vieron la luz hace cuatro décadas y desde entonces conservan ese halo de novísima calidad


12/02/2024  VALÈNCIA.

   ¿Es posible que a medida que la realidad se vuelve más y más compleja, la manera que tenemos de reflejarla se haya ido simplificando eliminando poco a poco lo que no es meramente funcional? En el territorio de lo gráfico no es una pregunta desconocida, de hecho es un asunto sobre el que se opina y se debate con asiduidad actualmente. El ejemplo habitual son los logos de compañías e instituciones, que han ido prescindiendo de los detalles, uniformizándose y dejándose por el camino, precisamente, la identidad, en aras de facilitar el trabajo de los programadores —según la crítica de muchos diseñadores—. La omnipresente tecnología digital requiere elementos corporativos que encajen con las interfaces de una app o del sistema operativo de un smartphone. Lejos, lejísimos, quedan las ilustraciones newtonianas de Apple, pero también los escudos de equipos o federaciones de diferentes deportes. En general, esto es algo difícil de digerir por la mayoría de aficionados: un escudo tiene mucho de emocional, y si transformarlo ya es delicado, despojarlo de lo que se percibe como bonito para reducirlo a la mínima expresión, es como mínimo un sacrilegio. Sin duda son muchos los logos y escudos que ganan en el proceso, pero no todos, y lo que es indudable también es que unos y otros se asimilan al caer más y más hondo en la dimensión de lo minimalista. Este fenómeno, por supuesto, no es exclusivo de lo gráfico. En la literatura —y casi seguro en la música y en el audiovisual también— la inercia algorítmica y la búsqueda de la satisfacción inmediata que ofrece el like empujan a replicar las fórmulas que se consideran de éxito, que siempre tienen que ser aptas para el umbral de atención que moldea la última red social de moda.


   En la era de TikTok, ese umbral se alcanza en muy pocos segundos. Semejante panorama, es fácil de imaginar, no es amigo de la profundidad, y lo peor de todo es que el ritmo inhumano trasciende a la red social e intoxica incluso a quienes nunca se han abierto una cuenta en ella, como el humo del tabaco a los no fumadores. Son legión ya los tiktokeros pasivos. Por supuesto, simple no es lo mismo que simplón, pero ni todos los libros o textos son literatura ni la literatura es lo mismo que eso a lo que llamamos storytelling, que es narrativa pero enfocada siempre a vender. A la literatura se le exige un brillo auténtico que no se le exige a un copy, por muy resultón que este pretenda ser. A quienes celebran el brillo de la personalidad y la complejidad, hace muy felices encontrar lecturas estimulantes. Lecturas como el volumen que edita Contrabando para publicar dos novelas del crítico y escritor valenciano Rafael Soler, un tipo imponente en todos los sentidos. Estas novelas son El grito (1979) y El corazón del lobo (1982). El título del volumen, Dos novelas de la Transición, apela al periodo histórico en que estas historias vieron la luz, dos historias que comparten ruptura amorosa y un tremendo estilo —ahora iremos a esto—, y en ese periodo, las transiciones se produjeron en distintos planos: el sistémico-político y el cultural-relacional (no exclusivamente). Si ahora se le quiere llamar poesía a cualquier cosa, entonces Soler escribía esto página sí, página también: “Había resultado sencillo, tan natural y por sus pasos que luego, tumbado de madrugada en el hotel, Alberto hizo recuento, y repitió en voz alta que sí, carajo, estas cosas pasan, y apuró el último güisquito, perdido ya en la bruma confortable del alcohol, a solas con su día interminable, absurdamente duro y sin embargo, en el momento justo, cuando algo rondaba por dentro ‘eres un imbécil, qué haces aquí', descubrió el luminoso que anunciaba compañía, pasó, compuso una sonrisa ligeramente ambigua, escuchó sin una queja la música vulgar y repetida hasta la náusea, tropezó educadamente con los divanes en penumbra donde se arrullaban otros náufragos, enemigos de quién si era solamente lunes santo, veni, Creator; esperó su turno para probar de nuevo la pócima que todo lo puede, flato, somnolencia, acidez, tosió, ‘dios, qué pinto aquí’, soportó con entereza el envite de alguna descarriada, solísima también en la alta noche amenazante, cambió de postura, vigiló los hilos de su cara y entonces ocurrió, llegó lo inesperado, el vuelco súbito y un creciente galope por las venas, así, tan de repente, ‘bailas’?”.

   Casi nada. Hay algo intenso y beatnik en esta forma de narrar que nos descuelga por la hoja, que nos desliza sobre las palabras en un viaje por la situación que es poético, canalla, sensible: Soler hace gala de una técnica sensacional, sabe lo que quiere decir y sabe exactamente cómo decirlo. La sensación, en concreto, es la de unos textos que fluyen orgánicos pero también bajo control. En los años en que Rafael Soler escribía esto, el país transicionaba de una dictadura a una joven y vulnerable democracia. Culturalmente España transicionaba de la restricción a la libertad, y es de suponer que el autor, efervescente en lo literario y probablemente en lo vital, cogía la ola creativa, que no es sino otra forma de transición, la de lo que no existe todavía y por oficio y arte se materializa, como esas partículas elementales que existen en forma de nube de posibilidades hasta que la observación hace colapsar lo que era un futuro virtual. La literatura, así, es transición, y se dice —a eso apuntan nuevas teorías disruptoras del paradigma— que quizás las cosas —un árbol, un ser querido, nosotros mismos— no sean cosas continuas e inamovibles sino sucesiones de eventos. Si se piensa, tiene mucho sentido: ahora mismo soy una combinación de configuraciones, y en el instante inmediatamente posterior he transicionado a la combinación que constituye a quien escribe esto, justo esto. La idea es inquietante y hermosa, energética y fluida, como estas dos obras de Rafael Soler.

