jueves, 24 de septiembre de 2020

UN VIAJE A LA ORFANDAD O "DONDE NUNCA OCURRE NADA"

 

 Notas para la presentación del libro en el Centre Artístic de San Lluc el 18/09/2020

Por Eva Hibernia. www.coachingescritores.com

Mercè Rododera contaba una anécdota de sí misma, cuando era una jovencita anhelante, que siempre me ha resultado conmovedora. El director del periódico donde se había puesto a trabajar -no porque le gustase el periodismo, sino porque quería ser una gran escritora y había leído que para ello tenía que pasar por el oficio de periodista-, le preguntó por qué estaba allí y ella le confesó el motivo real: quiero ser escritora. Él miró a aquella muchacha y le aconsejó: para escribir, señorita, lo primero que tiene que hacer es vivir.  A la fuerza seguí su consejo, ríe Rododera en la entrevista.

El consejo de aquel hombre entraña el problema al que se enfrenta una joven escritora: cuando apenas hay vida, experiencia, recorrido, ¿cuál es el material, la autoridad, la voz que ha de alzarse de la nada para contar…qué?

No es inusual que una primera novela tenga en la propia biografía el sustrato de donde todo va a emerger, ni tampoco es infrecuente asumir el yo como un elemento de ficción, esa primera persona que habla, reflexiona y con su discurso o su remembranza hace avanzar la trama, una trama que sigue más o menos verazmente la trama azarosa que la vida ha ido construyendo a través del devenir de su autora. La autora se copia a sí misma, se sirve como modelo, y en la novela de Marta esto tiene un cariz muy concreto. Cuando os adentréis en su lectura veréis que la autora hace continuas referencias a la pintura, de forma explícita - la pintura es un tema en sí mismo- y también de forma implícita, porque a veces pinta mientras escribe y porque en otras ocasiones se sirve de la palabra como de un pincel y escribe a pinceladas de color y sombras, lo que es un matiz distinto. En lo referente a la forma explícita, mencionaré este lugar de la presentación, que no podía ser más oportuno, el Centre Artístic de San Lluc, donde acompañaba a su madre, quien venía a recibir clases de pintura. Hay un pasaje en el que cuenta cómo ella tenía que esperar en el bar mientras sabía que la modelo se desnudaba delante de los estudiantes de pintura, quienes se afanaban en captar las formas de ese cuerpo que se les ofrecía. Bueno, pues mucho hay de esta experiencia, de ese impacto, de esa fascinación por captar algo que está en el cuerpo, pero también más allá de la fisicidad de la modelo, ese algo invisible que lo anima y le da su energía y su belleza, su misterio. En el caso de la novela, el volumen de la modelo era difícil de captar, porque sus límites se expanden a todo aquello que siente como propio; necesitaba de un enorme mural, un montón de páginas para, siguiendo a esa modelo que se desplazaba por el tiempo y el espacio, creciendo, madurando, impregnándose de la vida, la decrepitud y la muerte de los que la acompañan, haciéndolos espacio y cuerpo propio, emoción cercana, lograr así conseguir una copia falsa y a la vez verdadera, una paradoja. Falsa, porque nuestra memoria ya es ficción. Verdadera, porque el arte se encarga de redimir lo innecesario, lo superfluo, creando contornos que nos permiten asirnos y nombrar las cosas por el nombre que han debido tener. 

Marta, según ella misma nos cuenta, desde pequeña había sido cautivada no sólo por el ejercicio de mirar y recrear en el dibujo, también por el de imaginar que la modelo era ella y todos la pintaban, que ella era esa modelo anónima e indescifrable en su desnudez. Ya en su imaginación, a través de la mirada de los otros, era capaz de mirarse, despegar al observador de lo observado, pero no de una manera fría, ni objetiva, “Imaginar que Picasso me dibujaba me excitaba”. Para mí aquí se fragua la mirada, el nervio literario de Marta, es la base, la mirada que es capaz de escindirse, “miro y me dejo mirar, al dejarme mirar me veo, al contemplarme siento la energía de la creación, me pongo caliente. Y al dar cauce a ese impulso de creación el centro de atención, esa modelo que se contempla, resulta estar llena de los otros, de los otros que pasan por su vida modelándola: l’avi Toni, la amiga, la madre, los hermanos, el padre…, ellos son parte de su desnudez, su pudor, su osadía, su misterio.

 Esa labor de la imaginación activa ha sido un punto de vista ejercitado a lo largo del tiempo que Marta ha conseguido trasladar a la escritura de manera intuitiva y, en el fondo, constituye el tono de la novela. Y de esta manera ha resuelto uno de los primeros desafíos de tomar un material del que, en realidad, una está demasiada embadurnada y, por lo tanto, es muy probable que le falte perspectiva: la propia vida.

Cuando Marta me contactó para que le acompañase en la escritura de su novela, me di cuenta de que tenía muchas cosas claras, más de las que ella creía, sin embargo, quizás una de las cuestiones que más le asustaba era la de la legitimidad de su discurso, que suele ser uno de los temas recurrentes que encuentro en las sesiones de coaching. Y tiene su lógica, pues muchas veces las personas escriben porque en la infancia se les ha prohibido, explícita o implícitamente, decir. No es que sean niños callados, precisamente, pero suelen callar lo que saben que nadie entendería, lo que haría sufrir a los demás si se revela. Tienen una mirada demasiado aguda y mucha sensibilidad y gentileza para con el otro. Esa mirada es uno de los capitales de oro de un escritor y una de las cosas que ha de aprender a ejercitar, como un músculo. Marta me demostró que tenía una mirada penetrante que la había llenado de contradicciones lo cual, literariamente hablando, es un estado fértil.

Hablamos mucho. Una de las labores de mi trabajo es calibrar a través de la escucha y la devolución cuál es la hojarasca o las piedras que cubren el camino que potencialmente se vislumbra en el proyecto de un escritor. Desde luego ella me comunicó una sensación de vivacidad, osadía y delicadeza en un raro equilibrio que me gustó mucho y que después encontré en las páginas que me ofreció. Estaban vivas, eran literatura, vibraban. Así que nos pusimos a trabajar.

