miércoles, 20 de mayo de 2020

UNA ISLA GRANDE


Texto de Jon Andión, poeta y escritor, para la presentación de la novela "Necesito una isla grande" de Rafael Soler en Madrid y que leyó en el Café Comercial el 2 de marzo de 2020.


“Necesito una isla grande”, Rafael Soler Madrid, Café Comercial, 02.03.20.


Escribir sobre Rafael Soler es como adentrarse solo en el Amazonas con una libreta, sabiendo que los días y las noches que allí se suceden obedecen a la geometría celeste pero con el acento del que comprendió el circuito, del padre, del hermano, del lugar; una voz interna, externa, circular y esférica, que alienta desde la ternura hecha solidez y con ella cierta y consciente como diciendo que nunca llega lo imposible porque el último gin-tonic no es nunca el último gin-tonic. No sé cómo explicarlo. Porque hay cuestiones que son como planetas, o en este caso, una ISLA GRANDE. Cuestiones que habitan la vida en su quehacer y acechan siempre, como Rafael, desde un lugar privado y apuntalado, desde un retiro consciente a la esquina inferior del papel y en vertical costeándolo, siempre mirando que es entendiendo que es amando que es osando, como la cámara del cineasta que paciente desata paulatinamente el universo detrás del universo, que es eso al fondo que llamamos la verdad. Y es que esa es la razón por la que escribimos, como diría nuestro querido y admirado Javier Lostalé, “porque nunca fue más bello el engaño”. Y ¿por qué? Porque el engaño fue verdad. Y ¿para qué volver si no? Porque estamos hechos para sumergirnos.


Las líneas invisibles que dibujan las alas de la creatividad que nos envuelve, la forja de los cafés, de los habitáculos donde amamos desconsoladamente en el amor o en cualquier otra cosa confundida pero amamos, las tablas y los pasquines que dictan su contubernio de acción y reacción en un ecosistema natural contra tantos años haciendo caso a lo de las pautas y lo desordenado, los trazos que no se dicen en lo que nos decimos, los olores que invaden la acción y te dicen ahora, este es el momento. Porque Rafael Soler es una fuerza de la naturaleza y el papel es el Amazonas, El Dorado, Paititi, Shambhala. 


Esta novela, rabiosamente decidida, de Rafa Soler, no es una novela. No, no lo es. Y no lo es porque nadie escribe para escribir, porque nadie nadie, de los sentados en esta mesa, de los sentados en esas sillas en las que están ustedes, nadie de los que andan abajo en la distracción de la barra y las cervezas, nadie, nos paramos en el proceso, en lo mecánico, en el intertanto, porque la intelectualidad y la fría magia esa de lo frontal, sola, es para los aperitivos, para los intermedios, para los descansos; porque los que tienen el colmillo listo saben a lo que vienen y lo que está por decidir es porque nadie lo conoce; hay un pulso que no atiende a contratiempos: han venido a comenzar.

Sencillo, ¿verdad? Uno pide para comer. Pan. Amor. Historias. Porque sumergirnos es encontrar y amigo para allá que voy.

Entonces, situación. Hablamos de unos sujetos insurrectos, y con el ánimo, al punto, en una residencia, que no asilo, y con muchas ganas de liarla. Hablamos de una estación. “A veces en el último momento, se hace la luz, suena un galope redentor, aparece en el cielo un helicóptero”, dice Rafael. Porque una estación no es un lugar, es un momento. Y en esta están siete: Panocha, Carmina, Coronel, Tomás, Rocky, Julián y Cris. Y lo importante son los primeros porque son los que se largan, y a dónde, es para que lo lean ustedes.

La cuestión es que Rafael Soler consigue llevarnos de vuelta al remolino, porque sí, porque a veces en la vida (que esconde contados sus secretos pero y los disfraza), se te pide acelerar cuando no hay aliento, se te pide contestar cuando te vas al suelo, se te pide aguantar la cara al huracán, se te pide claudicar con lo demás que te señala que era tuyo que nunca preguntó, se te enfila y se te embucha, se te infama y se te traga la ola con su espuma, se te pide y se te da una llave más. ¿Y ahora, qué?

Y la historia es universal porque la historia es respirar. Lo que quede. Lo que haya. Desde Panocha por Tomás a Rocky. Respirar. Asaltar la carretera. Irse al casino. Redimir el peso de la soledad, que es una soledad compartida, y que es la mejor manera de hacer amigos. Todos ellos, que habían perdido paso antes, en expresión de Rafael.


Porque hay algo que tiene la verdad con Rafael Soler, que se aparece entre dos conversaciones que lo pretenden y que se empeñan pero que flaquean cuando decide romper y meterse por medio con ese porte envuelto en perfume que se nos lleva. Eso, o te agarra por el cuello. Ella es así.

Porque hemos venido a resistir, sea como sea, incluso “enfriándonos despacio” o asomándonos a “un brindis a los acantilados que la vida bien bebida ofrece”.

Porque aquí hay Personajes, que se amontonan y andan empujándose como los números del bingo bailan en el bombo, y oscilan por todo el espectro de la posibilidad, y la personalidad; lo sabemos, Rafael es expansivo. Y por ser, unos son como otros y los mismos quieren ser lo que serían, de país a río a furgoneta a bamboleo a película a frontera. Personajes que se saben personajes de una pieza. Como “tres para ninguno”. Como una pregunta- momento que es como decir un lugar-acantilado. Y Rafael pregunta, “y tú,¿qué querías ser antes de viejo?”.

Hay trayectorias que dependen de un gesto. Y, al final, son las que  suceden. Hay “un acordeón con forma de campana”, nubes que quisieran hacer “por una vez de centinela”, y un aire azul que viste las despedidas pero no necesitan banda sonora ni alegato si pasean por la navaja de esta pluma.
Porque vivir es ponerse en la fila del boleto a más allá. Como diría Gelman, “Aquí pasa, señores, que me juego la muerte”.

“Lo que yo necesito es una isla”, “lo que yo necesito es una isla”. Casi bíblico y con la manera de alzar las copas que aprendieron los bardos, Rafael Soler sabe brindar con la literatura en sus lugares honestamente limítrofes con la épica del momento, porque un momento es una puerta, de puertas están hechas las esquinas y de esquinas la eternidad. Así lo siente el lector en el vello de la piel porque sólo así se escribe porque sólo así se siente. Momentum-Soler que plantea un terremoto. Ojo. Consciente. Que sí. Verás. Que sí. Tranquilo. Es solo un impacto que te va a tumbar y no sabemos si es para siempre pero te levantarás; de este o del otro lado pero no hubo nunca gran atajo, así que al toro que aquí viene.

Porque el Autor lo sabe, “el anticipo de la hora que tienes por llegar”, y lo sabe desde el principio y desde el comienzo, lo hilvana en un cantar  con “el tiempo de otra copa” porque suena a calle a coche a carretera a puertas a hostales a instantes en ceniza guardados en un pañuelo preparado para los desajustes, a helados pedidos sin permiso, a copas de más y a más cosas de más y a lo que fue, porque es hasta donde llegaron.

Y tú, ¿qué querías ser antes de ahora?


JON ANDIÓN