domingo, 4 de febrero de 2024

PRÓLOGO DE ENRIQUE VILA-MATAS PARA "MUNDO ANCLADO" DE ALEJANDRO ESPINOSA FUENTES

 LO DESATENDIDO



Estaba escribiendo para mi nuevo libro sobre lo minúsculo, adjetivo que remite al mismo Robert Walser, mi héroe, mi Sandokán (como lo llamó Christopher Domínguez Michael), el paseante que iluminaba lo pequeño, lo desatendido, y que dedicó una prosa bellísima a un humilde botón.

Lo desatendido. He aquí el concepto que me esperaba camuflado en la frase que acababa de escribir para mi novela. De pronto, hará unos momentos, lo desatendido lo he conectado con Mundo anclado
(editorial Contrabando) la novela del mexicano  Alejandro Espinosa Fuentes que acabé de leer ayer y me impresionó, no solo por los 32 años que tiene el autor (que eso pronto ya será una anécdota), sino por la seriedad y grandeza, rigurosidad de su proyecto: su viaje al centro de la literatura.

Para un viaje de este tipo en busca del centro de la literatura, el convulso país de México, tan maravilloso como horrible, viene siendo desde hace décadas un país ideal. Porque el centro de la compleja novela de Espinosa Fuentes, así como el del gran laberinto de la soledad que es este país, pasa, entre otros, por dos grandes, grandísimos autores, Juan Rulfo y Daniel Sada, y tiene un nombre: la muerte. Ese es el centro, como no podría ser de otra forma.

Aunque es obvio que en Mundo anclado la estructura del Roberto Bolaño de Los detectives salvajes parece estar muy presente, yo, a medida que avanzaba por el fascinante y único, inigualable Diccionario de piedras de Pedro Vallejo (que es uno de los personajes más memorables del libro) me iba sintiendo comunicado con el buen amigo, con el humilde y muy inteligente amigo, el imponente Daniel Sada de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, la novela que mejor ha abordado el carácter de indecible de la profunda verdad que muestra y esconde a la vez, en su mismo centro, México.

¿Qué se puede decir de lo indecible? Que lo indecible define México de un solo pincelazo y también define lo que podría llegarse a decir de la novela de Espinosa Fuentes, sino fuera porque eso la dejaría más desatendida de lo que por ahora ha estado y que estas líneas tratan de reparar. Porque he sabido que tanto la noción general de México, como lo indecible que se encierra en Mundo anclado, tienen algo de correlato expresivo de un “excedente de sentido” que, al establecer nuevos límites dentro de un universo discursivo, convierte los límites en umbrales de nuevas realidades. Por ahí va Mundo anclado, por las nuevas realidades de piedra volcánica de la literatura.

Su autor –salta a la vista– es lo que se entiende por un narrador nato. He podido saber por el propio Espinosa Fuentes, que Villa-Coapa es un barrio de la ciudad de México “sin el menor encanto literario”, la esquina este de Coyoacán. Ahí el narrador, que habría sido narrador en cualquier lugar donde hubiera nacido, vivió respirando aire de Coapa veinticinco años, hasta que decidió buscar la línea del horizonte, a la que otros llaman Futuro.
Alejandro Espinosa Fuentes

A veces imagino que antes de largarse de Coapa, descubrió, sentado en una banca frente a la iglesia de la Conchita, en qué consistía una impostura. Tras haber leído su Mundo anclado, doy por sentado (en la banca de la Conchita; perdón, todos sabemos que a Dios le gustan las bromas) que ya sabe sobradamente que el tema de la identidad imposible, hayas o no nacido en Coapa, es por decirlo así, una de las grandes secuencias de la literatura contemporánea y que es un motivo literario usual, aunque no todo el mundo lo utiliza como Espinosa Fuentes que convierte ese motivo en el motivo mismo de lo que narra Mundo anclado, porque a mí me parece que ahí se cuenta, a través de unas cuantas almas perdidas –la de Pedro Vallejo mucho más orientada– un viaje hasta el fin del mundo para preguntarse por el  motivo mismo de la literatura, el lugar del escritor en el seno del curso literario.

A veces también imagino que antes de largarse (esto me recuerda una frase de Joyce que inventé como epígrafe de Fuera de aquí: “Pase lo que pase, lo correcto es largarse”), oyó en el fin del mundo, como escuchara su personaje Mélida Areúsa, el eco ignorado de la voz de su padre pidiéndole que le prestara atención, que atendiera a lo que, desde el olvido, quería decirle y que era bien sencillo, aunque no llegó a expresarlo, tal vez quiso dar la palabra y el futuro al autor de Mundo anclado.


Enrique Vila-Matas

Barcelona, enero 2024

[Mundo anclado, en su edición mexicana, llevará de prólogo este artículo que ha sido publicado el 30/01/24 en la revista NEXOS mexicana.
De haber una segunda edición en España, en la editorial Contrabando, es probable que este texto se publicará allí como prólogo.]

Texto publicado en la web de Vila-Matas: 
http://enriquevilamatas.com/textos/textlodesatendido.html