Texto de Jon Andión, poeta y escritor, para la presentación de la novela "Necesito una isla grande" de Rafael Soler en Madrid y que leyó en el Café Comercial el 2 de marzo de 2020.
“Necesito
una isla grande”, Rafael Soler Madrid, Café Comercial, 02.03.20.
Escribir sobre
Rafael Soler es como adentrarse solo en el Amazonas con una libreta, sabiendo
que los días y las noches que allí se suceden obedecen a la geometría celeste
pero con el acento del que comprendió el circuito, del padre, del hermano, del lugar; una voz
interna, externa, circular y esférica, que alienta desde la ternura hecha
solidez y con ella cierta y consciente como diciendo que nunca llega lo imposible porque el último gin-tonic no
es nunca el último gin-tonic. No sé cómo explicarlo. Porque hay cuestiones que
son como planetas, o en este caso, una ISLA GRANDE. Cuestiones que habitan la
vida en su quehacer y acechan siempre, como Rafael, desde un lugar privado y
apuntalado, desde un retiro consciente a la esquina inferior del papel y en
vertical costeándolo, siempre mirando que es entendiendo que es amando que es
osando, como la cámara del cineasta que paciente desata paulatinamente el
universo detrás del universo, que es eso al fondo que llamamos la verdad. Y es que esa es la razón por la que escribimos, como
diría nuestro querido y admirado Javier Lostalé, “porque nunca fue más bello el
engaño”. Y ¿por qué? Porque el engaño fue verdad. Y ¿para qué volver si no?
Porque estamos hechos para sumergirnos.
Esta novela,
rabiosamente decidida, de Rafa Soler, no es una novela. No, no lo es. Y no lo
es porque nadie escribe para escribir, porque nadie nadie, de los sentados en
esta mesa, de los sentados en esas sillas en las que están ustedes, nadie de
los que andan abajo en la distracción de la barra y las cervezas, nadie, nos
paramos en el proceso, en lo mecánico, en el intertanto, porque la
intelectualidad y la fría magia esa de lo frontal, sola, es para los
aperitivos, para los intermedios, para los descansos; porque los que tienen el colmillo
listo saben a lo que vienen y lo que está por decidir es porque nadie lo conoce; hay un pulso que no atiende a contratiempos:
han venido a comenzar.
Sencillo,
¿verdad? Uno pide para comer. Pan. Amor. Historias. Porque sumergirnos es
encontrar y amigo para allá que voy.
Entonces, situación.
Hablamos de unos sujetos insurrectos, y con el ánimo, al punto, en una
residencia, que no asilo, y con muchas ganas de liarla. Hablamos de una
estación. “A veces en el último momento,
se hace la luz, suena un galope redentor, aparece en el cielo un helicóptero”, dice
Rafael. Porque una estación no es un lugar, es un momento. Y en esta están
siete: Panocha, Carmina, Coronel, Tomás, Rocky, Julián y Cris. Y lo importante
son los primeros porque son los que se largan, y a dónde, es para que lo lean
ustedes.
La cuestión es
que Rafael Soler consigue llevarnos de vuelta al remolino, porque sí, porque a
veces en la vida (que esconde contados sus secretos pero y los disfraza), se te
pide acelerar cuando no hay aliento, se te pide contestar cuando te vas al
suelo, se te pide aguantar la cara al huracán, se te pide claudicar con lo
demás que te señala que era tuyo que nunca preguntó, se te enfila y se te
embucha, se te infama y se te traga la ola con su espuma, se te pide y se te da
una llave más. ¿Y ahora, qué?
Y la historia
es universal porque la historia es respirar. Lo que quede. Lo que haya. Desde
Panocha por Tomás a Rocky. Respirar. Asaltar la carretera. Irse al casino.
Redimir el peso de la soledad, que es una soledad compartida, y que es la mejor
manera de hacer amigos. Todos ellos, que habían perdido paso antes, en
expresión de Rafael.
Porque hay algo
que tiene la verdad con Rafael Soler, que se aparece entre dos conversaciones
que lo pretenden y que se empeñan pero que flaquean cuando decide romper y
meterse por medio con ese porte envuelto en perfume que se nos lleva. Eso, o te
agarra por el cuello. Ella es así.
Porque hemos venido a
resistir, sea como sea, incluso “enfriándonos
despacio” o asomándonos a “un brindis
a los acantilados que la vida bien bebida ofrece”.
Porque aquí hay
Personajes, que se amontonan y andan empujándose como los números del bingo
bailan en el bombo, y oscilan por todo el espectro de la posibilidad, y la
personalidad; lo sabemos, Rafael es expansivo. Y por ser, unos son como otros y
los mismos quieren ser lo que serían, de país a río a furgoneta a bamboleo a
película a frontera. Personajes que se saben personajes de una pieza. Como “tres
para ninguno”. Como una pregunta- momento que es como decir un
lugar-acantilado. Y Rafael pregunta, “y
tú,¿qué querías ser antes de
viejo?”.
Hay trayectorias que
dependen de un gesto. Y, al final, son las que
suceden. Hay “un acordeón con
forma de campana”, nubes que quisieran hacer “por una vez de centinela”, y un aire azul que viste las despedidas
pero no necesitan banda sonora ni alegato si pasean por la navaja de esta
pluma.
Porque vivir es
ponerse en la fila del boleto a más allá. Como diría Gelman, “Aquí pasa,
señores, que me juego la muerte”.
“Lo que yo necesito es una isla”, “lo que yo
necesito es una isla”. Casi bíblico y con la manera de alzar las copas que
aprendieron los bardos, Rafael Soler
sabe brindar con la literatura en sus lugares honestamente limítrofes con la
épica del momento, porque un momento es una puerta, de puertas están hechas las
esquinas y de esquinas la eternidad. Así lo siente el lector en el vello de la
piel porque sólo así se escribe porque sólo así se siente. Momentum-Soler que
plantea un terremoto. Ojo. Consciente. Que sí. Verás. Que sí. Tranquilo. Es
solo un impacto que te va a tumbar y no sabemos si es para siempre pero te
levantarás; de este o del otro lado pero no hubo nunca gran atajo, así que al
toro que aquí viene.
Porque el Autor
lo sabe, “el anticipo de la hora que
tienes por llegar”, y lo sabe desde el principio y desde el comienzo, lo
hilvana en un cantar con “el tiempo de otra copa” porque suena a
calle a coche a carretera a puertas a hostales a instantes en ceniza guardados
en un pañuelo preparado para los desajustes, a helados pedidos sin permiso, a
copas de más y a más cosas de más y a lo que fue, porque es hasta donde llegaron.
Y tú, ¿qué
querías ser antes de ahora?
JON ANDIÓN