Reseña-entrevista de Joan-Carles
Martí para Levante EMV del 29 de diciembre de 2021
La historiadora del arte Mireia Ferrer
Álvarez debuta en la ficción con "Desayuno en Brooklyn" que narra los
pasos del artista por la metrópoli
Nueva York palpita cultura. Una metrópoli que atrajo a literatos y artistas como José Segrelles. Mireia Ferrer Álvarez conoce muy bien la vida y obra del artista de Albaida, tanto que publicó hace cinco años Segrelles. Un pintor valenciano en Nueva York:1929-1932 (IAM), un estudio imprescindible para conocer su etapa norteamericana, muy prolija, antes que las tinieblas del franquismo silenciaran su talento.
Esta profesora de
Historia del Arte de la Universitat de València publica ahora Desayuno
en Brooklyn (Che Books), su primer relato de ficción, precisamente
sobre el viaje del pintor Segrelles a Nueva York en 1929, pero la novela es
mucho más.
"La historia de Segrelles que aparece en Desayuno en Brooklyn es verdad y es ficción", advierte la autora por videoconferencia mientras da pecho a su hijo Marcel, de tan solo un mes. Está claro desde la primera página del libro que "el personaje de Vicente Badenes está inspirado en el pintor José Segrelles Albert", como aclara Ferrer, aunque apunta que las cartas que se incluyen en la novela contienen fragmentos de su correspondencia epistolar ya recogidos en su investigación sobre la etapa neoyorquina del pintor valenciano.
Ferrer argumenta que
siempre ha seguido la línea de la historia narrativa donde "trabajamos con
la idea de la historia como algo verosímil", así que se ha sentido muy a
gusto escribiendo la novela. "Eso hice con el libro de Segrelles que era
un ensayo de historia con cierto tono novelesco y ahora me enfrento a la
literatura, donde hay un juego entre ficción y realidad”. Por eso en Desayuno en Brooklyn "me
invento cosas que me hubiera gustado que pasaran".
Pero la novela funciona sin saber nada de Segrelles, ni tampoco de historia del arte, porque la protagonista que llega a Nueva York el 19 de octubre de 2008, como la propia autora, tiene que escribir un libro sobre Vicente Badenes, el heterónimo de Segrelles. A partir de ahí en cuatro capítulos y una coda se establece un paralelismo entre los dos personajes, donde el tiempo en la Nueva York de finales de los años veinte del siglo pasado no es tan diferente al actual.
Realismo urbano
Truman Capote publicó en 1958 Desayuno en Tiffany's donde narra la relación de amistad entre un aspirante a escritor que acaba de mudarse a la Gran Manzana y su vecina Holly Golightly. Sin despreciar la analogía del título, Ferrer dice que siempre le gustó la literatura norteamericana realista, en especial Mary McCarthy y su El grupo donde traslada a la Nueva York de entreguerras la historia de ocho alumnas recién licenciadas en Vassar, una universidad solo para mujeres.
La escritora aprovecha la novela para reflexionar sobre las grandes urbes, "porque me gusta la personalidad que cada ciudad imprime a las personas que van y se quedan y a las que están de paso". Ella lo sabe bien porque vivió en Nueva York, París -hizo el doctorado en la Sorbona- y Roma.
"Un milenial aguantaría ahora perfectamente en Nueva York porque ya están acostumbrados a vivir con una cultura anglosajona, yo todavía vengo de la cultura mediterránea de apego a las personas", así que "toda la sociedad líquida que tiene Nueva York" queda bien reflejada.
Esa gran metrópoli que "aplastó" a Segrelles, como al poeta Federico García Lorca y al pintor Torres García, también atraviesa la historia de la escritora, donde la relación con la ciudad y sus habitantes forman la esencia de la trama. "Eso es lo que pasa en la novela, que la protagonista se resiste, igual que el propio Segrelles, a vivir como Nueva York quería que viviera, eso de comer de pie un sándwich y estar todo el día pululando de un lugar a otro".
El libro se lee rápido
(143 páginas), como un libro de viajes sazonado con visitas a museos, locales
auténticos de las calles de Brooklyn, el barrio con más personalidad de la Gran
Manzana que tan bien ha reseñado Woody Allen o Paul Auster.
Ferrer explica que la novela está escrita en distintos tiempos "aunque el trabajo de campo está hecho allí" y luego ha ido plasmando los recuerdos, las investigaciones y el estilo, Hasta que este año se decidió a publicarlo, justo antes de la Fira del Llibre extraordinaria celebrada en octubre, con una fotografía en la portada de una estación de metro de Brooklyn.
"Piel con piel"
"La novela es un
canto a tocar, ver, a atreverse a hacer las cosas, volver a practicar lo
humano, piel con piel", confiesa Mireia Ferrer Álvarez, que en su primera
novela sostiene que no hay frontera entre la historiadora y la literata. Por
eso cuando se le advierte que a los historiadores les gusta que no haya
disfunciones entre el espacio y el tiempo, responde que "ese es un
concepto más de la historia clásica, porque desde hace bastante tiempo hay
historiadores que juegan con los flashbacks, introducen un elemento
contemporáneo con otro recurso".
"Siempre había
escrito desde la historia narración en cada proyecto al que me enfrentaba, como
cuando fui comisaria de la exposición València, capital de la República",
justifica para afirmar que "siempre había tenido una ventana abierta para
escribir desde la historia, pero este es otro lugar porque se meten elementos
más ficcionales. Lo que me parece interesante de la novela son esos espacios
intermedios entre la ficción y la realidad".
"Mi mirada es de
historiadora del arte, por eso la novela es muy visual, continuamente estoy
haciendo alusión a los museos que visito, lo hago porque es mi propia
mirada". Atentos porque hay novelas históricas e historias noveladas.
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