Creo que en esas primeras sesiones le dije algo que sigo pensando cada vez que me asomo a su novela. Con la labor de adentrarse en ese mundo del pasado tan presente en su necesidad de decir, de reinventar, de convocar, ha… no matado dos pájaros de un tiro, sino echado a volar dos pájaros en un mismo y gran esfuerzo. Además de ofrecernos una hermosa novela de iniciación, ha cartografiado y depurado su imaginario sustancial, más básico, aquello que un escritor debe de tener muy en cuenta si quiere que sus palabras no suenen a falso, a impostación aprendida y pulida. Entonces ella siempre podrá leer este libro como un mapa, un mapa de obsesiones, de imágenes, de querencias y recovecos, un detector de dónde fija la mirada, un reino de lugares fértiles que siempre le darán más porque seguirán creciendo, transformándose, ahora que han sido reconocidos y puestos a danzar entre sí en las páginas de una historia. Ese mapa también nos ayuda a nosotros, sus lectores, a sentir el nuestro, no solo a acompañar a la protagonista de “Donde nunca ocurre nada” en sus aventuras, lo que ya es mucho. Entendemos que a través de ese viaje a la orfandad que es este libro, puede haber también para nosotros un rescate de los lugares, las gentes, los hechos, los olores, lo dicho, lo presentido y lo callado, los objetos, que nos ofrecen tierra firme, nos anclan a una historia que podría ser la nuestra, con sus deformidades, sus bondades y sus humillaciones, no importa, aceptarla es encontrar la tierra madre, la tierra ancestral de la imaginación. La imaginación, que no la fantasía. La imaginación como hábil mediadora, insufladora de vida de lo que, según sentencia del tiempo, ha dejado de tenerla. La imaginación contra la muerte, el gran personaje que atraviesa la novela y, precisa y funesta, pretende dejarla despojada.

Siendo un libro anclado en la tradición literaria de formación vital y sentimental, es decir, un libro que por la juventud de su protagonista no puede ser otra cosa que una suma de despertares, de abrir puertas, es a la par un libro de despedidas, de adioses. La muerte es apelada en este libro, es presentida “La muerte es una mujer. Es delicada, y calma los instintos.” La muerte es un personaje que se interpone entre los personajes, intenta arrancarlos de las páginas igual que los arranca de sus cuerpos, rompe el hilo de las rutinas, desorienta, y la autora lo engaña, lo entreteje a la vida, a los amores, a los cambios abruptos del cuerpo, se sienta al lecho de los moribundos, deja que la muerte pase, le abre finalmente la puerta, porque no queda otro remedio.

He empezado estas impresiones sobre el texto de Marta recordando aquella frase que le dijeron a Mercè Rododera: “para escribir hay que vivir”. Para enterarse que se está viviendo no hay nada como el impacto perturbador de la muerte. Y cuando nos da de lleno en la gente que amamos, todo empieza a adquirir otro sabor, un nuevo sentido. Si esta es una novela que intenta resarcir la orfandad, traer luz a los secretos, desnudez a los hechos, no reniega en absoluto de la suciedad y la violencia que conlleva amar y pasar por el mundo.

Amor como un color más, vibrante, que se mezcla con otros, con los colores de l’avi Tom, con los colores de la madre, con los colores de Estela, con los colores del deseo y el sexo, con los colores de la vocación también.

Porque todo deja una pátina, aunque la muerte siga insistiendo en entrar en las páginas del libro.

Por eso la primera imagen con la que comienza la novela y que se irá retomando a lo largo de sus páginas me parece luminosa y, en rigor, cuenta lo que esta novela va a ser. Habla de una mesa de joyero, una mesa sobre la que se han creado delicadas joyas, sobre la que una mujer ha paridoa una niña, sobre la que un hombre se ha dejado la vista y las manos haciendo su arte, una mesa que es cobijo de telarañas, una mesa que es rescatada del olvido y restaurada. Con sumo cuidado, cada capa de color que se quita es tenida en cuenta. Una mesa de la que se comprende su naturaleza, su carácter, su singularidad. Una mesa que es transformada en un altar, que es sellada con una placa, como un monumento, que es manipulada para que ahora sirva de escritorio. La mesa donde los significados son interrogados para saber que aquí sí, sí pasó algo.

Eva Hibernia 

martes, 1 de septiembre de 2020

LERINÍSIMO: UNA CHARLA VERANIEGA CON FERRER LERÍN


Entrevista publicada en la revista FACTORY el 31 de agosto.


El filólogo, poeta, narrador y ornitólogo Francisco Ferrer Lerín trae bajo el brazo Cuaderno de campo (Ediciones Contrabando, 2020), un libro “bajo la apariencia de un cuaderno ornitológico en el que la rara avis a estudiar es, precisamente, Ferrer Lerín” y que, según sus editores, surge de “una exhaustiva selección de las mejores entrevistas publicadas en diversos medios desde su vuelta a la Literatura, allá por el año 2000, hasta la actualidad”.

Con la siempre bienvenida excusa del parto literario, el editor Miguel Blasco se reunió con Ferrer Lerín para hablar de su nueva criatura y de casi todo lo demás. Como el póquer o el nacionalismo, por ejemplo. Charlas elevadas en el verano más extraño de nuestras vidas.

Hay grandes libros cuya gestación se ha producido en una fiesta. Traigo esto a colación porque la primera noticia que tuve sobre Cuaderno de campo (Ediciones Contrabando, 2020) fue en el guateque que organizó Jesús García Cívico en su casa-museo de Valencia, allá por octubre o noviembre del año pasado. Sin embargo, creo que es un proyecto que venías acariciando desde hace más tiempo, ¿no es así?

Estoy satisfecho por los resultados obtenidos en algunas entrevistas recientes, resultados fruto, sin duda, de la habilidad de los entrevistadores.

Curiosamente, en su génesis, el Cuaderno estaba concebido como un recopilatorio de entrevistas, pero en un momento del proceso decidimos eliminar las preguntas. Y quedan tus respuestas, organizadas en varios epígrafes. Decías que te resultaba casi aforístico, ¿no? Aun así, he detectado que muchas veces te preguntan algo y tú respondes lo que te da la gana.

Sí, bueno, rescatar secciones de un discurso propicia la aparición de aforismos, o similares, pero aforístico o no, Cuaderno de campo será un libro singular en mi bibliografía, perteneciente a una estirpe no habitual en los catálogos editoriales; lo espero con mucha ilusión. En cuanto a responder al pie de la letra, creo que limita la capacidad de la pregunta; los circunloquios, incluso las salidas de pista, aportan nuevos argumentos.

Te debo confesar que cuando le hablo de ti a gente de mi círculo de amistades o a conocidos —y en muchos casos son personas serias y leídas— no te conocen. ¿Crees que Cuaderno de campo servirá para paliar esta situación? ¿Y qué les dirías a estas personas?

