Con motivo de la entrega, hace unos días, del Premio Príncipe Felipe de las Letras 2014 a John Banville, rescatamos esta reseña de J.Albacete publicada en De Verdad Digital en 2009
John Banville es, desde hace muchos años, el gran clásico "excéntrico" de las letras irlandesas: un autor cuya literatura escapa a los estereotipos del escritor irlandés, obsesionado por su país natal y por los episodios de su trágica historia, pero que a la vez es el mayor y más destacado heredero de Joyce o Beckett, por la elegancia y la calidad de su prosa y por la hondura y penetración de su mirada. Banville, que reside habitualmente en Dublín, afirma que "la única manera de escapar de Irlanda es vivir aquí".
Es un verdadero prodigio, pero una auténtica realidad, que la pequeña isla de Irlanda sea uno de los mayores viveros literarios de Europa en la última centuria. Y si el pasado es glorioso, el presente sigue siendo sumamente prometedor.
El gran testigo de la literatura irlandesa del presente lo lleva aún John Banville, un “clásico” moderno, un escritor atípico, un irlandés universal, amante de las paradojas y desvelador de imposturas, un escritor ante el que uno se detiene una y otra vez asombrado por la belleza de su prosa, hechizado por el magnetismo de algunas de sus frases, que son verdaderas joyas talladas por un orfebre del lenguaje que me atrevería a llamar único en el panorama literario del presente.
John Banville nació en Wexford, una pequeña ciudad de provincias del sur de Irlanda, en 1945. “Los mejores recuerdos que tengo de ese sitio son las veces que me iba de allí”, escribió una vez. Nunca concluyó sus estudios, es un perfecto autodidacta. Su primer trabajo, al abandonar su casa, fue el de oficinista de unas líneas aéreas: aprovechando los descuentos que ello le permitía, viajó y conoció medio mundo. Vivió en Estados Unidos entre 1968 y 1969. A su regreso trabajó en varios diarios irlandeses, ocupándose ante todo de crítica literaria y periodismo cultural y en 1970 publicó su primer libro.
Su obra, abundante y muy singular, se distribuye en varias etapas. En la de formación, su obra central es “Birchwood” (1973), una crónica de la decadencia de la vieja clase dominante irlandesa, la minoría angloirlandesa protestante, con todas los ingredientes del género: una gran mansión, el señor de la casa alcoholizado, la señora mentalmente desquiciada, los criados grotescos, la casa que se cae a pedazos, ... Pero Banville no se ciñe por completo al molde: introduce elementos novedosos y, a la par, va cincelando su peculiar instrumental expresivo, su singular manera de “narrar” como si estuviera pintando un cuadro o tallando una escultura.
Su segunda etapa se extiende durante la década que va de 1976 a 1986, y en ella da a luz su tetralogía de novelas “científicas”: “Dr. Copernicus”, “Kepler”, “The Newton Letter” y “Mefisto”. La pretensión esencial de Banville con estas obras es mostrar la vida de estos grandes honbres de ciencia que construyeron sistemas para entender el mundo, pensando erróneamente que podían llegar a alcanzar la ckave para entender el universo. Banville compara esta actitud con la del artista, que también aspira a construir un modelo desde el que interpretar el mundo, pero que también está condenado al fracaso. Por eso, para él, la única justificación, la verdadera y única razón para dedicarse al arte, no va a ser “construir otro de esos sistemas” destinados al fracaso, sino “mostrar el absoluto misterio de las cosas”.
La tercera etapa de Banville está formada por la trilogía que tiene como protagonista a Freddy Montgomery, un impactante personaje literario, violento, parásito, amoral, borracho y totalmente insensible al arte: de las tres, la primera, “El libro de las pruebas” (“The Book of Evidence”, 1989) es la más lograda.
La última etapa de Banville está configurada por cuatro novelas que no tiene una gran unidad temática entre sí, pero que han cimentado definitivamente el techo de su grandeza literaria. Dos de ellas se apoyan en figuras reales: “El intocable” (1997) en la del conocido crítico de arte británico Anthony Blunt, que fue toda su vida un espía soviético; e “Imposturas” (2002), en el profesor de Yale Paul de Main, que en su juventud escribió artículos antisemitas para un periodico filonazi. Banville se inmiscuye en el territorio de la mentira, para demostrar que hay mentiras aún más grandes que las ya conocidas.
