lunes, 18 de marzo de 2019

EL CIELO DE KAUNAS / JESÚS ZOMEÑO


PRESENTACIÓN EN LA RACAL (Real Academia Conquense de Las Artes y las Letras) 1 de marzo de 2019


“Mi vecina era lituana, de Kaunas. Lo nuestro fue lo más parecido a un romance, aunque sólo tuviéramos sexo una vez. No hicimos el amor para que se convirtiera en costumbre, sino para que fuera excepcional. Luego su marido la mató y yo tuve que matarlo a él”...

Así casi comienza – digo casi comienza porque, a fuer de honesto, a este párrafo le preceden otras dos líneas – pero realmente así es como comienza esta novela con la que Jesús Zomeño da el salto de la narración en corto a la larga. No es el “Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca” con que Muñoz Molina iniciara en su día su Beltenebros, pero por ahí le anda como efectivo elemento de seducción y enganche para el lector, un ahí te he, ya, atrapado, pero que, por otro lado, no le previene lo bastante –al lector, digo–  para lo que luego, gradual pero inexorablemente va a ir encontrando, sin poder quitárselo de encima, a medida que vaya progresando en las páginas, en las cortantes, aceradas –más cortantes y aceradas que el filo del más afilado cuchillo– páginas de lo escrito por Jesús: el desasosegante universo en el que se va a ver sumido a medida que se vaya adentrando en la espléndidamente entrelazada urdimbre de las tres historias que –apoyado en la ya más que constatada y probada sabiduría narrativa puesta de manifiesto en sus anteriores entregas como contador de historias, siquiera aquéllas se movieran en el concentrado esfuerzo del relato corto– ha trenzado en esta su primera incursión en la carrera de fondo de la novela.  
La una y otra vez estudiada y repasada grabación de la lituana Kaunas atrapada para siempre en las imágenes grabadas por el Google Street View en junio y julio de 2012 por un hombre –un policía español– que apoyado en ellas emprende un viaje rumbo a una esperanza en la que ni siquiera tal vez crea; una niña que se pierde en un bosque que guarda más de una sorpresa en su espesura; un veterano francotirador que presente estuvo en la represión soviética de Checoslovaquia en 1968 y que, al borde ya de una decadencia tanto corporal como mental y nostálgico más que de un derrumbado sistema ideológico y político de la juventud en él vivida, se empeña en una cruzada asesina adoptada como equívoca al par que infructuosa herramienta de concienciación solidaria, en un a la par colectivo y personal ajuste de cuentas con una actualidad rechazada y consigo mismo; un viejo quiosquero cuya personalidad e historia se nos irá descubriendo poco a poco, cual sucesivas retiradas hojas de alcachofa, a medida que vayamos progresando en la lectura; dos jóvenes rusos embarcados, fruto de sus historias personales y de la propia desconcertada sociedad postsoviética en la deben debatirse –en uno de ellos otro conflicto, Chechenia, socavando su conciencia– en una huida hacia adelante más allá de moral alguna, sin más certeza que la furia incontrolada, caminando ineludiblemente, hijos de la violencia y de la nada, hacia la tragedia; una inconsciente Erasmus alemana que un día se lió con quien no debía y acabará metida en la más oscura y sórdida boca de lobo que jamás imaginó; un verdugo no ya más allá del bien y del mal sino del propio mal absoluto; un expoliador de cadáveres en busca de su propia expiación; dos cabinas telefónicas transmutadas en casi simbólicos imaginarios nichos mortuorios; una camarera que en España estuvo y quizá urda pero quizá no una paralela historia de espionaje y masacres y tal vez sea uno de los pocos asideros de luz del libro junto, quizá, a la fugaz aparición, convertida en episódico personaje, en yo diría que especialmente diseñado humano-literario guiño, de la figura de la poeta Wislawa Szymborska … ésos son los mimbres con los que Jesús Zomeño, verdadero implacable disector de almas, con un lenguaje seco, terso, escueto y afilado,  sea como narrador omnisciente o apelativo, nos introduce tanto en el devenir como en los propios mundos interiores de unos personajes –unos personajes de los que quizá cabría decir, con Cervantes “unas veces huían si saber de quién y otras esperaban sin saber a quién” que se debaten en un universo en el que, prácticamente desmoronadas todas las convicciones, anida una violencia que bien querríamos creer, ocultando la cabeza bajo el ala,  que no es posible, pero que sin duda existe; un universo donde hasta la infancia muerde como la más cruel de las heridas, en que hasta los multicolores cristales de un infantil caleidoscopio no pueden ser recordados sino –y gracias– en blanco y negro; un universo de aristas cortantes y ciénagas morales del que querríamos fugarnos pero no podemos, donde cualquier esperanza sea si acaso, más allá –o más acá– del cielo bajo y plomizo de Kaunas, de cualquier Kaunas, cual perseguir un más o menos improbable rayo de luna…