A estas personas les pediría disculpas por no ser más popular, por no trabajar más la vertiente publicitaria de mi producción literaria y limitar con mis carencias su posibilidad de disfrute. Cuando desembarqué en editoriales grandes como Tusquets/Planeta y Anagrama, alguien dijo que a partir de ahora mi obra iba a entrar en juego desde posiciones que no acostumbraba a ocupar, que por fin se iba a vulgarizar (lo escribieron así, en cursiva), creo que estuvieron a punto de decir que se iba a democratizar, este término tan ridículo con el que uno se reviste de corrección y progresismo; pero estaba claro que las cosas no iban a ir por ahí y que no iba a ganar nuevos lectores por el hecho de que mi editor disfrutara de prestigio comercial. Desde luego estoy hablando de narrativa, la poesía pertenece al mundo de los poetas, que son los únicos que la consumen, aunque, como siempre ocurre con estas cosas de la competencia, un poeta acostumbra a leer a otro poeta con desaforada angustia por si descubre en el rival cualidades que él no tiene.


En el extremo contrario tendríamos a tus lectores acérrimos, admiradores y fans, una barra brava que incluso organiza procesiones laicas para ir a verte a Jaca. Se pasa de un lado al otro —del desconocimiento al culto a tu figura— sin apenas darte cuenta, a mí me ha pasado. ¿Magnetizas al personal? ¿Te enseñaron tácticas de control mental los servicios de inteligencia?

Los servicios de prospectiva, que no de inteligencia, se acercaron a mí para aprender, mas no fui capaz de enseñarles, de enseñarles bien a todos, y como en un juego de infinitos espejos se repitió la circunstancia con mis lectores, unos pocos, esos que tildas de acérrimos, se beneficiaron de mis enseñanzas porque no venían a competir, jóvenes turcos de edades inferiores a la mía o de edades muy superiores a la mía (estos, lógicamente, ya han desaparecido). La competencia, el enfrentamiento, es la más estéril de las posturas, ciega la mente, a menudo ya poco equipada, y ni el más potente de los magnetismos (reconozco que lo poseo) logra el milagro. Está claro pues que la postura más recomendable es la que evita el trato con escritores de la misma generación; resulta insoportable conocer los éxitos de nuestros compañeros; a mí, en concreto, la noticia de la concesión de un premio a algunos de mis amigos de profesión me deja sin dormir durante uno o varios días, dependiendo de la cuantía.

Una de las cosas que más respeto de ti es que no te has convertido en un “opinador profesional”, no tienes tu columnita semanal en un diario desde donde sentar cátedra o dar sermones. Al contrario, tienes un blog bastante underground en el que gran parte de las entradas son literarias, microtextos, imágenes, curiosidades… Y tu Facebook es de lo más animado —vi hace poco que compartías Eloise de Tino Casal— nada sesudo ni solemne.

Tuve una sección llamada “Historias naturales” en las páginas de opinión del diario Heraldo de Aragón, aunque la verdad es que lo que escribía no era quizá lo que el lector esperaba encontrar en esa parte del rotativo, quizá por eso nunca me pagaron.

¿Es Cuaderno de campo un libro en el que te desnudas? Al menos literariamente…

Iban a rodar un filme sobre mi vida y obra… y me negué porque el guión comenzaba con unos planos de Ferrer Lerín en la cama despertándose y luego en el cuarto de baño en paños menores.

¿Podrías enumerar a los lectores algunos de los variopintos oficios que has desempeñado en tu vida?

Dado que mi padre era médico, ginecólogo-dentista exactamente, y me gustaban los animales, parecía lógico esperar que continuara la tradición (también fue dentista mi abuelo paterno) y estudiara Medicina. Así fue, y a los 17 años comencé la carrera, pero sin entusiasmo, abandonándola, tras cursar tercero, para iniciar Filosofía y Letras, que concluí tras probar con Ciencias Biológicas al convertirme en ornitólogo de campo. La ornitología me llevó a trabajar en el Centro Pirenaico de Biología Experimental, del C.S.I.C., en la ciudad de Jaca, donde confeccioné la primera lista patrón de aves pirenaicas y recuperé los muladares de la zona. Ciertas dificultades en mi relación personal con miembros del Opus Dei, que controlaban el C.S.I.C., me animaron a aceptar la oferta de Carlos Barral y volví a Barcelona, donde había nacido, para formar parte del consejo editorial de Barral Editores; fracasada la experiencia mercantil de dicha editorial, Joaquín Marco me propuso trabajar en Salvat y allí me fui como redactor. Esos años, y los anteriores, me permitieron publicar tres libros de poesía y preparar la tesis doctoral sobre Ornitónimos del Diccionario de Autoridades que iba a dirigir un catedrático de la universidad de Granada aprovechando mi traslado a ese centro como profesor de lingüística catalana, pero circunstancias trágicas anularon los dos empeños, quedando eso sí el material de mi tesis como sustrato del celebrado Bestiario de Ferrer Lerín que publicaría Galaxia Gutenberg un tiempo después.  Durante los treinta y tres años de agrafía, de 1971 a 2004, desempeñé varios oficios, siendo quizá los más recordados mi paso por la agencia de prospectiva que ya he citado antes, la explotación, con dos socios aborígenes, de una cantera de mármol ya conocida por los romanos, la dirección de una Escuela Taller, la creación de una empresa dedicada a la rehabilitación de edificios prepirenaicos, la gestión de un par de consultoras ambientales, la presidencia de una fundación, la gerencia de una empresa francesa de material electrónico y, en especial, el ejercicio de una dinámica praxis conservacionista orientada a la protección de las aves necrófagas para la cual hube de contar con fondos económicos, lo que me impulsó a practicar con profesionalidad el juego del chiribito (nombre local de determinada variedad de póquer) para el que siempre estuve dotado.

El otro día escuché que decían de otro tahúr —de mi admirado Jacinto Esteva— que “jugaba al póquer para perder”. Y eso iría en una línea más romántica o más literaria, la fiebre y el vértigo del juego, la noche que no cesa, etcétera. Tú al revés, ¿no? ¿Jugabas para ganar? Y nunca te lo he preguntado pero, ¿qué opinas de la masiva proliferación de casas de apuestas en las ciudades?

Hay muchos tipos de jugadores de póquer, pero no existe esa categoría que atribuyes a Jacinto Esteva; los que pierden es porque juegan mal y el decir que juegan para perder es una declaración que pretende ser caballeresca pero que simplemente esconde una ludopatía, y los ludópatas, ya se sabe, son carne de cañón para los jugadores de ventaja. De hecho, el jugador serio, no necesariamente profesional, sí pierde a veces, pero intencionadamente, con la voluntad de que los pichones, los que alimentan la timba, se vayan alguna vez contentos a casa, y de este modo se mantenga la partida, que a veces peligra cuando corre la voz, a cargo de los mirones y demás cobardes, de que siempre ganan los mismos.


