martes, 3 de mayo de 2016

Entrevista a Jesús Zomeño por Ginés J. Vera

Entrevista de Ginés Vera a Jesús Zomeño publicada en el blog "Maleta de libros"2 de mayo de 2016


Este año de celebraciones literarias recalo en un autor que acaba de publicar un libro de relatos con un tema de fondo no de celebración, pero si de reflexión al cumplirse un siglo del final de la Primera Guerra Mundial. En "De este pan y de esta guerra" (Contrabando, 2016) no hay relatos de guerra propiamente dichos, como el propio autor nos desvela. Destaco también otra curiosidad. El libro incluye ilustraciones del vallisoletano Fernando Fuentes (Miracoloso) quien (y he aquí lo curioso) ha ilustrado, entre otras obras, una titulada ‘Duelos y quebrantos’ que ineludiblemente me ha evocado otra de los conmemoraciones de este 2016, el del fallecimiento de Miguel de Cervantes. A continuación la entrevista que tan amablemente me concedió Jesús Zomeño, agradecido.

Siendo un especialista en la Primera Guerra Mundial y un coleccionista de objetos de aquella época, según leo en el prólogo, la cita con la literatura era más que obligada en este 2016 cuando se cumple un siglo de aquella contienda.

En 1916 es cuando se producen las dos batallas más sangrientas y absurdas, la de Verdún y la del Somme. También es cuando los soldados pierden el orgullo y esconden la cabeza en los cascos de acero. Comenzaron la guerra con sus gorros ligeros, pero en 1916 se generaliza el uso de los cascos. El soldado aceptaba su condición de máquina, la guerra pierde su ideal y el hombre muestra que tiene miedo. 

Me han llamado la atención los dibujos que acompañan a los relatos, de Miracoloso, en blanco y negro para reflejar, cuando no remitirnos a la dureza de esa Primera Guerra Mundial

Mi cita con Fernando Fuentes (Miracoloso) era algo que dependía más del destino que de la lógica. Tenemos mucho en común, la primera vez que hablé con él fue hace más de quine años, no nos conocíamos pero lo llamé por teléfono y estuvimos más de una hora hablando. Sus ilustraciones tienen mucha fuerza y son inquietantes, como si se dirigieran directamente al espectador para advertirle de un mal. Personajes siniestros que advierten de que se han convertido en siniestros por la guerra.

También, y aquí leo en la nota preliminar, que estos relatos tienen cierta relación con una obra suya publicada en 2014, no tanto como continuación sino más bien como antecedente de aquella.

Si, en el año 2014 publiqué “Piedras negras” (Editorial Lengua de Trapo). Para ese libro comencé algunos relatos que entonces me resultaron demasiado ambiciosos, historias que no supe explicar y que quedaron tiradas por los archivos del ordenador, sin acabarlas. Por eso digo que necesité escribir un libro entero (“Piedras negras”) para poder escribir luego estos relatos. El primer libro me ayudo a madurar y sintetizar lo que de verdad quería expresar en relatos como “Dos dientes de oro” En este cuento quería expresar cómo la mezcla de ignorancia, imaginación y optimismo se podían abrir paso en la guerra. Presenté al personaje y lo definí en el año 2006, pero no podía imaginar cómo terminaba su historia. En el año 2014 volví al personaje, primero lo distancié del lector y lo convertí en grotesco sin restarle ingenuidad, por eso lo hice cazador de ratas en las trincheras; luego lo empujé un poco más y lo dejé sonriendo en la mayor de las fatalidades, camino de Auschwitz en la Segunda Guerra Mundial.

Si hay una voz narrativa que predomina en estos relatos es la de la primera persona, la del narrador que cuenta casi a modo de diario, mostrando una realidad intimista a pesar de que según el protagonista de ‘El urinario’, ‘Las personas cuidamos nuestra intimidad con demasiado esfuerzo’.

En el fondo son retratos psicológicos, reflexiones acerca de cómo resistir la guerra y cómo ésta termina afectándonos. Por eso el contenido puede universalizarse ¿Cómo resistimos la adversidad? Terminamos afrontando la crisis económica, la enfermedad, la vejez... ¿cómo lo hacemos? Supongo que en estos relatos y en el anterior libro “Piedras negras” busqué la respuesta.

Coméntenos esa frase del protagonista de ‘Una ciudad en la India’ al afirmar que ‘solo la belleza nos redime y a ello nos aferramos por encima de todo. (…) para que nos distraiga del horror que vivimos’.

