jueves, 24 de septiembre de 2020

UN VIAJE A LA ORFANDAD O "DONDE NUNCA OCURRE NADA"

 

 Notas para la presentación del libro en el Centre Artístic de San Lluc el 18/09/2020

Por Eva Hibernia. www.coachingescritores.com

Mercè Rododera contaba una anécdota de sí misma, cuando era una jovencita anhelante, que siempre me ha resultado conmovedora. El director del periódico donde se había puesto a trabajar -no porque le gustase el periodismo, sino porque quería ser una gran escritora y había leído que para ello tenía que pasar por el oficio de periodista-, le preguntó por qué estaba allí y ella le confesó el motivo real: quiero ser escritora. Él miró a aquella muchacha y le aconsejó: para escribir, señorita, lo primero que tiene que hacer es vivir.  A la fuerza seguí su consejo, ríe Rododera en la entrevista.

El consejo de aquel hombre entraña el problema al que se enfrenta una joven escritora: cuando apenas hay vida, experiencia, recorrido, ¿cuál es el material, la autoridad, la voz que ha de alzarse de la nada para contar…qué?

No es inusual que una primera novela tenga en la propia biografía el sustrato de donde todo va a emerger, ni tampoco es infrecuente asumir el yo como un elemento de ficción, esa primera persona que habla, reflexiona y con su discurso o su remembranza hace avanzar la trama, una trama que sigue más o menos verazmente la trama azarosa que la vida ha ido construyendo a través del devenir de su autora. La autora se copia a sí misma, se sirve como modelo, y en la novela de Marta esto tiene un cariz muy concreto. Cuando os adentréis en su lectura veréis que la autora hace continuas referencias a la pintura, de forma explícita - la pintura es un tema en sí mismo- y también de forma implícita, porque a veces pinta mientras escribe y porque en otras ocasiones se sirve de la palabra como de un pincel y escribe a pinceladas de color y sombras, lo que es un matiz distinto. En lo referente a la forma explícita, mencionaré este lugar de la presentación, que no podía ser más oportuno, el Centre Artístic de San Lluc, donde acompañaba a su madre, quien venía a recibir clases de pintura. Hay un pasaje en el que cuenta cómo ella tenía que esperar en el bar mientras sabía que la modelo se desnudaba delante de los estudiantes de pintura, quienes se afanaban en captar las formas de ese cuerpo que se les ofrecía. Bueno, pues mucho hay de esta experiencia, de ese impacto, de esa fascinación por captar algo que está en el cuerpo, pero también más allá de la fisicidad de la modelo, ese algo invisible que lo anima y le da su energía y su belleza, su misterio. En el caso de la novela, el volumen de la modelo era difícil de captar, porque sus límites se expanden a todo aquello que siente como propio; necesitaba de un enorme mural, un montón de páginas para, siguiendo a esa modelo que se desplazaba por el tiempo y el espacio, creciendo, madurando, impregnándose de la vida, la decrepitud y la muerte de los que la acompañan, haciéndolos espacio y cuerpo propio, emoción cercana, lograr así conseguir una copia falsa y a la vez verdadera, una paradoja. Falsa, porque nuestra memoria ya es ficción. Verdadera, porque el arte se encarga de redimir lo innecesario, lo superfluo, creando contornos que nos permiten asirnos y nombrar las cosas por el nombre que han debido tener. 

Marta, según ella misma nos cuenta, desde pequeña había sido cautivada no sólo por el ejercicio de mirar y recrear en el dibujo, también por el de imaginar que la modelo era ella y todos la pintaban, que ella era esa modelo anónima e indescifrable en su desnudez. Ya en su imaginación, a través de la mirada de los otros, era capaz de mirarse, despegar al observador de lo observado, pero no de una manera fría, ni objetiva, “Imaginar que Picasso me dibujaba me excitaba”. Para mí aquí se fragua la mirada, el nervio literario de Marta, es la base, la mirada que es capaz de escindirse, “miro y me dejo mirar, al dejarme mirar me veo, al contemplarme siento la energía de la creación, me pongo caliente. Y al dar cauce a ese impulso de creación el centro de atención, esa modelo que se contempla, resulta estar llena de los otros, de los otros que pasan por su vida modelándola: l’avi Toni, la amiga, la madre, los hermanos, el padre…, ellos son parte de su desnudez, su pudor, su osadía, su misterio.

 Esa labor de la imaginación activa ha sido un punto de vista ejercitado a lo largo del tiempo que Marta ha conseguido trasladar a la escritura de manera intuitiva y, en el fondo, constituye el tono de la novela. Y de esta manera ha resuelto uno de los primeros desafíos de tomar un material del que, en realidad, una está demasiada embadurnada y, por lo tanto, es muy probable que le falte perspectiva: la propia vida.