Siempre has sido un lúcido profeta de los peligros del nacionalismo, pero, ¿cuándo empezaste a barruntar que las cosas iban a tomar la deriva que han llevado? ¿Y te atreves a lanzar una predicción de lo que va a pasar con Cataluña a corto/medio plazo?

Regionalismo, nada de nacionalismo, que nunca ha existido la nación catalana, vasca, gallega, que siempre han sido meras regiones. Recuerdo que en mi infancia, nací en 1942, oía hablar a mis abuelos de una Liga Regionalista, un partido catalanista germen de Convergencia y, en las visitas, con mis padres, allá en las décadas de los cuarenta y cincuenta, a los parientes del ala más catalana de mi familia ya se percibía esa viscosidad, curiosamente tan productiva, propia de los movimientos hoy separatistas y entonces englobados en una corriente denominada SEBA caracterizada por su condición altamente reaccionaria, es decir religiosa, tradicionalista, y de un feroz supremacismo (entonces no existía esta palabra) respecto a los habitantes de otras regiones españolas, supremacismo que acuñó la expresión “charnego”, tan nociva para la convivencia y que ha llevado a los pertenecientes a esta clase social a reaccionar para intentar convertirse en más separatistas que los propios indígenas. Cataluña, así, ahora, no tiene remedio; cada concesión de Madrid redunda en un afianzamiento de las actitudes separatistas; quizá la llegada, de una vez por todas, de los hombres de negro europeos, armados de herramientas resolutivas como la recuperación por parte del Estado de las competencias de Educación, podría frenar y reconducir a medio plazo la grotesca situación.



Es célebre aquella algarada en la que un energúmeno regionalista te empujó en una presentación por las escaleras, ¿crees que los ánimos estarán más calmados cuando vayamos a presentar Cuaderno de campo a Barcelona? De todos modos, esto le imprime un plus de riesgo al acto (*) muy excitante…  Podemos avisar que iremos armados.

El empujón del energúmeno no tuvo lugar en una presentación sino en unas oficinas de Muebles La Fábrica cuando entregué la traducción del francés que me habían encargado y, a continuación, al preguntarme si también lo podía traducir al catalán, respondí que lo veía innecesario. Respecto a la presentación en Barcelona de Cuaderno de campo sería bueno recordar la presentación de mi novela Níquel en 2006 en Barcelona, en la Casa del Libro, cuando la policía acordonó la salida de la librería, en el Paseo de Gracia, para evitar que Félix de Azúa y yo fuéramos zarandeados.

Practicas el ecologismo desde mucho antes de que se convirtiera en un negocio como otro cualquiera o en una medalla pía del Sistema para lavar conciencias. Sin embargo, y pese a que ambos sois serios, me fío más de ti que de Greta Thunberg, no sé por qué…

El ecologismo, de hecho quizá sería mejor llamarlo conservacionismo, nace como resultado de la nostalgia impostada de los jóvenes ciudadanos de clase media-alta por la naturaleza virgen que se ve demasiado alejada del horizonte urbano e industrial. En mi caso, ya en mis balbuceos naturalistas, en los largos veraneos campestres de mi infancia, apunté modos, hice construir un terrario para la observación de reptiles y anfibios, considerando que la herpetología era la doctrina a estudiar dada la proximidad de dichos vertebrados. Luego, a comienzos de los sesenta descubrí que en una España que luchaba por salir del subdesarrollo aún existían una estructuras de dos metros y setenta centímetros de envergadura sobrevolando nuestras cabezas a gran altura a la búsqueda de carroña. Y me convertí en paladín de la defensa de esas aves – buitres leonados, buitres negros, alimoches, quebramtahuesos-. A otros muchos jóvenes, como ya he dicho, les sucedió algo parecido y, de nuevo, de las entrañas de la burguesía surgió un impulso modificador, cargado de buenas intenciones pero que pronto cayó, en nuestro país, en las garras de lo más retrógrado del izquierdismo radical, me refiero, otra vez, a los partidos identitarios regionales.

La cita de Vila-Matas que abre el Cuaderno me plantea dos cuestiones: primera, que Vila-Matas te incluyó en su compendio de escritores del no, en Bartleby y compañía, y le saliste rana, pues has sido, del año 2000 a esta parte, uno de los autores más prolíficos del país. ¿Qué te ha impulsado a acometer esta gesta? Y segundo, siguiendo con la cita, ¿planeas darle un giro rimbaudiano a tu existencia en algún momento?

Mi vida no creo que se haya modelado nunca siguiendo patrones; citas a Rimbaud y a su atrabiliaria biografía y no puedo reconocerme en nada de lo que le aconteció a dicho genio, sustancialmente porque he tenido suerte en los períodos de mi vida en que manejaba el riesgo y ahora, en la senectud, prefiero el confort de mi sillón orejero a antipáticas y peregrinas peripecias. Dejé de escribir (entonces sólo poesía) a comienzos de los setenta, y la agrafía la asumí con normalidad; en aquellos años infantiles-adolescentes los poemas surgían con extrema facilidad y este carácter no laboral fue el mismo que no impidió que abandonara. Cuando regresé a la escritura, por circunstancias absolutamente azarosas, tampoco me encontré en situación de extrañeza y, animado por seguidores y editores, me lancé a publicar de modo quizá excesivo.

Si todo va bien, dentro de poco, podremos verte por Málaga, invitado al festival 451: La noche de los libros, en La Térmica (*). Intuyo que en Málaga eres muy querido o te dan más manga ancha. ¿Es una ciudad, tal vez, más desprejuiciada y con una burguesía altamente ilustrada, no? Recuerdo una noche en la que un policía de la secreta iba a detenerme y empezamos a hablar y resulta que había leído a Roberto Bolaño y acabamos platicando sobre cómo sería 2666 si Bolaño hubiese tenido más tiempo para concluirla… Si nos está leyendo, le mando un saludo.

Cualquier ciudad española que esté fuera de los circuitos de la reacción separatista es una gran ciudad. Málaga, en concreto, siempre me ha acogido con cariño, tanto en los actos organizados por el CAL, como por La Térmica o por la Universidad, en cuyo Vicerrectorado, bajo la tutela de Tecla Lumbreras y su equipo, tuvo lugar la magnífica exposición, comisariada por Yolanda Ochando y Luis Ordóñez, ‘Ferrer Lerín. Un experimento’.


