sábado, 30 de agosto de 2014

LA GÉNESIS POÉTICA DE UN NARRADOR


Por Aldo Alcota, Revista de Letras (La Vanguardia). 19 de agosto 2014.


Alejandro Zambra | Foto: Alexandra Edwards
Alejandro Zambra | Foto: Alexandra Edwards
“Es extraño. No se recuerda el espacio”. Reynaldo Jiménez
“¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? Ninguno. ¿Hacia dónde se dirige todo? Hacia la perdición”. Magma, de Lars Iyer
Mudanzael segundo libro de poesía de Alejandro Zambra (después de Bahía Inútil), publicado hace once años en Chile y reeditado hace poco en España por Ediciones Contrabando (con prólogo de Raúl Zurita), se convierte en un rastreo poético y minucioso en las sombras de la realidad, en el sonido de la ferocidad y su movimiento subterráneo. Una superficie de la incertidumbre resuena y deja paso a la prolongación de un no llegar, un rumbo hecho espejismo, envoltorio difuso concedido al día, a la noche. Mudanza, arrojo de poema nocturno, fruta negra que cae hacia un abismo sin fondo, con voces a su alrededor; insistencia una y otra vez de verbalidad bien tallada, con sus movimientos escriturales enlazados al contexto de un declive humano.
Ediciones Contrabando
Ediciones Contrabando
Se escucha la respiración de los objetos y la emboscada de los encajes de las cosas. Allí se puede contar una historia, entre el desasosiego y la incomunicación. Aparece la mano como parte de un ajetreo disparatado y situaciones que pudieron estar encerradas en cajas de olvido, junto a recuerdos despedazados en medio de un sombrío paisaje. Hay presencias que incomodan, no se sabe de dónde vienen y se despliega la repetición de versos, de afirmaciones, de creencias propias de un ahogo. El viaje es la misma espera y la demora a la vez, es amalgama en el sueño mortal de la amante. Un destierro y una derrota en la continuidad del coloquio; una espera de treinta pasos que se enredan en la memoria.
La invocación paralela de ciudades (salto en salto por Europa y América Latina) de horas, de esperas, en el presente y pasado o viceversa, todo al encuentro de una interrogante tragada por algo lúgubre, una épica del día a día construida con sumo cuidado por parte del poeta (como si jugara con ácido en un laboratorio), con la extrema certeza de la turbación que acecha afuera. El silencio no falta; lo mudo está aunque suenen las palabras.
Desidia y su manifestación en alucinaciones. Se encienden y se apagan. Figuras abrumadoras que volverán a emerger posteriormente en su novela Bonsái (su narración seguirá marcada por la poesía e imágenes ya advertidas en Mudanza, como la imagen del bulto). El cuerpo es bolsa, caja, maleta, inflamación emocional descendiendo una escalera y encontrarse otra vez con la noche, con sus habitantes y sus retorcimientos en las manchas del asfalto. Recorrido indefinido como si fuera un film que se rebobina y se adelanta a la vez en el mismo papel blanco. Siempre. Los versos caen a través de un nudo tenso. Un impacto en lo descabellado, con elegancia, a partir de todas las escenas posibles. Son los sin nombre y están allí en una tierra perdida. Un cambio de lugar entre la confusión y el cansancio.
Zambra residió durante un tiempo en España, país donde se editan sus libros y se le reconoce como una de las figuras esenciales de la nueva literatura latinoamericana. Su narrativa se cruza con la poesía, se avivan las dos y renuevan los recorridos de la literatura. “La poesía de las primeras décadas del siglo XXI será una poesía híbrida, como ya lo está siendo la narrativa” sentenciaba Roberto Bolaño. Y Zambra ya es parte de esa historia.

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