Reseña de Wences Ventura, publicada el 11 de enero de 2023 en la Revista Zenda.
Cuando en marzo de 2020 las autoridades españolas casi al unísono con las europeas decretaron el confinamiento de prácticamente la totalidad de la población y la interrupción de la mayoría de los sectores de actividad, las calles se quedaron vacías. Estábamos encerrados, confinados. El silencio solo interrumpido por el trino de unos pájaros, la sedación del mundo contemporáneo en los parques desiertos, en las persianas metálicas cerradas, en los trenes detenidos. Otra forma de existencia, una burbuja acristalada desde donde contemplar el hosco discurrir de los días, con angustia ante la incertidumbre, con escenas televisadas que nos recordaban los aguafuertes goyescos; en las residencias de ancianos habitadas por el espectro de la muerte, en el Palacio de Hielo de Madrid convertido en morgue de España; y de esa restricción impuesta en lo que concierne a la libertad de movimientos, semejante a un toque de queda, una sensación de vacío, ahogo, desamparo y miedo se adueñó de una parte significativa de la población.
¡Confinados! discurre en otro siglo, el XVIII, pero no deja de recordarnos los momentos de la reciente pandemia y establece una interesante y bien desarrollada teoría entre lo que podemos denominar encierro físico y creatividad literaria. La limitación por razones de espacio de los movimientos de una persona en una celda o en un cuartillo de los diminutos apartamentos de las grandes urbes le permite al autor de este libro adentrarse en un territorio abstracto por desconocido para la mayoría, el de la privación de libertad, que en el caso de los filósofos enciclopedistas presos podemos imaginar como un summun de calamidades.
Le permite, asimismo, reflexionar sobre esa otra libertad, de la que tan poco se habla, la que está dentro de nosotros, y que no limitan las circunstancias exteriores, y que está fuera del control del Estado y de sus agentes represivos.
Esa fuerza que supera el frío, el hambre, la enfermedad y hasta la tortura y que convierte la piel del ser humano en muro de contención ante la catástrofe y que nos da la verdadera dimensión de la capacidad de sufrimiento de nuestra especie.
También es esa la libertad que hace que desde una celda podamos vislumbrar grandes horizontes. Y así lo vio, entre otros, Santa Teresa de Jesús. Esa libertad interior que es la única medicina contra el sufrimiento y la desgracia.
Los personajes históricos que se analizan en este texto son cuatro: Voltaire, Diderot, Mirabeau y Xavier de Maistre, y excepto este último pasaron un tiempo crucial para sus vidas en las temibles cárceles del París del siglo XVIII, donde la enfermedad podía ser el cólera. Donde la vida valía bien poco, ya fuera por la ruindad de los agentes judiciales o por la peligrosidad de los otros presos. Sin embargo, en esa atmósfera convulsa y trágica sacaron lo mejor de sí mismos y convirtieron esas precarias celdas en auténticos laboratorios de ideas.
Intuyo que, influido por los acontecimientos de nuestro reciente presente, el autor, historiador de formación, haya querido adentrarse en un periodo marcado por la privación de libertad. Nótese que entre 1661 y 1789 una de cada seis presos estaba encerrado por escribir, por faits de lettres. En la puerta de las librerías se apostaban los soplones. Las ideas que vertían los enciclopedistas constituían un veneno intelectual para la escasa población alfabetizada y el antídoto para detener esa acción de difusión de ideas era la cárcel.
Que el profesor Nicolás Bas escriba sobre estas figuras análogas del XVIII francés desde su condición de hombre confinado en este siglo XXI, en este periodo de la historia donde nada pesa, en esta modernidad líquida, en palabras del sociólogo Zygmut Bauman, y en un momento muy duro para la humanidad, como de borrón y cuenta nueva, tiene un significado no solo en el análisis de aquel Siglo de las Luces que se alumbró desde el sufrimiento de las mazmorras, sino también en el desarrollo de una idea que transcurre oculta y entre líneas: la necesidad de convertir este tiempo de pandemia, de reclusión, en un tiempo de creación, de renacer de las ideas en un contexto que pide una renovación moral, que el mundo actual necesita con urgencia.
Volvamos, pues, nuestra mirada hacia el pasado porque necesitamos compararlo con nuestro presente y extraer de él una lección para nuestra supervivencia: ¿es esta la razón de ser de este libro?
Cuando hemos perdido el hilo de los acontecimientos, pues fue eso la pandemia, una desconexión, una tremenda bajada a los ínferos de la condición humana, necesitamos retomar las riendas: esta crisis nos ha llevado de manera obstinada a repensar los valores morales que el tiempo de la técnica nos había usurpado. El tiempo de la torpeza, de la mala fe nos había instalado en la ceguera. No había otra escapatoria. Y este pensamiento que es tan actual ya fue formulado, salvando las distancias, por Rousseau hace tres siglos. La técnica no puede olvidarse del hombre.
Los personajes del libro son figuras históricas que sacan intelectualmente lo mejor de sí mismas en periodos cuya libertad les fue arrebatada. Voltaire encuentra en la obra del inglés John Locke las bases para el desarrollo de su pensamiento positivo y utilitario. Definió La Bastilla como un monstruo simbólico del absolutismo. Diderot bebe del estoicismo de su maestro Montaigne, y no sería reconocido hasta el siglo XIX, pese a compilar y aportar cerca de 6.000 artículos escritos por él a La Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des siences, des arts et des métiers, obra magna del siglo XVIII. La obra también se detiene en el irrepetible Mirabeau, que convirtió su encarcelamiento en oportunidad para escribir, siendo las Lettres à Sophie una obra cumbre de la literatura carcelaria. Por último, el libro analiza la obra de Xavier de Maistre, el único no encarcelado, pero sí encerrado en su habitación durante 42 días —¡cuantas semejanzas con lo recién vivido!— y creador de la imperdible Viaje alrededor de mi habitación, experiencia que nos invita a seguir, de poderosa subjetividad la novela nos cautiva: «¡Que todos los desgraciados, los enfermos y los hastiados del universo me sigan!».
Este ensayo nos abre el apetito por el pensamiento, por la literatura de calidad, por los alimentos espirituales… Los creadores analizados vuelven a recobrar protagonismo a la luz de los recientes acontecimientos vividos. También nos hace mirar con renovado interés hacia la cultura francesa en un siglo determinante para la formación de nuestra idea del mundo.
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