domingo, 5 de marzo de 2017

"NUESTRO MISMO IDIOMA". EPÍLOGO DE ALINE PETTERSSON

GESTACIÓN Y DESTINO DE LA LENGUA. Aline  Pettersson


La novela de Alejandro Espinosa Fuentes, Alex Espinosa para mí, es un libro ambicioso en sus propuestas. Mi primer pensamiento fue el de que se trata de una variación libre de la matrioska, esas muñecas rusas que se reflejan unas en las otras. Y no me queda claro cómo hablar, sin delatar la trama, de Nuestro mismo idioma. Es un libro que ha buscado el cuidado en el lenguaje y tiene la virtud de conducir al lector por diversos caminos, por reflejos de asuntos que no es posible soslayar en este país nuestro, reflejos que conmueven a Tomás, a Alex, a mí y de seguro a cualquier lector.

Pero los temas se desgastan inevitablemente y el acierto del libro es que, a pesar de que se toque el asunto de la delincuencia organizada, por la manera en que está escrito, el autor consigue variar el relato y darle profundidad. Entonces,  ¿quien se acerque a Nuestro mismo idioma estará ante un texto más sobre la violencia en México? De ninguna manera.

Alex ha dicho que el libro es una forma de homenaje a su abuela. Y Marina Henestrosa no es nunca un personaje patético que está  perdiendo la coherencia a causa de un tumor cerebral. Marina es un personaje excéntrico con ideas muy sui géneris que empiezan a deshilvanarse y que, sin embargo, aportan datos fundamentales a la búsqueda detectivesca de Tomás. Este respeto gentil de Tomás hacia la abuela, me parece que rebasa los límites de la ficción para ser una declaración amorosa del autor para con la abuela real que tal vez haya muerto en un tiempo cercano a la escritura del libro, y que Alex deseaba fijar en el tejido de su relato. Fijarla de mejor manera que las cartas que Marina recibió de su padre y que se borraron. En la charla entre la anciana y el muchacho hay un duelo verbal de refranes que Marina Henestrosa emplea y que Tomás revira con otros seguramente aprendidos de ella. Comparten la cercanía de un mismo idioma. Yo me pregunto, sin embargo, si todos poseemos el mismo idioma.

La novela se inicia con un viaje que harán abuela y nieto a Saltillo, región de procedencia familiar. El relato está lleno de guiños, de anticipaciones, de sobre y malentendidos. Llegamos todos a Saltillo y vamos entrando lentamente a universos muy distintos. El autor nos pide atención para seguir las tramas paralelas que se van desarrollando. Así los personajes y sus testigos quedamos atrapados en el Mundo Acevedo. Y el Mundo Acevedo, que en apariencia se está escribiendo en presente, al cabo de las páginas, nos percatamos de que son ideas, reflexiones, descripciones que pueden salir de la boca del fallecido poeta Horacio Acevedo o de otros personajes, o ideas que sobrevuelan la atmósfera de la ficción. Ese mundo quizá es como la propia Marina Henestrosa, que no ocupa el centro de la intriga, pero que, no obstante, su imagen y palabras están siempre en el trasfondo.

En Nuestro mismo idioma se podría hablar de Itzel Villalba como la antagonista de Marina. Mientras la sabiduría de la abuela se apoya en su larga experiencia de vida, en los refranes, en su amor por el terruño y en preguntas que ella se hace como: ¿qué sucede con las palabras dichas en el teléfono, a dónde se van si no alcanzan el otro oído? En Itzel sus conocimientos se fincan, tanto en su amplia cultura literaria y lingüística, en su anterior vida frívola y lujosa en Europa, como en su obsesión por desmenuzar las palabras para llegar, de ser posible, a su origen. Esa fascinación por el origen de las palabras no deja de ser una búsqueda obsesiva de Itzel y muy interesante del autor sobre las raíces lejanas del lenguaje que hoy compartimos. Se puede decir que mientras una mujer indaga sobre el destino último de las palabras, la otra lo hace sobre su gestación.

Alejandro Espinosa Fuentes
Hasta este momento ningún lector podría imaginar el vuelco que darán los sucesos en los que se ven enredados los protagonistas. Las historias toman otro derrotero y Tomás queda atrapado. Pero Tomás queda atrapado, también, por los fuertes recuerdos infantiles que, de cierta manera, desencadenan la situación o situaciones incluso a partir del manejo fantasioso del tiempo. Tomás se convierte en un receptor de la lengua y, cuando le es posible, comparte la inquietud de sus reflexiones con su insólito confidente, el gato Semónides.
El erotismo violento, el amor juvenil y, por otro lado, las componendas del poder político, empresarial y delictivo, ligadas frecuentemente entre sí, aparecen en esta novela sin estridencias léxicas que, desde mi punto de vista, es un acierto, porque cala con mayor hondura el discurso ponderado que el grito histérico.

Al aproximarse el lector al final del libro, duda sobre cuál fue la historia verdadera. Sabe, sí, del destino último de la abuela pasados un par de años. Sabe también del final de la novela que el mismo Tomás intentaba escribir dentro del relato. Sabemos que el velorio de doña Marina Henestrosa es en Gayosso de Félix Cuevas y que la casa de la familia, donde ella murió, está ubicada en la colonia Narvarte. Nosotros estamos de vuelta en el mundo que conocemos y nos redescubrimos en el instante en que Tomás se ve reflejado en los rostros de sus parientes y comprende que la muerte es la esencia del vínculo de nuestra humanidad, “el largo anhelo de un mismo idioma”.



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