Esto es lo que, merced a un magnífico manejo no sólo de la trama –de las tramas habría que decir, de las confluyentes tramas de las historias de su historia– sino de sus ritmos narrativos nos ofrece en esta descarnada, incluso en muchas ocasiones incómoda, dura novela, Jesús Zomeño. Dura desde luego, una de las más duras que en los últimos tiempos me he echado a los ojos, pero realmente espléndida. A la espera quedamos de nuevas entregas.  

domingo, 17 de marzo de 2019

SOBRE "DESDECIR" DE EVA HIERNAUX

Publicado por Eva Hiernaux en Facebook el 11 de marzo de 2019


De "Desdecir", mi último libro, mi querido amigo Miguel Ángel Curiel dice:

Todo lo que podemos decir de un libro lo dice mejor el libro mismo.
 Eva Hiernaux, artista multidisciplinar y poeta encara en este poemario su madurez, su crecimiento le ha llevado a un territorio donde la exploración en el lenguaje se hace por sendas vitales de conocimiento. 
Desdecir es a mi juicio el nombre del libro que no el título. Títulos para las cosas, nombres o nominaciones para lo que se rehumaniza, o es una creación del yo más profundo y puro, lo nominado es en lo hondo algo que está vivo. Se habla desde el libro mismo, ella habla desde el libro, se la puede oír dentro del libro, y es así que el objeto que llevamos en las manos, es en su esencia un ser casi silencioso. Así que, “Desdecir” se convierte de manera natural en un Desde-el-decir-. 
¿Pero qué decir desde ese lugar del decir sino lo esencial? El último poema del libro se desvela como un principio, como algo que ha quedado roto o inacabado, y por eso mismo se abre al nuevo territorio de su poesía futura con mucha fuerza, con la absoluta fuerza de lo visionario “Cuenco de la amistad, a veces cuando bebo me olvido del yo. Cuenco de la amistad: a veces cuando bebo no bebo nada”. Un decir Zen, una proyección Zen y esencial de la poesía de Eva Hiernaux, una pieza a mi juicio maestra. “Desde-el-decir” esta poesía nos con-mueve, nos lleva o nos eleva un poco gracias a sus palabras carentes de gravidez “Mendiga de mí hasta que supe decir yo”, pero ese yo es finalmente el de la alteridad, un yo hacia un tú, el yo vaciado para ser llenado por los otros, por los pronombres más huesudos que ella reencarna y que se tensan en los poemas con un lenguaje esencial y casi Zen. 
“Desde-el-decir” ignoto de la palabra, desde ese lugar o territorio zambraniano, “Las palabras, pájaros esquivos alzan el vuelo con el sólo vibrar del aire” nos dice la poeta. Eva Hiernaux reelabora toda su poesía anterior en este libro; hay un antes y un después de este “Desde-el-decir: “Puedes creerme, eres -has sido- la palabra justa que se me pierde”. La poesía es casi una religión sin religiosidad, pero incluso lo contrario, una religiosidad de lo esencial, de la palabra en el centro del mundo sin religión. Nuestro tiempo de vértigo hacia el abismo del ser, permite esta escatología del lenguaje, permite que la poesía siga nombrando o viviendo sus estertores finales en una especie de eternidad achicada llena de tiempo. Estos tiempos hacen posible ese campo místico de la poesía, de la palabra como reflejo de un yo fragmentado en una realidad rota. Por un lado el lenguaje vertical saliendo de una realidad de subsuelo, desde el centro de la oralidad rota al servicio de una realidad constrictiva. El poema es para Eva Hiernaux una fuga vertical, una huida hacia lo alto. Cada poema en este “Desde-el-decir” lo podríamos reconocer como una oración a la nada, un rezo en una liturgia del yo espantado, del yo que se des-dice; un rezo a la nada en la que chapotea el hombre. En el poema de la página 33: “Nos salva de la soledad mientras oímos nuestra voz”, precedido por la cita de J.L. Puerto que define muy bien este rezo o liturgia del yo a su yo, como una murmuración que salva del absoluto de la soledad “oración, letanía, invocación y cántico” En la suma de estas cuatro palabras, el núcleo central del libro, de este “Desde-el-decir”. 
Un libro de poemas de Eva Hiernaux es como una flor extraña, y el lector de estos poemas un extraño polinizador. Ella ha escrito-construido este extraño y bello libro polinizando primero la sustancia de la vida a través de los textos, de la palabra inscrita. Así ocurre en la primera parte del libro, desde un poema a otro, las citas bellas y sabiamente elegidas con el propósito de crear una comunicación que fuera más allá, un campo de polinización textual. Ella quiere apuntalar la transparencia del poema con delgados huesos de lenguaje. Lo paradójico es que finalmente es la transparencia absoluta la que permite descansar en lo invisible esos largos y delgados huesos de lenguaje. Antes aludí a una polinización mutua entre textos, en primer lugar entre lenguaje y vida, el poema puede ser un rastro de existencia, como un canto de muerte. “Desde-el-decir” interpela por esta vía, a otros poetas y a los lectores de poesía, los textos frente a frente, la indagación en el lenguaje frondoso, acercándose casi sin quererlo a órbitas valentianas, según avanzamos en el libro esto se mistifica, el yo de la poeta se adensa en el silencio, la voz se hace más vertical, asciende hacia los techos abisales del lenguaje. Lo metapoético de otras épocas ha evolucionado hacia otros territorios más esenciales y deshuesados de retórica, ese proceso nos ha dado libros híbridos como éste, donde el yo soporta la carga de lenguaje hasta investirlo, así el discurso metapoético ha rehumanizado estas poéticas hasta conseguir dejar el yo en el centro de los poemas que debían hablar sólo y únicamente del hecho poético. El sol es uno, el lenguaje uno, la luz varía, las palabras son la sombra de los significados.

