Vemos el mundo a través de una cuadrícula —cifras, palabras, fechas—, pero bajo esa cuadrícula, la realidad es asombro, asombro por estar aquí, ahora, por cada hoja y cada piedra. Todo ha estado aquí antes de nosotros y, no obstante, nuestros sentidos sólo pueden percibirlo en presente continuo. Para evocar cuanto hay bajo la piel de las cosas, precisamos del esfuerzo imaginativo que nos permita reconstruir un antes e intuir un después.
De ahí, las cuadrículas. Necesitamos entender cuanto nos rodea y recurrimos para ello a los sistemas racionales, a datos, hipótesis y deducciones. Javier Navarro, autor de Tableaux Vivants (Contrabando, 2015), sabe bien cómo hacerlo. Conoce las metodologías de la historia y, antes de este libro, ya ha excavado en la superficie de la realidad para encontrar el pasado, ayudado por archivos, hemerotecas. Las herramientas del historiador son la disciplina del número y el rigor de los datos; pero su tarea no es tan disímil a la del cuentista, pues a la postre se trata de recuperar con la palabra esa ausencia palpable a nuestros sentidos: la ausencia del tiempo ido. La cuadrícula es útil porque nos permite entender y dar sentido al mundo que nos rodea; pero hay algo que sigue faltando: el asombro de lo real. Antaño los hombres inventaron héroes y dioses para colmarla; cuando los dioses se agostaron a la luz de la razón, la literatura acabó por llenarse de monstruos y fantasmas.
Muy oportunamente, Tableux vivants comienza con una cita de Adolfo Bioy Casares: «Al borde de las cosas que no comprendemos del todo, inventamos relatos fantásticos para aventurar hipótesis o para compartir con otros el vértigo de nuestra perplejidad». La fantasía es otra forma de explorar la realidad, no desde el dato, sino desde el asombro o el terror sagrado. ¿Qué sucede a nuestro alrededor mientras dormimos? ¿De quién son esas sombras que se dibujan en el papel pintado cuando ya nos hemos marchado? ¿Qué susurran las voces de la habitación verde cuando nadie está allí para escucharlas? En «Bullicio», él se marcha del piso y los gusanos trepan por el tallo de la aspidistra, del tapiz se descuelgan extrañas siluetas. En «El intruso», un cuerpo asoma bajo la cama y, cada noche, ella lo va viendo crecer mientras su pareja sigue roncando. ¿Qué sucederá después? Las respuestas que nos aporta la literatura son volátiles, se esfuman como fantasmas; sin embargo, plantearlas nos devuelve a la infinita incertidumbre del morador de las cavernas. Bajo el papel cuadriculado, la condición humana es el desconcierto. La literatura fantástica nos coloca frente a dicho desconcierto; Tableux vivants es un excelente ejemplo.
Quizá por la condición de historiador de Javier Navarro, una de las constantes de los diez cuentos del libro es la omnipresencia de la memoria, pero también el territorio liminar entre lo vivo y lo inerte, entre el hombre y sus objetos: las paredes hablan, los lugares supuran memoria y los muertos siempre retornan. Un tableau vivant es un conjunto humano vuelto inmóvil, simulando una escena pictórica, o, en otras palabras, un grupo de personas que simulan haberse vuelto inanimadas; de manera inversa, también pueden contar secretos los retratos o los cadáveres animarse para representar, una y otra vez, la misma escena, el mismo cuadro. La muerte misma detesta el cementerio y ama el bullicio, el hormiguero urbano, el hervidero de las pasiones.
La fantasía es una mano que se adentra en una grieta sin saber qué encontrará dentro —fango, dientes, escorpiones, intestinos, sólo polvo—. Todavía no hemos tocado nada y ya sentimos un hormigueo en nuestros dedos. En el anticipo de ese tacto, se mueve lo fantástico. Pero la sensación no basta, es necesario articularla con palabras: para poder compartir un sueño, es preciso darle primero forma de consciencia. Una de las grandes virtudes de Tableaux vivants es precisamente que sabe que la herramienta principal de lo fantástico es el lenguaje. Dicho de otro modo, no sólo se trata de contar cuentos de aparecidos —aunque también— sino de buscar en el relato esas brechas oscuras y explorarlas con el lenguaje. En «El mejor despertar», la extrañeza no proviene del muerto vivo ni sus asesinos, sino de la sintaxis que, como una bruma, se interpone entre el observador y el drama ante sus ojos. En «Un lugar adecuado», los espacios de la memoria resultan siniestros no sólo por estar poblados de fantasmas, sino porque la estructura del relato los desarticula hasta volverlos laberinto. La labor del cuentista fantástico es hallar la incertidumbre en el logos, la perplejidad ante un lenguaje que no sólo carece de respuestas, sino que además plantea nuevos enigmas.
«La habitación verde» nos devuelve, precisamente, a ese lugar en el que el lenguaje va enhebrando la experiencia de nuestro desconcierto. «La habitación verde» es un espacio tangible pero efímero, siempre huidizo. Cuenta Javier Navarro que, en su interior, «Las voces surgen de las pequeñas grietas que dejan ver los trozos despegados del papel pintado. Al principio no las distingues; crees oír algo, tal vez una conversación al otro lado». Es posible que susurren palabras proféticas o que desvelen los secretos que aguardan bajo la cáscara de las cosas; sin embargo, quienes buscan la habitación verde acabarán exiliándose de este mundo. Todos los escritores tienen su habitación verde, ese lugar en el que los murmullos van dictando la fantasía de los relatos, ese lugar en el que el lenguaje va trabando otros mundos y, al mismo tiempo, nos atrapa dentro de ellos. Aventurarse en busca de la habitación verde es recuperar el asombro ante esa realidad que, infinitamente, se despliega ante nuestros ojos, arrancar la cuadrícula de nuestra mirada y descubrir que seguimos perplejos ante lo inaudito de nuestra consciencia. Pero ¿dónde hallarla? Las páginas de Tableaux vivants son un buen lugar para empezar a buscarla. Luis Pérez Ochando.
JAVIER NAVARRO. Tableaux vivants, Valencia, Contrabando, 2015.
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