Cuando Marta me contactó para que le acompañase en la escritura de su novela, me di cuenta de que tenía muchas cosas claras, más de las que ella creía, sin embargo, quizás una de las cuestiones que más le asustaba era la de la legitimidad de su discurso, que suele ser uno de los temas recurrentes que encuentro en las sesiones de coaching. Y tiene su lógica, pues muchas veces las personas escriben porque en la infancia se les ha prohibido, explícita o implícitamente, decir. No es que sean niños callados, precisamente, pero suelen callar lo que saben que nadie entendería, lo que haría sufrir a los demás si se revela. Tienen una mirada demasiado aguda y mucha sensibilidad y gentileza para con el otro. Esa mirada es uno de los capitales de oro de un escritor y una de las cosas que ha de aprender a ejercitar, como un músculo. Marta me demostró que tenía una mirada penetrante que la había llenado de contradicciones lo cual, literariamente hablando, es un estado fértil.

Hablamos mucho. Una de las labores de mi trabajo es calibrar a través de la escucha y la devolución cuál es la hojarasca o las piedras que cubren el camino que potencialmente se vislumbra en el proyecto de un escritor. Desde luego ella me comunicó una sensación de vivacidad, osadía y delicadeza en un raro equilibrio que me gustó mucho y que después encontré en las páginas que me ofreció. Estaban vivas, eran literatura, vibraban. Así que nos pusimos a trabajar.

Creo que en esas primeras sesiones le dije algo que sigo pensando cada vez que me asomo a su novela. Con la labor de adentrarse en ese mundo del pasado tan presente en su necesidad de decir, de reinventar, de convocar, ha… no matado dos pájaros de un tiro, sino echado a volar dos pájaros en un mismo y gran esfuerzo. Además de ofrecernos una hermosa novela de iniciación, ha cartografiado y depurado su imaginario sustancial, más básico, aquello que un escritor debe de tener muy en cuenta si quiere que sus palabras no suenen a falso, a impostación aprendida y pulida. Entonces ella siempre podrá leer este libro como un mapa, un mapa de obsesiones, de imágenes, de querencias y recovecos, un detector de dónde fija la mirada, un reino de lugares fértiles que siempre le darán más porque seguirán creciendo, transformándose, ahora que han sido reconocidos y puestos a danzar entre sí en las páginas de una historia. Ese mapa también nos ayuda a nosotros, sus lectores, a sentir el nuestro, no solo a acompañar a la protagonista de “Donde nunca ocurre nada” en sus aventuras, lo que ya es mucho. Entendemos que a través de ese viaje a la orfandad que es este libro, puede haber también para nosotros un rescate de los lugares, las gentes, los hechos, los olores, lo dicho, lo presentido y lo callado, los objetos, que nos ofrecen tierra firme, nos anclan a una historia que podría ser la nuestra, con sus deformidades, sus bondades y sus humillaciones, no importa, aceptarla es encontrar la tierra madre, la tierra ancestral de la imaginación. La imaginación, que no la fantasía. La imaginación como hábil mediadora, insufladora de vida de lo que, según sentencia del tiempo, ha dejado de tenerla. La imaginación contra la muerte, el gran personaje que atraviesa la novela y, precisa y funesta, pretende dejarla despojada.

Siendo un libro anclado en la tradición literaria de formación vital y sentimental, es decir, un libro que por la juventud de su protagonista no puede ser otra cosa que una suma de despertares, de abrir puertas, es a la par un libro de despedidas, de adioses. La muerte es apelada en este libro, es presentida “La muerte es una mujer. Es delicada, y calma los instintos.” La muerte es un personaje que se interpone entre los personajes, intenta arrancarlos de las páginas igual que los arranca de sus cuerpos, rompe el hilo de las rutinas, desorienta, y la autora lo engaña, lo entreteje a la vida, a los amores, a los cambios abruptos del cuerpo, se sienta al lecho de los moribundos, deja que la muerte pase, le abre finalmente la puerta, porque no queda otro remedio.

He empezado estas impresiones sobre el texto de Marta recordando aquella frase que le dijeron a Mercè Rododera: “para escribir hay que vivir”. Para enterarse que se está viviendo no hay nada como el impacto perturbador de la muerte. Y cuando nos da de lleno en la gente que amamos, todo empieza a adquirir otro sabor, un nuevo sentido. Si esta es una novela que intenta resarcir la orfandad, traer luz a los secretos, desnudez a los hechos, no reniega en absoluto de la suciedad y la violencia que conlleva amar y pasar por el mundo.

Amor como un color más, vibrante, que se mezcla con otros, con los colores de l’avi Tom, con los colores de la madre, con los colores de Estela, con los colores del deseo y el sexo, con los colores de la vocación también.

Porque todo deja una pátina, aunque la muerte siga insistiendo en entrar en las páginas del libro.

Por eso la primera imagen con la que comienza la novela y que se irá retomando a lo largo de sus páginas me parece luminosa y, en rigor, cuenta lo que esta novela va a ser. Habla de una mesa de joyero, una mesa sobre la que se han creado delicadas joyas, sobre la que una mujer ha paridoa una niña, sobre la que un hombre se ha dejado la vista y las manos haciendo su arte, una mesa que es cobijo de telarañas, una mesa que es rescatada del olvido y restaurada. Con sumo cuidado, cada capa de color que se quita es tenida en cuenta. Una mesa de la que se comprende su naturaleza, su carácter, su singularidad. Una mesa que es transformada en un altar, que es sellada con una placa, como un monumento, que es manipulada para que ahora sirva de escritorio. La mesa donde los significados son interrogados para saber que aquí sí, sí pasó algo.

Eva Hibernia 

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