Entrevista publicada en la revista FACTORY el 31 de agosto.
El filólogo, poeta, narrador y ornitólogo Francisco Ferrer Lerín trae bajo el brazo Cuaderno de campo (Ediciones Contrabando, 2020), un libro “bajo la apariencia de un cuaderno ornitológico en el que la rara avis a estudiar es, precisamente, Ferrer Lerín” y que, según sus editores, surge de “una exhaustiva selección de las mejores entrevistas publicadas en diversos medios desde su vuelta a la Literatura, allá por el año 2000, hasta la actualidad”.
Con la siempre bienvenida excusa del parto literario, el editor Miguel Blasco se reunió con Ferrer Lerín para hablar de su nueva criatura y de casi todo lo demás. Como el póquer o el nacionalismo, por ejemplo. Charlas elevadas en el verano más extraño de nuestras vidas.
Hay grandes libros cuya gestación se ha producido en una fiesta. Traigo esto a colación porque la primera noticia que tuve sobre Cuaderno de campo (Ediciones Contrabando, 2020) fue en el guateque que organizó Jesús García Cívico en su casa-museo de Valencia, allá por octubre o noviembre del año pasado. Sin embargo, creo que es un proyecto que venías acariciando desde hace más tiempo, ¿no es así?
Estoy satisfecho por los resultados obtenidos en algunas entrevistas recientes, resultados fruto, sin duda, de la habilidad de los entrevistadores.
Curiosamente, en su génesis, el Cuaderno estaba concebido como un recopilatorio de entrevistas, pero en un momento del proceso decidimos eliminar las preguntas. Y quedan tus respuestas, organizadas en varios epígrafes. Decías que te resultaba casi aforístico, ¿no? Aun así, he detectado que muchas veces te preguntan algo y tú respondes lo que te da la gana.
Sí, bueno, rescatar secciones de un discurso propicia la aparición de aforismos, o similares, pero aforístico o no, Cuaderno de campo será un libro singular en mi bibliografía, perteneciente a una estirpe no habitual en los catálogos editoriales; lo espero con mucha ilusión. En cuanto a responder al pie de la letra, creo que limita la capacidad de la pregunta; los circunloquios, incluso las salidas de pista, aportan nuevos argumentos.
Te debo confesar que cuando le hablo de ti a gente de mi círculo de amistades o a conocidos —y en muchos casos son personas serias y leídas— no te conocen. ¿Crees que Cuaderno de campo servirá para paliar esta situación? ¿Y qué les dirías a estas personas?
A estas personas les pediría disculpas por no ser más popular, por no trabajar más la vertiente publicitaria de mi producción literaria y limitar con mis carencias su posibilidad de disfrute. Cuando desembarqué en editoriales grandes como Tusquets/Planeta y Anagrama, alguien dijo que a partir de ahora mi obra iba a entrar en juego desde posiciones que no acostumbraba a ocupar, que por fin se iba a vulgarizar (lo escribieron así, en cursiva), creo que estuvieron a punto de decir que se iba a democratizar, este término tan ridículo con el que uno se reviste de corrección y progresismo; pero estaba claro que las cosas no iban a ir por ahí y que no iba a ganar nuevos lectores por el hecho de que mi editor disfrutara de prestigio comercial. Desde luego estoy hablando de narrativa, la poesía pertenece al mundo de los poetas, que son los únicos que la consumen, aunque, como siempre ocurre con estas cosas de la competencia, un poeta acostumbra a leer a otro poeta con desaforada angustia por si descubre en el rival cualidades que él no tiene.
En el extremo contrario tendríamos a tus lectores acérrimos, admiradores y fans, una barra brava que incluso organiza procesiones laicas para ir a verte a Jaca. Se pasa de un lado al otro —del desconocimiento al culto a tu figura— sin apenas darte cuenta, a mí me ha pasado. ¿Magnetizas al personal? ¿Te enseñaron tácticas de control mental los servicios de inteligencia?
Los servicios de prospectiva, que no de inteligencia, se acercaron a mí para aprender, mas no fui capaz de enseñarles, de enseñarles bien a todos, y como en un juego de infinitos espejos se repitió la circunstancia con mis lectores, unos pocos, esos que tildas de acérrimos, se beneficiaron de mis enseñanzas porque no venían a competir, jóvenes turcos de edades inferiores a la mía o de edades muy superiores a la mía (estos, lógicamente, ya han desaparecido). La competencia, el enfrentamiento, es la más estéril de las posturas, ciega la mente, a menudo ya poco equipada, y ni el más potente de los magnetismos (reconozco que lo poseo) logra el milagro. Está claro pues que la postura más recomendable es la que evita el trato con escritores de la misma generación; resulta insoportable conocer los éxitos de nuestros compañeros; a mí, en concreto, la noticia de la concesión de un premio a algunos de mis amigos de profesión me deja sin dormir durante uno o varios días, dependiendo de la cuantía.
