A orillas del Mediterráneo, con la espuma de las olas salpicando el alféizar del ventanal de su salón, doña Eloísa consume sus atardeceres en interminables diálogos telefónicos con la dudosa excusa de que ha puesto a la venta su casa. Meciéndose, sobre un abismo, entre la demencia senil y una lucidez nutrida de apasionados desengaños, va desgranando un discurso tan plagado de reiteraciones como enriquecido por una imaginación pletórica y soñadora. El lenguaje, como portavoz de esa memoria recreativa, deviene en la sustancia misma de un pasado, que se rehace cada tarde, en cada conversación con esa interlocutora desconocida, pero que tan poco cuesta reconocer. Intentando escapar de la locura que la acecha, tratando de sortear el silencio negro y oscuro que la convoca, teje una y otra vez los hilos descosidos de su(s) vida(s), dando rienda suelta a sus revolucionarias obsesiones: impugnar la realidad, abolir el tiempo, asesinar todas las convenciones, arrancar todas las máscaras, a fin de que podamos bailar desnudos a la luz de la Luna, libres al fin del pecado y del código penal.
Novela-poema, Arquitectura del
sueño es una indagación, lírica y narrativa a la vez, sobre la verdadera
naturaleza de la memoria y los deseos. Una obra que aspira a hacernos atisbar
que hay una realidad distinta al otro lado del espejo.
-¿Qué es “Arquitectura del sueño”?
-Si quieres que te diga la verdad,
no tengo ni idea. Ciñéndonos a criterios de diferenciación de género, puede ser
un libro de relatos, una novela, una obra de teatro o quizá un largo poema, o puede que
todas esas cosas a la vez… o, tal vez, ninguna de ellas al mismo tiempo…
-Yo, por deformación, la leo como una novela, un género que para mí
tiene una versatilidad casi infinita. En realidad toda gran novela amplía las
fronteras del género. “Arquitectura del sueño” no se parece a nada que yo haya
leído, diseña su propia forma. ¿Ese diseño formaba parte del plan original o se
impuso por la lógica misma del relato?
-No hubo propósito previo. Venía
con todas las trazas de ser un pequeño y sencillo relato en el que X le cuenta
la historia de su pasado a Y, pero en un momento determinado, sin venir a
cuento y saltándose a la torera el guión original, un personaje dice algo que
hace clic en el núcleo oculto del asunto para reclamar de modo intransigente
una estructura distinta a la prevista, en la que todos los elementos pudieran rebelarse contra la ubicación
predeterminada, alterar su carácter original y la naturaleza de sus relaciones…
Si adoptamos como punto de partida
la premisa básica de Proust: “Demos vida al inmenso edificio de nuestros recuerdos” como
forma básica de constituir la autenticidad
del narrador, los personajes de “Arquitectura”, en el transcurso de su relación, llegan a la conclusión de que tal
hipótesis es una falacia. Suponiendo que el pasado exista, comienza a modificarse una vez sucedido. El recuerdo es, por tanto, un
concepto complejo sometido a toda suerte de deformaciones. Los personajes lo transmutan una y otra vez en el alambique de sus diálogos cada vez que evocan los supuestos hechos de una vida en común. La memoria nada en el fondo dice de ellos. Es
en el modo en el que hablan donde se generan pequeñas revelaciones acerca de su
personalidad, como guiños voluptuosos en el vacío.
-Más que en el molde siempre variable del recuerdo, a mi modo de ver lo
que define el modelo del relato es el sueño, con sus características
peculiares: reiteración, recreación, obsesión, encubrimiento, claves
oníricas…el relato se desliza, casi sin darnos
cuenta, de la memoria al sueño…
-Sí, pero no. Hay un punto donde la
literatura y el sueño se acuestan bajo la ley de la pasión en la cama del
lenguaje. Las palabras se desnudan y abandonan su significado
para transformarse en sonidos que
arrullen al inconsciente y limpien de hostilidades culturales el radiante camino de los deseos. Los niños lo saben sin necesidad alguna de
saber quien hostias fue Freud. Por eso exigen, a la hora del reconocimiento, que se les
lea el cuento como una partitura en la que el intérprete no ose alterar una sola nota so
pena de ser severamente recriminado y llamado al “orden”. El psicoanálisis estudia la
estructuración del inconsciente como un lenguaje extranjero al que es preciso traducir.
La poesía emprende el camino inverso: traducir el lenguaje oficial a una lengua sin
palabras que permita entenderse de tú a tú con el otro. Es sabido que cuando las
tribus primitivas quieren hacer prevalecer el inconsciente colectivo sobre el individuo,
inventan la repetición obsesiva de la que nacen el ritmo común de la poesía, la música
y el baile con el objetivo de alcanzar un trance donde el imperio oculto de la
comunidad triunfe sobre la pantomima cadavérica de la expresión individual. Puede valer un mantra tibetano, una fuga de Bach, unos tambores africanos o una sesión
enloquecida de bacalao. Todos los caminos conducen a la anulación de yo. En ese
sentido, las repeticiones obsesivas de “Arquitectura” y sus diversas multiplicidades
revisten intentos de conexión con las leyes ocultas del sueño, pero de un sueño que
tiene más que ver con la pesadilla de la vigilia, con el delirio de la conciencia y con los
síntomas de la enfermedad que engendran los virus incurables que surgen de la cepa
de la cultura. Por tanto, a pesar de que sus personajes no cesen de dar vueltas en
torno al diván, creo que su mecanismo de actuación, aunque se presente en forma de juego, es más modesto, se sitúa al margen de toda pretensión más allá e interviene
sobre todo en el campo de la memoria y en su ilimitada capacidad para desfigurar los
hechos.
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