En “Eclipse” (2000) y “El mar” (2005), Banville hace que sus protagonistas, ya muy maduros, regresen a la infancia y pongan en marcha la esquiva máquina de los recuerdos. Dos obras de un enorme talento narrativo, en que el autor se recrea en el ejercicio de hurgar en el pasado con la intención de entender algún acontecimiento traumático. Dos novelas que lo consagran como el gran clásico moderno de las letras irlandesas y uno de los grandes escritores contemporáneos.
El gran testigo de la literatura irlandesa del presente lo lleva aún John Banville, un “clásico” moderno, un escritor atípico, un irlandés universal, amante de las paradojas y desvelador de imposturas, un escritor ante el que uno se detiene una y otra vez asombrado por la belleza de su prosa, hechizado por el magnetismo de algunas de sus frases, que son verdaderas joyas talladas por un orfebre del lenguaje que me atrevería a llamar único en el panorama literario del presente.
John Banville nació en Wexford, una pequeña ciudad de provincias del sur de Irlanda, en 1945. “Los mejores recuerdos que tengo de ese sitio son las veces que me iba de allí”, escribió una vez. Nunca concluyó sus estudios, es un perfecto autodidacta. Su primer trabajo, al abandonar su casa, fue el de oficinista de unas líneas aéreas: aprovechando los descuentos que ello le permitía, viajó y conoció medio mundo. Vivió en Estados Unidos entre 1968 y 1969. A su regreso trabajó en varios diarios irlandeses, ocupándose ante todo de crítica literaria y periodismo cultural y en 1970 publicó su primer libro.
Su obra, abundante y muy singular, se distribuye en varias etapas. En la de formación, su obra central es “Birchwood” (1973), una crónica de la decadencia de la vieja clase dominante irlandesa, la minoría angloirlandesa protestante, con todas los ingredientes del género: una gran mansión, el señor de la casa alcoholizado, la señora mentalmente desquiciada, los criados grotescos, la casa que se cae a pedazos, ... Pero Banville no se ciñe por completo al molde: introduce elementos novedosos y, a la par, va cincelando su peculiar instrumental expresivo, su singular manera de “narrar” como si estuviera pintando un cuadro o tallando una escultura.
Su segunda etapa se extiende durante la década que va de 1976 a 1986, y en ella da a luz su tetralogía de novelas “científicas”: “Dr. Copernicus”, “Kepler”, “The Newton Letter” y “Mefisto”. La pretensión esencial de Banville con estas obras es mostrar la vida de estos grandes honbres de ciencia que construyeron sistemas para entender el mundo, pensando erróneamente que podían llegar a alcanzar la ckave para entender el universo. Banville compara esta actitud con la del artista, que también aspira a construir un modelo desde el que interpretar el mundo, pero que también está condenado al fracaso. Por eso, para él, la única justificación, la verdadera y única razón para dedicarse al arte, no va a ser “construir otro de esos sistemas” destinados al fracaso, sino “mostrar el absoluto misterio de las cosas”.
La tercera etapa de Banville está formada por la trilogía que tiene como protagonista a Freddy Montgomery, un impactante personaje literario, violento, parásito, amoral, borracho y totalmente insensible al arte: de las tres, la primera, “El libro de las pruebas” (“The Book of Evidence”, 1989) es la más lograda.
La última etapa de Banville está configurada por cuatro novelas que no tiene una gran unidad temática entre sí, pero que han cimentado definitivamente el techo de su grandeza literaria. Dos de ellas se apoyan en figuras reales: “El intocable” (1997) en la del conocido crítico de arte británico Anthony Blunt, que fue toda su vida un espía soviético; e “Imposturas” (2002), en el profesor de Yale Paul de Main, que en su juventud escribió artículos antisemitas para un periodico filonazi. Banville se inmiscuye en el territorio de la mentira, para demostrar que hay mentiras aún más grandes que las ya conocidas.
En “Eclipse” (2000) y “El mar” (2005), Banville hace que sus protagonistas, ya muy maduros, regresen a la infancia y pongan en marcha la esquiva máquina de los recuerdos. Dos obras de un enorme talento narrativo, en que el autor se recrea en el ejercicio de hurgar en el pasado con la intención de entender algún acontecimiento traumático. Dos novelas que lo consagran como el gran clásico moderno de las letras irlandesas y uno de los grandes escritores contemporáneos.
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