Una de las cosas que más respeto de ti es que no te has convertido en un “opinador profesional”, no tienes tu columnita semanal en un diario desde donde sentar cátedra o dar sermones. Al contrario, tienes un blog bastante underground en el que gran parte de las entradas son literarias, microtextos, imágenes, curiosidades… Y tu Facebook es de lo más animado —vi hace poco que compartías Eloise de Tino Casal— nada sesudo ni solemne.
Tuve una sección llamada “Historias naturales” en las páginas de opinión del diario Heraldo de Aragón, aunque la verdad es que lo que escribía no era quizá lo que el lector esperaba encontrar en esa parte del rotativo, quizá por eso nunca me pagaron.
¿Es Cuaderno de campo un libro en el que te desnudas? Al menos literariamente…
Iban a rodar un filme sobre mi vida y obra… y me negué porque el guión comenzaba con unos planos de Ferrer Lerín en la cama despertándose y luego en el cuarto de baño en paños menores.
¿Podrías enumerar a los lectores algunos de los variopintos oficios que has desempeñado en tu vida?
Dado que mi padre era médico, ginecólogo-dentista exactamente, y me gustaban los animales, parecía lógico esperar que continuara la tradición (también fue dentista mi abuelo paterno) y estudiara Medicina. Así fue, y a los 17 años comencé la carrera, pero sin entusiasmo, abandonándola, tras cursar tercero, para iniciar Filosofía y Letras, que concluí tras probar con Ciencias Biológicas al convertirme en ornitólogo de campo. La ornitología me llevó a trabajar en el Centro Pirenaico de Biología Experimental, del C.S.I.C., en la ciudad de Jaca, donde confeccioné la primera lista patrón de aves pirenaicas y recuperé los muladares de la zona. Ciertas dificultades en mi relación personal con miembros del Opus Dei, que controlaban el C.S.I.C., me animaron a aceptar la oferta de Carlos Barral y volví a Barcelona, donde había nacido, para formar parte del consejo editorial de Barral Editores; fracasada la experiencia mercantil de dicha editorial, Joaquín Marco me propuso trabajar en Salvat y allí me fui como redactor. Esos años, y los anteriores, me permitieron publicar tres libros de poesía y preparar la tesis doctoral sobre Ornitónimos del Diccionario de Autoridades que iba a dirigir un catedrático de la universidad de Granada aprovechando mi traslado a ese centro como profesor de lingüística catalana, pero circunstancias trágicas anularon los dos empeños, quedando eso sí el material de mi tesis como sustrato del celebrado Bestiario de Ferrer Lerín que publicaría Galaxia Gutenberg un tiempo después. Durante los treinta y tres años de agrafía, de 1971 a 2004, desempeñé varios oficios, siendo quizá los más recordados mi paso por la agencia de prospectiva que ya he citado antes, la explotación, con dos socios aborígenes, de una cantera de mármol ya conocida por los romanos, la dirección de una Escuela Taller, la creación de una empresa dedicada a la rehabilitación de edificios prepirenaicos, la gestión de un par de consultoras ambientales, la presidencia de una fundación, la gerencia de una empresa francesa de material electrónico y, en especial, el ejercicio de una dinámica praxis conservacionista orientada a la protección de las aves necrófagas para la cual hube de contar con fondos económicos, lo que me impulsó a practicar con profesionalidad el juego del chiribito (nombre local de determinada variedad de póquer) para el que siempre estuve dotado.
El otro día escuché que decían de otro tahúr —de mi admirado Jacinto Esteva— que “jugaba al póquer para perder”. Y eso iría en una línea más romántica o más literaria, la fiebre y el vértigo del juego, la noche que no cesa, etcétera. Tú al revés, ¿no? ¿Jugabas para ganar? Y nunca te lo he preguntado pero, ¿qué opinas de la masiva proliferación de casas de apuestas en las ciudades?
Hay muchos tipos de jugadores de póquer, pero no existe esa categoría que atribuyes a Jacinto Esteva; los que pierden es porque juegan mal y el decir que juegan para perder es una declaración que pretende ser caballeresca pero que simplemente esconde una ludopatía, y los ludópatas, ya se sabe, son carne de cañón para los jugadores de ventaja. De hecho, el jugador serio, no necesariamente profesional, sí pierde a veces, pero intencionadamente, con la voluntad de que los pichones, los que alimentan la timba, se vayan alguna vez contentos a casa, y de este modo se mantenga la partida, que a veces peligra cuando corre la voz, a cargo de los mirones y demás cobardes, de que siempre ganan los mismos.
