jueves, 18 de julio de 2013

Kein Ausweg, de Manuel Turégano






















Kein Ausweg: el poder de la literatura

Como es sabido, poco antes de morir, Kafka dejó una nota escrita para su amigo Max Brod pidiéndole que destruyera su obra. Entre 1948 y 1963 Checoslovaquia cumplió ese último deseo de Kafka: no sólo silenció toda su obra, sino que borró por completo su memoria. Kafka no estaba exactamente prohibido, es que ni siquiera había existido. Nunca había habido ningún Kafka paseando por las calles de Praga. Ni en el más ambicioso de sus sueños de fuga, el escritor checo había llegado a tanto.

Pero si la persona era negada, y el escritor había sido abolido, su espectro vagaba interminablemente por la ciudad. La presencia de su ausencia era cada vez más clamorosa. Su espíritu insomne no dejaba dormir a nadie. Era una pesadilla para quienes habían proclamado su inexistencia. Un sueño esperanzado para quienes querían abandonar aquella cárcel y respirar aunque fuera un poco. Y para el joven Josef, el protagonista de “Kein Ausweg”, era casi el único hilo que le ataba a la vida. Para este cervatillo perdido en lo más oscuro del bosque, y acosado por las hienas, era todo el oxígeno de que disponía.

Escribí todo el tiempo la historia de "Kein Ausweg" pensando en ese extraño poder secreto, misterioso, oculto, que tiene la literatura.
Ese fantasmagórico y grotesco Congreso sobre Kafka que describe el relato -y que fue real- parece una de esas bromas, aterradoras e hilarantes, que Kafka ponía en sus libros. Los debates bizantinos a los que asistimos, para dilucidar si se podía o no publicar sus obras, hubieran provocado su espanto y su carcajada. Qué rutinario, qué esperpéntico, qué monstruoso es siempre el Poder cuando intenta dictar su ley sobre la literatura. Con qué gracia, con que ligereza, con qué genio y astucia, la literatura se burla de esas pretensiones y, a la larga, siempre las vence.

Lo he dicho muchas veces: la literatura tiene un gran poder. Un poder extraño e inexplicable, pero real y efectivo. Aun sin darnos cuenta de ello, configura en gran medida nuestras vidas. Pese a ser hija de la imaginación, nos acerca mucho más a lo real que los periódicos o la televisión. Aunque opera a través de la ficción y “las mentiras”, está mucho más cerca de la verdad que otros discursos supuestamente más acreditados. Por eso sigo creyendo que hoy es más necesaria que nunca.
Muchos de los relatos que componen este libro, aparte de "Kein Ausweg", intentan desbrozar caminos a fin de alcanzar cierta verdad sobre las cosas. O, simplemente, destruir falacias con las que, de uno u otro modo, nos acostumbramos a vivir en la mentira.


(El autor sobre su obra: extraído de la presentación de su libro)



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