Encumbrado por la crítica como
“el sucesor” de Bolaño, el narrador chileno se afianza como uno de las grandes
promesas y revelaciones de la nueva literatura hispanoamericana.
Zambra nació en Santiago de
Chile en 1975, es decir, dos años después del sangriento golpe de Estado que
acabó con el gobierno de Allende... y con la vida de decenas de miles de
chilenos. Su infancia y su juventud transcurrieron, por tanto, a “la sombra” de
la dictadura de Pinochet, en el marco de aquel régimen de terror e ignominia
que buena parte de la burguesía aplaudía porque “había orden y los negocios
iban bien”.
Estudió literatura hispánica en
la Universidad de Chile. A los 20 años ya vivía de forma independiente y,
además de estudiar, trabajaba: contestando teléfonos, en bibliotecas, como
cartero, de junior... En esta época
ya se consideraba poeta, como tantos jóvenes chilenos enamorados de la gran
musa de Chile: la poesía. “Entrar a literatura -dice Zambra- fue muy hippie.
Era una cosa maravillosa, todo el mundo tomando y fumando marihuana. Después vi
que no era tan así: a mucha gente no le gustaba tanto la carrera”.
Tras licenciarse en 1997
consiguió una beca en Madrid. En España obtendría un máster en filología
hispánica por el CSIC, se casaría y se
separaría al poco tiempo.
Al regresar a Chile, se fue a
vivir a una pieza de doce metros cuadrados en la calle Dardignac, “donde lo
único que tenía era un gato, una silla de ruedas antigua, una cama y una pila
de libros”.
Zambra, como Bolaño, empezó su
carrera literaria como poeta. Su primer poemario, Bahía inútil, apareció en 1998. El segundo, Mudanza, se publicó en Chile en 2003, en Quid Ediciones; acaba de
aparecer en España la primera edición de este libro, publicado por Contrabando,
con prólogo de Raúl Zurita. Ahi el autor chileno reconoce que “en más de un
sentido, las novelas que luego publiqué son réplicas, ecos o traducciones de
algunas imágenes que aparecieron en Mudanza por primera vez”.
En 2006 la editorial Anagrama
daba a la luz su primera novela, Bonsái,
que rápidamente se convirtió en un éxito, tanto de crítica (en Chile ganó
varios premios) como de público. Ha sido traducida a varios idiomas y adaptada
al cine en una película que fue presentada en el Festival de Cannes del año
2011. Sobre Bonsai, Junot Díaz ha dejado escrito en el New York Times:
“Un relato estremecedor, sutil y, en última instancia, desgarrador, de una
historia de amor en Chile entre esa clase de jóvenes listillos que en la cama
hablan de la importancia de Proust. Y al lector ya se le pone la carne de
gallina con esa terrible frase el comienzo: “Al final ella muere y él se queda
sólo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte
de ella”. Pero sólo leyendo hasta el final podrá capturar el espectral espíritu
del relato. Un verdadero directo a la mandíbula”.
Respondiendo en una ocasión a a
una pregunta sobre Proust, Zambra dijo: “Nunca he sentido una influencia estilística
verdaderamente determinante, salvo al principio, a los 15 años, cuando leí los
poemas breves de Pound. Escribí, en ese tiempo, un libro titulado Hamartía, que era una colección de
imágenes sobre especies de errores, o instantes contradictorios. Creo que no
eran muy buenos, pero sí tengo conciencia de haber imitado el estilo de esos
poemas de Pound, y de esa escuela heredé un deseo de precisión. Luego, al leer
a Proust, no pasó por mi cabeza escribir así. Pero disfruto mucho esas
lecturas”.
En Bonsái, Zambra ya
parece haber optado por un estilo marcado por la sencillez y la precisión, pero
una sencillez y una precisión muy trabajadas y complejas, una economía de
medios que debe mucho al trabajo de síntesis poético, y que da pie a una prosa
levemente distante y muy elegante, como si autor fuera un observador descreído
y, a la vez, hipnóticamente interesado en captar la esencia de lo que describe.
Y todo ello regado con finas dosis de ironía, una ironía que no tiene aristas
despectivas sino mucho de cautelosa compasión.
Tras el éxito de Bonsái, Zambra
publicó (también en Anagrama) otras dos novelas: La vida privada de los
árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011), que le han
consolidado como uno de los narradores más atractivos e interesantes de la
nueva “hornada” hispanoamericana, y que le han hecho merecedor de múltiples
premios, en Chile, en España, en Francia o Inglaterra. En la segunda (Formas
de volver a casa) Zambra habla
de la generación de quienes, como dice el narrador, “aprendían a leer o a
dibujar mientras sus padres se convertían en cómplices o víctimas de la
dictadura de Augusto Pinochet” (en breve, de su propia generación). Zambra
muestra el Chile de mediados de los años ochenta a partir de la vida de un niño
de nueve años, apuntando a la necesidad de “una literatura de los hijos”, de
una mirada que haga frente a las fraudulentas o incompletas “versiones
oficiales” que generan el poder y los media. Pero no se trata sólo de un
freudiano “matar al padre” sino también de entender realmente lo que sucedía en
esos años. Por eso la novela desnuda su propia construcción, a través de un
diario en que el escritor registra sus dudas, sus propósitos y también cómo
influye, en su trabajo, la inquietante presencia de una mujer.
Y a comienzos de este año, en
enero de 2014, ha dado a la luz un singular libro de relatos: Mis documentos,
que en apariencia parece una compilación liviana de textos guardados en el
ordenador sin mucha importancia, pero que a la postre resulta un libro
compacto, lleno de relatos divertidos o inquietantes, pero siempre “con mucho
jugo”. Algunos tienen un sello más autobiográfico (como el inicial, donde
afirma que “mi padre era un computador y mi madre una máquina de escribir”, o
el escalofriante donde habla de la migraña y el tabaco, en el antípodas de todo
ese tipo de relatos cursis y aburridos sobre “dejar de fumar”). Otros (como el
que lleva el magnífico título de “El hombre más chileno del mundo”) tienen el
ritmo y el tono de los mejores cuentos de Bolaño (al que, sin duda, Zambra no
tiene ninguna intención de imitar).
Alejandro Zambra, que en la
actualidad enseña literatura en la Universidad Diego Portales, de Santiago de
Chile, es también codirector, junto con
Andrés Anwandter, de la revista de poesía Humo,
y asimismo ha ejercido (y ejerce a veces) como crítico literario en diversos
periódicos y revistas.
En 2010 fue elegido por la
revisa británica Granta entre los 22
mejores escritores de lengua española menores de 35 años. El tiempo no ha hecho
más que corroborar el acierto de esta elección.
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