Es un mecanismo de defensa. El relato trata de un soldado que hace lo que tiene que hacer, cumple con su deber, mientras piensa en otra cosa. El soldado tamiza toda la crudeza de un ataque enemigo, busca en todo momento camuflar el horror con la belleza, sustituir un hecho por un recuerdo hermoso, para superar lo que no podría soportar sin esa imaginación. Aquella ciudad de la India en la que piensa es como la Itaca de Kavafis, pero en este caso el viaje es el horror y la referencia del destino final, Itaca, sospechamos que es inalcanzable.

A pesar de ese horror he querido ver en los protagonistas de estas historias cierta gratitud, acaso cierta aceptación del destino; en ‘Después del ataque’ el protagonista dice: ‘Acepto la fatalidad como los soldados cuando suena el silbato y saltan fuera de la trinchera’.

Si, supongo que después del horror desarrollan sus mecanismos de defensa y luego, al final, se trivializa todo por la costumbre y surge la normalidad y el optimismo. Me gusta creer que el ser humano es optimista por naturaleza. En el relato “El urinario” el empleado de un urinario se lleva consigo a la guerra el plato de las propinas porque siempre espera “de la vida recoger algo por lo que estar agradecido”. A pesar de lo vergonzoso que pudiera parecer su trabajo, el lo describe con elegancia y afecto hacia sus clientes, por eso se lleva el plato de las propinas, porque más allá de su urinario en Dublín él espera siempre que la vida le siga dando propinas, esté donde esté.

Hay una buena dosis de metaforización, de costumbrismo más allá de la primera impresión para quien crean que son relatos bélicos o sobre la guerra, pues hay más de supervivencia, de melancolía vital, cierta nostalgia del tiempo o tiempo de nostalgias.

Los personajes del libro son víctimas de las circunstancias, víctimas de la historia que otros escriben y ellos simplemente sobreviven, con sufrimiento, artificio y optimismo. La guerra de trincheras les ha demostrado que su vida no tiene valor y ellos lo han aceptado, pero lo aceptan renunciando a las cosas importantes y sustituyéndolas por otras cosas sencillas que para ellos empiezan a ser más importantes. Así, el soldado que se relaja viviendo en una escalera, donde no sufre ni tiene miedo, sube o baja sin miedo a equivocarse porque puede volver a subir o volver a bajar; por eso decide pasar su semana de permiso en la escalera de un edificio abandonado, no quiere nada más para estar tranquilo y ser feliz. El personaje de la escalera, se ha convertido en un hombre que renuncia a su historia, a volver a casa, donde podrían pasar muchas cosas, y se conforma con la calma y el equilibrio mental después de todo lo que ha vivido.

Por encima de la ficción, la columna vertebral de verosimilitud es esa Primera Guerra Mundial, aunque también se asoman otras pinceladas de veracidad al nombrarse el atentado de Sarajevo, el hundimiento del Titánic o a ese pintor austriaco sin talento llamado Adolf Hitler.

Las referencias históricas que hacen los personajes suelen tener un carácter simbólico y triste, porque mis personajes son antihéroes. En el relato “Naranjas” el protagonista es un soldado que está en la trinchera y recuerda que su amada se suicidó el mismo día del atentado de Sarajevo y reflexiona: “Pobre Sophie, su muerte no tuvo tanta trascendencia”. La referencia a Hitler es el efecto mariposa, un coche que pasa y unos niños que humillan a un hombre y eso le hará perder el valor y desencadenará años después la tragedia más terrible del siglo XX.

La literatura se nutre de literatura, más allá de ese personaje en ‘Central Line’ al que le gustaban los relatos del ‘Strand Magazine’, si se nombran a grandes escritores como a Victor Hugo, Dostoievski o Dickens. ¿Otro guiño de la presencia inexcusable de la literatura hasta en tiempos tan oscuros?

Constantemente se mezcla la realidad y la ficción. Creo que mis personajes saben que ellos mismos son criaturas literarias y juegan con esa ambigüedad. Por eso, cuando los personajes hablan de la ficción, están hablando de algo que es igual de real que ellos. Para sobrevivir no importa ser mentira. En el fondo, la guerra resulta increíble para los soldados y terminan inventando argumentos para sí mismos. De todas formas, mis personajes no son intelectuales, más bien al contrario, muestran su devoción y todo su asombro, por ejemplo, con un abrelatas. Como explica el personaje: “Nadie hubiera imaginado que en la guerra ocurrirían estas cosas, que la mayor preocupación fuese un abrelatas, pero ahora me doy cuenta de que la guerra está plagada de cosas insignificantes y absurdas”.