Siempre has sido un lúcido profeta de los peligros del nacionalismo, pero, ¿cuándo empezaste a barruntar que las cosas iban a tomar la deriva que han llevado? ¿Y te atreves a lanzar una predicción de lo que va a pasar con Cataluña a corto/medio plazo?
Regionalismo, nada de nacionalismo, que nunca ha existido la nación catalana, vasca, gallega, que siempre han sido meras regiones. Recuerdo que en mi infancia, nací en 1942, oía hablar a mis abuelos de una Liga Regionalista, un partido catalanista germen de Convergencia y, en las visitas, con mis padres, allá en las décadas de los cuarenta y cincuenta, a los parientes del ala más catalana de mi familia ya se percibía esa viscosidad, curiosamente tan productiva, propia de los movimientos hoy separatistas y entonces englobados en una corriente denominada SEBA caracterizada por su condición altamente reaccionaria, es decir religiosa, tradicionalista, y de un feroz supremacismo (entonces no existía esta palabra) respecto a los habitantes de otras regiones españolas, supremacismo que acuñó la expresión “charnego”, tan nociva para la convivencia y que ha llevado a los pertenecientes a esta clase social a reaccionar para intentar convertirse en más separatistas que los propios indígenas. Cataluña, así, ahora, no tiene remedio; cada concesión de Madrid redunda en un afianzamiento de las actitudes separatistas; quizá la llegada, de una vez por todas, de los hombres de negro europeos, armados de herramientas resolutivas como la recuperación por parte del Estado de las competencias de Educación, podría frenar y reconducir a medio plazo la grotesca situación.
Es célebre aquella algarada en la que un energúmeno regionalista te empujó en una presentación por las escaleras, ¿crees que los ánimos estarán más calmados cuando vayamos a presentar Cuaderno de campo a Barcelona? De todos modos, esto le imprime un plus de riesgo al acto (*) muy excitante… Podemos avisar que iremos armados.
El empujón del energúmeno no tuvo lugar en una presentación sino en unas oficinas de Muebles La Fábrica cuando entregué la traducción del francés que me habían encargado y, a continuación, al preguntarme si también lo podía traducir al catalán, respondí que lo veía innecesario. Respecto a la presentación en Barcelona de Cuaderno de campo sería bueno recordar la presentación de mi novela Níquel en 2006 en Barcelona, en la Casa del Libro, cuando la policía acordonó la salida de la librería, en el Paseo de Gracia, para evitar que Félix de Azúa y yo fuéramos zarandeados.
Practicas el ecologismo desde mucho antes de que se convirtiera en un negocio como otro cualquiera o en una medalla pía del Sistema para lavar conciencias. Sin embargo, y pese a que ambos sois serios, me fío más de ti que de Greta Thunberg, no sé por qué…
El ecologismo, de hecho quizá sería mejor llamarlo conservacionismo, nace como resultado de la nostalgia impostada de los jóvenes ciudadanos de clase media-alta por la naturaleza virgen que se ve demasiado alejada del horizonte urbano e industrial. En mi caso, ya en mis balbuceos naturalistas, en los largos veraneos campestres de mi infancia, apunté modos, hice construir un terrario para la observación de reptiles y anfibios, considerando que la herpetología era la doctrina a estudiar dada la proximidad de dichos vertebrados. Luego, a comienzos de los sesenta descubrí que en una España que luchaba por salir del subdesarrollo aún existían una estructuras de dos metros y setenta centímetros de envergadura sobrevolando nuestras cabezas a gran altura a la búsqueda de carroña. Y me convertí en paladín de la defensa de esas aves – buitres leonados, buitres negros, alimoches, quebramtahuesos-. A otros muchos jóvenes, como ya he dicho, les sucedió algo parecido y, de nuevo, de las entrañas de la burguesía surgió un impulso modificador, cargado de buenas intenciones pero que pronto cayó, en nuestro país, en las garras de lo más retrógrado del izquierdismo radical, me refiero, otra vez, a los partidos identitarios regionales.
La cita de Vila-Matas que abre el Cuaderno me plantea dos cuestiones: primera, que Vila-Matas te incluyó en su compendio de escritores del no, en Bartleby y compañía, y le saliste rana, pues has sido, del año 2000 a esta parte, uno de los autores más prolíficos del país. ¿Qué te ha impulsado a acometer esta gesta? Y segundo, siguiendo con la cita, ¿planeas darle un giro rimbaudiano a tu existencia en algún momento?