Hablando del festival, compartes cartel con John Banville, Elvira Navarro, Antonio Orejudo y Alejandro Simón Partal, entre otros. Lástima que hayan compartimentado los actos en narrativa y poesía. De verdad que pagaría una suma considerable por ver una tertulia entre Cristina Morales y tú. No sé si la has leído, toca otros temas, es una escritora más “de oficio”, pero posee un espíritu impertinente y habla sin filtro, es muy leriniana…

Lo siento, no he leído a Cristina Morales, pero me llegan excelentes noticias acerca de su fuste literario.

Me resulta inevitable preguntarte por la reciente “fuga” del rey emérito. Parece el nudo de uno de tus cuentos. ¿Te atreves a escribirle un final?

Quizá tantas emociones acorten su vida.

Eres un ser infatigable. El otro día me enviaste tu página de Soundcloud dedicada al Arte Sonoro y plagada de audios bizarros. ¿Cómo debemos leerla? ¿Qué has pretendido recopilar en ella? 

La mentada exposición malagueña, ‘Ferrer Lerín. Un experimento’, dispuso de un departamento, el primero al iniciar la visita, en el que se emitían en bucle distintas piezas de Arte Sonoro de mi autoría, y casi me atrevería a asegurar que cosechó más éxito que el resto de la muestra. En cualquier caso, la afamada Ursonate de Kurt Schwitters data de 1922. 

¿Cómo progresa ese libro de cuentos con el pintor cubano Villalobos?

Nelson Villalobos, viejo amigo, me propone trabajar juntos, y yo encantado. La cuestión es qué trabajo acometer. Un libro de artista (y está en curso de edición el que he concluido con Frederic Amat) tiene complicada salida comercial… y no solamente en estos tiempos. Un libro convencional, que pudiera interesar a Ediciones Contrabando, un libro que contuviera prosas mías e ilustraciones de Nelson, parece que llevaría aparejada la exigencia, tanto de Contrabando como de Nelson, de que las prosas fueran inéditas, y esto no es ahora posible; sí estaría en condiciones de ofreceros algunas series -Necrologías, Facsímiles, Paleografías- éditas, pero poco conocidas, bien porque salieron hace tiempo en un suplemento de La Vanguardia, bien porque corresponden a un libro de nula distribución.

Bueno, messie Lerín, un placer como siempre. Fíjate que no hemos nombrado para nada la amenaza bacteriológica, debemos ser los únicos. Esperemos que al no conjurarla nos deje tranquilos y nos podamos ver en Málaga. Si quieres añadir algo más… si no, un abrazo.

Un abrazo, y hasta pronto; seguro que el terral domeñará el virus.

Fotos: Ruth Barrachina.

(*) Debido a la situación actual, se ha suspendido la presentación de ‘Cuadernos de campo’ que iba a tener lugar el próximo 11 de septiembre durante la VI edición de Málaga 451: La noche de los libros, el festival literario de La Térmica. Os referimos la página de Facebook de Ferrer Lerín para futuras noticias sobre presentaciones y eventos varios. 


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martes, 16 de junio de 2020

LUIS GUSMÁN: TENNESSEE

Reseña de "Tennessee" publicada por Oriol el 29 de mayo de 2020 en el blog Un libro al día 


Idioma original: Español                     
Año de publicación: 1996
Valoración: Recomendable

Tennessee, del argentino Luis Gusmán, es un novelón. Apenas llega a las ciento cuarenta páginas pero transmite más, mucho más, que tantas otras narraciones el triple de extensas. Sobre todo, transmite humanidad. Hay algo entrañable en el patetismo tragicómico de sus protagonistas, en la vulnerabilidad de dos forzudos venidos a menos cuyos destinos van a volver a cruzarse sin que el tiempo haya limado las asperezas que median entre ambos. Hay algo entrañable en esta fábula sobre la amistad y el amor fraternal que no teme plasmar ni el resentimiento ni la miseria moral. 

Trata sobre Walenski y Smith, dos amigos que hace años que no se ven. Ambos fueron pesistas, extras de cine de acción y guardaespaldas; convivieron durante algún tiempo; se acostaron con la misma mujer; permitieron que su relación declinara hasta prácticamente extinguirse. El primero empieza a buscar al segundo porque, según parece, su antiguo camarada está involucrado en una muerte. La identidad desdibujada de un perseguidor amenaza con fundirse con aquel al que trata de alcanzar. Mentiras, bajezas y traiciones afloran. El desprecio y la admiración forcejean para hacerse con el monopolio de las emociones. El pasado, hasta entonces empañado por un brillo artificial, exhibe su verdadero rostro.

Menuda pinta, ¿verdad? Ya os digo que Tennessee es un novelón. A continuación, señalemos sus múltiples virtudes:

  • Se lee en un santiamén, pues no llega a las doscientas páginas y los capítulos que lo conforman son escuetos a más no poder. 
  • Su prosa directa, sobria y depurada; trabajada en su sencillez; minimalista pero, asimismo, atenta al detalle. 
  • Su tono melancólico y hasta diría que depresivo, aunque no por ello exento de momentos hermosamente conmovedores. 
  • Su intrigante premisa, deudora de la literatura detectivesca. 
  • Su puesta en escena, que aúna con acierto ingredientes propios del realismo sucio y el existencialismo. 
  • Su enriquecedora ambigüedad. Gusmán deja sin aclarar diversos aspectos del argumento, entregándole así al lector la última palabra. 
  • Su acentuado contraste entre el presente miserable y un pasado que, aunque claramente glorificado, fue mucho mejor. 
  • Sus reflexiones en torno a la amistad viril, el envejecimiento, la muerte, la soledad o la idea del doble. Temas, todos ellos, debidamente explorados con sus luces y sus sombras.
  • Sus personajes, bastante interesantes en general. Especialmente si hablamos de los protagonistas, cuyas interacciones son de una complejidad asombrosa.  
  • Su final, un clímax de los que te hacen querer volver a leer la obra entera para apreciar los matices que se te puedan haber escapado. 
La primera edición de Tennessee data de 1996. Yo traigo a colación una publicada en España por Contrabando, cuarenta páginas más breve que su contraparte argentina gracias a la poda de un autor maduro que quiere perfeccionar un trabajo previo.

Me alegra constatar que esta joyita ha ido cosechando éxito con el paso del tiempo. Como prueba, sólo hay que ver la nada desdeñable cantidad de reseñas que se le han dedicado en la blogosfera. Su popularidad puede deberse, además de a su calidad, a la adaptación cinematográfica que Mario Levín hizo en 1997 bajo el título de Sotto voce.

miércoles, 20 de mayo de 2020

UNA ISLA GRANDE


Texto de Jon Andión, poeta y escritor, para la presentación de la novela "Necesito una isla grande" de Rafael Soler en Madrid y que leyó en el Café Comercial el 2 de marzo de 2020.


