Manuel Turégano
En su segunda novela, la
escritora argentina radicaliza su propuesta narrativa, olvidándose del mercado
y apostando por la literatura con mucho valor
Esta es la segunda vez
que me ocupo de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), uno de los valores más
prometedores no solo de la literatura argentina, sino de la literatura con
mayúsculas. La primera vez fue hace dos años, tras la publicación en España de Matate,
amor (Lengua de Trapo, 2012), una novela cuya intensidad narrativa y empuje
poético dejaban al lector sin aliento, anonadado, como si hubiera sufrido un
inesperado y violento crochet en el mentón. Desde la primera escena (con esa
madre que cuchillo en mano acecha al marido y al hijo tras unos arbustos), se
nos prepara para escuchar la voz atormentada, insaciable e imperiosa del deseo,
ese fuego oscuro y devastador que se muestra aquí, no en su versión algodonosa
y edulcorada, tampoco en la zombi o vampiresca, sino como un carbón encendido
que busca sólo lo extremo: posesión o aniquilación, locura o muerte. Con un
lenguaje denso, hiriente, sin ninguna concesión, Harwicz desplegaba un
territorio familiar, pero lo habitaba con fieras. Lo salvaje definía el contexto
y adensaba la trama. Ariana apostaba por llevar las cosas al límite, porque el
empuje del verdadero deseo es ilimitado.
Con aquella novela,
Ariana Harwicz acotó ya un terreno narrativo propio, inhóspito pero esencial. Y
dejó abierto un interrogante: en un mundo en el que la literatura es cada vez
más conservadora, arriesga menos, huye despavorida de las tentaciones
vanguardistas y busca, antes que nada, complacer y deleitar al lector (aunque
sea con un gran drama, incluso mejor con un gran drama que con una divertida
comedia), en un mundo así, ¿qué rumbo cabía esperar de una autora que había
emergido a la vida literaria como una autista frente a las demandas de ese
público, como una kamikaze, que en vez de mimarlo y arrullarlo, se lanzaba
directa a morderle en la yugular? ¿Sería tan suicida de enfrentarse a las
sacrosantas demandas del mercado editorial? ¿O, después de un lanzamiento
"radical", comme il faut, replegaría velas y volvería,
cabizbaja, a la "normalidad"?
La respuesta no se ha
hecho esperar, y ha sido tan rápida como fulminante. En vez de adocenarse y
bajar el listón, en su segunda novela, La débil mental (Mardulce, 2015),
Ariana Harwicz radicaliza aún más su propuesta estética, añadiendo una dosis
suplementaria de intensidad, poesía, fragmentariedad, pasión, lucidez y locura,
hasta destilar un texto de una densidad casi insoportable. Un texto que no
alcanza siquiera las cien páginas, con unos generosos espacios en blanco entre
fragmento y fragmento, para que el lector pueda respirar, y en el que se
dilucida una relación "casi animal" entre una madre y una hija, que
muy poco o nada tiene que ver con lo que la tradición ha escrito sobre una
"relación filial".
Madre e hija, poseídas
por un idéntico e insaciable deseo, pugnan a lo largo de estas escasas páginas
por construir/destruir una relación imposible, en la que una y otra están
unidas por un cordón umbilical, un vínculo en carne viva en el que la sangre
circula en ambas direcciones, porque como afirma la madre en un momento de su
delirio: “Yo te parí, pero vos me podrías haber parido igual”. Una relación de
amor/odio, de una intensidad insufrible, en la que madre e hija comparten y se disputan el placer, los
hombres, el whisky, los juegos, las amarguras y la desazón. Dos seres
explosivos, ajenos a todo orden social y sentimental, que muestran a través de
destellos luminosos e hirientes la voz de sus conciencias desgarradas, voces
que a veces ni siquiera podemos distinguir, pues no sabemos con certeza quién
habla, si la madre o la hija.
"Madre e hija -dice
Isaac Rosa en Babelia- viven en una montaña rusa que por abajo toca el
infierno y por arriba la tormenta, mediante rápidas estampas y desgarros de
memoria, todo narrado en un tono febril, borroso, como una borrachera".
Como ya ocurriera en Matate,
amor, no se trata tanto de mujeres perdidas en la locura (lo que podría ser
incluso consolador para el lector), sino de seres acorralados,
desquiciados, heridos, con heridas tan
profundas que nunca se sabe si van a responder con un beso o una cuchillada.
Seres que viven la maternidad o la infancia como abismos inconmensurables en lo
que se despeñan sin remedio ni solución.
Quizá para entender mejor
qué hay en verdad en el sótano de la narrativa de Ariana Harwicz sea
interesante traer a colación su respuesta a una entrevista hecha en 2013 por
Fernando Blanco, con motivo de la publicación de un texto inclasificable,
escrito por Ariana en colaboración con Sol Pérez: Tan intertextual que te
desmayás (Ediciones Contrabando, 2013). A la pregunta: No
debemos, si nuestra pretensión es la de seguir perteneciendo al honorable
sector de las personas serias, pasar por alto la cuestión del vampirismo: “mi
deseo por vos me ahoga, me acecha, necesito tu sangre”. ¿Es el artista por
extensión un vampiro que clava sus colmillos en la garganta de aquello que sin
saber muy bien en qué consiste denominamos realidad? Ariana responde:
"El arte está hecho
de vampiros y la pasión amorosa no existe por fuera del canibalismo. El cuerpo
humano está mal hecho, sin lugar a dudas es un error de cálculo, de concepción
o alguien se distrajo en el corte final. Uno debería poder comerse una y otra
vez al objeto de su pasión y que el cuerpo vuelva a regenerarse para poder
volver a ser deglutido. Eso de “hacer el amor” o del sexo es una migaja, un
consuelo, al lado de lo que el dramaturgo creador debería habernos ofrecido en
el menú de lo humano. Lo mismo con el arte. Morder, desgarrar, hincar,
devorarse, sí, todo eso. Clavar los colmillos en la realidad o en el objeto de
estudio que sea con el que trabaja el autor. La realidad me parece un plano más
de entre tantos otros".
No es sino desde una
concepción así del deseo, del amor, de la realidad, de lo humano, que uno puede
acercarse a la obra de Ariana Harwicz. Una obra perturbadora, inquietante, que
bebe de las mejores tradiciones (Virginia Wolf, Sylvia Plath, Jelinek...) y que
se nos presenta ante los ojos con un vigor y una originalidad aterradores.
La débil mental se ha publicado en España
de la mano de la editorial argentina Mardulce, un joven sello independiente,
que de este modo desembarca en nuestro país, realizando así el viaje inverso al
habitual (hasta ahora lo "normal" es que las editoriales españolas
desembarcaran en Argentina). En ese mismo sello, podemos disfrutar asimismo de El
viento que arrasa, de Selva Almada, otra joven escritora argentina de
enorme talento.
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