domingo, 10 de enero de 2021

A PROPÓSITO DE LA NOVELA DE RAFAEL SOLER “NECESITO UNA ISLA GRANDE”

 Reseña de Daría Rolland


Cuando hace unos días me llegó – sobrevolando los Pirineos como una paloma azul – la novela de Rafael Soler, estaba leyendo El libro de la vida de Santa Teresa. Cosas de hispanista empedernida. El libro de Soler tenía tan buena pinta con su portada marina y su hermoso título que, dada la grata experiencia que me han procurado otras obras del autor, lo miraba con avidez y me dije que Santa Teresa podía esperar. Pero la de Ávila me tenía enganchada y me daba pena darla de lado. Por lo tanto me puse a alternar la lectura. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Pasar de algo así como una amable, culta y católica bisabuela a un escritor que cumple con el mandato de Rimbaud siendo “absolutamente moderno”! Un escritor con ganas de decirse a sí mismo y a todo quisqui unas cuantas verdades, con lengua acerada, aunque nunca malévola y un manejo de todos los recursos del castellano que causa pasmo. Y ahí vino mi primera sorpresa: se parecía en eso a nuestra Patrona, que conocía los recursos de la lengua como pocos y escribía un castellano sabrosísimo, por emplear una de sus palabras recurrentes. Muchos más parecidos hay, y no estoy disparatando, entre la novela de Soler y el libro de Santa Teresa. Los dos autores conocen su época al dedillo como dos finísimos sociólogos y se quejan a veces de lo mismo. Nada nuevo bajo el sol. Cuando la Santa dice que esto de aquí “es un asco”, Soler lo demuestra trazando con pulso firme el perfil de sus personajes y de nuestra época, que tampoco es suavecita.

Si Santa Teresa habla de lo que ocurría en sus conventos, que era a veces para espantarse por los vicios y las costumbres, según dice, Soler describe lo que pasa hoy en las residencias de ancianos, sin ir más lejos, lo que también amedrenta por otras razones. Ahora bien, con Santa Teresa se ríe uno poco aunque también hay humor, pero con Soler se ríe uno mucho. Lo que viene bien. Santa Teresa cuenta los avatares de su cuerpo y de su alma de manera enardecida. Soler cuenta los avatares y las aventuras de un grupito de ancianos que gracias a la lotería pueden fugarse de su media cárcel en pos del Sur, huida de locuelos que recuerda sobremanera a la película “El vuelo sobre el nido del cuco”. Y este vuelo-viaje es narrado con una ternura y una guasa tremendas, pero que a veces también causa estremecimientos. Las miserias físicas y fisiológicas de la vejez e incluso la decrepitud, son detalladas, sin morbo pero con un realismo demoledor por si algún desaprensivo olvida con frivolidad lo que le espera, lo que nos espera, no se va preparando adecuadamente, y sigue echando su vida al garete de lo necio.

Podríamos decir, para ser objetivos y como si fuera una película, que la novela es una de muertes o de muerte, esa villana sin miramientos que precisamente en nuestra época merodea de una forma aún más inquietante que de costumbre. Y también va de muerte la obra de la Santa aunque no lo parezca: muerte deseada por la Santa, muerte edificante del Maestro, enfermedad, agonía, padecimientos, son palabras recurrentes en esa autobiografía. 

En lo que más difieren los dos escritores, claro está, es en su visión del paraíso, aunque no tanto, no tanto como puede pensarse, pues el Amor, cualquiera que sea el objeto, es siempre el Amor. La Santa anhela llegar a recogerse definitivamente en el seno del Amado. Soler creo que prefiere una cala mediterránea, a ser posible solitaria y con desnudo, de preferencia femenino y curvilinio, pues bien se sabe que sin curvas... Y también, claro está, el estado vaporoso que propicia un buen alcohol, el ron dominicano, un buen wiski, sin olvidar los placeres de una buena mesa con lubina salvaje o unos buenos espárragos recién cosechados. Tampoco está mal, según dice el avezado novelista, una suite con cama grande, sábanas blanquísimas y perfumadas, y a ser posible la compañía de una muchacha que se desnude sin remilgos, con una elegante naturalidad, segura de su efecto.

Como se habrá comprendido, las dos obras aquí torpemente comparadas por las rarezas de una menda, son muy filosóficas. Soler nos habla de la herida, del amor, de la muerte y de la vida, empleándose a fondo, con su personalísimo estilo, con su imaginación disparatada, con su pícara sonrisa, sin poner los ojos en blanco y sin citas de Kant ni de Schopenhauer, ni de Camus, ni de Sartre, ni de Nietzsche. ¿Porqué hacer las cosas difíciles cuando se pueden hacer mucho más fáciles con el mismo contenido? Santa Teresa nos habla de la muerte del cuerpo y de la vida del alma, con su estilo “ermitaño”, sencillo hasta más no poder. Pero llegar a esa ansiada vida espiritual también le supuso una herida profundísima y males sin cuento. No se pasa de mujer sensual, vanidosilla, mundana, a ángel de Dios sin herirse el ego. Esa herida que llevan todos los que han luchado como Jacob, durante largo tiempo y de forma denodada.

Profundo humanismo el de Soler, alta espiritualidad la de la Santa de Ávila. Para llegar casi a la misma conclusión: las mejores almas son las almas ardientes.



Daría Rolland Pérez vive en París. Es licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de la Sorbona, profesora de instituto, poeta y traductora. En colaboración con su esposo, ha traducido al francés a grandes poetas y narradores españoles contemporáneos. Tiene varios poemarios terminados y una novela "Yo, corrupto" (Verbum, 2016). Escribe en varias revistas literarias. 




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