“Necesito una isla grande”, Rafael Soler Madrid, Café Comercial, 02.03.20.


Escribir sobre Rafael Soler es como adentrarse solo en el Amazonas con una libreta, sabiendo que los días y las noches que allí se suceden obedecen a la geometría celeste pero con el acento del que comprendió el circuito, del padre, del hermano, del lugar; una voz interna, externa, circular y esférica, que alienta desde la ternura hecha solidez y con ella cierta y consciente como diciendo que nunca llega lo imposible porque el último gin-tonic no es nunca el último gin-tonic. No sé cómo explicarlo. Porque hay cuestiones que son como planetas, o en este caso, una ISLA GRANDE. Cuestiones que habitan la vida en su quehacer y acechan siempre, como Rafael, desde un lugar privado y apuntalado, desde un retiro consciente a la esquina inferior del papel y en vertical costeándolo, siempre mirando que es entendiendo que es amando que es osando, como la cámara del cineasta que paciente desata paulatinamente el universo detrás del universo, que es eso al fondo que llamamos la verdad. Y es que esa es la razón por la que escribimos, como diría nuestro querido y admirado Javier Lostalé, “porque nunca fue más bello el engaño”. Y ¿por qué? Porque el engaño fue verdad. Y ¿para qué volver si no? Porque estamos hechos para sumergirnos.


Las líneas invisibles que dibujan las alas de la creatividad que nos envuelve, la forja de los cafés, de los habitáculos donde amamos desconsoladamente en el amor o en cualquier otra cosa confundida pero amamos, las tablas y los pasquines que dictan su contubernio de acción y reacción en un ecosistema natural contra tantos años haciendo caso a lo de las pautas y lo desordenado, los trazos que no se dicen en lo que nos decimos, los olores que invaden la acción y te dicen ahora, este es el momento. Porque Rafael Soler es una fuerza de la naturaleza y el papel es el Amazonas, El Dorado, Paititi, Shambhala. 


Esta novela, rabiosamente decidida, de Rafa Soler, no es una novela. No, no lo es. Y no lo es porque nadie escribe para escribir, porque nadie nadie, de los sentados en esta mesa, de los sentados en esas sillas en las que están ustedes, nadie de los que andan abajo en la distracción de la barra y las cervezas, nadie, nos paramos en el proceso, en lo mecánico, en el intertanto, porque la intelectualidad y la fría magia esa de lo frontal, sola, es para los aperitivos, para los intermedios, para los descansos; porque los que tienen el colmillo listo saben a lo que vienen y lo que está por decidir es porque nadie lo conoce; hay un pulso que no atiende a contratiempos: han venido a comenzar.

Sencillo, ¿verdad? Uno pide para comer. Pan. Amor. Historias. Porque sumergirnos es encontrar y amigo para allá que voy.

Entonces, situación. Hablamos de unos sujetos insurrectos, y con el ánimo, al punto, en una residencia, que no asilo, y con muchas ganas de liarla. Hablamos de una estación. “A veces en el último momento, se hace la luz, suena un galope redentor, aparece en el cielo un helicóptero”, dice Rafael. Porque una estación no es un lugar, es un momento. Y en esta están siete: Panocha, Carmina, Coronel, Tomás, Rocky, Julián y Cris. Y lo importante son los primeros porque son los que se largan, y a dónde, es para que lo lean ustedes.

La cuestión es que Rafael Soler consigue llevarnos de vuelta al remolino, porque sí, porque a veces en la vida (que esconde contados sus secretos pero y los disfraza), se te pide acelerar cuando no hay aliento, se te pide contestar cuando te vas al suelo, se te pide aguantar la cara al huracán, se te pide claudicar con lo demás que te señala que era tuyo que nunca preguntó, se te enfila y se te embucha, se te infama y se te traga la ola con su espuma, se te pide y se te da una llave más. ¿Y ahora, qué?

Y la historia es universal porque la historia es respirar. Lo que quede. Lo que haya. Desde Panocha por Tomás a Rocky. Respirar. Asaltar la carretera. Irse al casino. Redimir el peso de la soledad, que es una soledad compartida, y que es la mejor manera de hacer amigos. Todos ellos, que habían perdido paso antes, en expresión de Rafael.


Porque hay algo que tiene la verdad con Rafael Soler, que se aparece entre dos conversaciones que lo pretenden y que se empeñan pero que flaquean cuando decide romper y meterse por medio con ese porte envuelto en perfume que se nos lleva. Eso, o te agarra por el cuello. Ella es así.

Porque hemos venido a resistir, sea como sea, incluso “enfriándonos despacio” o asomándonos a “un brindis a los acantilados que la vida bien bebida ofrece”.

Porque aquí hay Personajes, que se amontonan y andan empujándose como los números del bingo bailan en el bombo, y oscilan por todo el espectro de la posibilidad, y la personalidad; lo sabemos, Rafael es expansivo. Y por ser, unos son como otros y los mismos quieren ser lo que serían, de país a río a furgoneta a bamboleo a película a frontera. Personajes que se saben personajes de una pieza. Como “tres para ninguno”. Como una pregunta- momento que es como decir un lugar-acantilado. Y Rafael pregunta, “y tú,¿qué querías ser antes de viejo?”.

Hay trayectorias que dependen de un gesto. Y, al final, son las que  suceden. Hay “un acordeón con forma de campana”, nubes que quisieran hacer “por una vez de centinela”, y un aire azul que viste las despedidas pero no necesitan banda sonora ni alegato si pasean por la navaja de esta pluma.
Porque vivir es ponerse en la fila del boleto a más allá. Como diría Gelman, “Aquí pasa, señores, que me juego la muerte”.

“Lo que yo necesito es una isla”, “lo que yo necesito es una isla”. Casi bíblico y con la manera de alzar las copas que aprendieron los bardos, Rafael Soler sabe brindar con la literatura en sus lugares honestamente limítrofes con la épica del momento, porque un momento es una puerta, de puertas están hechas las esquinas y de esquinas la eternidad. Así lo siente el lector en el vello de la piel porque sólo así se escribe porque sólo así se siente. Momentum-Soler que plantea un terremoto. Ojo. Consciente. Que sí. Verás. Que sí. Tranquilo. Es solo un impacto que te va a tumbar y no sabemos si es para siempre pero te levantarás; de este o del otro lado pero no hubo nunca gran atajo, así que al toro que aquí viene.