Mi vida no creo que se haya modelado nunca siguiendo patrones; citas a Rimbaud y a su atrabiliaria biografía y no puedo reconocerme en nada de lo que le aconteció a dicho genio, sustancialmente porque he tenido suerte en los períodos de mi vida en que manejaba el riesgo y ahora, en la senectud, prefiero el confort de mi sillón orejero a antipáticas y peregrinas peripecias. Dejé de escribir (entonces sólo poesía) a comienzos de los setenta, y la agrafía la asumí con normalidad; en aquellos años infantiles-adolescentes los poemas surgían con extrema facilidad y este carácter no laboral fue el mismo que no impidió que abandonara. Cuando regresé a la escritura, por circunstancias absolutamente azarosas, tampoco me encontré en situación de extrañeza y, animado por seguidores y editores, me lancé a publicar de modo quizá excesivo.
Si todo va bien, dentro de poco, podremos verte por Málaga, invitado al festival 451: La noche de los libros, en La Térmica (*). Intuyo que en Málaga eres muy querido o te dan más manga ancha. ¿Es una ciudad, tal vez, más desprejuiciada y con una burguesía altamente ilustrada, no? Recuerdo una noche en la que un policía de la secreta iba a detenerme y empezamos a hablar y resulta que había leído a Roberto Bolaño y acabamos platicando sobre cómo sería 2666 si Bolaño hubiese tenido más tiempo para concluirla… Si nos está leyendo, le mando un saludo.
Cualquier ciudad española que esté fuera de los circuitos de la reacción separatista es una gran ciudad. Málaga, en concreto, siempre me ha acogido con cariño, tanto en los actos organizados por el CAL, como por La Térmica o por la Universidad, en cuyo Vicerrectorado, bajo la tutela de Tecla Lumbreras y su equipo, tuvo lugar la magnífica exposición, comisariada por Yolanda Ochando y Luis Ordóñez, ‘Ferrer Lerín. Un experimento’.
Hablando del festival, compartes cartel con John Banville, Elvira Navarro, Antonio Orejudo y Alejandro Simón Partal, entre otros. Lástima que hayan compartimentado los actos en narrativa y poesía. De verdad que pagaría una suma considerable por ver una tertulia entre Cristina Morales y tú. No sé si la has leído, toca otros temas, es una escritora más “de oficio”, pero posee un espíritu impertinente y habla sin filtro, es muy leriniana…
Lo siento, no he leído a Cristina Morales, pero me llegan excelentes noticias acerca de su fuste literario.
Me resulta inevitable preguntarte por la reciente “fuga” del rey emérito. Parece el nudo de uno de tus cuentos. ¿Te atreves a escribirle un final?
Quizá tantas emociones acorten su vida.
Eres un ser infatigable. El otro día me enviaste tu página de Soundcloud dedicada al Arte Sonoro y plagada de audios bizarros. ¿Cómo debemos leerla? ¿Qué has pretendido recopilar en ella?
La mentada exposición malagueña, ‘Ferrer Lerín. Un experimento’, dispuso de un departamento, el primero al iniciar la visita, en el que se emitían en bucle distintas piezas de Arte Sonoro de mi autoría, y casi me atrevería a asegurar que cosechó más éxito que el resto de la muestra. En cualquier caso, la afamada Ursonate de Kurt Schwitters data de 1922.
¿Cómo progresa ese libro de cuentos con el pintor cubano Villalobos?
Nelson Villalobos, viejo amigo, me propone trabajar juntos, y yo encantado. La cuestión es qué trabajo acometer. Un libro de artista (y está en curso de edición el que he concluido con Frederic Amat) tiene complicada salida comercial… y no solamente en estos tiempos. Un libro convencional, que pudiera interesar a Ediciones Contrabando, un libro que contuviera prosas mías e ilustraciones de Nelson, parece que llevaría aparejada la exigencia, tanto de Contrabando como de Nelson, de que las prosas fueran inéditas, y esto no es ahora posible; sí estaría en condiciones de ofreceros algunas series -Necrologías, Facsímiles, Paleografías- éditas, pero poco conocidas, bien porque salieron hace tiempo en un suplemento de La Vanguardia, bien porque corresponden a un libro de nula distribución.
Bueno, messie Lerín, un placer como siempre. Fíjate que no hemos nombrado para nada la amenaza bacteriológica, debemos ser los únicos. Esperemos que al no conjurarla nos deje tranquilos y nos podamos ver en Málaga. Si quieres añadir algo más… si no, un abrazo.
Un abrazo, y hasta pronto; seguro que el terral domeñará el virus.
Fotos: Ruth Barrachina.
(*) Debido a la situación actual, se ha suspendido la presentación de ‘Cuadernos de campo’ que iba a tener lugar el próximo 11 de septiembre durante la VI edición de Málaga 451: La noche de los libros, el festival literario de La Térmica. Os referimos la página de Facebook de Ferrer Lerín para futuras noticias sobre presentaciones y eventos varios.
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