sábado, 20 de febrero de 2021

LERÍN AVISTADO.

Jesús García Cívico entrevista a Francisco Ferrer Lerín para la revista Quimera. Publicada en el nº 446 (febrero 2021).

Francisco Ferrer Lerín. Foto de Ruth Barrachina



Uno de los versos inaugurales de tu primera obra De las condiciones humanas (Trimer, 1964) ya advertía «nadie sabe de la verdad de mi existencia», ¿puede considerarse Cuaderno de campo (Contrabando, 2020), tantos años después, con sus nebulosas fotografías en blanco y negro de ti mismo, ora oníricas, ora fantasmáticas, una prueba de vida incontestable o solo el improbable avistamiento de Ferrer Lerín?
Quizá mis variados empleos se sustenten en la carencia de un avistamiento claro. La ornitología de campo (en especial la centrada en la identificación auditiva de las aves de bosque), la militancia en las filas de corporaciones de prospectiva, el manejo sutil de los naipes, la rehabilitación conjurada de siniestros edificios pétreos, la dirección en la sombra de algunas sociedades punteras y, de modo más extendido e incluso gratificante, la escritura de textos poéticos y narrativos de modo no lineal, alimenten la teoría del ser avistado apenas.
La aproximación a Lerín de Cuaderno de campo está dividida en siete partes (descontando el estupendo postfacio de Wences Ventura), lo que, en mi opinión, se ajusta bien a tu naturaleza poliédrica. Sabes que siempre he defendido que tanto tu persona como tu obra encajan muy bien bajo el rótulo de «artista total», ¿no hay un amago figurativo o un tono cinematográfico —más allá del documental de naturaleza y fauna salvaje— en la composición sofisticada y cúbica que se le ha querido dar?
Conviene precisar que la composición de Cuaderno de campo es solo atribuible a los editores, que mi papel en esa labor ha sido escaso por no decir nulo; y no lo digo arrepentido sino todo lo contrario, creo que, a estas alturas, mi producción artística ha de quedar en manos de compiladores y expertos en malabares, yo ya dije, y quizá con desmesura, lo que tenía que decir. Puede que el tratamiento sea figurativo, pero tengamos en cuenta que el arte es, ante todo, un entramado mercantil obligado a apaniguar a obreros e intelectuales. En cualquier caso la división del libro parece acertada; soy un entusiasta de la fragmentación, así se consigue mantener la intensidad a lo largo de toda la obra. Quiero decir con todo esto que Cuaderno de campo me satisface enormemente y que, pese a que el sindicato hermeneuta reclame una edición universitaria, el producto que tenemos a nuestro alcance es un impecable alarde tipográfico, fruto de la labor concienzuda del sello valenciano Ediciones Contrabando.
«Incubación, crianza, apareamientos» la primera de sus alas contiene una selección de fragmentos de la biografía sentimental y paterno-filial pero yo la veo más como una ontología (¿qué es Lerín?) con inquietantes pasajes de hagiografía (de un santo intermitente en todo caso). ¿Es este Cuaderno de Campo despedazado lo más parecido a una autobiografía de Ferrer Lerín que se ha publicado hasta ahora?
La novela Familias como la mía (Tusquets, 2011) siempre la consideré una hagiografía en lo que tenía de autobiografía dulcificada, en especial por ese carácter de pasear al santo, de sacarlo en volandas, aunque intermitentemente. Cuaderno de campo o, efectivamente, ese primer capítulo, contiene elementos fundamentales para configurar al héroe santo o al menos a su peana. Que esa beatificación, ese embalsamamiento, alcance el grado ontológico, solo lo dirá el paso del tiempo, una nueva edición ya muerto y enterrado el prospector de aves y tapetes verdes.

Sabíamos del fundamental papel en la «incubación» de Lerín de Borges y Saint-John Perse, recientemente incluyes a la poeta de San Francisco Sharon Olds en un reducido nido de referencias que ya solo podrían ser fraternas. Olds, según lo veo, mantiene por su crudeza y profundidad desmitificadora cierto parentesco con tu obra poética ¿qué destacas de la autora de Los muertos y los vivos?
Precisamente Los muertos y los vivos representa, para mí, el descubrimiento de Sharon Olds, un volumen (Bartleby Editores, 2006) que me llega de la mano de uno de sus traductores, mi amigo y doctorando Carlos Jiménez Arribas. Veo, al instante, en la solapa, que Olds nació en el mismo año en que nací yo (1942) y en una ciudad, San Francisco, que tiene como nombre el mío; pero ahí no acaban las coincidencias, es en la intimidad sudorosa, casi malsana, de los hogares, en la vida de los abuelos y pequeños niños, donde Olds logra avanzar en el conocimiento de la sexualidad de los grupos de riesgo, donde bajo el disfraz de la ternura trata temas que nadie osa, y a los que yo, en una etapa muy concreta de mi vida literaria también eché el guante, quizá incluso en términos parecidos.

