lunes, 21 de enero de 2019

"C'EST ÉCRIT". UNA RESEÑA DE "EL ÚLTIMO GIN-TONIC",

Por Daría Rolland Pérez



Uno de los mejores cumplidos que puede recibir un escritor francés es que se diga de su texto, poema o novela: “C’est écrit”. Y eso es lo primero que me ha venido a la mente al leer la novela El último gin-tonic de Rafael Soler. La novela está escrita, bien escrita, muy escrita. Precisión en las descripciones, detalladas y creíbles. Soltura en los diálogos. Muy buen conocimiento de los diversos ambientes. Personajes con envergadura: duros y vulnerables al mismo tiempo, sobrados y tímidos. Una trama bien hilada. Y luego el ritmo, que no lo es todo pero que es mucho. Hay en esta novela una especie de alegro trágico que le hubiera gustado a Stendhal. Escritura dinámica y sombría, viva y amenazante. Engancha, y bien.

La ironía y el erotismo están siempre presentes. La muerte merodea. Y el juego a veces peligroso con el lenguaje recuerda al poeta iconoclasta. Todo ello para advertirnos que la vida está hecha de soledad, de frustración, de violencia y avidez, de sexo y de traición. Marx y el Evangelio también ocupan mucho las cabezas sin convertirlas ni convencerlas. Y el eterno padre con su presencia cargante, a veces amena, y su legado confuso pero no turbio, hombre al fin y al cabo de convicciones.

Rafael Soler se burla de todo o de casi todo: de la Administración Pública, de la burocracia y el trabajo absurdo, de los engreídos y de los necios, de los golfos de todo tipo: el de guante blanco que mata callando o el de guante negro que degüella o dispara sin más preámbulos. También se burla de las mujeres, no faltaría más: golfas o manipuladoras, enamoradas o infieles, amables o necias pero siempre deseables, incendiarias, bellas. La Mujer, principio y fin de todas las cosas. Y en fin se burla el poeta, nacido para escribir, de la literatura. De la propia y de la ajena.

Algo hay en esta novela de un cuento de Borges, con esa hermosa María compartida entre dos hermanos. Algo hay también del mejor Cela, con sus turbios personajes. Y mucho hay de la “novela negra” que Soler conoce finamente. También conoce el cine y la tele, esa tele que está en todas partes como Dios. Pero, a pesar del cariz pesimista, de los tintes sombríos y de la visión ácida, la vida aletea, brilla, retoza allí donde tiene que hacerlo: en los senos de las mujeres, en las buenas copas y comidas, en la mirada comprensiva, en la compasión por los viejos, por los que mueren o van a morir, por todos sus personajes, por él mismo, por todos nosotros. Y aletea la vida en la escritura: desenvuelta, maliciosa, juguetona, licenciosa. Con audacias a veces desconcertantes pero que pegan fuerte. Y luego esas cartas: la carta magistral con la que empieza la novela, esa otra que interrumpe el relato cuando hay que interrumpirlo, y la última con la que acaba todo.

Nadie triunfa en esta novela pero sí triunfa la lengua que es a lo que va el avezado poeta, el escritor de fondo. Los personajes son abundantes. Podrían marear pero no lo hacen porque en realidad son todos el mismo: el hombre, con su violencia, su deseo, su insaciable apetito. La diferencia está solo en algunas cositas que pesan su peso simbólico. Detalles hay muchos y muy importantes como ese, atroz, de unos zapatos de altísimo tacón guardados en el bolso durante un entierro y que esperan ser utilizados en su momento para lo que se puede imaginar. Un realismo sin concesiones, un artista que no perdona.

Empecé a leer esta novela con interés, la continué con pasión. Un denso momento, un fértil momento, una tregua deliciosa y amarga comparable a la que ofrece el mejor gin-tonic. Esperemos que no sea el último. Y para que mi reseña tenga también algo de circular como la novela, repetiré al final lo que decía al principio: “C’est écrit”. Está escrita, muy bien escrita. Para nuestra ilustración y nuestra dicha.



Daría Rolland Pérez
 nace en el Valle del Tietar (Ávila). Pasa su infancia

 y adolescencia en Madrid. Acompaña a su esposo Jean-Claude Rolland en 
sus diversas misiones culturales en el extranjero (Jartum, Singapur, El Cairo, 
Valencia) y vive largo tiempo en París. Es licenciada en Letras Hispánicas por 
la Universidad de la Sorbona, profesora de instituto, poeta y traductora. Escribe 
en varias revistas literarias. En colaboración con su esposo, ha traducido al francés 
a grandes poetas y narradores contemporáneos.
Poemarios:
El esposo francés, Juanes de Luz, Las fuentes del ensueño
Memorias: Tú también, herida rosa. Narrativa: Yo, corrupto (Verbum, 2016).


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