Porque el Autor lo sabe, “el anticipo de la hora que tienes por llegar”, y lo sabe desde el principio y desde el comienzo, lo hilvana en un cantar  con “el tiempo de otra copa” porque suena a calle a coche a carretera a puertas a hostales a instantes en ceniza guardados en un pañuelo preparado para los desajustes, a helados pedidos sin permiso, a copas de más y a más cosas de más y a lo que fue, porque es hasta donde llegaron.

Y tú, ¿qué querías ser antes de ahora?


JON ANDIÓN

miércoles, 25 de marzo de 2020

LA DESTREZA AMATORIA

Reseña de Juan Bravo Castillo 


Hay libros que te atrapan desde la primera página y no te dejan respirar hasta que alcanzas el punto y final. Tal es, en esencia, la cualidad principal de La destreza amatoria, del conocido poeta, traductor y ensayista valenciano Wenceslo Ventura, que el pasado año prologaba el libro Poesías y locura en la obra de Leopoldo María Panero (colección Marte).

Sólo el que pasa por una cruel enfermedad está, como dejó escrito Thomas Mann, en condiciones de entender a fondo la naturaleza humana, y, del mismo modo, sólo quien ha vivido la pasión amorosa como el protagonista de La destreza amatoria, es capaz de entender los entresijos del amo
Ningún tema más antiguo y más manido que el amatorio, pero ahí está el arte para transfigurarlo y sublimarlo. Sirviéndose de una técnica que tiene mucho de soliloquio obsesivo y que a menudo nos recuerda la destreza descriptiva de los maestros del nouveau roman, el narrador, de una forma magistral, nos va adentrando en el campo de minas de un amor que, aunque en apariencia superado, vuelve una y otra vez como un motivo perenne, como a retazos, rumiando lo que pudo ser y no fue por múltiples motivos que el yo del narrador se esfuerza por desbrozar.

¿Historia de un desamor? Puede. A diferencia del fenómeno de la cristalización, en el sentido amoroso, del que habla Stendhal  en su tratado De l´Amour, que quien más quien menos es capaz de fijar con la máxima precisión, no ocurre lo mismo con el de la “descristalización”. Todo lo que alcanza su punto álgido, que diría Albert Cohen en Belle du Seigneur, está destinado al lento desmoronamiento, por más que “la muerte del amor” que dice el autor, “sea una muerte muy lenta” (p. 33), y no digamos para quienes “la verdadera cara la tienen en la nuca, mirando desesperadamente para atrás” (p. 72).

Hay, en efecto mucho de desamor en el libro, pero hay también momentos álgidos en que la pulsión amorosa adquiere dimensiones eternas. “El flechazo que abrasa, tortura en su inicio y transforma, es lo único que puede hacer que el amor perdure en el tiempo” (p. 91). Son los momentos inmaculados, como la nevada recién caída. Ya vendrán los sinsabores, las pezuñas de las bestias itinerantes, los obstáculos de toda índole a enturbiar lo que tan buenos auspicios ofrecía. Es harto difícil ver discurrir dos sentimientos puros de forma paralela hasta el infinito.

Como en las grandes obras impresionistas somos nosotros, los espectadores/lectores, los llamados a reconstruir la historia amorosa, hecha de retazos, como  fogonazos marcados en la conciencia, los encargados de extraer las conclusiones. Ambición y amor generoso suelen ser términos antagónicos; tanto como permanecer anclado en un amor que gira y gira y se alimenta de sí mismo. Demasiadas las preguntas que se plantean en La destreza amorosa de ese náufrago desesperado al que alude Miguel Blasco.

Pero, para responderlas, ahí está la prosa diamantina de Wences Ventura; poesía pura a lo Rimbaud, puro deleite, anunciando el porvenir en floridas prolepsis: “Ya me siento un mutilado que provisto todavía de la mano que la va a perder, que le será amputada sin remedio y que ya no hace nada para impedirlo. Tú te amputarás de de mí en forma de pierna, brazo, mano y no será hoy ni mañana, no sé ni cómo ni cuándo, será cuando llegue el otro, el nuevo, el que te diga al oído las palabras que quieras escuchar, que te abduzca y después te embalsame con sus piruetas verbales, con su gracia de hombre más joven, de un titiritero de las palabras, de un adulador y, por ende, menos agrio, pues la acritud ante una mujer te irá sumiendo en las tinieblas, en la luz negra del ninguneo” (p. 60).

Visto así, todo el libro es un vasto poema, hermoso, pétreo, diamantino, plagado de vetas de narratividad: “Observo tu cuello, la llama que lo recorre, los refugios, los puertos hermosos. Sin respuesta. Pareces de madera, como si aguantaras una comezón interna insoportable: un prurito que produce estrías en una planicie en exceso sensible a los rayos solares, en la piel porcelana de una dama joven” (p. 125).

Libro de múltiples lecturas, La destreza amatoria rompe cauces y abre solemnes perspectivas a la prosa española.

Marzo de 2020

lunes, 16 de marzo de 2020

TRÍPTICO DE TREINTA Y TRES

Reseña de Juanjo Albacete publicada en el periódico De Verdad Digital el 1 de febrero de 2020