La sección «Migraciones» sigue conteniendo extractos de entrevistas y disquisiciones muy libres a cargo de otras interpelaciones que funcionan perfectamente como aforismos, ¿sucede que te salen ya naturalmente dada tu pericia con las formas breves?
En lo breve está la esencia, etc., desde luego, todos estamos de acuerdo. Sin embargo en el caso que nos ocupa pienso que los aforismos que van surgiendo, la naturaleza aforística de las respuestas (no olvidemos que el libro son respuestas sin preguntas), es resultado normal, obligatorio, del método utilizado; entresacar sintagmas de un texto es una práctica proclive a la producción de adagios.
Me sigue pareciendo pertinente indagar sobre la relación entre las palabras y las imágenes: la textura vaporosa del cuerpo o del rostro de Ferrer Lerín en las fotografías que sirven de separadores de Cuaderno de campo, sobre todo en «Nihil prius fide» y «Vigilia» contrastan con los estilemas más característicos de tu singularísimo estilo literario: ritmo muy marcado, léxico virulento, intensidad vital, ¿se debilita el cuerpo con la impresión fortísima de la lengua? ¿nos es lícito sospechar que hay una suerte de transferencia entre la literatura y el cuerpo a la manera del famoso retrato de Dorian Gray?
Nos hallamos ante un reportaje, en blanco y negro para ahondar la fosa funeral, que puede obrar como contrapunto y no como acompañamiento a las respuestas textuales. Ruth Barrachina Navarro es una fotógrafa que me causó pasmo por su seriedad, por su profesionalidad y por el uso de una lengua extraña, no de aquí, quizá sumeria. Digo esto para intentar analizar, sin duda con escasa posibilidad de éxito, cuál es la realidad del nexo establecido entre mi expresión literaria aséptica (el ordenador había escrito "ascética"), mis estilemas forenses, y esa carnalidad oscura pero delicuescente de las imágenes. ¿Ruth no me conocía bien, no me conocía aún en el momento en que me fotografió? ¿Ruth había leído en extenso mi obra? ¿Ruth sabía de mi tendencia natural al sacrificio de perros y gatos para alimentar aves necrófagas?
Ya que aparece este irlandés, Oscar Wilde se infiltró con gran hipocresía y cinismo en un ambiente en el que supo desenvolverse a placer, lo hizo para tener cerca a aquellos de los que no podía dejarse de burlar. Hace años, sobre todo en una segunda etapa híperprofesionalizada, que me parece entrever en tu trayectoria no solo cierto espíritu de comedia sino una tensión soterrada, como si ese empeño en mantener tan alto el pulso estilístico no fuera dirigido solo al mundo literario sino a algo que lo trasciende. ¿Tienes algo que alegar?
Llegó un día en que la tabernera sueca de cierto garito famoso de la ciudad de Jaca no pudo aguantar más y me espetó "tú te estás burlando siempre de todos nosotros", siendo "nosotros", en aquel instante, el forense local, la viuda de un prestamista, dos o tres odontólogos y un instructor de esquí. No ocurrió nada, los "nosotros" siguieron comiendo setas marcencas y queso de Gabás sin levantar los ojos del plato, y yo me limité a esbozar una sonrisa estúpida mientras probaba aquel champán del que hacía tiempo se cantaban sus excelencias. No era consciente de que mi manejo del sarcasmo y el ser más guapo y elegante que los "nosotros" pudiera ser interpretado como muestra de superioridad. O sea que Oscar Wilde quizá sí se situó intencionadamente entre inferiores pero yo, desarrollando una conducta democrática de la que yo soy el primer sorprendido, no me sitúo exprofeso en ningún sitio, y procuro mantener el mismo tono, eso sí irónico, trate con quien trate. Diré otra vez aquello de que en mi escritura no pretendo ser original ni críptico y que todo viene de mis marcas literarias, algo diferentes a las de los que aún hoy, eso sí con todo el derecho, practican la poesía social.
Una de las satisfacciones que sorprenden el lector de tu obra es que no haya jamás espacio ni para la cursilería, ni para el estereotipo: el sentimiento (cuando aparece) queda desprovisto de todo sentimentalismo y la naturaleza, como en las películas de Werner Herzog, se basta así misma. Lo mismo parece ocurrir con una larga serie de hallazgos léxicos, sintagmas y otros recursos formales aparentemente extraliterarios que incorporas en el poema, en la prosa larga y en el microcuento, ¿es una correspondencia deliberada entre fondo y forma?