Eva Hiernaux
 Eva Hiernaux se atreve a marcar una originalidad propia, no tiene miedo al vértigo de lo extrañamente escrito. No se rinde, su mirada poética se dirige hacia los otros que también hablan y se dirigen a otros. Sabes muy bien que un poema es la sombra de las ramas tupidas de un lenguaje en flor. Eso es este libro, un ramaje podado que se proyecta en cada poema con una esencialidad que nos conmueve. “Desde-el-decir” tiene buenos poemas, y un buen poema irradia, no se apaga rápido, un buen poema irradia los límites del yo, irradia eso que casi no se puede decir. Aún hoy no lo sabemos bien, pero que un poema irradie o no esa energía de la palabra, una energía de comunicación, es un misterio. Lo que nos dice la poeta es que las palabras han perdido su significado, han quedado huérfanas de mundo, y por eso se estremecen en el fondo vaciado del lenguaje, y queda el cuerpo de la palabra, los huesos que suenan en la lejanía del lenguaje como una campana perdida en el cielo, que no oímos, pero sí sentimos sus vibraciones, los golpes del silencio del mundo dentro de nosotros. Los poemas de Eva Hiernaux son esa campana perdida en el cielo, que no oímos pero nos golpea dentro. “No hay regreso para la palabra no pronunciada”. Se trata de una semilla de silencio. ¿Y que más podría el lenguaje, la palabra como hecho humano darnos sino silencio generando silencio, para poder oír mejor las abejas del lenguaje de los dioses? Eso es virtud de este “Desde-el-decir”.

DESDECIR: https://www.edicionescontrabando.com/libro.php?l=130