Gustavo Espinosa es una “rara avis” más de ese incesante manantial de escritores “raros” de que hace gala la literatura uruguaya, sin duda una de las más creativas, revolucionarias y gozosas del continente literario hispanoamericano, y de la que forman parte autores universales como Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández o Mario Levrero, por citar solo a su “trilogía de oro”.
Pero si los tres anteriores son, por decirlo de algún modo, clásicos escritores “capitalinos”, que asentaron su vida y su creación en ese bastión literario que es Montevideo, Espinosa añade a su condición de “raro” la de escritor periférico, o incluso fronterizo, un escritor triplemente “marginal” (por su rareza, por su ubicación y, como veremos, por su propia creación literaria).
Gustavo Espinosa nació en Treinta y Tres en 1961. Treinta y Tres no es un invento ni una fantasía literaria de Espinosa, no es ni un Macondo ni una Santa María. Es una ciudad del interior de Uruguay, en el este del país, muy cercana al vecino Brasil, con unos 25.000 habitantes. Allí, en Treinta y Tres, nació Gustavo Espinosa y allí, si exceptuamos su etapa universitaria como estudiante de la Facultad de Humanidades, ha pasado la mayor parte de su vida. Allí ejerce como profesor de literatura de un instituto, como bluesmen ocasional (la música es uno de los ingredientes decisivos y constantes de su vida y de su obra) y, sobre todo, como un vecino más. Porque si algo caracteriza también a Espinosa (como a casi todos sus predecesores en la literatura uruguaya) es su ausencia total de “divismo”, su sencillez no impostada y su arraigo popular.
Además de escribir media docena de obras literarias que ya forman parte de lo mejor de la creación literaria uruguaya de los últimos 25 años (y pienso que de la literatura en lengua española, aunque a su obra aún le falta difusión y lectura generalizada en el espacio literario del español). Gustavo Espinosa se ha prodigado en los últimos años como crítico literario y cultural en medios de su país, como La República, Posdata, El Observador, Brecha y Caras y Caretas. Como músico lidera  el grupo Gustavo Espinosa y los pisapapeles.
A pesar de que su obra se limita a día de hoy a solo cinco títulos (un poemario y cuatro novelas), Espinosa ya ha merecido buena parte de los más importantes galardones de la literatura uruguaya, a la vez que se consagraba como uno de los escritores más popular, leído y admirado por críticos y lectores. En 2001 publicó su primera novela: China es un frasco de fetos, escrita entre 1987 y 1991, y que había recibido el premio Posdata del año 2000. En 2009, su libro de poemas Cólico Miserere obtuvo el Premio Fondos Concursables del Ministerio de Cultura y Educación. Ese mismo año, 2009, publicó la novela que habría de catapultarle al centro del escenario literario: Carlota podrida, que ganó el Premio Nacional de literatura. En 2011, Gustavo Espinosa se consagra definitivamente con una novela que merece una admiración y un reconocimiento unánimes: Las arañas de Marte, premio Bartolomé Hidalgo 2012 de narrativa. En 2017 vuelve a obtener este mismo galardón con la novela Todo termina aquí.
Estas tres últimas novelas, ambientadas todas en Treinta y Tres, fueron publicadas en Uruguay por la casa Hum Editores, y constituyen la matriz de la edición española que acaba publicar en enero de 2020 Ediciones Contrabando.
La literatura de Espinosa produce un poderoso deslumbramiento, que siempre viene precedido por una sensación de extrañeza cuando no de abierto desconcierto. El lector queda inmediatamente fascinado por el tejido de una prosa sorprendentemente tan barroca como comprensible, pero aún así no puede dejar de preguntarse qué es lo que realmente lo atrapa de unos personajes, unas situaciones y unos contextos narrativos en los que se mezclan ingredientes, a priori, tan poco “compatibles”. 
Como señala Rubén A. Arribas (uno de los mayores especialistas en literatura uruguaya de la España actual) en su excelente prólogo a este Tríptico de Treinta y Tres: “La primera vez que leí a Gustavo Espinosa me pareció desconcertante encontrarme con alguien capaz de mezclar esencias tan dispares —y hasta contradictorias— como el rock argentino de los 70, el barroco español del siglo XVI, el fervor por Bioy Casares o los crímenes de la dictadura uruguaya. Tampoco supe explicarme cómo era posible hablar de todo eso por medio de unos antihéroes dignos de Bukowski y con un fraseo de una belleza viscosa y recargada que incurría cada tanto en un erotismo desaforado. Era una escritura que decía emanar de «la yema de una alucinación», pero que se desenvolvía en una clave realista y rezumaba intelectualidad; una escritura capaz de aunar características como desmesura, manierismo, autoconciencia, meticulosidad o precisión”.
Gustavo Espinosa, en efecto, logra el “milagro”, tantas veces intentando y tantas veces fallido, de integrar en textos de auténtica valía literaria ingredientes de la cultura popular y personajes sacados de ambientes lumpen con referencias a la cultura más exigente y un lenguaje que bebe directamente en el barroco español. A Espinosa no le tiemblan las piernas cuando se define como devoto de Góngora (al tiempo que también reivindica a Fellini, a Onetti, a Marx, a Dante, a Cortázar…).
La literatura de Espinosa se asienta en tramas en apariencia muy simples (a veces un poco delirantes) y anécdotas locales casi insignificantes, pero que esconden una complejidad inaudita y adquieren una resonancia universal. Y se construye a través de una curiosa e insólita arquitectura, cuyo diseño se logra arrumbando materiales de la más diversa factura y procedencia, tal y que todo pareciera un auténtico cajón de sastre, pero que Espinosa ensambla con endiablada pericia.
Muchos de esos ingredientes son recurrentes a través de todos sus libros, como por ejemplo la música (desde los trobadores populares al rock argentino o el blues), las referencias (directas o laterales) a la dictadura militar, o los ambientes y personajes de ese Treinta y Tres perdido en ninguna parte, y que a la vez puede ser ombligo del mundo.
Presentación de "Tríptico de Treinta y tres" en Madrid. De izquierda a derecha
Miguel Blasco, Gustavo Espinosa y Rubén A. Arribas
Esta idea de la literatura y de la escritura no es solo un “capricho” de marginal o maldito. Al contrario. Para Espinosa es parte sustancial de una “estrategia de resistencia”. Como afirma R. A. Arribas, en el prólogo ya citado: “Este Tríptico y esta manera barroca de escribir son una forma de resistencia por cuanto enarbolan una divisa que identificó durante siglos a la literatura, y que ahora está en franca decadencia: la capacidad del poeta para irrumpir en la lengua y modificarla de manera abrupta. Es la literatura concebida, según declaró Espinosa en una entrevista para el diario Página 12, como algo monstruoso, como «una mutación que ocurre fuera de la cadena de lo esperable y normal de la evolución». En definitiva, la literatura como un discurso capaz de producir algún tipo de ruptura política y estética en el lector. Quizá eso ayude a entender por qué Espinosa se siente tan cómodo en los espacios fronterizos, es decir, en esas provincias de la realidad más proclives a lo poroso que a lo estanco. Allí asistimos al chisporroteo inherente a poner en contacto el amorfo mundo del lumpen-proletariado con el mucho más geométrico de la burguesía; también allí vemos las chispas que saltan cuando centro y periferia dirimen sus diferencias o cuando lo intelectual intenta abrirse paso entre la cultura de masas. De esa hibridación entre lo distinto nace un ser mutante, como este Tríptico de Treinta y Tres, capaz de romper con las expectativas del mercado, la crítica y la universidad. En el caso de Espinosa, ser barroco es un acto político (de política de la lengua, digo). Su obra puede leerse en la línea del maximalismo de David Foster Wallace: como una reacción contra la cultura pop que moldea hegemónicamente la sensibilidad y los imaginarios actuales… como una reflexión sobre cuál es el papel del escritor en mitad de este perpetuo carnaval de hiperconsumo y entretenimiento en que vivimos, esto es, qué narrar y cómo hacerlo. O dicho de otro modo: cómo enfrentarse al capitalismo en su afán por reducir la lectura a mera seducción del lector (y evitar así considerarla un diálogo crítico entre imaginarios)”.
No se pierdan a este escritor uruguayo, delicioso y adictivo.