Vuelvo a lo mismo, no hay nada deliberado, todo surge así, de esa manera que se podría catalogar como espontánea. Jamás he tenido un plan de trabajo, ni siquiera un guion en el ejercicio de la narrativa larga. ¿Automatismo?, ya nos dijeron que eso no existía. Y en cuanto al no uso de los sentimientos quizá no sea una aseveración correcta, en Familias como la mía, donde los personajes carecen de psicología evidente y el argumento transcurre por caminos alejados del compromiso político directo, si se presta atención al final de la novela, maniobra que pocos han ensayado, se verá que ahí se cierra un círculo que se mueve en el campo de la ética ambiental extrema, la que trasciende fronteras regionales y atiende al presente del globo. Quizá por eso el tratamiento de la Naturaleza es desapasionado, científico, pero tampoco esto se busca... surge de mi multiformación, del uso de léxicos propios de especialistas.
Cuando leo tus obras referidas más directamente a los sueños me asalta una curiosidad. Sabemos que son trasladados por la mañana al texto, que encuentras en los formatos reducidos el modo idóneo de encerrarlos, sin embargo, quienes han tratado de convertirlos en una sucesión de imágenes (desde los guiones malogrados de Antonin Artaud al exitoso Cristopher Nolan) han aseverado la existencia de dos tiempos distintos: breve el tiempo si despierto, el del sueño, en cambio, vasto, alargado, como extendido en una fina tela que no acaba.
El éxito en la reproducción fiel de la atmósfera del sueño, si es que de eso va la pregunta, reside en la inmediatez y en el modelo narrativo. Quiero decir que si aceptamos que solo recordamos el último sueño o, acotando aun más, si solo recordamos la última parte del último sueño, supondrá una gran ventaja ser viejo, prostático y, por lo tanto, tenerse que levantar varias veces a lo largo de la noche. Claro, también hay que tener el ordenador encendido, ser un brillante escritor de microrrelatos, formato ideal para estos enjuagues, y no ser un tacaño irredento que mantiene apagada la calefacción e imposibilita el trabajo, que lo es, de sentarse en invierno frente el teclado y transcribir el sueño.
No me resisto a arriesgarme con una pregunta metafísica (la literatura de Lerín no solo es auténtica en el sentido heideggeriano sino que está apegada a la materia). Uno de los frontispicios de Cuaderno de campo remite al Apocalipsis, ¿no serían esas aves de más de dos metros que viste bajar a la tierra para ascender al cielo con la carne de los hombres la suerte de ángeles que marcó tu respuesta acerca de la última esencia de las cosas?
El bueno de Javier Marías me acompañó alguna vez en la tarea de traslado de carroña y, siempre, repetía la pregunta: ¿cuál es la cifra, que ves tú en la ingesta de carne por parte de los buitres? Pero yo no veía nada más que unas estructuras de 2,7 metros descendiendo de las nubes para devorar en minutos los despojos que acarreaba en el maletero de mi R12 desde las cámaras frigoríficas del zoo de Barcelona; una labor filantrópica para evitar que esas aves perecieran de inanición. Pero claro, tanto insistir en si yo veía algo más, y de hecho tu interrogante circula por el mismo trayecto, que no me quedó más remedio que recapacitar; a lo mejor mi escritura, siempre matérica, no metafórica, tenía una conexión con mi etapa de interno en la morgue del Hospital Clínico de Barcelona cursando tercero de Medicina, con los sobornos a las monjas que velaban los cadáveres para que se distrajeran mientras mi padre, médico, y yo mismo arrebatábamos los riñones al fiambre, o con la pestilencia inusitada de mi segundo Lada Niva destinado al transporte de cadáveres de grandes mamíferos atropellados en las carreteras y conducidos a los muladares.
La continua demanda de los libros de Ferrer Lerín hace que ahora mismo junto a Cuaderno de campo, llegue a nuestra orilla Grafo pez (Libros de la resistencia, 2020) una nueva entrega poética que incluye poemas recientes, ¿cuál ha sido el hilo conductor?
En 2018 cuando terminé la redacción de Libro de la confusión (Tusquets, 2019) creí que el estro poético me había dejado para siempre, y así fue durante unos días, pero de golpe me sacudió una especie de eyaculación monstruosa y produje una serie de textos que, para no perder tiempo, publiqué en revistas y bitácoras, hasta que conocí a Edmundo Garrido, editor de Libros de la Resistencia y le propuse un libro de pocos pero enfáticos poemas, inéditos en el formato libro. Llegué a Edmundo gracias a Aurelio Major con el que convine que Libros de la resistencia era el marco ideal, por su nómina de autores, por bascular entre América y España, y por el maravilloso diseño de sus cubiertas homenaje a Les Éditions de Minuit, la mítica editorial de la Resistencia Francesa.


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