Por Daría Rolland Pérez
Uno de los
mejores cumplidos que puede recibir un escritor francés es que se diga de su
texto, poema o novela: “C’est écrit”. Y eso es lo primero que me ha
venido a la mente al leer la novela El último gin-tonic de Rafael Soler.
La novela está escrita, bien escrita, muy escrita. Precisión en las
descripciones, detalladas y creíbles. Soltura en los diálogos. Muy buen conocimiento
de los diversos ambientes. Personajes con envergadura: duros y vulnerables al
mismo tiempo, sobrados y tímidos. Una trama bien hilada. Y luego el ritmo, que
no lo es todo pero que es mucho. Hay en esta novela una especie de alegro
trágico que le hubiera gustado a Stendhal. Escritura dinámica y sombría, viva y
amenazante. Engancha, y bien.
La ironía y
el erotismo están siempre presentes. La muerte merodea. Y el juego a veces
peligroso con el lenguaje recuerda al poeta iconoclasta. Todo ello para advertirnos
que la vida está hecha de soledad, de frustración, de violencia y avidez, de sexo
y de traición. Marx y el Evangelio también ocupan mucho las cabezas sin
convertirlas ni convencerlas. Y el eterno padre con su presencia cargante, a
veces amena, y su legado confuso pero no turbio, hombre al fin y al cabo de
convicciones.
Rafael Soler
se burla de todo o de casi todo: de la Administración Pública, de la burocracia
y el trabajo absurdo, de los engreídos y de los necios, de los golfos de todo
tipo: el de guante blanco que mata callando o el de guante negro que degüella o
dispara sin más preámbulos. También se burla de las mujeres, no faltaría más:
golfas o manipuladoras, enamoradas o infieles, amables o necias pero siempre
deseables, incendiarias, bellas. La Mujer, principio y fin de todas las cosas.
Y en fin se burla el poeta, nacido para escribir, de la literatura. De la
propia y de la ajena.
Algo hay en
esta novela de un cuento de Borges, con esa hermosa María compartida entre dos
hermanos. Algo hay también del mejor Cela, con sus turbios personajes. Y mucho
hay de la “novela negra” que Soler conoce finamente. También conoce el cine y
la tele, esa tele que está en todas partes como Dios. Pero, a pesar del cariz
pesimista, de los tintes sombríos y de la visión ácida, la vida aletea, brilla,
retoza allí donde tiene que hacerlo: en los senos de las mujeres, en las buenas
copas y comidas, en la mirada comprensiva, en la compasión por los viejos, por
los que mueren o van a morir, por todos sus personajes, por él mismo, por todos
nosotros. Y aletea la vida en la escritura: desenvuelta, maliciosa, juguetona,
licenciosa. Con audacias a veces desconcertantes pero que pegan fuerte. Y luego
esas cartas: la carta magistral con la que empieza la novela, esa otra que
interrumpe el relato cuando hay que interrumpirlo, y la última con la que acaba
todo.
Nadie
triunfa en esta novela pero sí triunfa la lengua que es a lo que va el avezado
poeta, el escritor de fondo. Los personajes son abundantes. Podrían marear pero
no lo hacen porque en realidad son todos el mismo: el hombre, con su violencia,
su deseo, su insaciable apetito. La diferencia está solo en algunas cositas que
pesan su peso simbólico. Detalles hay muchos y muy importantes como ese, atroz,
de unos zapatos de altísimo tacón guardados en el bolso durante un entierro y
que esperan ser utilizados en su momento para lo que se puede imaginar. Un
realismo sin concesiones, un artista que no perdona.
Empecé a
leer esta novela con interés, la continué con pasión. Un denso momento, un
fértil momento, una tregua deliciosa y amarga comparable a la que ofrece el
mejor gin-tonic. Esperemos que no sea el último. Y para que mi reseña tenga
también algo de circular como la novela, repetiré al final lo que decía al
principio: “C’est écrit”. Está escrita, muy bien escrita. Para nuestra
ilustración y nuestra dicha.
Daría Rolland Pérez nace en el Valle del Tietar (Ávila). Pasa su infancia
y adolescencia en Madrid. Acompaña a su esposo Jean-Claude Rolland en
sus diversas misiones culturales en el extranjero (Jartum, Singapur, El Cairo,
Valencia) y vive largo tiempo en París. Es licenciada en Letras Hispánicas por
la Universidad de la Sorbona, profesora de instituto, poeta y traductora. Escribe
en varias revistas literarias. En colaboración con su esposo, ha traducido al francés
a grandes poetas y narradores contemporáneos.
Poemarios: El esposo francés, Juanes de Luz, Las fuentes del ensueño.
Memorias: Tú también, herida rosa. Narrativa: Yo, corrupto (Verbum, 2016).